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Authors: Antonio Cabanas
Ésta es la historia de Shepsenuré, el ladrón de tumbas, hijo y nieto de ladrones, y de su hijo Nemenhat, digno vástago de tan principal estirpe, quienes arrastraron su azarosa vida por los caminos de un Egipto muy diferente del que estamos acostumbrados a conocer, en los que la miseria y el instinto de supervivencia les empujaron perpetrar el peor crimen que un hombre podía cometer en aquella tierra, saquear tumbas.
Antonio Cabanas
El ladrón de tumbas
ePUB v1.0
Mezki11.01.12
1.ª edición: noviembre 2005
© Antonio Cabanas, 2004
© Ediciones B, S.A., 2005
para el sello Zeta Bolsillo
Bailen, 84 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Diseño de colección: Ignacio Ballesteros
Printed in Spain
ISBN: 84-96546-53-5
Depósito legal: B. 38.802-2005
Impreso por LIBERDÚPLEX, S.L.
Constitució, 19 - 08014 Barcelona
A mi esposa Inma,
que ha resultado
ser la mejor de las compañeras.
La realización de la presente obra ha supuesto un considerable esfuerzo, debido a la extensa bibliografía que ha sido necesario emplear a fin de dotarla del mayor rigor posible. Una ardua tarea durante la cual recibí el constante apoyo de mi esposa Inma. Brindo a ella la mayor de mis gratitudes.
También quiero dar las gracias a Manuela, que tan amablemente me ofreció su ayuda y consejos a la hora de mecanografiar el manuscrito original, así como a Cristina, por dar vida al sueño de ver publicada la presente novela.
No quisiera finalizar sin dedicar unas líneas a mis padres. A mi madre, como reconocimiento por toda una vida de desvelos, y en particular a la memoria de mi padre, hombre de una lucidez extraordinaria que me transmitió, desde temprana edad, su amor por la literatura. Su recuerdo sigue vivo entre los que le amábamos.
Reyes, nobles, grandes guerreros, prohombres, dioses… La mayoría de las veces que leemos una novela histórica, alguno, si no la totalidad de estos personajes, suelen ser protagonistas directos de ella. Nada nuevo, sin duda, pues ya en los albores de nuestra civilización grandes poemas épicos cantaron las gestas de los héroes inmortalizándolos.
Habitualmente es inusual encontrar obras de este género en las que los protagonistas pertenezcan a los estratos más bajos de la sociedad de su tiempo. Indudablemente, cuando se trata de novelas ambientadas en el Antiguo Egipto, ocurre lo mismo. El lector está acostumbrado a los relatos acerca de los faraones que gobernaron esa tierra o de los notables que en ella vivieron; sin embargo, muy pocas veces tenemos ocasión de conocer cómo era la vida del pueblo llano, o la de las clases más bajas.
Sin pretender emular a Hesíodo, éste fue el motivo que me animó a escribir esta novela, eligiendo para ella actores que pertenecieran a la peor condición social posible; parias entre los parias.
Ésta es la historia de Shepsenuré, el ladrón de tumbas, hijo y nieto de ladrones, y la de su hijo Nemenhat, digno vástago de tan principal estirpe, quienes arrastraron su azarosa vida por los caminos de un Egipto muy diferente al que estamos acostumbrados a conocer, en los que la miseria y el instinto de supervivencia les empujaron a perpetrar el peor crimen que un hombre podía cometer en aquella tierra, saquear tumbas.
En ningún caso esta obra pretende ser un tratado de historia sobre el Antiguo Egipto, aunque trate de plasmar lo más fielmente posible el tipo de vida y las costumbres de aquel pueblo. Por ello, el libro tiene profusión de términos escritos tal y como los expresaban los antiguos egipcios, y que son convenientemente explicados en notas a pie de página. Para aquellos nombres conocidos actualmente por su traducción griega, me he limitado a transcribirlos en su forma original egipcia, sólo como una mera curiosidad, empleando después el nombre con el que, generalmente, se conocen hoy en día.
La historia que aquí se cuenta es ficticia, aunque el marco en el que se desarrolla la acción, primeros años del reinado del faraón Ramsés III, es verídico.
Asimismo, la mayoría de los protagonistas de esta novela son imaginarios; no así los personajes históricos, que sí existieron. Ramsés III, obviamente, gobernó Egipto en aquel tiempo, y su hijo, el príncipe Parahirenemef, fue leal servidor de su padre y le acompañó a las guerras, que emprendió éste, como auriga; tal y como se cuenta en esta obra.
Todos los sucesos históricos que acompañan a la trama son igualmente ciertos, y hasta donde este autor alcanza, han sido relatados lo más fielmente posible a como realmente debieron ocurrir.
Como expliqué con anterioridad, los actores de esta trama son ficticios, aunque no ocurra igual con sus nombres. La mayoría de ellos son reales y pertenecieron alguna vez a alguien en la dilatada historia de la civilización egipcia.
Para las mujeres, me he tomado la libertad de bautizarlas con nombres de reinas, princesas, o… diosas.
Antonio Cabanas Hurtado
Madrid, noviembre, 2002
El calor era insoportable. Aunque el verano no había llegado todavía, el sol, que se había puesto ya hacía varias horas, había dejado la impronta de su sello como un poder pesado y asfixiante del que era imposible sustraerse. Dentro, la angustia era todavía mayor; implacable y letal, parecía haber quedado atrapada en aquel lugar oscuro y silencioso que hubiera desagradado incluso al mismo Set
[1]
.
Sin embargo, a aquellas tres personas el hecho no parecía importarles demasiado. El más joven, un niño aún, miraba nervioso hacia la angosta salida. Los otros dos, hombres ya, se movían con extremada cautela en la agobiante penumbra del interior de aquella tumba.
Como sabedores de que no podrían permanecer demasiado tiempo allí, actuaban con la celeridad y concisión propias de quienes estaban habituados a tan tenebrosas prácticas; fruto, sin duda, de sórdidos años de experiencia.
El niño permanecía quieto, observando ensimismado los murales inscritos en las paredes hacía siglos. Siempre le pasaba igual, aquellas imágenes ejercían sobre él un magnetismo inexplicable que le abstraían de todo cuanto le rodeaba y solían producirle extraños sueños que, en ocasiones, le desasosegaban. Los jeroglíficos, repletos de letanías que contenían los usuales ritos mágicos para el eterno descanso del difunto, las escenas de su vida cotidiana, los dioses que le acompañaban a lo largo de los muros, la gran serpiente Apofis
[2]
; los monos… Sobre todo estos últimos le fascinaban, hasta el punto que un gran sentimiento de respeto se apoderaba de él haciéndole avergonzarse por encontrarse allí. Mas él no entendía nada de lo que significaban aquellas imágenes; no sabía quién era Apofis ni lo que representaban los monos baboon, ni mucho menos descifrar aquella escritura.
—¡Cuánto me gustaría conocer el significado de todos estos símbolos! —se decía para sí mientras con su pequeña lámpara iluminaba la pared.
—¡Nemenhat, deja de holgazanear y ven a alumbrarnos! Por todos los genios del Amenti
[3]
. ¿A qué crees que has venido? —maldijo uno de los hombres.
El niño dio un respingo y se volvió presto tropezando con algunos de los objetos que se hallaban por el suelo; uno de los vasos canopos que contenían las vísceras del difunto cayó con estrépito haciéndose añicos. Fue como si la bóveda celeste se abriera sobre sus cabezas y todos los dioses al unísono les gritaran señalándoles con su dedo acusador. Kebehsenuf
[4]
, uno de los guardianes de los «Cuatro Puntos Cardinales» y protector de los intestinos del muerto, yacía por los suelos roto en pedazos.
—¡Isis
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nos proteja!, hasta el superintendente de la necrópolis ha tenido que oírlo desde su casa. ¿Qué te ocurre hoy?
—Lo siento, abuelo, son las imágenes que me abstraen de este lugar.
—Imágenes, imágenes… Basta de tonterías y ayúdanos de una vez.
—Padre, esto es un mal augurio —dijo el tercer hombre.
—No temas, Shepsenuré, no es la primera vez que se rompe uno de los vasos; pero tendremos que hacer ofrendas a las cuatro diosas custodias
[6]
. Y en cuanto a ti, Nemenhat, vas a aprender a moverte sin romper nada aunque tenga que molerte el trasero a bastonazos. Ahora acabemos cuanto antes.