Read El jardinero fiel Online

Authors: John le Carré

Tags: #Intriga

El jardinero fiel (46 page)

BOOK: El jardinero fiel
4.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Y qué hay del correo electrónico?

—Ya no tiene correo electrónico. Su ordenador tuvo un infarto el día después de que ella intentara publicar su artículo, y aún no se ha repuesto.

Birgit tenía una expresión estoica en medio de su tribulación, aunque se había sonrojado.

—¿Y entonces? —preguntó Justin, instándola a continuar.

—Entonces no tenemos documento. Lo robaron cuando robaron el ordenador y los ficheros y las cintas. Llamé a Lara por la noche. Nuestra conversación terminó a eso de las cinco menos cuarto. Ella se emocionó, estaba muy contenta. Yo también. «Espera a que se entere Kovacs», repetía. Así que estuvimos charlando y riendo un buen rato y yo no pensé en hacer una copia de la confesión de Lorbeer hasta el día siguiente. Guardé el documento en nuestra caja fuerte. La caja no es enorme pero sí de tamaño considerable. Los ladrones tenían la llave. Igual que cerraron las puertas con llave al marcharse, también cerraron la caja fuerte después de robarnos el documento. Cuando uno piensa sobre estas cosas, resultan evidentes. Hasta entonces ni se le ocurren. ¿Qué hace un gigante cuando quiere una llave? Le dice a su gentecilla que descubra qué tipo de caja fuerte tenemos, luego llama al gigante que hizo la caja fuerte y le pide que ordene a su gentecilla que le hagan una llave. En el mundo de los gigantes todo eso es normal.

El Mercedes blanco seguía sin moverse. Tal vez eso también fuera normal.

Encontraron un refugio con techo de hojalata. A cada lado hay hileras de hamacas plegables encadenadas como presos. La lluvia repiquetea sobre el tejado de cinc y cae formando riachuelos a sus pies. Carl ha vuelto con su madre. Duerme sobre su pecho con la cabeza acurrucada en su hombro. Ella ha abierto un parasol para protegerlo de la lluvia. Justin se ha sentado un poco aparte, con las manos enlazadas entre las rodillas y la cabeza inclinada sobre las manos. Esto es lo que me contrarió de la muerte de Garth, recuerda. Garth me privó de una mayor educación.

—Lorbeer estaba escribiendo un
roman
—dice Birgit.

—Novela.

—¿
Roman
es novela?

—Sí.

—Entonces su novela tiene el final feliz al principio. Érase una vez dos hermosas y jóvenes doctoras llamadas Emrich y Kovacs. Las dos son interinas en la Universidad de Leipzig, en Alemania Oriental. La universidad tiene un gran hospital. Las dos realizan investigaciones bajo la supervisión de sabios profesores y sueñan con que algún día harán un gran descubrimiento que salvará al mundo. Nadie habla del dios Beneficio, a menos que sea un beneficio para la humanidad. Al hospital de Leipzig llegan muchos rusos de origen alemán procedentes de Siberia con tuberculosis. En los campos de prisioneros soviéticos la incidencia de la tuberculosis era muy elevada. Todos los enfermos son pobres, todos están enfermos y sin defensas, la mayoría padecen variedades multirresistentes y muchos son ya moribundos. Están dispuestos a firmar cualquier cosa y a probar cualquier cosa sin causar problemas. Así pues, es natural que las dos jóvenes doctoras se hayan dedicado a aislar bacterias y a experimentar con remedios embrionarios contra la tuberculosis. Han hecho ensayos con animales, quizá han probado incluso con estudiantes de medicina y otros internos. Los estudiantes de medicina no tienen dinero. Serán médicos algún día, así que también les interesa el procedimiento. Y sus investigaciones las supervisa un
Oberarzt

—Un médico jefe.

—El equipo lo dirige un médico jefe que está entusiasmado con los experimentos. Nadie es malo, nadie comete ningún delito. Son jóvenes soñadores que tienen un tema de análisis muy atractivo y pacientes desesperados. ¿Por qué no?

—¿Por qué no? —musita Justin.

—Y Kovacs tiene novio. Kovacs siempre tiene novio. Muchos novios. Su novio es polaco, un buen tipo. Casado, pero eso no importa. Y el novio tiene un laboratorio pequeño y eficaz en Gdansk. Por amor a Kovacs, el polaco le dice que puede ir a jugar a su laboratorio siempre que quiera. Además, puede llevar consigo a quien le plazca, así que se lleva con ella a su hermosa amiga y colega, Emrich. Kovacs y Emrich investigan, Kovacs y el polaco hacen el amor, todo el mundo es feliz, nadie habla sobre el dios Beneficio. Estos jóvenes sólo buscan el honor y la gloria, y quizá un pequeño ascenso en la profesión. Y sus estudios dan resultados positivos. Los enfermos siguen muriéndose, pero iban a morir de todas maneras. Pero algunos que habrían muerto, siguen viviendo. Kovacs y Emrich están muy orgullosas. Escriben artículos para revistas médicas. Su profesor escribe artículos de apoyo. Otros profesores apoyan al profesor, todo el mundo es feliz, todo el mundo felicita al vecino, no hay enemigos, al menos de momento.

Carl se mueve. Birgit le da unas palmaditas en la espalda y le sopla dulcemente en la oreja. Carl sonríe y sigue durmiendo.

—Emrich también tiene un amante. Está casada con un tal Emrich, pero el marido no la satisface y, al fin y al cabo, eso es el este de Europa, todo el mundo ha estado casado con todo el mundo. Su amante se llama Markus Lorbeer. Lorbeer tiene una partida de nacimiento de Sudáfrica, es de padre alemán y madre holandesa, y vive en Moscú como representante autónomo de empresas farmacéuticas, pero, ay, también es un empresario con olfato para las iniciativas interesantes en el campo de la biotecnología, y sabe explotarlas.

—Un cazatalentos.

—Tiene unos quince años más que Lara, ha recorrido los siete mares, como decimos aquí, y es un soñador como ella. Adora la ciencia, pero jamás se hizo científico. Adora a Dios y al mundo entero, pero también adora al dinero y al dios Beneficio. Así que escribe: «El joven Lorbeer es un creyente, adora al Dios cristiano, adora a las mujeres, pero también adora al dios Beneficio». Esto precipita su caída. Cree en Dios, pero no le hace caso. Personalmente yo rechazo su actitud, pero eso no importa ahora. Para un humanista, Dios es una excusa para no ser humanista. Seremos humanistas en la otra vida, y mientras tanto obtenemos beneficios. No importa. «Lorbeer se apoderó del don de la sabiduría de Dios», supongo que con eso se refiere a la molécula, «y se la vendió al Diablo». Supongo que se refiere a KVH. Luego dice que cuando Tessa fue a verlo al desierto, le contó sus pecados con todo detalle.

Justin se irguió en el asiento bruscamente.

—¿Eso dice? ¿Que se lo contó a Tessa? ¿Cuándo? ¿En el hospital? ¿Adónde fue ella a verlo? ¿A qué desierto? ¿De qué demonios está hablando?

—Como ya te he dicho, el documento es un poco raro. Lorbeer la llama el Abad.
[1]
«Cuando el Abad fue a visitar a Lorbeer al desierto, Lorbeer lloró». Tal vez sea un sueño, una fábula. Lorbeer se ha convertido en un penitente en el desierto. Es Elías o Cristo, no lo sé. En realidad es de mal gusto. «El Abad visitó a Lorbeer para que rindiera cuentas ante Dios. Por lo tanto, durante este encuentro en el desierto, Lorbeer explicó al Abad la naturaleza recóndita de sus pecados». Esto es lo que él escribe. Es evidente que sus pecados son muchos. No los recuerdo todos. Está el pecado del autoengaño y el de las falsas premisas. Luego creo que viene el pecado del orgullo, seguido por el de la cobardía. No se justifica en absoluto, lo que en realidad me alegra. Pero seguramente también él se alegra. Lara dice que sólo es feliz cuando se confiesa o hace el amor.

—¿Escribió todo eso en inglés?

Ella asintió.

—Un párrafo lo escribe como la Biblia inglesa, en el siguiente ofrece detalles extremadamente técnicos sobre el diseño deliberadamente engañoso de los ensayos clínicos, sobre las peleas entre Kovacs y Emrich y sobre los problemas de la Dypraxa cuando se combina con otras drogas. Sólo una persona muy informada podía conocer esos detalles. Prefiero con mucho a este Lorbeer antes que al Lorbeer del Cielo y el Infierno, lo reconozco.

—¿Abad con
a
minúscula?

—Mayúscula. «El Abad anotó todo cuanto le dije». Pero había otro pecado. La mató.

Justin fijó la mirada en el recostado Carl mientras esperaba.

—Tal vez no lo hiciera él personalmente; en eso es ambiguo. «Lorbeer la mató con su traición. Cometió el pecado de Judas, por lo tanto, le cortó la garganta con las manos desnudas y clavó a Bluhm al árbol». Cuando leí estas palabras a Lara, le pregunté: «Lara, ¿está diciendo Markus que asesinó a Tessa Quayle?».

—¿Qué respondió ella?

—Que Markus no podría matar ni a su peor enemigo. Que ésa es su cruz: ser un hombre malo con conciencia. Lara es rusa; está muy abatida.

—Pero si él mató a Tessa, no es bueno, ¿no?

—Lara jura que es imposible que lo hiciera. Lara tiene muchas cartas de Markus y está perdidamente enamorada de él. Le ha oído muchas otras confesiones, salvo ésta, claro. Dice que Markus está muy orgulloso de sus pecados, pero que es engreído y los exagera. Tiene una personalidad compleja, quizá un poco psicótica, y por eso lo ama.

—Pero ¿no sabe dónde está?

—No.

Justin, que miraba al frente sin ver, clavó los ojos en el engañoso crepúsculo.

—Judas no mató a nadie —objetó—. Judas cometió una traición.

—Pero el efecto fue el mismo. Judas mató con su traición.

Otra larga contemplación del crepúsculo.

—Aquí falta un personaje. Si Lorbeer traicionó a Tessa, ¿a quién la entregó?

—No quedaba claro. Tal vez a las Fuerzas Oscuras. Sólo puedo hablarte de lo que recuerdo.

—¿Las Fuerzas Oscuras?

—En el documento hablaba de las Fuerzas Oscuras. Detesto esa terminología. ¿Se refiere a KVH? Tal vez conozca otras fuerzas.

—¿Mencionaba a Arnold el documento?

—El Abad tenía un guía. En el documento, es el Santo. El Santo había llamado a Lorbeer al hospital y le había dicho que la droga Dypraxa era un instrumento de muerte. El Santo era más prudente que el Abad porque es un médico, y más tolerante porque conoce la maldad humana por experiencia. Pero la mayor verdad la tiene Emrich. De eso Lorbeer está seguro. Emrich lo sabe todo, por lo tanto, no se le permite hablar. Las Fuerzas Oscuras están resueltas a tapar la verdad. Por eso tenían que matar al Abad y crucificar al Santo.

—¿Crucificado? ¿Arnold?

—En la fábula de Lorbeer, las Fuerzas Oscuras se llevaron a Bluhm a rastras y lo clavaron a un árbol.

Los dos guardaron silencio, avergonzados en cierto sentido.

—Lara dice también que Lorbeer bebe como un ruso —añadió Birgit, a modo de atenuante, pero Justin estaba centrado en el tema.

—Lorbeer escribe desde el desierto, pero usa el servicio de correos de Nairobi —objetó.

—La dirección venía mecanografiada, el conocimiento de embarque estaba escrito a mano, el paquete se envió desde el hotel Norfolk de Nairobi. El nombre del remitente era difícil de leer, pero creo que era McKenzie. ¿No es escocés? Si el paquete no podía ser entregado, no debía devolverse a Kenia, sino ser destruido.

—Supongo que el conocimiento de embarque tenía un número.

—El conocimiento de embarque iba dentro del sobre. Cuando metí el documento en la caja fuerte por la noche, lo primero que hice me volver a meterlo en el sobre. Naturalmente, el sobre también ha desaparecido.

—Pregunta al servicio postal. Tendrán una copia.

—El servicio postal no tiene registrado el paquete. Ni en Nairobi ni en Hanover.

—¿Cómo puedo encontrarla?

—¿A Lara?

La lluvia resonaba sobre el tejado de cinc y las luces anaranjadas de la ciudad surgían y se desvanecían en la niebla. Birgit arrancó una hoja de su agenda y anotó en ella un largo número de teléfono.

—Tiene una casa, pero no por mucho tiempo. También puedes preguntar en la universidad, pero ten mucho cuidado porque allí la detestan.

—¿Lorbeer se acostaba también con Kovacs, además de Emrich?

—No sería extraño en él. Pero creo que la pelea entre las dos mujeres no se debió al sexo, sino a la molécula. —Hizo una pausa, siguiendo la mirada de Justin, que miraba hacia lo lejos. Pero no había nada que ver, salvo las colinas distantes, cuya cima asomaba por entre la niebla—. Tessa me escribía a menudo que te amaba —dijo en voz baja al rostro vuelto de Justin—. No lo decía directamente, no era necesario. Decía que eras un hombre honrado y que lo serías cuando fuera necesario.

Birgit se preparó para irse. Él le pasó la mochila y entre los dos ataron a Carl al asiento especial de la bicicleta y colocaron la capa impermeable de modo que la cabeza del durmiente asomara por el agujero. Birgit se subió entonces a la bicicleta.

—Bueno —dijo—, ¿te vas a pie?

—Me voy a pie.

Ella sacó un sobre del interior de su chaqueta.

—Esto es todo lo que recuerdo de la novela de Lorbeer. Lo he escrito para ti. Mi letra es muy mala, pero seguro que la descifras.

—Eres muy amable. —Justin se metió el sobre dentro de la gabardina.

—Bueno, pues que te vaya bien el paseo —dijo ella.

Birgit hizo ademán de estrecharle la mano, pero cambió de idea y le besó en la boca; un beso serio, pausado, necesariamente torpe, de afecto y de despedida, mientras sujetaba la bicicleta con las manos. Luego fue Justin quien la sujetó para que ella se abrochara el casco bajo el mentón, antes de acomodarse en el sillín y echar a pedalear colina abajo.

Voy a pie.

Echó a andar por el centro de la carretera, con un ojo puesto en los arbustos de rododendros que tenía a cada lado, cada vez más oscuros, escudriñando los boquetes negros que se abrían entre ellos. El aire nocturno olía a manzanas. Llegó al pie de la colina y se acercó al Mercedes aparcado, pasando a diez metros del capó. El interior no estaba iluminado. Había dos hombres sentados delante pero, a juzgar por sus siluetas inmóviles, no eran los mismos que habían subido antes por la colina y habían vuelto a bajar. Siguió caminando y el coche lo adelantó. Él no hizo caso, pero en su imaginación los hombres lo vigilaban. El Mercedes llegó a un cruce y giró a la izquierda. Justin giró a la derecha, dirigiéndose hacia el resplandor de la ciudad. Pasó un taxi y el taxista le ofreció sus servicios.

—Gracias, gracias —respondió él expresivamente—, pero prefiero ir andando.

No hubo réplica. Justin caminaba ahora por la acera, manteniéndose cerca del bordillo. Llegó a otro cruce y enfiló una calle lateral muy iluminada. Jóvenes de ambos sexos de mirada certera se agazapaban en los portales. Hombres con chaqueta de cuero hablaban en las esquinas por el móvil. Justin pasó dos cruces más y vio delante el hotel en que se alojaba.

BOOK: El jardinero fiel
4.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Outcast Prince by Shona Husk
The Foundation: Jack Emery 1 by Steve P. Vincent
Knock Me for a Loop by Heidi Betts
Intensity by Viola Grace
A Darker Music by Maris Morton
Cloudless May by Storm Jameson
The Uncrowned King by Daniells, Rowena Cory