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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Relato, #Biografía

El joven Lennon (11 page)

BOOK: El joven Lennon
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—Yo no pretendo engañaros. Todos estamos comenzando en este negocio: vosotros como conjunto y yo reuniendo a los que creo que valen la pena, para trabajar con ellos. En un tipo de sociedad como la que podríamos formar, lo esencial es la compenetración y el esfuerzo de ambas partes. Ni siquiera os está permitido firmar un contrato, así que nos basaríamos en reglas éticas: yo busco una actuación, convengo un precio, vosotros actuáis, y nada más terminar el concierto percibís lo estipulado, deduciendo mi tanto por ciento.

—¿Cómo ha oído hablar de nosotros? —preguntó Paul.

—Sois bastante populares —admitió Whalley—, y supe que andabais buscando un agente. Por supuesto, me gustaría oíros tocar, pero el hecho de que se os conozca en círculos estudiantiles y en algunos barrios ya me vale. Es una garantía.

—¿Cuánto se quedaría de lo que cobrásemos? —quiso saber John.

—El treinta por ciento.

—¿El treinta por ciento? —repitió abrumado—. Creía que la cosa estaba entre un diez y un veinte.

Nigel Whalley intentó justificarse.

—Yo pierdo mucho tiempo mientras que vosotros ganáis el vuestro. Yo corro con los riesgos, me desplazo, visito a gente a la que no convenzo, o cedo ante otros que pagan menos de lo que sería de desear, porque a veces es conveniente mostrarse flexible. Todo ellos sin olvidar lo que os he dicho antes: no hay nada firmado. Podéis haceros populares y largaros con otro agente. No veo que el treinta por ciento sea desorbitado.

John miró a Paul.

—El treinta por ciento de algo es mejor que el setenta por ciento de nada —reflexionó éste en voz alta.

—Tal y como lo veo yo, chicos —continuó Whalley—, lo que necesitáis es tiempo para componer y ensayar, pero también habéis de actuar en directo para foguearos de veras. Es en la escena donde salen los artistas, no en los ensayos, aunque éstos sean necesarios. Y no olvidéis algo muy importante: viene el verano.

—Falta bastante aún, ¿no cree?

—Cuanto antes se logren contratos, mejor. Hay gente que tiene ya formalizadas las actuaciones de todo el verano, par escoger lo que les interesa. Hay que moverse ahora. Por vuestra parte, debéis acabar la escuela, estudiar, preparar la graduación y esas cosas. Pienso que requieren tiempo. No podéis hacerlo todo.

John le entregó el informe. Habían estado esperando algo como aquello y ahora que lo tenían delante no saltaban de alegría, ni decían que sí a la primera. Contrariamente a lo que pensaban, Whalley era honrado, la clase de persona que disfruta con lo que hace y lo hace a conciencia. Paul no se atrevía ni a respirar, esperando la decisión de su compañero.

—¿Cuántas actuaciones nos puede garantizar? —preguntó John.

—Es difícil asegurar algo así —repuso el agente—, pero disponiendo de la cinta de la que habéis hablado, creo que podríamos habar de una a la semana al menos. El objetivo será buscar algo fijo en alguna parte, una semana completa o dos en algún local juvenil.

Era más de lo que podían desear y esperar. Un sueño y un primer paso. John acabó asintiendo con la cabeza. Paul cerró los ojos y se relajó.

—De acuerdo —dijo John.

Nigel Whalley le dio una palmada en un hombro.

—No os arrepentiréis. Esto es el comienzo de una verdadera carrera profesional. ¿No habría que celebrarlo?

38

SUBIÓ las escaleras de puntillas, en silencio, intentando no pisar ninguna de las maderas que solían crujir siempre. No llegó al piso superior, porque la puerta de la habitación de su madre estaba entornada. La voz de tía Mimi llegó hasta él con claridad. Era una voz llena de ternura. Pero había en ella un toque amargo.

—… sé que las cosas no son fáciles, Julia, ¡claro que lo sé! Y yo… yo hago lo que puedo.

—Claro que lo haces, Mimi. De no ser por ti, no sé lo que haría.

—Pero a veces me da miedo mi incapacidad, mi limitación. Él es tan… tan… —buscó una palabra que pareció no encontrar—. Tú misma lo has visto: está en una edad difícil.

—¿Y cuándo no lo ha estado? Todas las edades son difíciles.

—Sólo que ésta es la última —dijo tía Mimi—. A partir de aquí, ya no hay retroceso ni solución posible, ¿no lo ves? En la infancia, en la pubertad, a cualquier edad hay una forma, un diálogo, pero John va camino de los diecisiete, y es bastante más inteligente que los adolescentes de su misma edad. Es un hombre. Me atrevería a decir que estás ante… ante tu última oportunidad.

La voz de Julia Stanley fue seca.

—¡Mimi, por favor, no dramatices!

Tía Mimi no dio su brazo a torcer.

—¿No ves cómo se refugia en la música? Johnny te necesita.

Se detuvo, y desde la escalera John comprendió el motivo. Oyó un ahogado sollozo de su madre. Sintió ese vértigo que producen, cuando se dan a la vez, la rabia, la compasión y la impotencia. Tuvo que permanecer inmóvil, y sintió la tentación de volver abajo para no oír nada más, pero sus pies se negaron a moverse.

—Julia, Julia —musitó tía Mimi.

—¿Crees que…, crees que no hubiera querido que las cosas fueran de otra forma? —gimió la madre de John—. Por encima de todo, él está mejor aquí, y yo… yo necesito trabajar, y no podría hacerlo en Liverpool. No puedo volverme atrás.

—Siempre te han dado miedo los recuerdos, ¿no es cierto?

—No lo sé, no lo sé.

La voz de tía Mimi se convirtió en un murmullo apenas audible.

—Johnny ha estado hasta ahora bajo nuestra responsabilidad. Yo misma estoy asustada. Johnny ha tomado las riendas de su vida. No tardará en volar, ¿sabes?

—¡Veo tanto a su padre en él!

Se oyó el cierre de una maleta, y la puerta de la habitación se abrió de par en par, impulsada por la mano de tía Mimi. John abandonó su posición en la escalera, deslizándose hacia la planta baja como una serpiente asustada. Lo último que escuchó fue a su tía diciendo:

—No dejes que pase tanto tiempo esta vez, por favor, Julia. Haz lo imposible, ven los fines de semana. Johnny se gradúa en junio y, además, ¡te quiere tanto!

Alcanzó la puerta principal, la franqueó sin hacer ruido y caminó por el breve sendero del jardín, hasta llegar a la cancela que comunicaba con la calle. Un diáfano sol jugueteaba con los estertores del invierno, preludiando el canto de la primavera. Era un día insólito, sin una sola nube en el cielo. Se sintió invadido por él y permaneció quieto un tiempo indefinido, hasta que a su espalda escuchó un ruido.

Al volver la cabeza vio a su madre con la maleta, y a tía Mimi detrás.

Odiaba las despedidas.

Y su vida parecía estar llena de ellas.

El recuerdo de las últimas palabras de su madre brotó en su mente:

—¡Veo tanto a su padre en él!

¿Significaba algo bueno o algo malo aquello que le había hecho amarle en un comienzo, o aquello que le había hecho odiarle después? No, esto no tenía sentido. Pero, entonces, ¿había algo que lo tuviera?

Julia Stanley se detuvo ante él. Dejó la maleta en el suelo.

—Volveré en cuanto pueda, de verdad —dijo.

—¿Estarás aquí para mi graduación? —preguntó él.

Julia Stanley vaciló. No supo si su hijo hablaba en serio.

Faltaban cuatro meses para la graduación, aunque, ¿no estuvo otras veces mucho más tiempo fuera?

—Te quiero, Johnny —musitó.

Abrió sus brazos y lo estrechó en ellos. El muchacho fue consciente de su temblor, y de la fuerza indestructible que cerraba el círculo en torno a ambos. Intentó participar, deseándolo con todas sus fuerzas, pero algo se lo impidió. Los labios de su madre recorrieron los senderos de su cabello, hasta alcanzar la libertad de la frente. Las gafas amenazaban romperse por la fuerza del abrazo, pero ni uno ni otra prestaron atención a este detalle.

Lentamente, los brazos de John se hicieron cántico emocionado en torno a la espalda de su madre.

—Te quiero, Johnny —repitió Julia Stanley.

39

SU voz trenzó una melodía lánguida, suave, que acabó convirtiéndose en un tema lento, triste y nostálgico. La guitarra acompañó el vuelo de la voz, despertándola de su languidez. La armonía de la voz y la guitarra se convirtió en un río de sonoridades y sentimientos nuevos.

La mística de lo nostálgico superó las barreras de lo creativo. Estaba viviendo el éxtasis estético. Y John sabía muy bien el porqué de esta vivencia.

—¡Madre!

La mano que pulsaba las cuerdas se detuvo. La mano izquierda cambió de posición en los trastes. Volvió a repetir la melodía perezosamente.

Su sangre ardía, presa de una rabia incontenible. Pero al mismo tiempo su espíritu vivía unos momentos de gran tranquilidad. Las cuerdas de su guitarra, acariciadas por sus dedos, se hacían eco de esto sentimientos contrapuestos.

La canción nacía natural, espontánea, del amor y del odio. Se sentía débil y fuerte a la vez. Sí, todo se fundía en la realidad indescriptible de la canción.

—Madre —volvió a cantar.

Era el título, pero ¿qué letra podía poner a la canción? El río de la melodía seguía su propio curso, incontenible. Navegaba hacia un mar de sensaciones musicales puras.

La canción nacía y moría al mismo tiempo.

Y entonces dejó de tocar.

La última nota se hizo eco de su derrota. Se dejó sumir en el mundo de la languidez y la nostalgia y cayeron derribadas las murallas de su castillo de paz. El amor y el odio renacieron, colmando hasta los bordes el vaso de la ira. Se dijo a sí mismo que aquélla era una canción sin sentido, un fantasma, la imagen que él mismo quería crear en un instante vacío.

La inconsistencia de un deseo.

Y mentalmente la hizo añicos, renunciando a su calor y a su realidad. Su cuerpo parecía tranquilo. Pero la lucha interior le hizo perder su equilibrio emocional.

El proceso de autodestrucción que estaba viviendo conscientemente era su único punto de apoyo para continuar luchando. El caos lo proyectó hacia cotas inalcanzables, aun para su sed de venganza. El odio era claro vencedor.

— Mierda —exclamó.

Y el sonido de su voz lo liberó por fin.

La canción ya no existía. El recuerdo tampoco. Seguía solo, quemando un silencio estéril. La guitarra se convertía en una presencia muerta entre sus manos.

Así que acabó arrojándola sobre la cama y después de marchó de su habitación.

Derrotado.

40

—¡VAMOS, Kay, vamos, puedes hacerlo!

—¿No sería mejor cambiar, hacer una pausa y entonces entrar?

—No, ¡no! —gritó John—. ¡Lo quiero como te he dicho! ¿Tan difícil es?

—¡Maldita sea, sólo llevo una semana con vosotros! —protestó el batería—. Dame tiempo, ¿no?

—¡No hay tiempo!

Paul se acercó a su amigo. De espaldas a Kay le susurró:

—Tranquilo, le necesitamos.

John hundió los hombros. Era un compás sencillo, un simple cambio, una ruptura en mitad del redoble para unirlo con la entrada del siguiente movimiento. La única dificultad consistía en tener que utilizar ambas manos y poseer la suficiente habilidad para cambiar durante un segundo el ritmo de ambas. La elementalidad de Kay se lo impedía, estaba claro.

—¿Lo practicaste en tu casa, como te dije?

—Estamos en exámenes, ¿lo olvidas? Iba a hacerlo cuando se presentó mi padre antes de hora, y tuve que ponerme a estudiar.

—Ésa es una buena canción para la actuación del domingo, y lo sabes.

—¡Al diablo con la maldita actuación del domingo, Lennon! —gritó Kay—. Tenemos un montón de canciones y todas son buenas, pero si a mí me fastidian la graduación, se me acaba la buena vida, ¿sabes? Mira, tú no tienes un padre que te anda todo el día detrás, ni nadie que te caliente los cascos, así que no me vengas…

—Kay.

El batería dejó de hablar y miró a Paul McCartney. Éste le rogaba que se callase, poniéndose el índice sobre los labios. Kay desvió los ojos hacia John. Antes de que el jefe del grupo pudiera decir nada, su amigo volvió a colocarse delante de él.

—Todos estamos nerviosos con la dichosa graduación —apuntó serenamente.

—¿Y…?

El tono de John era desafiante.

—¿Vas a tomarla conmigo? Si Kay se va, no habrá actuación el domingo, y esta vez Whalley nos enviará a paseo. Sé lo que te pasa y te comprendo, pero esto no…

—Tú no sabes lo que me pasa.

—Enterré a mi madre el año pasado, ¿recuerdas? —habló Paul con gravedad—. No tienes por qué hablarme de sentimientos, ni creer que los tuyos son mejores que los míos. Todos tenemos problemas.

—¡Eh! —gritó Kay—. ¿Qué estáis murmurando? Si pensáis que no sirvo, no tenéis más que decírmelo. Por lo que nos pagan por tocar, no vale la pena matarse ni…

—No hablábamos de eso; tranquilo —dijo Paul volviéndose hacia él—. ¿Por qué no lo intentamos una vez más? —volvió a dirigirse a John— ¿Te parece?

La respuesta no fue inmediata. McCartney acabó sonriendo de aquella característica forma en que lo hacía, mitad infantil, mitad de conejo. John acabó arrastrado por ella. Después de todo…

—El tranquilo McCartney —suspiró.

—El inquieto Lennon —murmuró Paul.

John volvió a tomar su guitarra. Solía estropear las cosas a menudo, y a veces era un lujo que no podían permitirse. Para su tozudez y su tesón no existía la palabra imposible.

Él lo sabía, y Paul también.

Los demás no comulgaban demasiado con esta idea.

—Vamos a intentarlo de nuevo —dijo.

El batería tomó sus baquetas. La crispación había desaparecido. El otro guitarra y el bajo le secundaron, dispuestos a reanudar el ensayo. Paul McCartney tarareó el estribillo de
Don't be cruel
, «No seas cruel». John no pudo evitar un gesto de relajada ironía al oírlo.

—Un, dos, tres y…

41

CAMINABAN por los alrededores de la estación de Lime, envueltos en el bullicio de la gente que circulaba siempre por las proximidades de las estaciones, cuando John le hizo la pregunta:

—¿Por qué reaccionaste, amparándote en la música, cuando murió tu madre?

Paul pensó la respuesta apenas unos segundos, más sorprendido por el momento en que se le planteaba que por el fondo de la misma.

—Creo que ya te lo dije —respondió—. De pronto vi claro que la música tenía un sentido mucho más fuerte del que había creído. Fue como si toda la tradición de mi padre cobrase forma repentinamente. Quiero decir que tenía algo, no sé cómo explicarlo; algo, la posibilidad de ser alguien por mí mismo, valiéndome de mi esfuerzo, y sin esperar a terminar una carrera, y ser médico o abogado, ¿entiendes? Antes de que mi madre muriese, pensaba que había otras cosas, y que la música, siendo importante, nunca pasaría de ser un pasatiempo o un sueño. Luego me encontré solo, pensé en mi padre y en su primer grupo, el que creó cuando tenía diecisiete años, y todo se hizo claro. Asumí mi propio papel, y una vez convencido de él…

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