Valla Dia sonrió y movió la cabeza; dos lágrimas se escaparon de sus párpados. La estreché la mano y luego oprimí el botón.
Sospechas
Sin ser descubierto llegué a mi habitación y escondí la cuerda donde sabía que no la encontrarían. Recogí mis pieles y sedas restantes, y no tardé en dormirme.
Al salir de mis dominios la mañana siguiente tuve tiempo de ver como una figura que corría doblaba el ángulo del pasillo y entonces no me quedó duda de que Ras Thavas me tenía vigilado. Me dirigí a sus habitaciones como ya tenía por costumbre. Parecía inquieto, pero no vi en sus maneras algo que indicara que me hacia responsable de la desaparición de Valla Dia; más bien su actitud parecía obedecer al hecho de que no era la única persona que podía oponérsele en aquel asunto particular, y me vigilaba para ver si su sospecha resultaba cierta o equivocada. El mismo me explicó la causa de su inquietud.
—He estudiado con frecuencia las reacciones de los que han sufrido la transferencia del cerebro, y por eso no me sorprenden mucho las mías. No sólo encuentro estimulada mi energía cerebral, como consecuencia de mayor producción de energía nerviosa, sino que también siento los efectos de la sangre joven y de los tejidos jóvenes de mi nuevo cuerpo, que afectan a mi consciencia de un modo que yo sospechaba vagamente, pero que, según veo ahora hay que experimentar para comprenderlo del todo. La transferencia ha cambiado o, al menos, modificado en parte mis pensamientos, mis inclinaciones, hasta mis ambiciones. Necesito algún tiempo para estudiarme.
Aunque no me interesaba lo que decía, escuché cortésmente, y cuando hubo agotado el tema, cambie de conversación.
—¿Has encontrado a la mujer perdida? —pregunté.
El negó con la cabeza.
—Comprenderás, Ras Thavas, que no se me oculta tu intervención en el asunto. La desaparición o destrucción de la mujer era lo único que frustraría por completo mi plan. Tú eres aquí el amo absoluto, y nada puede ocurrir sin que te enteres.
—¿Es decir, que me haces responsable de la desaparición?
—Naturalmente. La cosa no puede estar más clara, y vengo a pedirte que me la devuelvas.
Ras Thavas perdió la paciencia.
—¿Y quién eres tú para venirme con pretensiones? —gritó—. No eres más que un vil esclavo. Repórtate o te suprimiré. Tal como suena: te suprimiré. Será como si nunca hubieras existido.
Solté la carcajada.
—La cólera es el más despreciable atributo de los sentimentales —le recordé—. No me suprimirás porque soy el lazo que te une con la inmortalidad.
—Puedo educar a otro.
—Pero no confiarías en él al terminar su educación.
—Pues tú hiciste un negocio cuando tuviste mi vida en tu poder — gritó.
—Lo que te pedí pudiste habérmelo concedido muy gustoso. Además, no era para mí. En otra ocasión volverás a otorgarme tu confianza, por la sencilla razón de que te verás forzado a confiarte a mí. ¿Y por qué no conquistar mi gratitud y mi lealtad devolviéndome la mujer, y cumpliendo material y espiritualmente las cláusulas de nuestro convenio?
—Vad Varo —me dijo clavando con firmeza sus ojos en los míos—, te doy mi palabra de honor de noble barsoomiano de que ignoro absolutamente todo lo que se refiere al paradero del caso 4.296-E-2.631-H.
—Quizás Yamdor...
—También Yamdor lo ignora. Y puedo asegurarte que ninguna persona de las que me rodean sabe lo que ha sido de ese sujeto. Ha dicho la verdad.
La conversación no fue tan inútil como pudiera parecer, pues me dejó casi convencido de que Ras Thavas me creía tan ignorante de la suerte de Valla Dia como él. Que no estaba del todo convencido lo evidenciaba el hecho de que, durante algún tiempo, continuó el espionaje, lo que me obligó a utilizar en mi defensa los mismos métodos de Ras Thavas. Yo tenía a mi servicio cierto número de esclavos a los que conquisté con amabilidad hasta que pude fiarme ciegamente de su lealtad. No tenían motivo alguno para querer a Ras Thavas, y sí muchos para odiarle; por otra parte, no había razón que les aconsejara odiarme, y había en cambio pléyade de ellas que les incitaban a quererme. El resultado fue que no hallé dificultad en utilizar los servicios de una pareja de ellos, que se dedicaron a espiar a los espías de Ras Thavas, con lo que pronto comprendí que mis sospechas eran bien fundadas; estaba constantemente acechado durante todo el tiempo que me hallaba fuera de mi dormitorio, pero la vigilancia se detenía ante sus paredes. Por eso había podido llegar tan fácilmente a las bóvedas subterráneas, pues los espías no suponían que yo saliera de mi cuarto más que por el camino natural, y se habían contentado con vigilar la puerta.
Al cabo de dos meses, la persecución cesó por completo. Pasé todo este tiempo en un estado vecino al frenesí, pues no podía desarrollar mi plan mientras estuvieran vigilados todos mis movimientos. Me dediqué a estudiar la geografía de la parte nordeste de Marte, donde me habían de llevar mis actividades pero, en cuanto me supe libre de enemigos comencé a planear el desarrollo de mis operaciones.
Decidí aprovechar los conocimientos adquiridos en compañía de Ras Thavas para encaminar mis acciones a la resurrección de Valla Dia. Estudié la historia de gran número de casos para descubrir sujetos que pudieran ayudarme en mi aventura. Entre los que merecían mi atención estaba el caso 378-J-493.811-P, el hombre rojo de cuyo maligno ataque salvé a Ras Thavas el día de mi llegada a Marte, y el hombre cuyo cerebro había sido compartido con un mono. 378-J-493.81-1P había sido un indígena de Fundal, un joven guerrero adscrito a la guardia de Xaxa, la Jeddara, que murió víctima de un asesinato. Un noble fundaliano había adquirido el cuerpo, según me refirió Ras Thavas, con objeto de conquistar los favores de una hermosa. Me pareció que podía contar con sus servicios, aunque ello dependía de su lealtad hacia Xaxa, lo cual sólo podía averiguarse haciéndole revivir e interrogándole.
El otro, que tenía la mitad del cerebro de un mono, era oriundo de Ptarth, que estaba a una distancia considerable al oeste de Fundal, y aproximadamente a la misma distancia de Duhor, que quedaba al Norte. Reflexioné que un habitante de Ptarth debía conocer bien la comarca comprendida en el triángulo Fundal-Ptarth-Duhor. La fortaleza y ferocidad del gran mono serían de un valor inestimable al cruzar las extensiones infestadas de animales. El tercer sujeto en que pensé había sido un famoso asesino toonoliano, cuya audacia, bravura y maestría en el manejo de la espada le habían conquistado una reputación que se extendía a mucha distancia de su país. Ras Thavas, toonoliano también, me había referido parte de la historia de aquel hombre, cuya horrible profesión no es deshonrosa en Barsoom. El mismo Gor Hajus, que así se llamaba el asesino, se había encargado de ennoblecerla más, debido al hecho de que nunca mataba a una mujer o a un hombre bueno, y jamás atacaba por la espalda. Sus crímenes eran siempre el desenlace de duelos honrados, en los que la víctima tenía ocasiones de defenderse y atacar a su enemigo, que era famoso por su lealtad con los amigos. Esta lealtad fue uno de los factores que contribuyeron a su caída, pues se había conquistado la enemistad de Vobis Ken, Jeddak de Toonol, por negarse a asesinar a un hombre que en otros tiempos le había hecho pequeños favores. Vobis Kan empezó a sospechar que Gor Hajus le tenía designado a él mismo para asesinarle. El resultado era inevitable: Gor Hajus fue detenido y condenado a muerte e, inmediatamente después de la ejecución, un agente de Ras Thavas compró el cadáver.
Estos eran los tres hombres que yo había elegido como compañeros de mi gran aventura. Claro está que no había hablado del asunto con ninguno de ellos, pero me parecía que no encontraría dificultad en adquirir sus servicios y su lealtad, a cambio de su total resurrección.
Mi primera tarea estribaba en renovar los órganos de 378-J493.811-P y de Gor Hajus dañados por las heridas que les habían producido la muerte: el primero requería un pulmón nuevo y el otro un corazón, pues el verdugo le había atravesado el suyo con su espada corta. No me atreví a pedir permiso a Ras Thavas para hacer experimentos en aquellos sujetos, por miedo de despertar sus sospechas, en el que, lo más probable sería que los aniquilara; me vi, pues, obligado a proceder con subterfugios. A este efecto, empecé a tomar la costumbre de prolongar mis trabajos de laboratorio hasta altas horas de la noche, requiriendo a veces los servicios de varios esclavos, para que todos se habituaran a verme trabajando a horas tan intempestivas. En la selección de auxiliares escogí a dos de los espías que Ras Thavas me había puesto antiguamente. Aunque no les empleaba en este menester, yo confiaba en que harían partícipe a su amo de mis nuevas actividades. Por el más sencillo procedimiento de sugestión les imbuí la idea de que procedía de aquel modo sólo por amor al trabajo, y por el tremendo interés que Ras Thavas había despertado en mi mente. Algunas noches trabajé con los auxiliares, otras completamente solo, pero tuve cuidado de asegurarme, al día siguiente, de que todo el mundo sabía que había estado operando durante la noche.
Una vez arrojada esta semilla, me dediqué despreocupadamente a trabajar en el cuerpo del guerrero de Fundal y en el del asesino de Toonol. Empecé por el primero: tenía en el pulmón una herida mortal producida por la hoja de mi espada; pero del laboratorio, donde había toda clase de cuerpos fraccionados, saqué un magnífico pulmón, que coloqué en lugar del que yo había matado. El trabajo me ocupó la mitad de la noche y, tan ansioso estaba de terminar mi tarea que, inmediatamente, abrí el pecho de Gor Hajus, para el que había elegido un corazón extraordinariamente fuerte y poderoso; y, trabajando como un forzado, conseguí completar la transferencia antes del amanecer. Había empleado varias semanas en realizar operaciones semejantes, con el fin de especializarme en este trabajo y llevarlo a cabo con rapidez. Por fin estaba ultimada la parte que temí sería la más dificultosa de mi empresa y, después de borrar en lo posible todo rastro de operaciones, excepto la cinta terapéutica que cerraba las incisiones, volví a mi alcoba para poder disfrutar siquiera de unos minutos de descanso, que bien ganados tenía, pidiendo a Dios que no se le ocurriera a Ras Thavas examinar alguno de los sujetos que yo había operado; aunque contaba en que mi aparente franqueza borraría todas las sospechas que pudiera concebir.
Me levanté a la hora de costumbre, y fuí en seguida a las habitaciones de Ras Thavas, quién me recibió de un modo que casi me desconcertó. Durante un minuto me miró fijamente, y luego dijo:
—Anoche trabajaste hasta muy tarde, Vad Varo.
—Sí, algunas noches me pasa lo mismo —contesté en tono indiferente.
—¿Y qué era lo que tan interesado te tenía?
Me sentí como el ratón con quien el gato juega antes de devorarlo.
—He hecho las transferencias de un pulmón y de un corazón. Tan interesado estaba en mi trabajo que el tiempo se me pasó sin sentir.
—Sé que trabajaste casi hasta el amanecer. ¿Te parece prudente?
En aquel momento comprendí que había sido una gran imprudencia, pero le contesté lo contrario.
—Estaba inquieto —continué Ras Thavas—; no podía dormir y por eso me dirigí a tus habitaciones después de la media noche, sorprendiéndome de no encontrarte. Necesitaba alguien con quien hablar: tus esclavos ignoraban dónde pudieras encontrarte, y por eso mandé que te buscaran.
El corazón me dio un vuelco.
—Suponiendo que estarías en alguno de los laboratorios, yo mismo los visité, pero no te vi. Desde que encarne en esta envoltura nueva padezco de insomnio y de inquietud continua, tanto que a veces deseo volver a la antigua. La juventud de mi cuerpo no se compadece con la vejez de mi cerebro. Experimento sensaciones y deseos indignos de la seriedad de mi mente.
—Lo que tu cuerpo necesita es ejercicio —contesté, Es joven, fuerte y viril. Hazle trabajar y verás cómo tu cerebro descansa por la noche.
—Creo que tienes razón —replicó—. He llegado a la misma conclusión que tú. En realidad, al no encontrarte, me dediqué a vagar por los jardines durante una hora o más antes de acostarme, y luego dormí profundamente. Pienso dar el mismo paseo todas las noches en que me acometa el insomnio; también será de buen resultado trabajar como tú en los laboratorios.
Estas noticias no podían ser más inquietantes. La única solución para evitar que me sorprendiera sería permanecer con él.
—Manda a buscarme cuando estés intranquilo —le dije—, y pasearemos y trabajaremos juntos. No debes corretear solo por las noches.
—Bien —contestó—. Así lo haré alguna vez.
Yo deseaba ardientemente que lo hiciera siempre, porque cuando no me buscara sería señal de que estaría en sus habitaciones y me dejaría tranquilo; pero en lo sucesivo tendría que contar con el peligro de que me descubrieran, por lo que decidí apresurar la realización de mis planes, aun arriesgándolo todo.
Aquella noche no tuve ocasión, pues Ras Thavas me mandó llamar a primera hora para pasear por los jardines hasta que el cansancio le rindiera. Como para completar mi trabajo necesitaba una noche entera y el paseo con Ras Thavas duró hasta la media noche, tuve que renunciar a todo por el momento; pero a la tarde siguiente le propuse adelantar la hora del paseo nocturno, con el pretexto de que me gustaría llegar más allá de la muralla para ver de Barsoom algo más que el laboratorio y sus jardines. No tenía muchas esperanzas de que accediera a mí ruego, pero asintió en seguida. Estoy seguro de que en otros tiempos no hubiera consentido en ello, pero la sangre joven de su nuevo cuerpo le había transformado en muchos aspectos.
Nunca había yo traspasado los edificios, ni sabía lo que más allá de ellos se extendía, porque los muros exteriores no tenían ventanas, y por el lado del Jardín habían crecido tanto los árboles, que cerraban por completo el horizonte. Durante algún tiempo recorrimos el jardín exterior, y por fin pregunté a Ras Thavas si no podríamos trasponer la muralla.
—No. Sería una imprudencia.
—¿Por qué?
—Voy a demostrártelo, y de paso te proporcionare una vista del mundo exterior mucho más amplia que la que obtendrías traspasando la muralla. Sígueme.
Me condujo hacia una torre muy alta, que se alzaba al extremo del pabellón mayor del grupo que comprendía el inmenso establecimiento. En el interior de la torre había un pasadizo en espiral, que conducía no sólo hacia arriba, sino también hacia abajo. Por él empezamos a subir pasando ante las puertas de cada piso, hasta que llegamos a la cúspide. A nuestro alrededor se extendía el primer paisaje barsoomiano de alguna importancia que contemplaba desde mi llegada al planeta rojo. Llevaba casi un año terrestre encerrado entre los muros del sangriento laboratorio de Ras Thavas, y aquella vida horrible había llegado a parecerme la cosa más natural del mundo; pero aquella primera visión de un espacio abierto, me despertó unas ansias de libertad que, comprendí había que satisfacer pronto.