Read El caso de la joven alocada Online

Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (18 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
2.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Y qué aspecto tenía el hombre?

—No lo observé con detenimiento. Simplemente era un mecánico. Jovencito, completamente afeitado, más bien un tipo pobre.

—¿De acento cockney y con un pucho pegado en el labio inferior?

—Sin cigarrillo, pero con un acento espantoso… ¿Cómo? Era el mismo hombre que…

Su voz se apagó y una mirada de preocupación apareció en sus ojos.

Reí.

—Solamente hice mención de estos detalles para sorprenderla —mentí—. No, naturalmente, no era el mismo hombre. Olvídelo, criatura. La vida está aun más llena de coincidencias en la realidad que en las novelas de Buchan. Además, nuestro teléfono está realmente descompuesto, lo que me recuerda que tengo que hacer un trabajo ahora mismo. Aquí vuelve Barbary. ¿Listo el baño?

Mi prima afirmó con la cabeza y contempló la escena, con reminiscencias, de una antigua farsa francesa.

—No sé lo que diría la tía Dodders –murmuro— o, para el caso, el Padre Prior. «Los monjes tienen una casa inmoral.» ¡Qué título para la prensa evangélica! Mejor que te preste mí bata, Bryony. El cuarto de baño está al fin del corredor, en camino derecho.

—Yo tengo una bata en alguna parte, ahora que me acuerdo.

Revolvió su valija abierta y sacó un manojito de gasa sedosa bordada con los signos del Zodiaco.

—Que la decencia sea preservada a toda costa —sonrió cansadamente, y lo deslizó sobre su tan poco adecuado salto de cama—. Abra el camino, Barbary. ¿Viene a fregarme la espalda, Roger?

—No tengo tiempo —contesté fríamente—. Estoy seguro que necesita ayuda pero Barbary lo hará por mí. Si crees que hace falta el cepillo —agregué, dirigiéndome a mi prima—, da un grito y te lo traeré del fregadero.

Formamos una procesión, y marchamos fuera del dormitorio a lo largo del corredor.

—Lo siento por las dos —continué mientras marchábamos— pero desde ahora tienen que ser ustedes inseparables, les guste o no les guste…

11

L
AS VI
entrar en el cuarto de baño, y entonces bajé para reunirme con Thrupp. Barbary ya le había comunicado que nuestra protegida estaba bien. Y lo encontré en el porche fumando su pipa y meditando.

Eran ahora casi las nueve y media, y el crepúsculo del verano ya había descendido. Por el este, sin embargo, una gran luna anaranjada ascendía claramente sobre el horizonte y lanzaba grandes y suaves sombras sobre el perfumado jardín.

—Respecto al sargento Haste —dije, después de haber dado sucinta cuenta de mí conversación con Bryony—, ¿no es hora de que cualquiera de nosotros se acerque a la taberna y lo traiga?

Yo iré, si prefieres estar de guardia aquí.

—No necesitas molestarte —dijo Thrupp—. Gracias a la premeditación de nuestro amigo cockney de abandonar su carrito, ahora he reparado la línea, toscamente, pero bastante bien. Ya me he comunicado con la
Green Maiden
y he dicho a Haste que se presente aquí a las diez. Siéntate un minuto, Roger, y consideremos el significado de estas últimas novedades. Sé lo peligroso que resulta hacer conjeturas precipitadas, pero en estas circunstancias supongo que no hay duda que el visitante de ahora era el mismo caballero que se metió en la biblioteca del abuelo de Bryony anteanoche. Y, a propósito, ¿tienes alguna idea del objeto de esta visita? Me refiero a la del viernes pasado.

Yo había estado pensando en ello.

—Tengo lo que mis colegas se complacen en llamar una teoría —contesté—. Una teoría característica de las novelas policiales: el papel secante. Ello explica, a mi ver, cómo esta gente siguió la huella de Bryony y la relacionó conmigo, asunto que hasta ahora ha estado en cierto modo rodeado de misterio, en lo referente a mí.

Thrupp me lanzó una ojeada en la que la diversión no estaba desprovista de respeto.

—No está mal, Roger —observó—. Tu teoría es perfecta y en realidad te llevará más lejos de lo que te aventuraste.

Rebuscó en su bolsillo interior del saco y extrajo una hoja plegada de papel secante color verde, que me alargó, sonriendo burlonamente.

—Cuando entres, colócalo contra un espejo y recogerás la justa recompensa de una cuidadosa deducción. Por fortuna, o acaso por desgracia, Miss Hurst usa una pluma muy gruesa, y es generosa con la tinta.

Extrañado, eché una ojeada sobre el papel. Aun sin espejo pude discernir las reveladoras palabras.

—Pero, mi querido Thrupp, cómo…

—Sucede que esta mañana fui a ver a Miss Hurst a la casa de su abuelo —fue la contestación—.

Me hicieron pasar a la biblioteca mientras fueron a buscar a Duke, el mayordomo, para que explicara la ausencia de Miss Hurst.

Fue más bien por accidente que por premeditación que se me ocurrió mirar el secante, y la vista de las mágicas palabras «Poynings y Merrington», escritas al revés, me inspiraron apoderarme de la hoja, sin vacilación. Así se explica mi presencia aquí en estos momentos, de otra forma no hubiera tenido la menor idea de dónde estaba Miss Hurst. Jugué a que ella vendría aquí (aunque no tenía la menor idea de la hora en que lo haría), y gané, como habrás visto. Pero, naturalmente, mi llegada a la taberna
The King of Sussex
, en cambio, fue una simple coincidencia. Solamente quería tomar un trago. No sabía que ibas a verte con la joven, hasta que llegué aquí y encontré su nota.

—¡Hay que ver! —fue todo lo que se me ocurrió decir.

—Hasta hace algunos minutos, cuando me contaste lo del falso operario —continuó Thrupp— yo había estado trabajando en la suposición de que uno de los sirvientes debía de haber estado complicado con los otros, y había leído tu dirección en este mismo secante. Pero ahora me doy cuenta de que evidentemente fue el operario. Por eso vino.

Medité un instante y después hice una objeción. —¿No crees que es un poco demasiado bien hecho para ser verdad? Quiero decir, cómo diablos se las arregló el operario para coordinar tan bien su visita. ¿Cómo sabía que Bryony había escrito un sobre esa noche?

—Olvidas —replicó— que Bryony salió y puso la carta en el buzón justamente antes de comer; y también que las bellezas de Mayfair no ponen sus cartas en el correo personalmente, si no hay un motivo especial para mantener en secreto el nombre de sus corresponsales. Ya te ha dicho Bryony que la casa estaba vigilada, y el poner la carta en el correo, ella misma, reveló su propiahistoria. Se informó lo sucedido y el resultado fue la visita del operario; un resultado fructífero, a juzgar por las consecuencias.

—Pero ellos no podían saber que había escrito el sobre en la biblioteca, donde está el teléfono —insistí—. En resumidas cuentas, como te dije, ella escribió la carta en su propia habitación, y de haber sabido mi dirección también hubiera escrito el sobre allí. Y entonces, ¿qué habría hecho el infeliz petirrojo?

—Olvidas —agregó Thrupp— que hay también arriba una conexión del teléfono, y que era una cosa extraordinaria que Bryony se retirara tan pronto a descansar. Concedo que hay un elemento de suerte en ello, Roger, pero esto no afecta el resultado. De cualquier forma, ¡qué importa? Tenemos que hacer frente a los hechos, y los hechos son en este caso que ellos han relacionado a Bryony contigo, y que aparentemente la han seguido hasta aquí.

Rezongué.

—Toma un trago —dije.

—Beber —entonóse Thrupp— es una diversión cristiana, desconocida por los persas o los turcos. Gracias, beberé un poco. Incidentalmente —prosiguió, asestándome una mirada reflexiva podría también aclarar otro pequeño punto que parece haber causado alguna perturbación mental: el misterio de la carta amenazadora que nuestra joven amiga, extrañamente, no pudo enseñarte esta mañana.

Rebuscó en otro bolsillo y sacó una hoja doblada de papel blanco que me alcanzó con una débil sonrisa.

La desdoblé rápidamente con franca sorpresa. La descripción de Bryony había sido tan exacta como específica. Desde la curiosa fraseología de la amenaza hasta la S mayúscula torcida, todo estaba allí. No era la primera vez en la historia de nuestra áspera tarea que encontré la casual brujería de Thrupp algo exasperante.

—¿Cómo llegó? —pregunté tranquilamente. Simple orgullo espiritual me retuvo dar expresión a un más obvio «watsonismo» .

—Otro recuerdo de mi infructuosa visita a Miss Hurst esta mañana, Roger. Estuve solo escasamente dos minutos, en la biblioteca, y después de sustraer el papel secante mis ojos vagaron alrededor de los estantes, y mi bien conocido sentido de lo incongruente hizo que me intrigara quién diablos había estado leyendo el volumen III de este soporífero Hovis Brown en
The Pythagorean Comma
, que medio sobresalía del estante. Con imperdonable curiosidad investigué y encontré este billet doux entre las páginas.

—Pero Bryony me dijo…

—Que lo había sacado y llevado consigo. Ya sé. Pensaba hacerlo, indudablemente, pero no pasó de ahí. Algo debió haber distraído su atención o se acordó que tenía alguna otra cosa que hacer o algo por el estilo. No se puede decir lo que sucedió, pero sí cómo estaban los nervios de la infeliz.

—Pero ella juró…

—Ya sé… y no fue tampoco un perjurio deliberado. ¿Por qué habría de sedo? Creyó sinceramente que se había llevado la carta y que la había puesto en el bolso, pero no lo hizo. Eso es todo.

Veredicto de amnesia temporaria, un momentáneo obscurecimiento mental. No es raro, especialmente si hay excitación nerviosa.

Un tanto disgustado asentí con la cabeza.

—Y ahora —dijo Thrupp, levantándose—, debemos ponernos a trabajar realmente, y a establecer nuestra táctica. Vamos a sentarnos afuera, y así podemos estar atentos a la llegada de Haste.

Hay un antiguo banco de roble en el porch de
Gentlemen’s Rest
. y allí nos sentamos para discutir nuestros planes.

—No es que haya que aclarar nada complicado —advirtió Thrupp fumando su pipa—. Todo, lo que tenemos que hacer es proteger a esa joven, y ya está convenido que pase la noche en tu dormitorio que es completamente un callejón sin salida o un
cul de sac
. Tiene solamente una puerta, y ésta se comunica con la habitación más pequeña donde Barbary acostumbra dormir. Esta noche, Barbary va a compartir tu cama con Bryony mientras tú estarás de guardia en la habitación contigua. Mi primera idea era que las dos mujeres quedaran encerradas bajo llave, pero después me pareció que no era conveniente. Su habitación tiene tres ventanas y yo siempre desconfié de las ventanas.

Yo creo que lo mejor es mandar al diablo los convencionalismos y dejar la puerta abierta de par en par, cerrando, con llave, en todo caso, la que comunica con la habitación pequeña. ¿Qué te parece?

—Yo mismo —le contesté— me atormento entre dos alternativas. Yo tenía una buena razón para querer que Barbary y Bryony durmieran juntas, completamente aisladas y con las puertas cerradas con llave. Por otra parte, alcanzo a comprender tu punto de vista sobre esas ventanas, que ciertamente debieran estar bajo continua observación.

Se me ocurrió otra idea.

—Cada ventana tiene dos caras —observé acertadamente— y puede ser vigilada lo mismo desde fuera que desde dentro. Desde allí —señalé un pequeño grupo de florecientes arbustos y matorrales, situados a corta distancia de la casa— se podrían vigilar las tres ventanas simultáneamente, entre tú y Haste, quiero decir, y estar en mutuo contacto al mismo tiempo.

—¡Hum!… y dejarte solo en la casa con las jóvenes…

—Olvidas —dije— al perro Smith. Fuera de la casa sería un estorbo, pero si lo hacemos dormir dentro, por ejemplo, en lo alto de la escalera, y cerramos todas las puertas y ventanas, incluyendo las del frente y los costados, tendría que ser muy inteligente el criminal que pudiera apoderarse de Bryony desde este sitio.

Thrupp, me vio sumergido en sus pensamientos, no hizo comentario durante cerca de tres minutos. Después, preguntó de súbito:

—Y ¿qué me dices de ese calamitoso túnel?

—No hay que preocuparse de eso —dije encendiendo un cigarrillo—. En primer lugar, cualquiera que quiera entrar en él desde el otro extremo, o bien necesita las llaves de
Abbots Lodging
o tiene que forzar dos llaves Yale superiores, una de la puerta exterior y otra de la del reservado.

Después tiene que violentar otra cerradura Yale que comunica el pasaje con el sótano, además de un par de fuertes cerrojos. En lo alto de la escalera del sótano hay todavía otra puerta que puede ser cerrada con llave y cerrojo, y hasta atrancada, si es necesario.

—Ya veo. Supongo que no habrá otros pasajes o habitaciones secretas en la casa.

—Absolutamente nada. Pensé que podría haberlos cuando la arrendé. Le pedí a un arquitecto amigo mío que viniera a comprobarlo. Revisó paredes, techos, puertas, y no encontró absolutamente nada. Ni resortes en las chimeneas ni manecillas giratorias en los paneles, ni trampas, ni pasadizos, ni calabozos secretos. A pesar de su antigüedad no es un edificio peligroso.

Thrupp asintió, sin hacer comentarios. Me surgió otro pensamiento:

—Bryony —añadí— me dijo esta mañana que el grupo con quien tiene que enfrentarse se compone de unos veinte o treinta, pero que entre éstos probablemente sólo habría siete u ocho interesados en matarla. Aunque no aparezcan todos, debemos estar preparados para enfrentamos, por lo menos, con media docena, y hasta ahora solamente somos tres hombres y un perro. Teniendo en cuenta que está en juego la vida de una mujer, ¿no crees tú que hay una desproporción muy grande?

—Si creyera que el asunto pudiera desarrollarse en un auténtico tiroteo tipo Chicago o
Sidney Street
, ciertamente estaría de acuerdo contigo, pero, en cierta forma (puede ser que me equivoque), mi opinión reflexionada es que no creo que suceda eso. Francamente, quedaría sorprendido si hubiera algo tan crudo como un tiroteo, aunque Haste y yo tenemos automáticas, en el peor de los casos. Y a propósito, supongo que tienes provisión de armas, ¿no?

—Tengo mi revólver de servicio y un pequeño 32 —admití—, con las municiones correspondientes. Las tenía cuando estuve en la India y nunca me preocupé por desprenderme de ellas.

—Ni para sacar permiso, supongo —refunfuñó, tomando pose de Inspector Principal.

—¡Válgame Dios! No —repliqué alegremente—. Vuestras reglamentaciones nunca fueron establecidas para ciudadanos respetables como yo.
Continuez, mon enfant
. Si ellos no tiran, ¿qué harán?

—¡Quién sabe! Estoy inclinado a creer que un cuchillo estaría más de acuerdo con sus características generales. Sin embargo, no se puede asegurar.

BOOK: El caso de la joven alocada
2.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Welcome to the Dark House by Laurie Faria Stolarz
The Trust by Norb Vonnegut
Shades of Milk and Honey by Mary Robinette Kowal
2 a.m. at the Cat's Pajamas by Marie-Helene Bertino
The Birdwatcher by William Shaw
Lauri Robinson by Sheriff McBride
Beachcombing at Miramar by Richard Bode
Jenn's Wolf by Jane Wakely
Don't Tell A Soul by Tiffany L. Warren
Hooked by Audra Cole, Bella Love-Wins