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Authors: Mijaíl Bulgákov

El maestro y Margarita (56 page)

BOOK: El maestro y Margarita
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El alejamiento de Lijodéyev del Varietés, ansiado durante muchos años, no le causó a Rimski tanta alegría como pensara. Después del sanatorio y la estancia en Kislovodosk, Rimski, viejecito, con la cabeza temblorosa, presentó la solicitud para dimitir de su cargo en el Varietés. Es curioso que esta solicitud la llevó al teatro la esposa de Rimski. El mismo Grigori Danílovich no se encontraba con fuerzas para ir a la casa donde había visto un cristal roto bañado de luna y un brazo largo, que se acercaba al cerrojo de abajo.

Al dejar el Varietés Rimski entró en un teatro infantil de muñecos en el barrio de Samoskvorechie. En ese teatro ya no tuvo que enfrentarse con el respetable Arcadio Apolónovich Sempleyárov sobre los problemas acústicos. Éste había sido trasladado rápidamente a Briansk y nombrado director de un centro de preparación de setas. Ahora los moscovitas comen setas saladas y en vinagre; y no se cansan de celebrarlas y de alegrarse del traslado. Ya es cosa pasada, y podemos decir que no le iba a Arcadio Apolónovich eso de la acústica y que, a pesar de todos sus esfuerzos por mejorarla, quedó como estaba.

Entre las personas que rompieron con el teatro, aparte Arcadio Apolónovich, estaba Nikanor Ivanóvich Bosói, aunque su única relación con el teatro fuera su pasión por las entradas gratuitas. Nikanor Ivánovich no sólo ya no va a ningún teatro, pagando o sin pagar, sino que cambia de cara al oír cualquier conversación teatral. Odia todavía con más fuerza al poeta Pushkin y al brillante actor Savva Potápovich Kurolésov. A este último lo odia hasta tal punto que el año pasado, al ver en el periódico una nota enmarcada en negro, anunciando que Savva Potápovich, en la flor de su vida artística, había sufrido un ataque, Nikanor Ivánovich se puso tan congestionado que por poco le sigue a Savva Potápovich, y exclamó: «¡Le está bien empleado!». Más aún, aquella misma tarde Nikanor Ivánovich, impresionado por la muerte del conocido actor, que le trajo muchos recuerdos penosos, se fue solo, acompañado por la luna llena que iluminaba la Sadóvaya, y cogió una terrible borrachera. Cada copa prolongaba la maldita cadena de figuras odiosas, y ante sus ojos se sucedían Dunchil Serguéi Gerárdovich, la bella Ida Herculánovna, el pelirrojo dueño de gansos de lucha y el sincero Nikolái Kanavkin.

¿Y qué les pasó a ellos? ¡Por favor! No les pasó absolutamente nada y era imposible que les pasara algo, porque nunca habían existido, al igual que el simpático presentador de revistas, como el mismo teatro y la tía de Porojóvnikov, vieja y avara, que guardaba divisas, pudriéndose en el sótano. Tampoco habían existido las trompetas de oro y los descarados cocineros. Todos ellos no habían sido más que un sueño de Nikanor Ivánovich, provocado por el asqueroso Koróviev. Savva Potápovich, el actor, era el único real, que se mezcló en el sueño sólo porque se le había grabado en la memoria a Nikanor Ivánovich gracias a sus frecuentes actuaciones por radio. Él existió, pero los otros no.

¿Entonces, a lo mejor tampoco existió Aloísio Mogarich? No sólo existió, sino que sigue existiendo y ocupa el puesto que dejó Rimski, es decir, el de director de finanzas del Varietés.

Cuando volvió en sí a las veinticuatro horas de su visita a Voland, en un tren cerca de Viatka, se dio cuenta de que se había ido de Moscú en un momento de demencia, olvidando ponerse los pantalones y habiendo robado un libro de registro de inquilinos. Mediante el pago al encargado del tren de una suma enorme, le compró unos pantalones viejos y mugrientos y se volvió a Moscú. Desgraciadamente no pudo encontrar su antigua casa. Pero Aloísio era un hombre muy emprendedor. A las dos semanas ya tenía una preciosa habitación en la calle Briusov y a los pocos meses estaba instalado en el despacho de Rimski. Igual que antes Rimski había sufrido por culpa de Stiopa, ahora Varenuja sufría por Aloísio. Varenuja sólo sueña con que se lleven a Aloísio lo más lejos posible, porque, como dice a veces a sus amigos más íntimos, «no hay otro canalla tan grande como Aloísio y de él se puede esperar cualquier cosa».

Puede que el administrador no sea imparcial; nadie ha Visto a Aloísio hacer nada malo, ni siquiera hacer algo aparte del nombramiento de un nuevo barman en lugar de Sókov: Andréi Fókich murió de cirrosis en la clínica del primer Instituto de Medicina, a los nueve meses de la aparición de Voland en Moscú...

Pues sí, pasaron varios años y los verídicos sucesos relatados en este libro se fueron olvidando, apagándose poco a poco en la memoria. Pero eso no les sucedió a todos.

Cada primavera, en cuanto llega la luna llena de fiesta, bajo los tilos de «Los Estanques del Patriarca» aparece al atardecer un hombre de unos treinta años. Tiene el pelo rojizo, ojos verdes y va vestido modestamente. Es un colaborador del Instituto de Historia y Filosofía, el profesor Iván Nikoláyevich Pónirev.

Al encontrarse bajo los tilos siempre se sienta en el mismo banco, donde estuvo aquella tarde con Berlioz, hace tiempo olvidado por todos, cuando éste vio por última vez la luna rompiéndose en pedazos. Ahora está entera, blanca al comienzo de la tarde y luego dorada, con un caballo dragón, y pasa por encima del que antes fue poeta.

Iván Nikoláyevich ya sabe y comprende todo. Sabe que en su juventud fue víctima de una panda de hipnotizadores, que luego estuvo en tratamiento y consiguieron curarle. Pero sabe también que hay ciertas cosas que no es capaz de dominar. No puede dominar esta luna llena de primavera. En cuanto el astro empieza a aproximarse, en cuanto empieza a crecer, llenándose de oro, Iván Nikoláyevich se siente desasosegado, nervioso, pierde el apetito y el sueño y espera que madure la luna llena. Nadie le puede retener en su casa. Sale al atardecer y se va a «Los Estanques del Patriarca».

Sentado en el banco, Iván Nikoláyevich habla consigo mismo abiertamente, fuma, mira a la luna y al conocido torniquete.

Así pasa una o dos horas. Luego se levanta de su sitio y, siempre por el mismo camino, atravesando la calle Spiridónovka, con los ojos vacíos y sin ver nada, se va a las bocacalles de Arbat.

Pasa por el puesto de petróleo, dobla junto a un farol de gas, viejo y torcido, y se acerca a una verja, tras la que hay un hermoso jardín, todavía sin verde, y en él, un palacete gótico, con una torre con ventana de tres hojas, iluminada por la luna.

El profesor no sabe qué es lo que le trae hacia este palacete, ni quién lo habita, pero sabe que no puede luchar contra sí mismo las noches de luna llena. Y también sabe que detrás de la reja, en el jardín, siempre verá lo mismo.

Verá sentado en un banco a un hombre de edad, con barbita e impertinentes y un cierto aire de cerdo. Iván Nikoláyevich siempre encuentra al hombre del palacete en la misma actitud soñadora, con los ojos puestos en la luna. Iván Nikoláyevich ya sabe que después de admirar un rato la luna, el hombre bajará la vista hacia la ventana de la torre, mirando como si esperara que se abriera de un momento a otro y en ella fuera a aparecer algo extraordinario.

Lo que sigue, Iván Nikoláyevich ya lo conoce de memoria. Hay que esconderse bien detrás de la reja, porque el hombre empezará a mirar alrededor con ojos angustiados, tratando de localizar algo con la vista en el aire; luego, alzando los brazos, exclamará con dulce dolor y seguirá murmurando:

—¡Venus! ¡Venus!... ¡Qué imbécil he sido!

—¡Dioses míos! —susurrará Iván Nikoláyevich, escondiéndose detrás de la reja y sin apartar la vista del misterioso desconocido—. Otra víctima de la luna... Otra víctima como yo.

Y el hombre del jardín seguirá hablando:

—¡Qué imbécil! ¿Por qué? ¿Por qué no me habré ido con ella? ¿De qué te asustaste, burro? ¡Pedir un certificado! ¡Pues ahora aguántate, viejo cretino!...

Esto continuará hasta que en la parte oscura del palacete se abra de golpe una ventana, aparezca algo blanquecino y se oiga una desagradable voz de mujer:

—Nikolái Ivánovich, ¿dónde está? ¡Qué fantasías tiene! ¿Quiere pescar la malaria? ¡Venga a tomar el té!

Entonces el hombre despertará y dirá con voz falsa:

—¡Quería tomar el aire un poco, cielo mío! ¡Hace una noche estupenda!

Se levantará del banco, amenazará con el puño la ventana que se cierra y se irá a casa de mala gana.

—¡Miente, miente! Oh dioses, ¡cómo miente! —murmura Iván Nikoláyevich, alejándose de la reja—. No es el aire el que le atrae al jardín, algo ve en estas noches primaverales de luna llena, algo ve en la misma luna y en lo alto del palacete. ¡Cuánto daría yo por conocer su secreto, por saber quién es aquella Venus que ha perdido y ahora busca en el aire, alzando los brazos!

El profesor vuelve a su casa completamente enfermo. Su mujer hace que no se da cuenta de su estado y le mete prisas para que se acueste. Pero ella no se acuesta: se queda sentada, leyendo junto a una lámpara, mirándole con amargura. Sabe que al amanecer Iván Nikoláyevich se despertará con un grito de dolor, empezará a agitarse, llorando. Por eso ella tiene preparada bajo la lámpara una jeringuilla en alcohol y una ampolla llena de líquido color té.

La pobre mujer, atada al hombre gravemente enfermo, ya puede dormirse. Después de la inyección Iván Nikoláyevich dormirá hasta la mañana con expresión feliz, soñando con algo que ella desconoce, algo precioso y elevado.

Lo que despierta al sabio y le hace exhalar el grito de dolor en las noches de luna llena de primavera es siempre lo mismo. Ve al extraño verdugo sin nariz que, dando un salto con un aullido, clava su lanza en el corazón a Gestás, que está atado a un poste y ha perdido la razón. Pero lo más terrible no es el verdugo, sino la luz irreal del sueño que viene de una nube y que cae sobre la tierra, como sucede sólo durante las catástrofes universales.

Después de la inyección todo esto se transforma. Un ancho camino de luna se extiende desde la cama a la ventana, y un hombre con manto blanco, forrado de rojo sangre, camina hacia la luna. Junto a él va un joven vestido con una túnica rota y con la cara desfigurada. Los dos hablan acaloradamente, discuten, quieren llegar a un acuerdo.

—¡Dioses, dioses! —dice el del manto, volviendo su rostro arrogante al joven—. ¡Qué ejecución más vulgar! Pero dime, por favor —y su expresión se vuelve suplicante—, no la hubo, ¿verdad? Te ruego, dímelo, ¿no fue así?

—Claro que no —responde el hombre con voz ronca—, lo has soñado.

—¿Puedes jurarlo? —pregunta el del manto con aire servil.

—¡Lo juro! —dice su acompañante, y sus ojos sonríen.

—¡No quiero nada más! —grita el hombre del manto con voz cascada, y sube hacia la luna, llevándose a su interlocutor. Les sigue un enorme perro de orejas puntiagudas, tranquilo y majestuoso.

Entonces el rayo de luna empieza a revolverse y se convierte en un río que se desborda. La luna reina y juega, la luna baila y hace travesuras. Del torrente se forma una mujer de una belleza sorprendente, que conduce de la mano hacia Iván a un hombre con barbas, que mira alrededor asustado. Iván Nikoláyevich le reconoce en seguida. Es el número 118, su visitante nocturno. En su sueño Iván Nikoláyevich le extiende las manos y pregunta con ansia:

—Entonces, ¿así terminó?

—Así terminó, mi discípulo —contesta el del número 118. La mujer se acerca a Iván y le dice:

—Así terminó. Todo terminó como todo termina... Le daré un beso en la frente y todo saldrá bien...

Se inclina hacia Iván y le da un beso en la frente. Él quiere acercarse a ella, le mira a los ojos, pero ella retrocede, retrocede y se va con el hombre hacia la luna...

La luna se enfurece, derrama torrentes de luz sobre Iván, salpica todo, la habitación se inunda de luz, la luz tiembla, sube, cubre la cama... Iván Nikoláyevich duerme feliz.

Por la mañana se despierta tranquilo y despejado. Su memoria dolida se calma y hasta la siguiente luna llena nadie hará sufrir al profesor: ni el asesino sin nariz de Gestás, ni el quinto procurador de Judea, el cruel jinete Poncio Pilatos.

Notas

[1]
Es habitual que bautice a sus personajes con nombres de compositores musicales.
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[2]
Nombre compuesto que quiere decir «literatura de masas». (N. de la T.)
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[3]
Isla del mar Blanco, antiguo lugar de deportación. (N. de la T.)
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[4]
Unión de Juventudes Comunistas. (N. de la T.)
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[5]
A. S. Griboyédov (1795-1829), escritor y diplomático ruso, autor de la comedia La desgracia de tener ingenio. (N. de la T.)
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[6]
Tipos de
shashlik
, plato caucasiano que consiste en trocitos de carne a la brasa.
Fliaki gospodárskiye
, plato polaco. (N. de la T.)
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[7]
Se refiere al monumento a Pushkin, que se encuentra en la plaza que lleva su nombre. (N. de la T.)
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[8]
Palabras con las que comienza una célebre poesía de Pushkin. (N. de la T.)
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[9]
Georges Dantés, monárquico francés que huyó de la Revolución de Julio y fue acogido por Nicolás I. Mató a Pushkin en un duelo en 1837. (N. de la T.)
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[10]
Valand, uno de los nombres comunes del diablo en la lengua alemana. En las notas marginales del manuscrito de la novela El maestro y Margarita aparecen varios nombres propios del diablo, tales como Mefistófeles, Asmodeo, Lucifer, etc. Parece ser que Bulgákov eligió el de Valand (Voland) para evitar posibles asociaciones literarias. (N. de la T.)
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[11]
En la Cábala y en el libro apócrifo de Henoch aparece Asasel, diablo de la muerte y el desierto. (N. de la T.)
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[12]
Inturist, oficina de turismo extranjero en la Unión Soviética. (N. de la T.)
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[13]
Tiendas especiales en las que se puede adquirir platos cocinados. (N. de la T.)
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[14]
Impostor y usurpador del trono de Rusia de principios del siglo XVII. (N. de la T.)
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[15]
Población que se encuentra cerca de Moscú. (N. de la T.)
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[16]
En la bula de 1233 de Gregorio IX aparece un enorme gato negro que participa en un aquelarre. Por otra parte, en el libro de Job (40,1524) se hace referencia al hipopótamo como símbolo del diablo. (N. de la T.)
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