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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (37 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Vin asintió.

—Vin —dijo Elend con una sonrisa—. En realidad, no creo que el «destino» sea algo de lo que tengamos que preocuparnos ahora mismo. Quiero decir, tenemos pruebas de que Ruina retorció las profecías para engañar a la gente y así ser liberado.

—Alguien tiene que preocuparse por la ceniza —repuso Vin.

No había mucho que él pudiera decir a eso. Su parte lógica quería discutir, argumentar que deberían concentrarse en las cosas que podían hacer: crear un gobierno estable, descubrir los secretos que había dejado el Lord Legislador, asegurar los suministros de los depósitos. Sin embargo, la constante caída de ceniza parecía volverse aún más densa. Si eso continuaba, no pasaría mucho tiempo antes de que el cielo fuera sólo una sólida tormenta negra de ceniza.

Le resultaba difícil pensar que Vin, su esposa, pudiera hacer algo respecto al color del cielo o la ceniza.
Demoux tiene razón
, pensó, pasando los dedos por la carta metálica a Lord Yomen.
No soy un buen miembro de la Iglesia del Superviviente.

La contempló, sentada en la cama al otro lado del camarote, la expresión distante mientras pensaba en cosas que no deberían ser responsabilidad suya. Aun después de haber pasado toda la noche saltando por la ciudad, aun después de los largos días de viaje, aun con el rostro manchado de ceniza, era hermosa.

En ese momento, Elend advirtió algo. Vin no necesitaba que otra persona la adorara. No necesitaba otro fiel creyente como Demoux, y mucho menos en Elend. Él no tenía que ser un buen miembro de la Iglesia del Superviviente. Tenía que ser un buen marido.

—Bueno, está bien —dijo—. Hagámoslo.

—¿El qué? —preguntó Vin.

—Salvar el mundo. Detener la ceniza.

Vin bufó en voz baja:

—Haces que parezca un chiste.

—No, lo digo en serio —contestó él, poniéndose en pie—. Si esto es lo que consideras que tienes que hacer, lo que consideras que eres, hagámoslo. Ayudaré como pueda.

—¿Y tu discurso de antes? —recordó Vin—. En la última cueva de almacenaje, hablaste de la división del trabajo. Yo con las bromas, tú uniendo al imperio.

—Me equivoqué.

Vin sonrió, y de repente Elend sintió como si el mundo se hubiera enmendado un poquito.

—Bien —dijo él, sentándose en la cama junto a ella—. ¿Tienes alguna idea?

Vin hizo una pausa.

—Sí —contestó—. Pero no puedo decírtela.

Elend frunció el ceño.

—No es que no me fíe de ti —aclaró Vin—. Es Ruina. En la última caverna de almacenaje encontré una segunda inscripción en la placa, casi al pie. Me advertía que todo lo que hablara, o escribiera, sería conocido por nuestro enemigo. Así que, si hablamos demasiado, sabrá nuestros planes.

—Eso dificulta un poco que trabajemos juntos en el problema.

Vin le agarró las manos:

—Elend, ¿sabes por qué al final accedí a casarme contigo?

Elend negó con la cabeza.

—Porque me di cuenta de que confiabas en mí —dijo Vin—. Confiabas en mí como nadie lo ha hecho antes. Esa noche, cuando luché contra Zane, decidí que tenía que darte mi confianza. Esta fuerza que está destruyendo el mundo… tenemos algo que no puede comprender. No necesito forzosamente tu ayuda, sino tu confianza. Tu esperanza. Nunca la he tenido en mí misma, y confío en la tuya.

Elend asintió despacio:

—Cuenta con ella.

—Gracias.

—¿Sabes? —añadió Elend—. Aquellos días en que te negabas a casarte conmigo, yo no paraba de pensar en lo extraña que eras.

Ella arqueó una ceja.

—¡Vaya, qué romántico!

Elend sonrió:

—¡Oh, venga ya! Tienes que admitir que no eres corriente, Vin. Eres una extraña mezcla de noble, pícara callejera y gata. Además, en nuestros tres breves años juntos, has conseguido matar no sólo a mi dios, sino a mi padre, mi hermano y mi prometida. Es como una especie de saña homicida. Una extraña base para nuestra relación, ¿no?

Vin se limitó a poner los ojos en blanco.

—Me alegro de no tener más parientes cercanos —dijo Elend. Entonces la miró—: Excepto tú, claro.

—No voy a ahogarme, si es a lo que quieres llegar.

—No —dijo Elend—. Lo siento. Es que… bueno, ya sabes. Da igual: te estaba explicando algo. Al final, dejé de preocuparme por lo extraña que parecías. Me di cuenta de que no importaba si te comprendía, porque confiaba en ti. ¿Tiene sentido? Sea como sea, supongo que estoy diciendo que te apoyo. No sé qué estás haciendo, y no tengo ninguna pista de cómo vas a conseguirlo. Pero, bueno, confío en que lo harás.

Vin se acercó más a él.

—Ojalá pudiera hacer algo para ayudarte —dijo Elend.

—Entonces resuelve lo de los números —dijo Vin, frunciendo el ceño. Aunque había sido a ella a quien le había parecido extraño lo de los porcentajes de quienes caían víctimas de las brumas, Elend sabía que le preocupaban las cifras. No tenía la formación, ni la práctica, para lidiar con ellas.

—¿Estás segura de que guardarán relación con todo esto? —preguntó Elend.

—Fuiste tú quien consideró que los porcentajes eran tan extraños.

—Buen argumento. Muy bien, trabajaré en ello.

—Pero no me digas qué has descubierto —dijo Vin.

—Entonces ¿cómo va a servirte de ayuda?

—Confía en mí —dijo Vin—. Puedes decirme lo que tengo que hacer, pero no me digas por qué. Tal vez podamos adelantarnos a esta cosa.

¿Adelantarnos?
, pensó Elend.
Tiene poder para enterrar todo el imperio en ceniza, y al parecer puede oír todo lo que decimos. ¿Cómo nos «adelantamos» a algo así?
Pero había prometido confiar en Vin, y así lo hizo.

Vin señaló la mesa:

—¿Ésa es tu carta a Yomen?

Elend asintió:

—Espero que acceda a hablar conmigo, ahora que estoy aquí.

—Lentoveloz parece pensar que Yomen es buen hombre. Tal vez te escuche.

—Lo dudo —repuso Elend. Guardó silencio un momento, y luego cerró el puño, apretando los dientes con frustración—. Dije a los demás que quería probar con la diplomacia, pero sé que Yomen va a rechazar mi mensaje. Por eso traje al ejército: podría haberte enviado para que te infiltrases, como hiciste en Urteau. Sin embargo, infiltrarnos no nos sirvió de mucho allí; todavía tenemos que asegurarnos la ciudad si queremos los suministros.

»Necesitamos esta ciudad. Aunque no hubiera sido tan importante descubrir qué hay en el depósito, habría venido aquí. La amenaza que Yomen supone para nuestro reino es demasiado fuerte, y la posibilidad de que el Lord Legislador dejara información importante en ese depósito no puede ser ignorada. Yomen tiene grano en ese depósito, pero aquí la tierra no recibirá suficiente luz del sol para cultivarlo. Así que probablemente lo dará al pueblo como alimento… un desperdicio, cuando no tenemos suficiente para plantar y llenar la Dominación Central. Hay que tomar esta ciudad, o al menos convertirla en nuestra aliada.

»¿Pero qué hago si Yomen no quiere hablar? ¿Enviar ejércitos a atacar las aldeas cercanas? ¿Envenenar los suministros de la ciudad? Si estás en lo cierto, ha encontrado el depósito, lo cual significa que tendrá más alimentos de lo que esperábamos. A menos que lo destruyamos, podría resistir nuestro asedio. Pero si lo destruimos, su pueblo morirá de hambre… —Elend sacudió la cabeza—. ¿Recuerdas cuando ejecuté a Jastes?

—Estabas en tu derecho —dijo Vin rápidamente.

—Eso creo. Pero lo maté porque dirigió a un grupo de koloss contra mi ciudad, y dejó que saquearan mi pueblo. Casi he hecho lo mismo aquí. Hay veinte mil bestias ahí fuera.

—Puedes controlarlas.

—Jastes también pensaba que podía controlarlas —repuso Elend—. No quiero soltar a esas criaturas, Vin. Pero ¿y si el asedio fracasa, y tengo que intentar quebrar las fortificaciones de Yomen? No podré hacerlo sin los koloss. —Sacudió la cabeza—. Si pudiera hablar con Yomen… Tal vez podría hacerle entrar en razón, o al menos convencerlo de que tiene que caer.

Vin vaciló:

—Puede… que haya una manera.

Elend la miró a los ojos.

—Siguen dando bailes en la ciudad —reveló Vin—. Y el rey Yomen asiste a todos.

Elend parpadeó. Al principio supuso que la había entendido mal. Sin embargo, la expresión de sus ojos, aquella salvaje determinación, lo persuadió de lo contrario. A veces, veía en ella un toque del Superviviente; o al menos, del hombre que las historias decían que había sido Kelsier. Atrevida hasta el punto de la intrepidez. Valiente y arrojada. A veces, tenía menos en cuenta a Vin de lo que le gustaba admitir.

—Vin, ¿estás sugiriendo que asistamos a un baile que se celebra en medio de la ciudad que estamos asediando?

Vin se encogió de hombros:

—Claro. ¿Por qué no? Ambos somos nacidos de la bruma: podemos entrar en esa ciudad sin muchos problemas.

—Sí, pero…

Elend se calló.

Tendría una sala llena con los mismos nobles que espero intimidar, por no mencionar que tendría acceso al hombre que se niega a reunirse conmigo, en una situación en que no le resultaría fácil huir sin parecer un cobarde.

—Piensas que es una buena idea —señaló Vin, sonriendo con picardía.

—Es una idea loca —contestó Elend—. Soy el emperador… no debería colarme en una ciudad enemiga para poder ir de fiesta.

Vin entornó los ojos y lo miró.

—He de admitir, sin embargo —dijo Elend—, que el concepto tiene un encanto considerable.

—Yomen no nos recibirá, así que entraremos y le aguaremos la fiesta.

—Hace tiempo que no voy a ningún baile —comentó Elend, especulando—. Tendré que desenterrar buen material de lectura en honor a los viejos tiempos.

De repente, Vin se puso pálida. Elend vaciló al verla, sintiendo que algo iba mal. No con lo que él había dicho, sino con algo más.
¿Qué es? ¿Asesinos? ¿Espíritus de la bruma? ¿Koloss?

—Acabo de darme cuenta de una cosa —soltó Vin, mirándolo con aquellos intensos ojos suyos—. No puedo ir al baile… ¡no he traído ningún vestido!

Capítulo 29

El Lord Legislador no sólo prohibió ciertas tecnologías: suprimió por completo los avances tecnológicos. Parece extraño ahora que, durante la totalidad de sus mil años de reinado, se hicieran tan pocos progresos. Las técnicas agrícolas, los métodos arquitectónicos e incluso la moda permanecieron notablemente estables durante el reinado del Lord Legislador.

Construyó su imperio perfecto, y luego intentó conservarlo así. En su mayor parte, tuvo éxito. Los relojes de bolsillo (otra apropiación khlenni) que se fabricaban en el siglo X del imperio eran casi idénticos a los del siglo I. Todo permaneció igual.

Hasta que todo se desplomó, por supuesto.

Como la mayoría de las ciudades del Imperio Final, Urteau tuvo prohibido levantar una muralla. En los primeros años de vida de Sazed, antes de que se rebelara, el hecho de que las ciudades no pudieran construir fortificaciones le había parecido siempre una sutil indicación de la vulnerabilidad del Lord Legislador. Después de todo, si al Lord Legislador le preocupaban las rebeliones y las ciudades que podían alzarse contra él, tal vez supiera algo que no sabía nadie más: que podía ser derrotado.

Pensamientos como éstos habían llevado a Sazed hasta Mare, y finalmente hasta Kelsier. Y ahora, lo llevaban a la ciudad de Urteau, una ciudad que finalmente se había rebelado contra el liderazgo de los nobles. Por desgracia, Elend Venture entraba en el mismo saco que todos los demás nobles.

—No me gusta esto, maestro guardador —dijo el capitán Goradel, que caminaba junto a Sazed, quien (por conservar su imagen) viajaba ahora en el carruaje con Brisa y Allrianne. Después de dejar atrás a la gente de Terris, Sazed había alcanzado a Brisa y los demás, y por fin entraban en la ciudad que era su destino.

—Se supone que las cosas son brutales aquí —continuó diciendo Goradel—. No creo que estés a salvo.

—Dudo que estén tan mal como piensas —respondió Sazed.

—¿Y si te hacen prisionero?

—Mi querido amigo —intervino Brisa, inclinándose hacia delante para mirar a Goradel—. Por eso los reyes envían embajadores. De esta forma, si alguien es capturado, el rey sigue estando a salvo. Nosotros, amigo mío, somos algo que Elend no puede ser nunca: sacrificables.

Goradel frunció el ceño ante sus palabras:

—No me siento muy sacrificable.

Desde el carruaje, Sazed contempló la ciudad a través de la ceniza que caía. Era grande, y una de las más antiguas del imperio. Advirtió con interés que, mientras se acercaban, el camino empezaba a descender y se internaba en la zanja de un canal vacío.

—¿Qué es esto? —preguntó Allrianne, asomando su cabeza rubia por el otro lado del carruaje—. ¿Por qué construyen sus carreteras en zanjas?

—Son canales, querida… —respondió Brisa—. La ciudad estaba llena de canales. Ahora están vacíos: un terremoto o algo así desvió el curso del río.

—¡Da miedo! —exclamó ella, volviendo a retirar la cabeza—. Hace que los edificios parezcan el doble de altos.

Mientras entraban en la ciudad propiamente dicha, con sus doscientos soldados marchando alrededor de ellos en formación, fueron recibidos por una delegación de soldados de Urteau ataviados con uniformes marrones. Sazed había anunciado su llegada, naturalmente, y el rey (el Ciudadano, lo llamaban) le había dado permiso para que su pequeño contingente de tropas entrara en la ciudad.

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