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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El fin de la eternidad (4 page)

BOOK: El fin de la eternidad
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—Tengo la impresión de que usted ha desarrollado su propia filosofía de la Historia, un punto de vista original.

La tentación fue demasiado fuerte para Harlan. La vanidad y la prudencia lucharon por un momento en su mente, y la primera ganó la batalla.

—He estudiado Historia Primitiva, señor.

—¿Historia Primitiva? ¿En la academia?

—No exactamente, Programador. Por mi cuenta. Es... una afición. ¡Es como contemplar la Historia inmóvil, sin Cambios, congelada! La Historia Primitiva puede ser estudiada con todo detalle, mientras que los Siglos de la Eternidad son siempre cambiantes —fue entusiasmándose a medida que hablaba de su tema favorito—. Es como si pudiéramos tomar una serie de vistas fijas de un libro filmado y las estudiáramos con minuciosidad. Se observan muchos detalles que pasan inadvertidos cuando contemplamos la película en movimiento. Creo que esto me ayuda mucho en mi trabajo.

Finge le miró con sorpresa, abrió los ojos un poco y salió del despacho sin replicar palabra.

Después de aquello volvió a hablarle, en ocasiones, del tema de la Historia Primitiva, y aceptó las respuestas que Harlan le daba de no muy buena gana, sin que su redondo rostro mostrase ninguna expresión.

Harlan no estaba seguro de si arrepentirse de su franqueza o considerar el asunto como un posible mérito para adelantar en su carrera.

Decidió que la primera alternativa era la más acertada, un día que se cruzaron en el Pasillo A, cuando Finge le dijo súbitamente y de modo que pudieran oírle los demás:

—¡Por Cronos, Harlan! ¿Es que no saluda usted nunca?

Después de aquello, Harlan se convenció que Finge le detestaba. Sus propios sentimientos hacia él se aproximaban al odio.

A los tres meses de estudiar la Realidad actual del 482.°, Harlan había ya agotado todos los hechos y detalles dignos de mención. Por ello no le sorprendió recibir orden de presentarse inmediatamente en el despacho de Finge. Hacía días que esperaba que le asignaran otra misión, una vez presentado su resumen final. El Siglo 482 deseaba exportar más tejidos de celulosa a los Siglos que no contaban con grandes bosques, como por ejemplo el 1174.°, pero no quería recibir pescado ahumado a cambio. El informe detallaba una larga lista de artículos por orden de prioridad y con sus recomendaciones.

Tomó el borrador de su informe para llevarlo consigo al despacho de Finge.

Pero durante la entrevista no se habló del Siglo 482. A su llegada Finge le presentó a un hombre bajito y delgado, con la cara llena de finas arrugas, escaso cabello blanco y expresión astuta, que durante toda la conversación mantuvo en perpetua sonrisa. Aquella sonrisa traslucía extremos de nerviosismo y de jovialidad, sin llegar a desaparecer en ningún momento. El hombre sostenía entre dos dedos manchados de amarillo un cigarrillo encendido.

Era el primer cigarrillo que veía Harlan; a no ser por este motivo, se habría fijado más en el hombre y menos en el humeante cilindro, y la presentación de Finge no le habría cogido desprevenido.

Finge dijo:

—Jefe Programador Twissell, éste es el Observador Andrew Harlan.

Los ojos de Harlan, espantados, pasaron del cigarrillo al rostro del Jefe de la Eternidad.

El Jefe Programador Twissell dijo con voz aguda:

—¿Cómo está usted? ¿De manera que éste es el joven que escribe esos magníficos informes?

Harlan no pudo articular palabra. Laban Twissell era una leyenda viviente, un hombre a quien se reconocía en el acto. Era el principal Programador de la Eternidad, lo que en otras palabras significaba que era el más eminente de los Eternos. Era el Presidente del Gran Consejo Pantemporal. Había dirigido más Cambios de Realidad que ningún otro hombre en la historia de la Eternidad. Sus títulos y sus éxitos no tenían fin.

La serenidad había desertado de la mente de Harlan. Asintió con la cabeza, sonrió con expresión confusa y no dijo nada.

Twissell se llevó el cigarrillo a los labios, le dio una rápida chupada y exhaló el humo.

—Déjenos solos, Finge. Quiero hablar con el muchacho. Finge se levantó, murmuró algo entre dientes y salió del despacho.

—Parece nervioso, muchacho —dijo Twissell—. No tiene por qué preocuparse.

Pero el encontrarse cara a cara con Twissell había sido demasiado para Harlan. Siempre desconcierta el descubrir que alguien a quien uno miraba como a un gigante, no mide en realidad sino un metro sesenta de estatura. ¿Era posible que aquella cabeza medio calva albergase el cerebro de un genio? Aquellos ojos astutos, rodeados de arrugas, ¿relucían por efecto de una aguda inteligencia, o era solo que su propietario estaba de buen humor?

Harlan no sabía qué pensar. El cigarrillo parecía dispersar los restos de su lucidez. Se echó un poco atrás cuando le alcanzó una volunta de humo.

Los ojos de Twissell se estrecharon como si tratase de ver a través de la humareda de su cigarrillo, y continuó en el dialecto del Siglo 100, con un acento horrible:

—¿Es que mejor entenderá si hablar en su suyo dialecto, muchacho?

A punto de estallar en una risa histérica, Harlan contestó con prudencia:

—Puedo hablar el Idioma Pantemporal perfectamente, señor.

Pronunció correctamente la frase en el Pantemporal que él y los demás Eternos usaban desde su aprendizaje en la Eternidad.

—Tonterías —dijo Twissell, imperioso—. Mí no preocupar de Intertemporal. Mi habla de Milenio Diez es mucho perfecta.

Harlan se dio cuenta de que por lo menos hacía cuarenta años desde que Twissell usaba de los dialectos hipotemporales.

Satisfecho por haber demostrado sus conocimientos de idiomas, Twissell siguió hablando en Pantemporal.

—Le ofrecería un cigarrillo, pero estoy seguro de que no fuma. El fumar ha sido mirado como una costumbre reprobable en casi todos los Tiempos de la Historia. En realidad, solo se consiguen buenos cigarrillos en el Siglo Setenta y dos; los importan especialmente para mí. Le aconsejo que vaya a buscarlos allí, si se decide a convertirse en fumador. Es muy triste. Ahora nadie fuma, ni siquiera en la Sección de la Eternidad destinada al Siglo Ciento veintitrés. Los Eternos de aquella Sección han adoptado las costumbres locales. Si encendiera un cigarrillo se pondrían furiosos. A veces pienso que me gustaría calcular un gran Cambio de Realidad y hacer desaparecer los prejuicios contra el tabaco de todos los Siglos. Pero me lo impide la seguridad que un Cambio semejante produciría una gran guerra en el Cincuenta y ocho o una sociedad esclavista en el Mil. Todo tiene sus inconvenientes.

Al principio, Harlan estaba confuso, pero luego despertó su aprensión. Seguro que aquellas divagaciones ocultaban algo.

Tenía la garganta seca. Al fin pudo decir:

—¿Puedo preguntar por qué ha solicitado mi presencia, señor?

—Me gustan sus informes, muchacho. Hubo un destello de placer en los ojos de Harlan, pero no sonrió.

—Tienen el toque del artista. Usted tiene intuición, sabe captar las cosas. Creo que sé cual es el puesto adecuado para usted en la Eternidad, y he venido a ofrecérselo.

Harlan pensó: «No puedo creerlo».

Reprimió la nota de triunfo en su voz y dijo:

—Es un gran honor para mí, señor.

En aquel momento el Jefe Programador Twissell, habiendo acabado su cigarrillo, hizo aparecer otro en su mano izquierda como por arte de prestidigitación y lo encendió. Exhaló un par de nubes de humo y dijo:

—¡Por vida de Cronos, muchacho! Habla como si recitase en el teatro. ¡Gran honor! ¡Bah, tonterías! Dígame en palabras sencillas lo que le parece. Está contento, ¿no es así?

—Sí, señor —dijo Harlan con precaución.

—Bien; es lo normal. ¿Qué le parecería llegar a ser Ejecutor?

—¡Ejecutor! —exclamó Harlan, saltando de su asiento.

—Siéntese, siéntese. Parece sorprendido.

—Nunca he pensado en especializarme como Ejecutor, Programador Twissell.

—Nadie lo piensa —dijo Twissell secamente—. Todos esperan llegar a ser algo, menos eso. Por eso los Ejecutores son difíciles de encontrar y siempre hay puestos vacantes. Ni una sola Sección de la Eternidad tiene los que necesita.

—No creo reunir las condiciones necesarias.

—Quiere decir que no quiere aceptar un puesto difícil. ¡Por Cronos! Si desea servir a la Eternidad, como creo que desea, las dificultades del puesto no deben importarle. Y tendrá la satisfacción de saber que le necesitamos, y mucho. Especialmente yo.

—¿Usted, señor? ¿Usted especialmente?

Hubo un reflejo de astucia en la sonrisa del anciano.

—No será un simple Ejecutor. Será mi Ejecutor personal. Tendrá una categoría especial. ¿Qué le parece ahora?

—No lo sé, señor —dijo Harlan—. Es posible que no reúna condiciones para desempeñar ese puesto. Twissell meneó la cabeza con decisión.

—Yo le necesito. Le necesito a usted. Sus informes y su trabajo me aseguran de que tiene en su cabeza lo que yo necesito. —Se golpeó la frente con el índice—. Su hoja de servicios como Aprendiz es buena; las Secciones en donde ha trabajado como Observador informan favorablemente. Pero lo que me ha convencido ha sido el informe de Finge.

Harlan se sorprendió.

—¿Me es favorable el informe del Programador Finge?

—¿Acaso esperaba lo contrario?

—Pues... no lo sé.

—Bien, muchacho, no he dicho que le fuese favorable. He dicho que me había convencido. En realidad, el informe de Finge no habla a su favor. Recomienda que se le releve de todas las misiones relativas a Cambios de Realidad, y sugiere que se le traslade al Servicio de Mantenimiento.

Harlan enrojeció.

—¿Qué motivos tiene para decir eso?

—Por lo visto tiene usted una afición, muchacho. ¿Le interesa la Historia Primitiva, verdad?

Hizo un ademán con su cigarrillo. En su irritación, Harlan se olvidó de contener el aliento, respiró humo y se vio sacudido por un incontenible acceso de tos.

Twissell esperó con calma a que cesara la tos de Harlan y luego continuó:

—¿No es cierto?

—El Coordinador Finge no tiene derecho... —empezó Harlan.

—Tranquilo, hombre. Le he hablado de ese informe porque guarda relación con el trabajo que va a desempeñar para mí. De hecho, el informe era confidencial y secreto, y debe olvidar lo que le he dicho sobre él. Olvidarlo completamente, muchacho.

—Pero ¿qué hay de malo en mi interés hacia la Historia Primitiva?

—Finge opina que su afición demuestra un fuerte Complejo de Retorno. ¿Me comprende ahora, muchacho?

Harlan le comprendía, en efecto. Todo el mundo llegaba a conocer algo de la jerga psiquiátrica. Sobre todo, aquella frase. Se suponía que todos los miembros de la Eternidad sentían una fuerte tendencia, tanto más poderosa por cuanto estaban oficialmente prohibidas todas sus manifestaciones, a regresar, no necesariamente a su propio Siglo, pero cuando menos a un Tiempo definido; a formar parte de un Siglo, en vez de pasar incesantemente a través de todos ellos. Desde luego, en la mayor parte de los Eternos, aquella tendencia permanecía siempre oculta en el subconsciente.

—No creo que sea éste mi caso —dijo Harlan.

—Tampoco yo lo creo. Opino que su afición es interesante y de mucho valor para nosotros. Como le he dicho, por ella me interesa usted. Quiero que enseñe a un Aprendiz que le traeré, todo cuanto sepa y cuanto pueda averiguar sobre Historia Primitiva. Durante el tiempo que le quede libre será mi Ejecutor personal. Ocupará su nuevo cargo dentro de unos días. ¿Está conforme? ¿Conforme? ¿Tener permiso oficial para estudiar cuanto pudiera sobre los años anteriores a la Eternidad? ¿Estar personalmente asociado con el más distinguido de los Eternos? Hasta los aspectos desagradables del cargo de Ejecutor eran soportables bajo aquellas condiciones.

Su cautela, sin embargo, no le abandonó por completo, y dijo:

—Si es necesario para el bien de la Eternidad, señor...

—¿Para el
bien
de la Eternidad? —exclamó con súbita agitación el pequeño Programador, arrojando su colilla tan bruscamente, que chocó contra la pared y rebotó en medio de una lluvia de chipas—. Le necesito para la misma
existencia
de la Eternidad.

3
El Aprendiz

H
arlan pasó varias semanas en el Siglo 575 antes de conocer a Brinsley Sheridan Cooper. Tuvo tiempo de acostumbrarse a su nuevo alojamiento, a la higiene y claridad del cristal, a la porcelana. Aprendió a llevar el emblema de Ejecutor sin avergonzarse, y a no empeorar la situación como hacían otros, cuando se colocaban la insignia de manera que la volvían hacia una pared o la tapaban con cualquier otro objeto que llevasen.

Los demás sonreían con desprecio cuando se daban cuenta de tales añagazas y su actitud se hacía aún más desdeñosa, como si sospechasen que ello fuese un intento de ganarse amigos por medio del fingimiento.

El Jefe Programador Twissell le presentaba diversos problemas diariamente. Harlan los estudiaba y preparaba sus análisis en borradores que rehacía cuatro o cinco veces, entregando la versión final sin estar muy convencido.

Twissell los examinaba meneando la cabeza y al final decía:

—Bien, vamos a ver.

Luego, sus cansados ojos azules miraban rápidamente a Harlan y su sonrisa se hacía fría mientras decía:

—Voy a comprobar sus conjeturas en la Computaplex.

Siempre llamaba «conjeturas» a los análisis de Harlan. Nunca le comunicó el resultado de sus comprobaciones en la Computaplex, y Harlan no se atrevía a preguntar. Le decepcionaba el que nunca fuesen puestas en práctica las recomendaciones de sus análisis. ¿Sería que la Computaplex daba unos resultados diferentes, o que él había seleccionado un punto equivocado para la inducción del Cambio de Realidad? Quizá le faltaba habilidad para encontrar el Cambio Mínimo Necesario dentro de los límites señalados. (Le costó mucho tiempo acostumbrarse a pronunciar aquella frase por sus iniciales, diciendo simplemente CMN.)

Un día Twissell vino a verle junto con un joven de aspecto tímido, que a duras penas se atrevía a levantar los ojos para mirar a Harlan.

—Ejecutor Harlan —dijo Twissell—, éste es el Aprendiz B. S. Cooper.

Automáticamente Harlan dijo:

—Encantado.

Examinó el aspecto de aquel hombre y lo que vio le dejó indiferente. El joven era más bien de corta estatura, con negros cabellos peinados con raya en el medio. Tenía la barbilla estrecha y sus ojos eran de color castaño indefinible, mientras que sus orejas eran algo grandes y sus uñas mostraban señales de ser mordidas con frecuencia.

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