El hombre sombra (11 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
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Lo miro estupefacta.

—¡Joder, Alan! ¿Por qué no pides una excedencia? Deberías estar con Elaina, no aquí. Ya nos arreglaremos sin ti.

—¿No lo entiendes? No estoy enojado por estar aquí, sino porque no hay motivo para que no esté aquí. Las cosas se resolverán de un modo favorable o no. Da lo mismo lo que yo haga. —Alan alza las manos con los dedos separados. Parecen dos gigantescos guantes de receptor de béisbol—. Puedo matar con estas manos. Puedo disparar con ellas. Puedo hacer el amor a mi esposa y enhebrar una aguja. Son fuertes. Y hábiles. Pero no puedo arrancarle ese cáncer. No puedo ayudarla. No lo soporto.

Apoya de nuevo las manos en las rodillas y vuelve a fijar sus ojos de mirada impotente en ellas. Yo también las miro, tratando de hallar unas palabras de consuelo para mi amigo. Siento su temor, y el mío. Pienso en Matt.

—Comprendo tu sensación de impotencia, Alan.

Él me mira mostrando en sus ojos unas emociones ambivalentes.

—Lo sé, Smoky. Aunque, no te ofendas, pero eso no me tranquiliza precisamente. —Alan tuerce el gesto—. Mierda. Lo siento. No debí decir eso.

Yo meneo la cabeza.

—No te preocupes. No se trata de lo que me ha ocurrido a mí, sino de lo que estáis pasando Elaina y tú. No puedes explicarme lo que sientes y al mismo tiempo andarte con pies de plomo.

—Supongo que no —responde espirando aire por la boca—. Joder, Smoky. ¿Qué voy a hacer?

—Yo… —Me reclino durante unos momentos en el asiento. ¿Qué va a hacer? Le miro de nuevo a los ojos—. Vas a demostrarle tu amor y hacer todo lo que esté en tu mano para ayudarla. Vas a dejar que tus amigos te ayudemos en caso de que lo necesites. Y, esto es lo más importante, Alan, vas a tener presente que quizá se solucione todo. Que no lo tienes todo en tu contra.

Me mira con una sonrisa irónica.

—Es cuestión de ver la botella medio llena, ¿no es así?

—Por supuesto —respondo con vehemencia—. Se trata de Elaina. La única forma aceptable de encararlo es viendo la botella medio llena.

Alan mira por la ventanilla, luego observa sus manos y por último me mira a mí. La afabilidad que siempre he admirado en mi amigo se refleja de nuevo en sus ojos.

—Te lo agradezco, Smoky, de veras.

—Venga, hombre, anímate.

—De momento prefiero que esto quede entre nosotros, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. ¿Te sientes bien?

Alan aprieta los labios y asiente con la cabeza.

—Sí, sí, estoy bien. —Me mira achicando los ojos—. ¿Y tú? ¿Estás bien? No hemos hablado desde… —Alan se encoge de hombros.

—No porque no lo intentaras. Sí, de momento estoy bien.

—Me alegro.

Nos miramos durante unos segundos, en silencio, comprendiéndonos con la mirada. Me levanto y le doy un apretón en el hombro antes de alejarme.

Primero Callie, ahora Alan. Problemas, sufrimiento y misterios. Siento remordimientos. He estado tan obsesionada con mi tragedia durante los seis últimos meses que ni siquiera he pensado que las vidas de mis amigos pudieran no ser perfectas, que pudieran sentir temor, dolor y sufrimiento. Me siento avergonzada.

—¿Todo va viento en popa, cielo? —me pregunta Callie cuando me siento.

—Sí, todo va bien.

Me mira unos instantes con su característica intensidad. No creo que se lo haya tragado, pero no insiste.

—Mientras cada uno de nosotros cumplimos con la tarea que nos has asignado, ¿tú que vas a hacer, cielo?

La pregunta me recuerda el propósito de este viaje y me estremezco.

—En primer lugar iré a hablar con Jenny. La invitaré a una cafetería o algo así. —Miro a James—. Es una buena profesional, y vio la escena del crimen poco después de cometerse el asesinato. Quiero conocer sus impresiones de primera mano. —James asiente con la cabeza—. Luego iré a ver al mejor testigo que tenemos.

Nadie me pregunta a quién me refiero, pero sé que todos se alegran de que lo haga. Porque me refiero a Bonnie.

10

E
NTRAMOS en el cuartel general de la policía de San Francisco, pregunto por Jennifer Chang y nos conducen a su despacho. Al vernos entrar, compruebo con satisfacción que parece alegrarse de verme. Avanza hacia nosotros, arrastrando consigo a un compañero que no conozco.

—¡Smoky! No sabía que ibas a venir.

—Fue una decisión de última hora.

Jennifer se detiene frente a mí y me da un buen repaso de pies a cabeza. A diferencia de otras personas, no se molesta en ocultar la curiosidad que le suscitan mis cicatrices, las cuales examina abiertamente.

—No son tan horribles —comenta—. Han cicatrizado bien. ¿Y por dentro?

—Aún duele, pero me estoy recuperando.

—Bien. ¿Habéis venido para haceros cargo del caso o qué? —pregunta Jenny sin andarse con rodeos. Tengo que manejar esto con cuidado; es cierto que hemos venido para hacernos cargo del caso, pero no quiero que ni ella, ni otros miembros de la policía de San Francisco se sientan molestos por ello.

—Sí. Pero sólo debido al mensaje que el asesino dejó para mí. Ya conoces las normas, el correo electrónico constituye una amenaza contra un agente federal. Lo cual lo convierte en un asunto federal —añado encogiéndome de hombros—. Pero eso no quiere decir que pensemos que la policía de San Francisco no es capaz de revolver el caso.

Jenny pondera lo que le he dicho durante unos segundos.

—Ya, bueno. Siempre os habéis portado de forma muy legal conmigo.

La seguimos hasta su despacho, una habitación pequeña con dos mesas. No obstante, me sorprende.

—Dispones de tu propio despacho, Jenny. Es fantástico.

—Hemos tenido la tasa más alta de casos resueltos durante tres años consecutivos. El comisario me preguntó qué quería y le dije que un despacho. Y me lo dio —dice Jenny sonriendo—. Tuvo que echar a los dos veteranos que lo ocupaban. Lo cual no me hizo muy popular. Pero me importa un pito. Lo siento —añade señalando a su colega—, debí presentaros antes. Éste es Charlie De Biasse, mi colega. Charlie, unos agentes del FBI.

El compañero de Jenny inclina la cabeza. De Biasse es un apellido obviamente italiano, y Charlie tiene aspecto de italiano, aunque con una mezcla. Tiene un rostro sereno, tranquilo. Sus ojos contrastan con éste. Son muy perspicaces. Perspicaces y atentos.

—Encantado de conocerte.

—Lo mismo digo.

—Bien —dice Jenny—, ¿tenéis algún plan?

Callie le explica brevemente el reparto de tareas. Cuando termina, la inspectora asiente con gesto de aprobación.

—Suena bien. Os facilitaré unas copias de todo lo que hemos conseguido reunir para vosotros. Charlie, llama a la UDEC
[1]
e infórmales.

—De acuerdo.

—¿Quién tiene las llaves del apartamento de Annie King? —pregunto.

Jenny toma un sobre que hay en una esquina de su mesa y se lo entrega a Leo.

—Están en este sobre. No temáis contaminar la escena del crimen. Ya hemos recogido todas las pruebas. La dirección está anotada en el sobre. El oficial Bixby, que está sentado ahí, os llevará.

Leo me mira arqueando las cejas y yo asiento con la cabeza, indicando que puede irse.

Luego me vuelvo hacia Jenny.

—¿Podemos ir a algún sitio? Me gustaría hablar contigo sobre tus impresiones referentes al escenario del crimen.

—Por supuesto. Iremos a tomar un café. Charlie se ocupará de los demás, ¿de acuerdo, Charlie?

—Desde luego.

—Gracias.

—¿El forense que tienen aquí es un buen profesional? —inquiere James. Formulada por James, más que una pregunta parece un desafío. Jenny le mira frunciendo el ceño.

—Según Quantico es una excelente profesional. ¿Por qué lo pregunta? ¿Le han dicho que no lo es?

Él hace un gesto ambiguo con la mano, como para despachar el tema.

—Dígame cómo puedo ponerme en contacto con ella, inspectora. Y ahórrese el sarcasmo.

Jenny arquea las cejas y le mira con expresión adusta. Se vuelve hacia mí y al observar la expresión de enojo con que miro a James, se aplaca un poco.

—Hable con Charlie —dice con tono seco y áspero. Pero no impresiona a James, que da media vuelta y se aleja sin mirarla siquiera.

—Salgamos de aquí —digo tomando a Jenny por el codo.

Ella dirige una última mirada pensativa a James antes de asentir con la cabeza. A continuación nos encaminamos hacia la puerta de la comisaría.

—¿Ese tipo se comporta siempre como un capullo? —me pregunta cuando bajamos los escalones de la entrada.

—Sí. Esa palabra fue inventada para describirlo.

La cafetería está tan sólo a una manzana, un tipo de establecimiento que parece abundar en San Francisco tanto como en Seattle. Es un pequeño local, no un negocio franquiciado, que ofrece un ambiente relajado y acogedor. Pido un café moca. Jenny un té bien caliente. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana y gozamos guardando silencio unos instantes mientras nos bebemos nuestras respectivas bebidas. El moca es exquisito. Lo suficiente para que yo lo disfrute a pesar de estar rodeada de muerte.

Observo a la ciudad desfilar frente a la ventana. San Francisco siempre me ha intrigado. Es el Nueva York de la costa Oeste. Cosmopolita, con influencias europeas, dotado de un gran encanto y carácter. Por lo general suelo adivinar que alguien es de San Francisco por su forma de vestir. Es uno de los pocos lugares de la costa Oeste donde ves trincheras, sombreros y boinas de lana y guantes de cuero. Una ropa muy estilosa. Hace un día agradable; en San Francisco suele hacer frío, pero hoy ha salido el sol y hace una temperatura en torno a los veinte grados centígrados.

Jenny deja su taza de té y pasa un dedo por el borde de la misma con aspecto pensativo.

—Me sorprendió verte aquí. Y me sorprendió aún más averiguar que no diriges a tu equipo.

La miro por encima de mi taza.

—Ése fue el pacto. Annie King era amiga mía, Jenny. Tengo que mantenerme en la periferia del caso. Al menos, oficialmente. Además, aún no estoy preparada para dirigir la Coordinadora del NCAVC.

La mirada de Jenny no revela nada, pero tampoco expresa ningún juicio de valor.

—¿Eres tú quien crees que no estás preparada o tus jefes?

—Yo.

—No te ofendas, Smoky, pero si eso es cierto, ¿cómo conseguiste que te autorizaran a venir aquí? No creo que mi jefe me lo hubiera autorizado en circunstancias parecidas.

Le explico los cambios que he experimentado gracias a haber reanudado el contacto con mi equipo.

—Creí que sería una buena terapia para mí. Supongo que el director adjunto también lo creyó.

Jenny calla unos momentos antes de responder.

—Tú y yo somos amigas, Smoky. No nos enviamos tarjetas para felicitarnos la Navidad ni celebramos juntas el día de Acción de Gracias. No tenemos ese tipo de amistad. Pero somos amigas, ¿no es así?

—Claro. Desde luego.

—Entonces como amiga tuya que soy, debo preguntarte: ¿vas a poder enfrentarte a este caso? ¿Hasta el final? Es un asunto horroroso. Tremendo. Ya me conoces, sabes que he visto muchas cosas. Pero lo que hizo ese tipo con la hija… —Jenny se estremece, un espasmo involuntario—. Me va a producir pesadillas. Para colmo, lo que le hizo a tu amiga fue también una salvajada. Ya sé que Annie era tu amiga. Comprendo que te parezca saludable volver a meter un pie en el agua, pero ¿crees que debes hacerlo con este caso?

—No lo sé —respondo con sinceridad—. Ésa es la verdad. Estoy hecha un lío, Jenny, te lo aseguro. Supongo que no parece que tenga sentido que me involucre en este caso, pero… —Reflexiono unos instantes antes de proseguir—. ¿Sabes lo que he estado haciendo desde que Matt y Alexa murieron? Nada. No me refiero a tomarme las cosas con calma. Me refiero a no hacer nada. Me pasaba el día sentada, mirando la pared. Cuando me acostaba por las noches tenía pesadillas, me despertaba y me quedaba mirando el techo hasta que volvía a dormirme. A veces, me miro en el espejo durante horas, palpándome las cicatrices. —Siento que se me saltan las lágrimas. Me alegra comprobar que son lágrimas de ira y no de debilidad—. Sólo puedo decirte que vivir así es más horrible que lo que veré al implicarme en la muerte de Annie. Al menos eso creo. Sé que parece egoísta por mi parte, pero es verdad. —Callo como si me hubiera quedado sin palabras, como un reloj que precisa que le den cuerda. Jenny bebe un sorbo de su té. La ciudad sigue desfilando a nuestro alrededor, ajena a nosotras.

—Bien. Entiendo. ¿De modo que quieres que te dé mis impresiones sobre el escenario del crimen? —me pregunta Jenny. No lo hace como mero trámite. A su modo, me demuestra que me apoya, que me comprende, que no perdamos tiempo y entremos en materia. Lo cual le agradezco.

—Sí.

—Ayer recibí la llamada.

—¿Te llamó personalmente a ti? —interrumpo.

—Sí. Dijo mi nombre. Hablaba falseando la voz. Me dijo que mirara mis correos electrónicos. Posiblemente no le hubiera hecho caso, pero te mencionó a ti.

—Dices que hablaba falseando la voz. ¿A qué te refieres?

—Procuraba distorsionarla. Como si hubiera tapado el micrófono del teléfono con un trapo.

—¿Notaste alguna inflexión especial? ¿Utilizó expresiones coloquiales? ¿Un acento que te chocó?

Jenny me mira con una sonrisa divertida.

—¿Vas a interrogarme como si fuera una testigo, Smoky?

—Eres una testigo. Al menos, para mí. Eres la única persona que ha hablado con el asesino, y viste el escenario del crimen pocos días después de cometerse el asesinato. Por supuesto que eres una testigo.

—De acuerdo. —Jenny reflexiona unos momentos sobre mi pregunta—. Debo decir que no. En realidad fue todo lo contrario. No noté ninguna inflexión. Hablaba con tono neutro.

—¿Recuerdas lo que dijo exactamente? —Sé que la respuesta a esa pregunta es afirmativa. Jennifer tiene una memoria pasmosa. Es tan mortífera, a su manera, como mi destreza con una pistola. Los abogados defensores la temen.

—Sí. Dijo: «¿Es usted la inspectora Chang?» Yo respondí que sí. «Tiene un correo electrónico», dijo, pero no se rió. Ése fue uno de los detalles que me llamó la atención, al principio. No forzó la nota melodramática. Se limitó a exponer el hecho. Le pregunté quién era y contestó: «Ha muerto una persona. Smoky Barrett la conoce. Tiene un correo electrónico». Y colgó.

—¿Eso es todo?

—Sí.

—Mmm. ¿Sabemos de dónde procedía la llamada?

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