El cisne negro (38 page)

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Authors: Nassim Nicholas Taleb

BOOK: El cisne negro
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La estrategia de la haltera

Estoy intentando generalizar la idea de la «haltera» (barra del levantador de pesas) que yo empleaba cuando trabajaba de operador de Bolsa, y que consiste en lo siguiente. Si sabemos que somos vulnerables a los errores de predicción, y si aceptamos que la mayor parte de las «medidas de riesgo» contienen imperfecciones debido al Cisne Negro, entonces nuestra estrategia es mostrarnos tan hiperconservadores e hiperagresivos como podamos, en vez de ser medianamente agresivos o conservadores. En lugar de destinar el dinero a inversiones de «riesgo medio» (¿cómo sabemos que es un riesgo medio?, ¿por lo que dicen los «expertos» que buscan un empleo fijo?), debemos colocar una parte, digamos que entre el 85 y el 90%, en instrumentos extremadamente seguros, por ejemplo las letras del Tesoro, una clase de instrumentos tan seguros como los que seamos capaces de encontrar en todo el planeta. El restante 10 o 15 % lo colocaremos en apuestas extremadamente especulativas lo más apalancadas posible (como las opciones), en especial carteras de capital de riesgo.
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De esta manera no dependemos de los errores de la gestión del riesgo; ningún Cisne Negro nos puede hacer daño más allá de nuestro «suelo», los ahorros que tenemos en inversiones sumamente seguras. O, lo que es lo mismo, podemos tener una cartera especulativa y asegurarla (si es posible) contra, por ejemplo, pérdidas superiores al 15%. Así «cortamos» nuestro riesgo incomputable, aquel que nos resulta perjudicial. En vez de correr un riesgo medio, corremos un riesgo elevado por un lado, y ninguno por el otro. El promedio será un riesgo medio, pero éste constituye una exposición positiva al Cisne Negro. Dicho más técnicamente, se trata de una combinación «convexa». Veamos cómo se puede implementar esto en todos los aspectos de la vida.

«Nadie sabe nada»

Se dice que el legendario guionista William Goldman gritaba «Nadie sabe nada» cuando se refería a la previsión de ventas de las películas. Pero el lector se podrá preguntar cómo alguien de tanto éxito como Goldman puede calcular lo que conviene hacer sin formular predicciones. La respuesta se halla en lo que se entiende como lógica de los negocios en la cabeza. Goldman sabía que no podía prever los sucesos individuales, pero era muy consciente de que lo impredecible, concretamente el hecho de que una película fuera un éxito, le reportaría unos grandísimos beneficios.

Por eso la segunda lección es más agresiva: realmente podemos sacar provecho del problema de la predicción y de la arrogancia epistémica. De hecho, sospecho que los negocios de mayor éxito son precisamente aquellos en que se sabe trabajar con la impredecibilidad inherente, e incluso explotarla.

Recordemos lo que decía sobre la empresa biotecnológica cuyos gestores entendían que la esencia de la investigación está en los desconocidos desconocidos. Además, observemos que se aprovechaban de las «esquinas», esos billetes de lotería gratuitos que hay en el mundo.

Éstos son los trucos (modestos). Pero señalemos que cuanto más modestos sean, más efectivos serán.

a) Primero, establecer una distinción entre las contingencias positivas y las negativas. Debemos aprender a distinguir entre aquellos empeños humanos en los que la carencia de predictibilidad puede ser (o ha sido) extremadamente beneficiosa, y aquellos en los que la incapacidad de entender el futuro fue perjudicial. Hay Cisnes Negros tanto positivos como negativos. William Goldman estaba en el negocio del cine, un negocio de Cisne Negro positivo. Ahí la incertidumbre compensaba de vez en cuando.

Un negocio de Cisne Negro negativo es aquel en que lo inesperado puede golpear con fuerza y herir de gravedad. Si trabajamos en el ejército, en los seguros contra catástrofes o en la seguridad nacional, sólo nos enfrentamos a inconvenientes. Asimismo, como veíamos en el capítulo 7, si estamos en la banca y en las entidades de crédito, es previsible que los resultados sorpresa nos sean negativos. Prestamos dinero y, en el mejor de los casos, recuperamos el préstamo; pero podemos perder todo el dinero si el prestatario falla. En caso de que el prestatario alcance un gran éxito económico, no es previsible que nos ofrezca un dividendo adicional.

Además del cine, otros ejemplos de negocios de Cisne Negro positivo son algunos sectores de la edición, la investigación científica y el capital de riesgo. En estos negocios, uno pierde poco para ganar mucho. Tenemos poco que perder por libro y, por razones completamente inesperadas, cualquier libro dado puede despegar. Los inconvenientes son pequeños y se controlan con facilidad. El problema de los editores, claro está, es que tienen que abonar los libros de forma regular, con lo que sus ventajas son más limitadas y sus inconvenientes grandísimos. (Si pagamos diez millones de dólares por un libro, nuestro Cisne Negro es que no sea un éxito de ventas.) Asimismo, aunque la tecnología puede suponer grandes beneficios, pagar toda la historia contada a bombo y platillo puede reducir la parte positiva y aumentar en extremo la negativa. Es el capitalista de riesgo que invirtió en una compañía especulativa y vendió sus acciones a inversores sin imaginación quien se beneficia del Cisne Negro, no los inversores del «yo también».

En estos negocios, uno tiene suerte si no sabe nada, en particular si los demás tampoco saben nada, pero no son conscientes de ello. Y como mejor nos irán las cosas es si sabemos dónde se encuentra nuestra ignorancia, si somos los únicos que miramos los libros no leídos, por decirlo de alguna manera. Esto encaja con la estrategia de la «haltera» en virtud de la cual nos exponemos al máximo a los Cisnes Negros positivos, al tiempo que seguimos siendo paranoicos sobre los negativos. Para exponerse al Cisne Negro positivo, no hace falta comprender con precisión la estructura de la incertidumbre. Me resulta difícil explicar que cuando tenemos una pérdida limitada debemos ponernos tan agresivos, tan especulativos y, a veces, tan «irracionales» como podamos.

Los pensadores medianamente cultivados establecen una analogía entre este tipo de estrategia y la de reunir «billetes de lotería». Es un completo error. En primer lugar, los billetes de lotería no tienen unos beneficios escalables: lo que puedan rendir tiene un límite superior conocido. Aquí se aplica la falacia lúdica: la escalabilidad de los beneficios de la vida real comparados con los de la lotería hace que el beneficio sea ilimitado o tenga un límite desconocido. En segundo lugar, los billetes de lotería tienen unas reglas conocidas y unas posibilidades bien expuestas y de estilo laboratorio; aquí no conocemos las reglas pero nos podemos beneficiar de esta incertidumbre adicional, ya que no nos puede perjudicar sino sólo beneficiar.
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b) No busquemos lo preciso ni. lo local. Simplemente, no seamos de mentalidad cerrada. El gran descubridor que fue Pasteur, quien dio con la idea de que la suerte favorece a los preparados, comprendió que uno no busca algo concreto cada mañana, sino que trabaja con ahínco para permitir que la contingencia entre en su vida profesional. Como decía Yogi Berra, otro gran pensador: «Hay que tener mucho cuidado si no se sabe adónde se va, porque es posible que no se llegue».

Asimismo, no intentemos predecir Cisnes Negros precisos; eso suele hacernos más vulnerables a los que no hemos previsto. Mis amigos Andy Marshall y Andrew Mays, del Departamento de Defensa, se enfrentan al mismo problema, ya que el ejército tiende a invertir recursos en prever los próximos problemas. Estos pensadores abogan por lo contrario: invertir en estar preparados, no en la predicción.

Recordemos que la vigilancia infinita es sencillamente imposible.

c)Aprovechemos cualquier oportunidad, o cualquier cosa que parezca serlo. Éstas son raras, mucho más de lo que pensamos. Recordemos que los Cisnes Negros tienen un primer paso obligatorio: debemos estar expuestos a ellos. Muchas personas no se dan cuenta de que han tenido un golpe de suerte cuando lo experimentan. Si un gran editor (o un gran tratante de arte, un ejecutivo de la industria cinematográfica, un célebre banquero, un gran pensador) sugiere una cita, cancelemos cualquier cosa que hayamos planeado: es posible que nunca más se nos abra esa ventana. A veces me sorprendo de que sean pocas las personas que se dan cuenta de que estas oportunidades no brotan de los árboles. Recojamos todos los billetes gratuitos que no sean de lotería (esos cuyos beneficios son a largo plazo) que podamos y, una vez que empiecen a ser rentables, no los descartemos. Trabajemos con ahínco, no en algo pesado, repetitivo o mecánico, sino en perseguir esas oportunidades y maximizar la exposición a ellas. Esto hace que el hecho de vivir en ciudades grandes renga un valor incalculable, porque aumentamos las probabilidades de encuentros con la serendipidad. La idea de asentarse en una zona rural alegando que «en la era de Internet» hay buenas comunicaciones, nos aleja de esa fuente de incertidumbre positiva. Los diplomáticos comprenden esto muy bien: las conversaciones informales en los cócteles suelen derivar en grandes avances, y no la seca correspondencia o las conversaciones telefónicas. Vayamos a las fiestas. Si somos científicos, tal vez captemos una observación que prenda la mecha de nuevas investigaciones. Y si somos autistas, mandemos a nuestros colegas a esos eventos.

d) Tengamos cuidado con los planes precisos de los gobiernos. Como decíamos en el capítulo 10, dejemos que los gobiernos predigan (ello hace que los funcionarios se sientan mejor consigo mismos y justifica su existencia), pero no nos creamos nada de lo que dicen. Recordemos que a estos funcionarios les interesa sobrevivir y autoperpetuarse, no llegar a la verdad. Esto no significa que los gobiernos sean inútiles, sólo que uno debe mantenerse alerta ante sus efectos secundarios. Por ejemplo, quienes regulan el negocio de la banca son propensos a sufrir un grave problema de experto, y tienden a asumir riesgos de forma temeraria (pero oculta). Andy Marshall y Andy Mays me preguntaron si el sector privado sabría prever mejor. Lamentablemente, no. Una vez más, recordemos la historia de los bancos que esconden riesgos explosivos en sus carteras. No es buena idea fiarse de las corporaciones en asuntos tales como los sucesos raros, porque la actuación de esos ejecutivos no es observable a corto plazo, y además apostarán por el sistema que muestre buenos rendimientos para así poder recibir su paga extra anual. El talón de Aquiles del capitalismo es que si se hace que las empresas compitan, a veces es la que está más expuesta al Cisne Negro negativo la que parecerá estar en mejores condiciones de sobrevivir. Recordemos también de la nota a pie de página sobre el descubrimiento de Ferguson, en el capítulo 1, que los mercados no son buenos predictores de las guerras, Ninguno en particular es un buen indicador de nada. Lo siento.

e) Como dijo en cierta ocasión el gran filósofo de la incertidumbre Yogi Berra, «hay personas a las que, si no aún lo saben, no se lo puedes decir». No desperdiciemos el tiempo intentando luchar contra los vaticinadores, los analistas de Bolsa, los economistas y los científicos sociales, a no ser para gastarles alguna broma. Es muy fácil reírse de ellos, y muchos se enfadan enseguida. No tiene sentido lamentarse de la impredecibilidad: la gente seguirá haciendo previsiones de forma alocada, especialmente si se les paga por ello, y no se puede acabar con los fraudes institucionalizados. Si alguna vez tenemos que hacer caso de una previsión, no olvidemos que su precisión se degrada con el paso del tiempo.

Si oímos que un «prominente» economista emplea la palabra equilibrio, o la expresión distribución normal, no discutamos con él; limitémonos a ignorarle, o intentemos colarle un ratón debajo de la camisa.

La gran asimetría

Todas estas recomendaciones tienen un punto en común: la asimetría. Pensemos en las situaciones donde las consecuencias favorables sean mucho mayores que las desfavorables.

Se trata de la idea de los resultados asimétricos, que es la idea central de este libro: nunca llegaremos a conocer lo desconocido ya que, por definición, es desconocido. Sin embargo, siempre podemos imaginar cómo podría afectarme, y sobre este hecho debería basar mis decisiones.

A esta idea se la suele llamar erróneamente la apuesta de Pascal, por el filósofo y matemático (reflexivo) Blaise Pascal. Este expuso algo así: no sé si Dios existe, pero sé que nada tengo que ganar por ser ateo si no existe, mientras que tengo mucho que perder si Dios existe. Así pues, esto justifica mi creencia en Dios.

La argumentación de Pascal está gravemente viciada desde el punto de vista teológico: hay que ser muy ingenuo para pensar que Dios nos castigará por nuestras falsas creencias. A menos que, naturalmente, uno adopte la muy restrictiva idea de un Dios ingenuo. (Se dijo que Bertrand Russell afirmó que Dios tendría que haber creado a los locos para que la argumentación de Pascal se sostuviera.)

Pero la idea que se esconde detrás de la apuesta de Pascal tiene unas aplicaciones fundamentales fuera de la teología, pues lleva consigo toda la idea de conocimiento. Elimina la necesidad de entender las probabilidades de un suceso raro (el conocimiento que podamos tener de ellas tiene unas limitaciones fundamentales), y por tanto podemos centrarnos en las compensaciones y los beneficios de un suceso cuando tiene lugar. Las probabilidades de los sucesos raros no son computables; el efecto que un suceso produce en nosotros es considerablemente más fácil de afirmar (cuanto más raro sea el suceso, más confusas serán las probabilidades). Podemos tener una idea clara de las consecuencias de un suceso, aun en el caso de que no sepamos la probabilidad de que ocurra. Desconozco las probabilidades de que se produzca un terremoto, pero puedo imaginar cómo afectaría a San Francisco si se produjera. Esta idea según la cual para tomar una decisión tenemos que centrarnos en las consecuencias (que podemos conocer) más que en la probabilidad (que no podemos conocer) es la idea fundamental de la incertidumbre. Gran parte de mi vida se basa en ella.

Sobre esta idea se puede construir toda una teoría general de la toma de decisiones. Todo lo que hay que hacer es mitigar las consecuencias. Como dije antes, si mi cartera de valores está expuesta a un crac de la Bolsa, cuyas probabilidades no puedo computar, todo lo que tengo que hacer es disponer de un seguro, o salirme de la Bolsa e invertir las cantidades que no estoy dispuesto a perder en modo alguno en valores menos arriesgados.

De hecho, si el libre mercado ha tenido éxito es precisamente porque permite el proceso de ensayo y error que yo llamo «ajustes estocásticos» por parte de los operadores individuales en competencia que caen en manos de la falacia narrativa, pero que en realidad forman parte colectiva de un gran proyecto. Progresivamente vamos aprendiendo a practicar los ajustes estocásticos aunque sin saberlo, gracias a emprendedores excesivamente confiados, inversores ingenuos, ávidos banqueros de inversión y agresivos capitalistas de riesgo, reunidos todos ellos por el sistema de libre mercado. En el capítulo siguiente expongo por qué soy optimista respecto al hecho de que la academia esté perdiendo su poder y su capacidad para poner camisas de fuerza a los conocimientos, y de que se generen más conocimientos fuera de lo establecido, al estilo wiki (un sitio web cuyo contenido puede editar cualquiera que tenga acceso a él).

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