Read El Gran Rey Online

Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (33 page)

BOOK: El Gran Rey
13.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Adiós —graznó Kaw—. ¡Taran! ¡Adiós!

—Adiós a ti también —respondió Taran sonriendo—. Es cierto que acabé perdiendo la esperanza de llegar a enseñarte buenos modales, pero también es cierto que tu falta de ellos me ha hecho sonreír en muchas ocasiones. Eres un bribón y un descarado, y un águila entre los cuervos.

Llyan se había acercado para frotar afectuosamente el brazo de Taran con su cabezota, y lo hizo con tanto vigor que la enorme gata estuvo a punto de derribarle al suelo.

—Haz compañía a mi amigo —dijo Taran acariciándole las orejas—. Anímale con tus ronroneos cuando esté triste, como me gustaría que pudieras hacer conmigo. No te alejes mucho de él, pues la soledad no es desconocida ni tan siquiera para un bardo tan osado como Fflewddur Fflam.

Fflewddur fue hacia él sosteniendo en la palma de su mano la cuerda del arpa que había sacado de la hoguera. El calor de las llamas había hecho que la cuerda se torciese y se enroscara sobre sí misma adoptando una forma muy curiosa que parecía no tener comienzo ni final, y que cambiaba continuamente bajo los ojos de Taran como una melodía que pasa a convertirse en otra.

—Me temo que es todo lo que queda del viejo cacharro —dijo Fflewddur ofreciendo la cuerda a Taran—. Si he de ser sincero no me importa que haya ardido. Siempre sonaba de manera discordante, me destrozaba todas las melodías y… —Se calló de repente, lanzó una nerviosa mirada por encima de su hombro y carraspeó para aclararse la garganta—. Ah… Lo que quiero decir es que echaré de menos a esas cuerdas que no paraban de romperse.

—No más de lo que yo las echaré de menos —dijo Taran—. Acordaos de mí, y hacedlo con tanto cariño como yo me acordaré de vosotros.

—¡No temas! —exclamó el bardo—. Aún hay canciones que cantar e historias que narrar. ¡Un Fflam nunca olvida!

—¡Ay, ay! —gimió Gurgi—. El pobre Gurgi no tiene nada que dar a su bondadoso amo para los recuerdos cariñosos. ¡Miseria y calamidad! ¡Hasta la bolsa del mascar y el tragar está vacía!

Pero de repente la lacrimosa criatura dio una palmada.

—¡Sí, sí! El desmemoriado Gurgi tiene algo que dar. Aquí, aquí está… El osado Gurgi lo sacó de la sala de tesoros en llamas del malvado Señor de la Muerte, y se lo llevó firmemente agarrado y sujetado. ¡Pero su pobre y tierna cabeza estaba tan mareada por los sustos y los espantos que se le había olvidado!

Y Gurgi sacó de su bolsa de cuero un cofrecillo lleno de abolladuras y arañazos y ennegrecido por las llamas hecho de un metal desconocido y se lo ofreció a Taran, quien lo cogió y lo examinó con curiosidad durante unos momentos para acabar rompiendo el grueso sello que lo mantenía cerrado.

El cofre sólo contenía unos cuantos pergaminos muy delgados llenos de apretadas líneas de escritura. Taran fue abriendo los ojos más y más a medida que su mirada recorría los caracteres, y se volvió rápidamente hacia Gurgi.

—¿Sabes qué es lo que has encontrado? —murmuró—. Aquí están los secretos de la forja y el temple de los metales, del modelado y la cocción de la arcilla, del plantar y el cultivar… Esto es lo que Arawn robó hace mucho tiempo y mantuvo oculto de la raza de los hombres. Este conocimiento es en sí mismo un tesoro que no tiene precio.

—Quizá sea el más preciado de todos los tesoros —dijo Gwydion, quien se había aproximado para contemplar el pergamino que Taran sostenía en sus manos—. Las llamas de Annuvin destruyeron las herramientas encantadas que trabajaban por sí solas y que habrían dado como resultado el ocio y la despreocupación. Estos tesoros son mucho más valiosos, pues el usarlos exige la habilidad y la fuerza tanto de la mano como de la mente.

Fflewddur dejó escapar un silbido.

—Quien posea estos secretos es el auténtico dueño y señor de Prydain. Taran, viejo amigo, incluso el señor de cantrev más orgulloso se pondrá a tus órdenes y se arrastrará ante ti suplicando que le mires con buenos ojos…

—¡Y Gurgi los ha encontrado! —gritó Gurgi dando saltos en el aire y girando locamente sobre sí mismo—. ¡Sí, oh, sí! ¡El astuto, osado, valeroso y fiel Gurgi siempre encuentra cosas! ¡En una ocasión encontró a una cerdita perdida, y en otra encontró a un caldero negro y malvado! ¡Ahora encuentra poderosos secretos para el bondadoso amo!

La nerviosa alegría de Gurgi hizo sonreír a Taran.

—Cierto, has encontrado muchos secretos de gran poder; pero no puedo reservármelos para mí solo. Los compartiré con todos los que viven en Prydain, pues pertenecen a todos ellos por derecho propio.

—Entonces comparte esto también —dijo Dallben, quien había estado escuchando sus palabras con gran atención.

El anciano encantador le alargó el pesado volumen encuadernado en cuero que había estado sosteniendo debajo de su brazo.

—¿
El Libro de los Tres
? —dijo Taran contemplando al encantador con una expresión entre sorprendida e interrogativa—. No me atrevo a…

—Tómalo, muchacho —dijo Dallben—. No te dejará los dedos llenos de ampollas, como le ocurrió en una ocasión a un Ayudante de Porquerizo demasiado curioso. Todas sus páginas están abiertas para ti.
El Libro de los Tres
ya no predice lo que ha de ocurrir, sino sólo lo que ha pasado; pero ahora las palabras de su última página ya pueden quedar inscritas en él.

El encantador cogió una pluma de ave de la mesa, abrió el libro y escribió en él con mano firme y segura:

Y así fue como un Ayudante de Porquerizo se convirtió en Gran Rey de Prydain
.

—Esto también es un tesoro —dijo Gwydion—. Ahora
El Libro de los Tres
es tanto historia como herencia. En cuanto a mi regalo, no puedo ofrecerte nada de mayor valor, y tampoco puedo ofrecerte una corona, pues un auténtico rey lleva su corona en el corazón. —El guerrero estrechó la mano de Taran—. Adiós. No volveremos a vernos.

—Entonces aceptad que os entregue la espada Dyrnwyn para que os acordéis de mí —dijo Taran.

—Dyrnwyn es tuya —dijo Gwydion—, como tenía que ser.

—Pero Arawn ha muerto —replicó Taran—. El mal ha sido vencido y la hoja ya ha hecho su trabajo.

—¿El mal vencido? —dijo Gwydion—. Has aprendido mucho, pero aprende ahora la última y más dolorosa de todas las lecciones. Sólo has logrado vencer a los encantamientos del mal. Ésa fue la más sencilla de tus tareas, y sólo es un comienzo, no un final. ¿Acaso crees que el mal propiamente dicho resulta tan fácil de vencer? No será así mientras los hombres sigan odiándose y matándose los unos a los otros cuando la codicia y la ira les impulsan a hacerlo. Ni tan siquiera una espada llameante puede enfrentarse a ellas y salir vencedora, y sólo esa parte del bien que se oculta en los corazones de todos los hombres y cuya llama jamás puede ser extinguida logrará salir triunfante en esa batalla.

Eilonwy, que había permanecido en silencio hasta entonces, fue hacia Taran. Los ojos de la muchacha no se apartaron ni un instante de los suyos mientras le alargaba la esfera dorada.

—Toma esto —dijo en voz baja—, aunque su resplandor no es tan brillante como el del amor que podríamos haber compartido. Adiós, Taran de Caer Dallben. Acuérdate de mí.

Eilonwy se disponía a darle la espalda, pero de repente un destello de furia iluminó sus ojos azules y golpeó ruidosamente el suelo con un pie.

—¡No es justo! —gritó—. Yo no tengo la culpa de haber nacido en una familia de encantadoras, y no pedí tener poderes mágicos. ¡Eso es peor que el que te obliguen a llevar un par de zapatos que te vienen pequeños! ¡No veo por qué he de quedarme con ellos!

—Princesa de Llyr, he estado esperando oírte pronunciar esas palabras —dijo Dallben—. ¿Realmente deseas renunciar a tu herencia de encantadora?

—¡Pues claro que sí! —exclamó Eilonwy—. ¡Si los encantamientos son lo que nos separa, entonces prefiero verme libre de ellos!

—Es algo que está en tu poder —dijo Dallben—, a tu alcance y, de hecho, en ese dedo. El anillo que llevas…, el regalo que el señor Gwydion te hizo hace tanto tiempo…, el anillo te concederá ese deseo.

—¿Qué? —estalló Eilonwy, tan sorprendida como indignada—, ¿Eso quiere decir que podría haber utilizado ese anillo en cualquier momento de todos los años que lo he llevado en el dedo para que me concediera un deseo? ¡Nadie me lo dijo! Eso es peor que una injusticia… ¡Vaya, pero si me habría bastado con desear la destrucción del Caldero Negro, o que Dyrnwyn fuese recuperada! O podría haber deseado que Arawn fuese vencido… ¡Sin el más mínimo peligro! ¡Y nunca lo supe!

—Niña, niña… —dijo Dallben—. Tu anillo puede concederte un deseo y sólo uno, pero el mal no puede ser vencido mediante los deseos. El anillo te servirá sólo a ti, y sólo puede concederte aquel deseo que más anhele ver realizado tu corazón. No te lo dije antes porque no estaba muy seguro de que supieras qué era lo que anhelabas.

»Haz girar el anillo en tu dedo —siguió diciendo Dallben—, y desea con todas tus fuerzas y de todo corazón que tus poderes mágicos se esfumen.

Eilonwy cerró los ojos, dubitativa y casi temerosa, e hizo lo que le ordenaba el encantador. El anillo emitió una claridad cegadora que se desvaneció enseguida. La muchacha dejó escapar un agudo grito de dolor, y la luz del juguete dorado que Taran sostenía en la palma de su mano se extinguió.

—Está hecho —murmuró Dallben.

Eilonwy parpadeó y miró a su alrededor.

—No me siento ni pizca distinta —observó—. ¿Es cierto que mis encantamientos se han esfumado?

Dallben asintió.

—Sí —dijo con dulzura—, pero siempre conservarás el misterio y la magia que son propiedad común de todas las mujeres. Y me temo que Taran, como todos los hombres, quedará perplejo y asombrado ante ella en muchas ocasiones…, pero así son las cosas. Ahora cogeros de la mano y pronunciad los votos que os atarán el uno al otro.

Cuando lo hubieron hecho los compañeros se apelotonaron alrededor de la pareja que acababa de unirse en matrimonio para desearle felicidad. Después Gwydion y Taliesin salieron de la casita, y Dallben cogió su báculo de madera de fresno.

—No podemos perder más tiempo —dijo el encantador—, y aquí es donde nuestros caminos deben separarse.

—Pero ¿y Hen Wen? —preguntó Taran—. ¿No la veré una última vez?

—La verás tan a menudo como quieras —respondió Dallben—. Era libre de irse o quedarse, y sé que escogerá permanecer a tu lado; pero antes te sugiero que permitas que esos visitantes que andan de un lado a otro pisoteando los campos vean que Prydain tiene un nuevo Gran Rey y una Reina. Gwydion ya habrá anunciado la buena nueva, y tus súbditos arderán en deseos de aclamarte.

Taran y Eilonwy salieron de la habitación con los compañeros siguiéndoles, pero cuando llegaron a la puerta de la casita Taran se detuvo y se volvió hacia Dallben.

—Pero alguien como yo… ¿Realmente será capaz de gobernar un reino? Recuerdo que en una ocasión me lancé de cabeza sobre un zarzal, y me temo que reinar no va a ser muy distinto a eso.

—Es muy probable que resulte todavía más irritante —intervino Eilonwy—, pero si tienes cualquier clase de dificultades para mí será un placer darte consejos. En estos momentos sólo hay una pregunta a la que responder. ¿Vas a cruzar este umbral o no?

Entre la multitud que se había congregado delante de la casita Taran divisó a Hevydd, Llassar, la gente de los Commots, Gast y Goryon codo a codo junto al granjero Aeddan, y al rey Smoit alzándose sobre ellos con su barba tan roja como las llamas de una hoguera; pero muchos eran los rostros muy amados que sólo podía ver claramente con su corazón. Un repentino estallido de vítores le saludó mientras estrechaba la mano de Eilonwy entre sus dedos y salía por la puerta de la casita.

Y así vivieron muchos años felices, y las tareas prometidas fueron llevadas a su término; pero mucho tiempo después, cuando todo se había alejado hasta perderse en la distancia del recuerdo, hubo muchos que se preguntaron si el rey Taran, la reina Eilonwy y sus compañeros habían caminado realmente sobre la tierra o si no habían sido más que sueños en una historia urdida para fascinar y entretener a los niños y, con el tiempo, sólo los bardos supieron la verdad de lo ocurrido.

Lloyd Alexander(1924), nació en Filadelfia y, después de servir en el Servicio de Inteligencia durante la segunda guerra mundial, completó sus estudios en Francia, en la Sorbona de París. Casado con una parisina, volvió a Filadelfia y desempeño diversos trabajos relacionados con el mundo editorial hasta establecer su carrera como escritor. Ha publicado diversas obras de ensayo y ficción entre las que figuran las
Crónicas de Prydain
, compuestas por
The Book of Three
(1964),
The Black Cauldron
(1965),
The Castle of Llyr
(1966),
Taran Wanderer
(1967) y
The High King
(1968).

BOOK: El Gran Rey
13.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dan and the Dead by Thomas Taylor
Andromeda’s Choice by William C. Dietz
Heat of Passion by Elle Kennedy
'48 by James Herbert
Beginnings (Nightwalkers) by Sieverding, H.N.
Still Alice by Genova, Lisa
The Doll Brokers by Hal Ross
Kokoro by Natsume Sōseki