El Club del Amanecer (9 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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—No es ella.

—Ya lo he entendido —dice Boone, mientras piensa: «Estuvo bien mientras duró»—. Entonces, ¿quién es?

—No lo sé.

Boone sacude la cabeza para asegurarse de haberla oído reconocer que había algo que no supiera y dice:

—Tendremos que averiguarlo.

—¿Y cómo lo haremos?

—No lo haremos —dice Boone—. Lo haré yo.

Es que Boone lo sabe perfectamente: cuando uno quiere averiguar algo de física, recurre a Stephen Hawking; cuando quiere saber algo de baloncesto, recurre a Phil Jackson, y, cuando quiere indagar acerca de mujeres cuya profesión consiste en quitarse la ropa, recurre a…

Capítulo 21

David el Adonis está sentado en lo alto de su torre de socorrista en Pacific Beach, observando atentamente a dos chicas jóvenes que caminan por la playa.

—Se les ven las marcas del bronceado y son recientes —dice David a Boone, que está sentado a su lado en la torre, infringiendo quién sabe cuántas normas. La rubia con un buen par de tetas y un ligero sobrepeso y la morena, más alta y más delgada, pasan frente a ellos en aquel momento—. No cabe duda de que son
Barbies
de las llanuras. Yo diría que de Minnesota o Wisconsin, secretarias recepcionistas y comparten una habitación doble. Suponen un desafío, pero seguro que vale la pena.

—David…

—Tengo necesidades, Boone, y no me avergüenzo de ellas. —Sonríe—. Bueno, la verdad es que sí que me avergüenzo de ellas, pero…

—Eso no supone ningún obstáculo.

—Pues no.

David es una leyenda viviente, como socorrista y también como amante. En esta categoría, es un cinturón negro, décimo
dan
, del kata horizontal. Ha estado en contacto con la piel de más turistas que el protector solar. Según Johnny Banzai, David figura —junto con el Mundo Marino— entre las atracciones que mencionan los folletos de la Cámara de Comercio.

—En serio —ha dicho Johnny—: van a ver el espectáculo de Shamu, van a ver los pandas del zoo y se echan un polvo con David.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de las turistas? —pregunta David a Boone en aquel momento.

La lista de respuestas posibles es tan larga que Boone se limita a decir:

—¿Qué?

—Que se marchan.

Es cierto. Vienen a pasárselo bien, David contribuye a ello y después vuelven a su casa, que por lo general queda a miles de kilómetros. Se marchan, pero sin enfadarse. David les parece igual de encantador cuando se acuestan con él que cuando no las lleva al aeropuerto.

Hasta lo dan como referencia.

¡En serio! Vuelven a casa y dicen a sus amigas:

—Si vas a San Diego, no dejes de buscar a David.

Y ellas lo hacen.

—¿No te da la impresión de que te regalas, de que te están usando? —le preguntó Sunny una mañana, mientras esperaban una ola.

—Pues sí —dijo David—, pero también tiene algunos inconvenientes.

Aunque en aquel momento no se le ocurrió ninguno.

En realidad, fue David el Adonis el que empezó a usar la palabra
betty
para referirse a una tía buena y así fue como ocurrió:

El Club del Amanecer estaba en el mar una mañana en la que la superficie del agua estaba completamente lisa y había que esperar muchísimo entre una serie de olas y la siguiente, de modo que dispusieron de suficiente tiempo para mantener una conversación de infausta memoria y pésimo gusto sobre el personaje de dibujos animados con el cual más les gustaría tener relaciones sexuales.

Se habló mucho de Jessica Rabbit, aunque Johnny Banzai prefería a Blancanieves y el Doce Dedos reconoció que le gustaban las dos chicas de
Scooby-Doo
. Sunny se debatía entre Batman y Superman —el misterio frente a la resistencia— y, mientras ella trataba de decidirse, David quedó inmortalizado en la cultura del surf cuando soltó:

—Betty Mármol.

Por un momento reinó un silencio anonadado, hasta que Boone dijo:

—¡Qué morbo!

—¿Por qué morbo? —preguntó David.

—Porque sí.

—Pero ¿por qué? —preguntó Johnny Banzai a David—. ¿Por qué Betty Mármol?

—Seguro que es fantástica en la cama —replicó David con calma y a todo el mundo le resultó evidente que había reflexionado mucho sobre el tema—. Os aseguro que las histéricas sexuales menuditas, cuando se sueltan…

—¿Y cómo sabes tú que es una histérica sexual? —preguntó Sunny, pasando por alto que estaban hablando de un personaje literalmente unidimensional que solo existía en el ficticio pueblo prehistórico de, ejem, Piedradura.

—Porque Pablo no cumple con sus obligaciones —respondió David sin inmutarse.

En cualquier caso, más o menos media hora después apareció en la playa una morena menudita. Johnny Banzai la vio, sonrió burlonamente a David y se la señaló.

David asintió:

—Una auténtica
betty
—dijo.

Era un hecho.

Aquel producto específico de la imaginación pervertida de David quedó incorporado al léxico del surf y a partir de entonces cualquier mujer deseable, sea cual fuere su estatura o el color de su pelo, se convirtió en una
betty
.

Sin embargo, David también es legendario como socorrista y con razón.

Los chavales de San Diego hablan de los socorristas como los chavales de la ciudad de Nueva York comentan sobre los jugadores de béisbol. Son sus modelos, sus héroes, los tíos que admiran y a los que quieren parecerse. Un gran socorrista, sea hombre o mujer, es sencillamente la persona de por ahí que mejor se mueve en el agua y David es uno de los grandes.

Pongamos como ejemplo el día en que se formó aquella corriente de resaca; era fin de semana —parece que estas cosas siempre pasan los fines de semana, cuando hay mucha gente en el agua— y arrastró a once personas. Todas consiguieron regresar, porque David estaba allí casi antes de que ocurriera. Echó a correr hacia el mar en cuanto empezó y coordinó a su equipo con tanta eficacia y sangre fría que lograron tender una cuerda más allá de la corriente y pescaron con ella a los once.

O aquella vez que un buceador equipado con un tubo quedó atrapado bajo el agua en un banco de algas que se había acercado a la orilla más que de costumbre. David se dio cuenta por el color del agua, salió con un cuchillo, se sumergió y soltó al tío. Lo llevó hasta la orilla y le practicó la respiración boca a boca, con lo cual el buzo, que, si David no fuese tan buen nadador, se habría ahogado o, como mínimo, habría sufrido algún daño cerebral, tan solo flipó.

O, si no, está el famoso cuento del tiburón de David.

Un día, David está en el agua, enseñándole a un socorrista joven algunos de los lugares más peligrosos. Están subidos a una de esas tablas que usan los socorristas, unos tablones de color rojo brillante del tamaño de una barca pequeña, remando hacia el sur a través del largo ángulo de costa que se extiende desde La Jolla Shores hasta La Jolla Cove, cuando, de pronto, el joven socorrista se sienta bien erguido en su tabla, pálido como un muerto.

David mira hacia abajo y ve la sangre que mana de la pierna derecha del muchacho y cae al agua y enseguida comprende el motivo. Un gran tiburón blanco que recorre la cala en busca de su plato favorito ha confundido la pierna del novato, cubierta por el traje de neopreno, con una foca y le ha pegado un mordisco. El tiburón regresa, dando vueltas en círculo, para acabar el almuerzo.

David se interpone entre ellos y —quien lo cuenta no es David, sino el bisoño— se sienta bien erguido, pega un puntapié al tiburón en el morro y le dice:

—Largo de aquí.

Le pega otro puntapié y repite:

—Te he dicho que muevas tu puto culo y desaparezcas.

Y el tiburón le hace caso.

Da una voltereta y sale pitando.

Entonces David corta la correa de su tabla, le hace al novato un torniquete en la pierna y lo lleva a remolque hasta la orilla. Lo mete en una ambulancia, anuncia que tiene hambre y va a pie hasta La Playa a comer una hamburguesa en la hamburguesería de Jeff.

Así es David.

(«¿Sabes lo que hice después de comerme la hamburguesa? —le confesó David a Boone—. Fui al cubo que hay junto a la torre treinta y ocho y, del miedo que había pasado, lo vomité todo, tío.»)

Los aspirantes a socorristas hacen todo lo posible ya sea para asistir a las clases de formación de David o para eludirlas. Los que tienen grandes aspiraciones lo quieren como instructor; en cambio, los que se conforman con ir tirando lo evitan como al sarpullido que provoca el traje de neopreno.

Es que David es brutal.

Procura suspenderlos por todos los medios y, dentro de los límites de la legalidad, hace todo lo que puede para sacar a la luz sus puntos débiles: físicos, mentales o emocionales.

—Si van a fracasar —le dijo un día a Boone, mientras los dos observaban a los alumnos de una de sus clases que hacían abdominales bajo el agua, en el rompiente—, prefiero que sea ahora y no cuando algún pobre pato mareao a punto de ahogarse necesite que triunfen.

Esa es la cuestión, porque, por más que la resaca haya arrastrado a veinte personas o haya sangre en el agua y tiburones dando vueltas en círculos, un socorrista tiene que situarse en medio de aquel caos más fresco que una lechuga y preguntar a la gente con tono sereno si les apetece regresar a la orilla, vamos, como si no hubiera ninguna prisa.

Porque en el agua lo que mata a más gente es el pánico.

Se bloquean y hacen estupideces, como tratar de luchar contra la marea o nadar exactamente en la dirección contraria o ponerse a agitar los brazos hasta agotarse. Si se limitaran a tranquilizarse y a hacer el muerto o a flotar, mientras esperan a que llegue la caballería, el noventa y nueve por ciento de las veces no pasaría nada, pero el pánico se apodera de ellos y les da un soponcio y entonces no hay nada que hacer, a menos que haya por allí un socorrista tranquilo y sereno que los ayude a volver.

Por eso David sigue tratando de reclutar a Boone.

Sabe que Boone Daniels sería un socorrista extraordinario. Boone es un hombre de agua por naturaleza, con un cacumen oceánico rayano en lo genial, y un nadador incansable, con un cuerpo musculoso, porque sale a surfear todos los días. En cuanto a ser tranquilo, Boone es la tranquilidad en persona.

El gen del pánico pasó de largo a su lado.

Y no se trata de una mera especulación por parte de David, sino que Boone estaba presente el día que la corriente de resaca arrastró a toda aquella gente. Se encontraba allí por casualidad, dándole a la sinhueso con David, y se metió a propósito en una corriente así a chapotear por ahí, tranquilizando a los turistas aterrorizados, sosteniendo a los que estaban a punto de hundirse, sonriendo y riendo como si estuviera en una piscina de agua caliente para niños.

David no olvidará jamás lo que oyó a Boone decirle a la gente mientras el socorrista y su equipo se esforzaban desesperadamente por salvar vidas:

—¡Eh! ¡No os preocupéis, que aquí tenemos al mejor equipo del mundo para llevarnos a la orilla!

—¿Qué te trae por mis dominios? —le pregunta David.

—Negocios.

—En cuanto estés dispuesto a firmar sobre la línea de puntos —dice David—, tengo trabajo para ti. En menos de un mes podrías estar luciendo un traje de baño anaranjado fluorescente y super guay como este.

Es un chiste entre ellos: por qué el traje de baño que usan los socorristas, los chalecos salvavidas y hasta las balsas salvavidas se fabrican precisamente del color que, según las investigaciones, más atrae a los tiburones. El anaranjado fluorescente es irresistible para el tiburón blanco.

—Posees un conocimiento enciclopédico de las estríperes locales —dice Boone.

—Y muchos piensan que eso es fácil —dice David—. No se dan cuenta de la cantidad de horas, la dedicación…

—Los sacrificios que haces.

—… los sacrificios, sí —coincide David.

—Pero yo sí.

—Te lo agradezco mucho, Boone —dice David—. ¿En qué puedo ayudarte?

Boone no está seguro de que pueda, aunque confía en que sí, porque la muerta que estaba junto a la piscina tenía el típico pelo cardado de las estríperes, además de cuerpo de estríper, y, por la experiencia de Boone, las estríperes tienen amigas que también son estríperes, un poco porque tienen horarios fuera de lo común, pero también porque las mujeres que no son estríperes no quieren tener amigas que lo sean, por temor a que las bailarinas les roben el novio.

De modo que pone a prueba la posibilidad de que la fulana sea una estríper.

—Tengo que identificar a una bailarina —dice Boone—: pelirroja, un par de tetas de confección y un ángel tatuado en la muñeca izquierda.

—Eso está chupado —dice David—: Angela Hart.

—¿Angel Heart? ¿Corazón de ángel?

—Es su nombre artístico —dice David—. ¿Qué pasa con ella?

—¿Es… digamos que… amiga tuya?

—Un caballero no cuenta esas cosas, Boone —dice David—, pero has adoptado un tono muy serio. ¿A qué se debe?

—Es que está muerta.

David se queda mirando fijamente el océano. Las olas empiezan a agrandarse, el mar se encrespa y el agua adquiere un tono gris oscuro.

—¿Cómo ha muerto? —pregunta David.

—Podría ser suicidio.

David sacude la cabeza.

—Angela no. Era una fuerza de la naturaleza.

—¿Trabajó alguna vez en Silver Dan’s?

—¿Acaso no lo han hecho todas?

—¿Era amiga de una chica llamada Tammy?

—Eran íntimas —dice David—. ¿Qué tiene ella que ver con esto?

—No lo sé aún.

David asiente.

Boone y él contemplan juntos el mar. Boone no quiere precipitar las cosas. Sabe que su amigo se lo está pensando detenidamente y, además, el mar nunca te aburre: siempre es igual, pero siempre es diferente.

Finalmente, David dice:

—Angela era puro néctar. Si necesitas ayuda para averiguar quién la mató, avísame.

—No te preocupes.

David ha vuelto a sus prismáticos, a vigilar a las
Barbies
de la llanura hasta que regresan a la habitación de su hotel.

Boone sabe que las mira, pero que en realidad no las ve.

Capítulo 22

Boone no se ha alejado demasiado de la torre del socorrista.

Va caminando por la tarima del paseo marítimo hacia su coche, cuando ve venir, montado en una moto de motocross infantil con unos neumáticos más gruesos que la reina de un baile de fin de curso de Kansas, ni más ni menos que a…

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