Aquello reforzaba su posición, pero igual que se había equivocado en aquello podía estar equivocado en otras cosas. Por lo tanto, no debía dejar nada al azar. ¡Tenía que asegurarse!
Harlan dijo tranquilamente, casi con indiferencia:
—También yo tengo una gran responsabilidad, ahora que conozco la verdad.
—¿Y por qué?
—¿Hasta qué punto es sólida la situación? Supongamos que ocurriese algo inesperado, y que yo no asistiera a una clase en la que debiera enseñarle a Cooper algo vital.
—No le comprendo.
(Eran imaginaciones de Harlan, o en los ojos del anciano Programador había aparecido una chispa de alarma.)
—Quiero decir que el círculo puede romperse. Déjeme explicarle. Si alguien me envía al hospital de un golpe inesperado en la cabeza, en un momento en que la Memoria diga claramente que estoy bien y en plena actividad, podemos esperar que toda la trama se deshaga. O supongamos que, por alguna razón, yo decida deliberadamente no seguir las instrucciones de la Memoria. ¿Qué pasaría entonces?
—¿Quién le ha metido estas ideas en la cabeza?
—Parece lógico. Creo entender que yo mismo puedo romper el círculo con una acción descuidada o deliberada, y entonces ¿cuál será el resultado? ¿Destruir la Eternidad? Es posible. Y si es así —añadió Harlan tranquilamente— creo que debe decírmelo para que yo evite el cometer ninguna imprudencia. Aunque supongo que se necesitarían unas circunstancias bastante extraordinarias para que yo cometiese alguna torpeza en un proyecto de tanta importancia.
Twissell rió, pero la risa sonó falsa y forzada en los oídos de Harlan.
—Todo esto es teórico, muchacho —dijo—. Nada de lo que dice puede suceder, pues no sucedió antes. El círculo no se romperá.
—Puede romperse —dijo Harlan—. La muchacha del Cuatrocientos ochenta y dos...
—Está segura —exclamó Twissell, poniéndose en pie con impaciencia—. Esta clase de conversaciones no tienen fin, y ya he tenido muchas discusiones con el resto de la Comisión encargada de este proyecto. Mientras tanto, aún tengo que hablarle del asunto para el que lo llamé aquí, y el fisio-tiempo pasa rápidamente. ¿Quiere acompañarme?
Harlan se sintió satisfecho. La situación era clara, y su poder innegable. Twissell sabía que Harlan podía decir en cualquier momento: «No quiero saber nada de Cooper». Twissell sabía que Harlan podía, en cualquier momento, destruir la Eternidad, al dar a Cooper información previa respecto a la Memoria. Harlan era un buen Ejecutor y sabía cómo inducir un cambio.
Harlan sabía lo suficiente para conseguir lo que deseaba. Twissell creyó impresionarle con la importancia de su misión, pero si el Programador creía mantener a raya a Harlan de aquella manera, estaba equivocado.
Harlan había lanzado una amenaza clara respecto a la seguridad de Noys, y la expresión de Twissell cuando había contestado: «Está segura», demostraba que había tomado nota de la amenaza.
Harlan se levantó y siguió a Twissell.
Entraron en una sala que Harlan no conocía. Era enorme y completamente despejada. Su único acceso estaba al final de un estrecho corredor bloqueado por una pantalla de energía, que no se abatió hasta que el rostro de Twissell fue identificado claramente por el sistema de seguridad.
La mayor parte de la sala estaba ocupada por una esfera que casi llegaba al techo. Tenía una escotilla abierta, mostrando una escalera de cuatro peldaños que conducía a una plataforma interior brillantemente iluminada.
Varias voces sonaron en el interior y mientras Harlan miraba, un par de piernas aparecieron por la escotilla, bajando por la escalera. Un hombre saltó al exterior y otro par de piernas le siguió. El primero de ellos era Sennor, del Gran Consejo Pantemporal, y el que salió detrás de él era otro de los que formaron el grupo en la mesa del almuerzo aquel mediodía.
Twissell pareció contrariado al verlos. Su voz, sin embargo, era contenida.
—¿Aún sigue aquí la Comisión? —preguntó.
—Sólo nosotros dos, Rice y yo —dijo Sennor tranquilamente—. Tenemos aquí un maravilloso instrumento. Ha llegado a alcanzar la complejidad de una espacionave.
Rice era un hombre de ancha cintura, con la mirada perpleja del que sabe que tiene razón pero, sin embargo, se halla siempre en desventaja en cualquier polémica. Se frotó su bulbosa nariz y terció en la conversación.
—Últimamente Sennor viene aplicando su capacidad a la cuestión de los viajes espaciales.
La calva de Sennor brilló debajo de los grandes focos.
—Es muy interesante, Twissell —dijo—. Me gustaría conocer su opinión. Los viajes interplanetarios, ¿constituyen un factor positivo o negativo en el cálculo de la Realidad?
—La pregunta no tiene sentido —dijo Twissell con impaciencia—. ¿Qué tipo de viaje espacial, en qué Sociedad, bajo qué circunstancias?
—¡Bah! Seguramente podemos considerar en esta ocasión los viajes interplanetarios en abstracto.
—Solo que su influencia tiene límites bien definidos, ya que se consumen a sí mismos y luego se extinguen.
—Por tanto, son inútiles —dijo Sennor con satisfacción—, y, en consecuencia, son un factor negativo. Opino lo mismo.
—Cooper llegará dentro de unos minutos. Necesitamos estar solos, por favor — dijo Twissell.
—Claro, claro.
Sennor tomó del brazo a Rice y se lo llevó de allí. Su voz continuó en tono recitativo mientras ambos se alejaban:
—Periódicamente, mi querido Rice, todo el esfuerzo mental de la Humanidad se concentra en los viajes espaciales, que por la misma naturaleza de las cosas están condenados a agotarse y desaparecer. Podría plantear las ecuaciones sociológicas necesarias, pero estoy seguro de que me comprende perfectamente. Mientras la mente se ocupa del espacio, descuida el desarrollo de los bienes terrestres. Estoy preparando una tesis para someterla al Gran Consejo, recomendando que todas las Realidades sean cambiadas para eliminar de oficio todas las eras donde existen los viajes interplanetarios.
La voz aguda de Rice contestó:
—No podemos tomar medidas tan drásticas. Los viajes interplanetarios son una válvula de seguridad de gran importancia para algunas civilizaciones. Por ejemplo, considere la Realidad cincuenta y cuatro del Siglo Doscientos noventa, que en este momento acude a mi memoria. En esa civilización...
Las voces dejaron de escucharse y Twissell comentó:
—Sennor es un hombre extraño. Su inteligencia vale tanto como la de dos de nosotros, pero su capacidad se pierde en estos entusiasmos caprichosos.
—¿Cree que pueda tener razón? Me refiero a la cuestión de los viajes interplanetarios.
—Lo dudo. Podríamos juzgar este asunto si Sennor llegara, en realidad, a someter su tesis al Gran Consejo. Pero no lo hará. Se entusiasmará con otra cosa antes de que termine de escribirla y la abandonará. Pero no importa...
Twissell dio un golpe con la palma de la mano en la pared de la esfera, haciéndola vibrar, y luego retiró la mano para quitarse el cigarrillo de los labios.
—¿Sabe qué es esto, Ejecutor? —preguntó.
—Parece una cabina de gran tamaño.
—Exactamente. Lo ha adivinado. Eso es. Entremos.
Harlan siguió a Twissell al interior de la esfera. Tenía capacidad para cuatro o cinco personas, pero su interior no presentaba ningún aspecto extraordinario. El suelo era liso y las curvas paredes estaban provistas de dos ventanas. Eso era todo.
—¿Dónde están los mandos? —preguntó Harlan.
—Funciona por mando a distancia —contestó Twissell.
Pasó la mano sobre la lisa superficie y continuó:
—Paredes dobles. El espacio comprendido entre ambas se ha utilizado para instalar un Campo Temporal autónomo. Este aparato es, en realidad, una cabina que no depende de los campos de fuerza de los Tubos, y puede pasar del límite extremo de la Eternidad en el hipotiempo. Su estudio y construcción fue posible gracias a valiosas indicaciones que hemos encontrado en la Memoria de Mallansohn. Acompáñeme.
El cuadro de mandos estaba en un extremo de la gran sala, al otro lado de un tabique. Harlan entró y contempló sombríamente las inmensas barras conductoras.
Twissell dijo:
—¿Puede oírme, muchacho?
Harlan, cogido por sorpresa ante aquella pregunta, miró a su alrededor. No se había dado cuenta de que Twissell no le había seguido al interior del cuarto de control. Se acercó a la ventana de inspección, y Twissell le hizo un gesto desde fuera. Harlan contestó:
—Puedo oírle perfectamente, señor ¿Quiere que salga?
—Nada de eso. Está encerrado en el interior.
Harlan se abalanzó sobre la puerta, y su estómago se retorció en una fría y mortal opresión. Twissell tenía razón. ¿Qué había pasado?
—Le satisfará saber, muchacho, que su responsabilidad ha terminado. A usted le pesaba tal responsabilidad; ha hecho muchas preguntas sobre ella, y creo que comprendo lo que quería decirme. Usted no debe tener responsabilidad en este asunto. Es solo mía. Desgraciadamente, usted ha de quedarse en el cuarto de mandos, ya que sabemos que estaba allí al cargo de los instrumentos. Así se describe la escena en la Memoria de Mallansohn. Cooper le verá a través de la ventana y eso será suficiente. Además, tengo que pedirle que haga el contacto final de acuerdo con las instrucciones que le diré. Si cree que esto es demasiada responsabilidad, puede estar tranquilo. Hay otro contacto paralelo con el suyo, que será actuado por otra persona. Si, por cualquier razón, no le es posible hacer funcionar el suyo, él lo hará. Como precaución final, he ordenado cortar la comunicación de sonido desde ese cuarto. Usted podrá oírnos, pero no podrá hablar con nosotros. Por tanto, no tema que cualquier exclamación involuntaria pueda romper el círculo.
Harlan le contemplaba con desesperación al otro lado del grueso cristal.
Twissell continuó:
—Cooper llegará dentro de un momento y su viaje a los Tiempos Primitivos se realizará dentro de las dos próximas fisio-horas. Después de esto, muchacho, el trabajo habrá terminado y quedará usted libre.
Harlan se hundía en la vorágine de una pesadilla. ¿Le había engañado Twissell? ¿Era posible que todo estuviese preparado para conseguir que Harlan entrase voluntariamente en la sala de mandos que ahora era su prisión? Al saber que Harlan conocía su propia importancia, Twissell había improvisado con diabólica inteligencia, distrayéndole con su conversación, calmando sus emociones con palabras, llevándole de aquí para allá, hasta que llegó el momento adecuado para reducirle a la impotencia.
¡Su fácil aceptación de la cuestión de Noys! No le pasaría nada, había dicho Twissell. Todo iría bien.
¡Cómo pudo ser tan ingenuo! Si no tenía intención de hacerle ningún daño, ¿por qué habían puesto la barrera temporal en los Tubos en el 100.000.°? Bastaba aquello para ver quién era Twissell.
Solo su propio deseo de creer lo que le decía hizo posible que el Programador jugase con él durante las últimas fisio-horas, y lo encerrase en el lugar donde ya no le necesitaba, ni siquiera para hacer el último contacto.
De un solo golpe le habían quitado la fuerza de su situación. Sus triunfos eran ahora cartas sin valor, y Noys quedaba para siempre lejos de su alcance. El castigo que pudieran imponerle no le importaba. Nunca volvería a ver a Noys.
Nunca se le había ocurrido que el proyecto pudiera estar tan cerca de su término. Aquello, desde luego, era lo que le había derrotado.
La voz de Twissell resonó, lejana:
—Voy a cortar la comunicación, muchacho.
Harlan se sintió solo, inútil, desesperado...
B
rinsley Sheridan Cooper entró en la sala. La excitación coloreaba su delgado rostro y casi lo hacía aparecer juvenil, pese al grueso bigote a lo Mallansohn que llevaba.
Harlan podía verle a través de la ventana de inspección y escucharle claramente por la instalación de sonido que ahora funcionaba en un solo sentido. Pensó amargamente: «Un bigote a lo Mallansohn. ¡Naturalmente!».
Cooper se acercó a Twissell.
—No me permitieron la entrada hasta este momento, Programador.
—Perfectamente —contestó Twissell—. Tenían instrucciones en este sentido.
—Ha llegado el momento, ¿no es así? ¿Debo irme ya?
—Falta muy poco.
—¿Podré regresar? ¿Podré ver de nuevo la Eternidad?
Pese a la rigidez de su postura, había inseguridad en las palabras de Cooper.
Dentro del cuarto de mandos, Harlan aplastó sus puños crispados contra el sólido cristal de la ventana, como buscando un modo de salir de allí, queriendo gritar: ¡Deténgase! ¡Acepte mis condiciones, o de lo contrario...! Pero todo fue inútil.
Cooper miró a su alrededor, al parecer sin darse cuenta de que Twissell se había abstenido de contestar a su pregunta. Su mirada se fijó en Harlan, al otro lado de la ventana del cuarto de control.
Cooper agitó el brazo animadamente.
—Salga, Ejecutor Harlan. Quiero estrechar su mano antes de partir.
Twissell se interpuso.
—Ahora no puede ser, muchacho, ahora no. Está ocupado con los mandos.
—¡Ah! Me parece que no se encuentra bien —dijo Cooper.
—Le he contado la verdadera naturaleza de este proyecto —dijo Twissell—.
Temo que sea suficiente para poner nervioso a cualquiera. —¡Por Cronos!, desde luego. Yo lo he sabido hace semanas y aún no me he acostumbrado.
Había un tono de histerismo en su risa.
—Aún no he podido convencerme de que en realidad sea yo el protagonista de este proyecto. Estoy... un poco asustado.
—No se lo reprocho.
—Es mi estómago, ya sabe. Nunca se somete a mis deseos.
—Eso es algo natural y ya pasará —dijo Twissell—. Mientras tanto, el momento exacto de su partida ya ha sido determinado y aún tengo que darle algunas instrucciones. Por ejemplo, aún no ha visto la cabina que va a usar.
Durante las dos horas siguientes, Harlan pudo oírlo todo, lo mismo cuando se encontraban al alcance de su vista como si no. Twissell instruyó a Cooper de un modo extrañamente fragmentario, y Harlan comprendió la razón de que fuese así. Sólo podía dar a Cooper la información que estuviese mencionada en la Memoria de Mallansohn.
Un círculo completo. Un círculo ciego. Y Harlan aún no podía hallar el modo de romper aquel círculo con un último y desesperado esfuerzo, como Sansón en el templo. En su mente el círculo giraba lentamente, una y otra vez.