—De modo que eres mi madre —dice Marilyn sin rodeos. Típicamente Callie.
—No.
La joven la mira intrigada.
—Pero dijiste que…
Callie levanta una mano.
—Tu madre es la mujer que te ha criado. Yo soy la mujer que renunció a ti.
Tuerzo el gesto al detectar el dolor que expresa la voz de Callie, el desprecio que siente hacia sí misma.
Marilyn se relaja.
—De acuerdo. Eres mi madre biológica.
—Me declaro culpable de ese cargo.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y ocho.
Marilyn asiente con la cabeza y desvía la vista, como si calculara.
—De modo que tenías quince años cuando yo nací. —Bebe un sorbo de café y añade—: Eras muy joven.
Callie no dice nada. Marilyn la mira. No observo ira en sus ojos, sólo curiosidad. Ojalá que Callie se percatara.
—Cuéntamelo.
Callie desvía la mirada y bebe un trago de agua. Luego mira de nuevo a Marilyn. Yo guardo silencio, tratando de pasar inadvertida. Es curioso, pienso. Callie y yo nos presentamos aquí, pistolas en ristre, con una historia sobre un asesino en serie. Pero a Marilyn lo que le interesa es averiguar más detalles sobre su madre. Eso me choca, y me pregunto si indica algo positivo o ridículo sobre nosotros los seres humanos.
Callie empieza a hablar, al principio lentamente, y va adquiriendo velocidad a medida que relata la historia del encantador Billy Hamilton y los severos señor y señora Thorne. Marilyn la escucha, sin hacer preguntas, bebiéndose el café. Cuando Callie termina, la joven guarda silencio durante largo rato.
Luego emite un silbido de asombro.
—Caray, menuda historia.
Yo sonrío. Esta chica es calcada a Callie. Es la reina del eufemismo.
Callie guarda silencio. Es la viva imagen de una persona que espera que otra la juzgue.
Marilyn hace un ademán como para restar hierro al asunto.
—Tú no tuviste la culpa —dice encogiéndose de hombros—. Es una historia tremenda. Pero tenías quince años. No te culpo —añade Marilyn secamente. Callie fija la vista en la mesita de café—. De veras, no te culpo —prosigue mirándola—. A fin de cuentas, fui adoptada por unas personas fantásticas. Me quieren, yo los quiero a ellos. He tenido una vida agradable. Quizá debería darle mayor importancia, lo cual no quiere decir que no la tenga, pero no he pasado veintitrés años sintiéndome traicionada u odiándote. —Se encoge de hombros—. No sé. La vida no consiste tan sólo en líneas rectas y casillas cuadradas. Por lo que me has contado, tú lo has pasado peor que yo. —Marilyn calla durante unos instantes. Cuando retoma la palabra, lo hace tentativamente—. No te niego que a veces pensaba en ti. Y confieso que la verdad es mejor de lo que suponía. Casi un alivio.
—¿A qué te refieres? —pregunta Callie.
Marilyn sonríe.
—Podías haber sido una puta redomada. Podías haber renunciado a mí porque me odiabas. Podías estar muerta. La explicación que me has dado me resulta más fácil de digerir, te lo aseguro.
Esas palabras parecen tener un efecto casi mágico sobre Callie. Sus mejillas recuperan el color y sus ojos adquieren una expresión más animada. Se endereza en la butaca y dice:
—Te agradezco que digas eso. —Hace una pausa y fija de nuevo la vista en su regazo—. Lo siento. —Lo dice con un tono desconsolado. Yo siento deseos de abrazarla.
Marilyn la observa con ojos risueños.
—Deja de machacarte —dice con un matiz de reproche—. Además, resulta muy curioso.
—¿A qué te refieres? —pregunta Callie arrugando el ceño.
—Mírame. ¿Te has fijado en el niño? ¿Y en que soy la señorita, no la señora, Gale?
—¿Te refieres a que…? —pregunta Callie arqueando las cejas.
Marilyn asiente con la cabeza.
—Sí. Yo también conocí a un Billy Hamilton. —La joven vuelve a encogerse de hombros—. Pero no tiene importancia. Él se fue, pero tengo a Steven. He salido ganando con el cambio. Mis padres nos mantienen al niño y a mí y quieren que regrese a la universidad y termine mis estudios. —Marilyn sonríe—. Me gusta mi vida. Es estupenda. —La joven se inclina hacia delante para que Callie la mire—. Quiero que sepas que lo que hiciste no me ha destrozado, ¿comprendes?
Callie suspira y tamborilea con los dedos sobre la mesita de café. Mira a su alrededor mientras bebe un trago de agua. Reflexiona sobre lo último que le ha dicho Marilyn.
—Caray —dice sonriendo—, no supuse que iba a sentirme tan aliviada. —Tras vacilar unos instantes, abre su bolso—. ¿Quieres que te enseñe una cosa? —pregunta a Marilyn sacando la fotografía del bebé y entregándosela.
—¿Soy yo? —inquiere la joven examinando la foto.
—El día que naciste.
—Qué fea era. —Alza la vista de la fotografía y mira a Callie—. ¿La llevas encima desde entonces?
—Siempre.
Marilyn le devuelve la foto. Sus ojos muestran una expresión dulce. Lo que dice a continuación es típicamente Callie.
—Jo, es como uno de esos culebrones que ponen en la tele.
Callie y yo nos quedamos mudas, estupefactas. Luego rompemos a reír a carcajadas.
Presiento que todo va a salir bien.
E
STAMOS arriba, sentadas ante el ordenador de Marilyn, mirando la página web titulada Rosa Roja.
—Ojalá fuera yo, pero os aseguro que no lo soy —dice la joven. Mira a Callie sonriendo—. No tengo unas tetas tan grandes. Y tengo estrías en el vientre.
—Es un burdo montaje —responde Callie—. Han colocado tu cara sobre el cuerpo de la Señorita Topless. —Se pasa la mano por el pelo—. El asesino lo hizo para jorobarme. Incluso registró el dominio a tu nombre. Así fue como conseguimos esta dirección. El asesino me condujo hasta aquí.
Su hija se vuelve hacia nosotras.
—¿Creéis que estoy en peligro? ¿Estamos Steven y yo en peligro?
Callie tarda unos momentos en contestar mientras sopesa sus palabras.
—Es posible. No estoy segura. No encajas en el perfil del asesino, pero…
—Los asesinos en serie son imprevisibles.
—Sí.
Marilyn asiente con la cabeza mientras reflexiona. Me sorprende que no muestre más temor.
—Esto casi me obliga a replantearme mis estudios.
—¿Qué estudias? —pregunta Callie arrugando el ceño.
—Criminología.
Su madre la mira boquiabierta. Al igual que yo.
—¿Estás de broma?
—No. Qué curioso, ¿no? —pregunta Marilyn sonriendo irónicamente—. ¿Creéis que es una coincidencia? —añade bajando la voz—. ¡Yo no!
Callie esboza una breve sonrisa.
—Son tiempos muy extraños, desde luego.
—Extrañísimos, mamá —replica Marilyn, captando la referencia a la canción compuesta por John Lennon. Ambas se echan a reír.
—No quiero arriesgarme —dice Callie poniéndose seria de nuevo—. Tendrás protección policial hasta que este caso se haya resuelto.
La joven asiente con la cabeza, aceptando la decisión. Es madre, no puede rechazar la oferta.
—¿Crees que acabará resolviéndose?
Callie sonríe con expresión sombría. Una expresión que contiene todo tipo de promesas dirigidas a Jack Jr.
—Somos muy buenos —afirma señalándome—. Y Smoky es la mejor. Sin la menor duda.
Marilyn me mira atentamente. Examina mis cicatrices.
—¿Es cierto, agente Barrett?
—Lo atraparemos —respondo. Decido dejarlo ahí. He recuperado mi autoconfianza, ya no dudo de mis habilidades—. Por lo general los atrapamos. Esos tipos casi siempre cometen algún error. Éste también lo hará, y su error nos conducirá a él.
Marilyn mira a Callie y luego a mí. Parece aceptar mi respuesta.
—¿Y ahora qué?
—Ahora —respondo— la agente Thorne llamará a la policía local para que envíen a unos agentes que vigilen tu casa las veinticuatro horas. Yo llamaré al equipo y les informaré de lo ocurrido. Supongo que estarán en vilo.
Callie y yo realizamos las llamadas. Alan expresa un alivio visceral. Callie no topa con ninguna resistencia por parte de la policía local.
—Están de camino —dice.
No quiero decirlo, pero no tengo más remedio.
—Nosotras también debemos partir en cuanto lleguen. Tenemos que regresar.
Callie vacila unos instantes, pero luego asiente con la cabeza.
—Lo sé. —Se vuelve hacia la joven, que se muerde el labio inferior—. Marilyn… ¿puedo…? —Callie se echa a reír al tiempo que menea la cabeza—. Esto es de lo más surrealista y extraño, cielo. Pero… ¿podemos volver a vernos algún día?
La chica sonríe de inmediato.
—Por supuesto. Con una condición.
—¿Cuál? —pregunta Callie.
—Que me digas tu nombre. No puedo seguir llamándote agente Thorne.
Estamos sentadas en el coche. Callie aún no ha arrancado. Contempla la casa de su hija. No consigo descifrar su expresión ni adivinar sus pensamientos.
Le hago la pregunta de rigor.
—¿Cómo te sientes?
Sigue mirando la casa unos momentos antes de volverse hacia mí. Su rostro denota cansancio, pero muestra una expresión pensativa.
—Muy bien, cielo. No lo digo sólo para tranquilizarte. Todo resultó mejor que lo que había imaginado. O esperado. Pero me pregunto una cosa.
—¿Qué?
—Lo que los asesinos pensaron que yo iba a perder. Dijeron que iban a hacer que ambas perdiéramos algo. Pero yo he salido ganando. ¿Crees que era eso lo que habían planeado?
Después de reflexionar unos instantes, respondo.
—No. No lo creo. Esos tipos estaban convencidos de que Marilyn no te aceptaría. Asimismo creo que estaban convencidos de que eso te hundiría.
Callie frunce los labios.
—No estoy muy segura de eso. Coincido contigo en lo primero. Pero no creo que confiaran en que iba a hundirme a consecuencia de mi encuentro con Marilyn. De hecho, creo que confiaban en que ocurriera todo lo contrario. Empiezo a comprender cómo funcionan esos cabrones, cielo. No quieren que les atrapemos. Pero quieren que vayamos a por ellos. Y quieren que nos pongamos las pilas. —Me mira con un gesto de rabia—. ¿Y sabes qué te digo? Que han logrado su propósito. Ahora no cejaré hasta que logremos atraparlos. Eso era lo que querían esos cabrones, ¿comprendes? Darme a entender que Marilyn no estará a salvo hasta que les capturemos.
Estoy de acuerdo con lo que ha dicho Callie. Es muy perspicaz y tiene las mismas intuiciones que yo. Por eso es una profesional tan competente. Mi respuesta es la única lógica en estas circunstancias.
—Pues vamos a por ellos.
T
ARDAMOS una eternidad en regresar. Partimos a primera hora de la tarde y la hora punta comienza temprano en el sur de California. Cuando llegamos al despacho, todos se ponen de pie, mirándonos con expresión inquisitiva.
—No preguntéis, cielos —dice Callie alzando una mano—. En estos momentos no tengo nada que decir. —Su móvil empieza a sonar y se vuelve para atender la llamada.
El telón ha vuelto a caer sobre ella, ocultando sus emociones. Me siento aliviada, y observo que los otros también. Significa que no le ocurre nada. Todos nos afanaríamos en apoyarla, pero nos disgusta ver el lado vulnerable de Callie. Me pregunto si eso ha influido para que ella se haya encerrado de nuevo en sí misma. Quizá lo ha hecho más por nosotros que por ella.
Alan rompe el silencio.
—Quiero revisar de nuevo el expediente del caso de Annie. Hay algo que no me cuadra. Pero no estoy seguro de qué es.
Yo asiento con la cabeza, pero estoy distraída. O quizá simplemente cansada. Miro mi reloj y me asombra comprobar que es casi hora de marcharnos a casa.
Los límites de nuestro horario son puramente teóricos. Nuestro trabajo exige flexibilidad en ese aspecto, hay demasiado en juego. Siempre he pensado que debe ser lo mismo en una guerra. Cuando las balas vuelan a tu alrededor, no tienes más remedio que disparar contra el enemigo, sea la hora que sea. Y si tienes la oportunidad de avanzar sobre él, la aprovechas tanto si son las cuatro de la mañana como si son las cuatro de la tarde. El otro paralelismo es que aprovechas los tiempos de silencio, las oportunidades de descansar, porque no sabes cuándo volverán a presentarse.
Parece que ésta es una de esas oportunidades, de modo que tomo la decisión que tomaría cualquier buen general.
—Quiero que os vayáis todos a casa —digo—. Es posible que las cosas se compliquen mañana. Más de lo que están. Así es que iros a descansar.
James se me acerca y dice en tono quedo:
—No vendré hasta la hora de comer. Mañana tengo que hacer una cosa.
Tardo unos momentos en comprender lo que me ha dicho.
—¡Ah! —contesto esbozando una mueca—. Lo siento, James. Lo había olvidado. Saluda a tu madre de mi parte.
Él da media vuelta y se marcha sin responder.
—Yo también lo había olvidado, cielo —murmura Callie—. Probablemente porque confiere a Damien una vertiente humana.
—¿Qué es lo que habéis olvidado? —pregunta Leo.
—Mañana es el aniversario de la muerte de la hermana de James —contesto—. La asesinaron. Todos los años él y su madre van al cementerio para visitar su tumba.
—Ah —dice Leo torciendo el gesto—. ¡Joder!
Lo dice con una pasión y vehemencia que me sorprende.
—Lo siento —dice Leo tratando de restarle importancia—. Es que… esta mierda está empezando a afectarme.
—Bienvenido al club, cielo —dice Callie con tono afable.
—Sí, ya. —Él respira hondo y expele el aire. Luego se pasa la mano por el pelo—. Nos vemos mañana.
Leo se marcha tras hacer un vago ademán de despedida. Callie le observa con gesto pensativo.
—El primer caso siempre es duro. Y éste es especialmente duro.
—Sí. Pero lo superará.
—Yo también lo creo, cielo. Al principio no estaba segura de cómo reaccionaría, pero nuestro pequeño Leo se está portando muy bien. —Callie se vuelve hacia mí y pregunta—: ¿Qué vas a hacer esta noche?
—Smoky viene a cenar a casa —dice Alan, mirándome—. Elaina insiste en que vengas.
—No sé…
—Debes ir, Smoky. Te hará bien —dice Callie dirigiéndome una mirada cargada de significado—. Y también le hará bien a Bonnie. —Se acerca a su mesa y coge su bolso—. Además, eso es justamente lo que voy a hacer yo.
—¿Vas a cenar a casa de Alan?
—No, tonta. Esa llamada era de mi hija. —Callie se detiene antes de proseguir—: Qué raro, ¿no? Bueno, el caso es que esta noche voy a cenar con ella y, me estremezco de pensarlo…, mi nieto.