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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

El mundo perdido (45 page)

BOOK: El mundo perdido
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—¿Por dónde? —preguntó Sarah.

—Por allí —dijo Kelly, señalando hacia la llanura. A la luz de la luna vieron la silueta oscura del raptor a lo lejos—. ¡Necesitamos la llave!

—Sube —instó Sarah, descolgándose el rifle del hombro y entregándoselo a Kelly—. ¿Sabes disparar?

—No. Bueno, nunca…

—¿Sabes conducir una moto?

—No…

—Entonces tendrás que ocuparte del rifle —ordenó Sarah—. Mira, éste es el gatillo. ¿De acuerdo? Éste es el seguro. Se quita así. ¿Entendido? Va a ser un viaje agitado, así que manténlo puesto hasta que estemos cerca.

—¿Cerca de qué? —inquirió Kelly.

Pero Sarah no la oyó. La motocicleta aceleraba ya por la llanura tras el raptor. Kelly se agarró a Sarah con un brazo.

El jeep avanzaba por el camino embarrado sacudiéndose violentamente.

—No recordaba que estuviese en tan mal estado —comentó Levine, sujetándose a la manija del jeep—. Quizá deberías ir más despacio…

—Ni hablar —contestó Thorne—. Si los perdemos de vista, no habrá nada que hacer. No sabemos dónde está el nido de los raptores. Y en esta selva, de noche… ¡Maldita sea!

Ante ellos los raptores abandonaron el camino y desaparecieron entre el follaje. Thorne apenas veía el terreno, pero parecía descender casi verticalmente.

—No lo lograrás —dijo Levine—. Hay demasiada pendiente.

—No hay alternativa.

—No seas loco —amonestó Levine—. Afronta los hechos. Perdimos al chico, Doc.

Thorne lanzó una mirada de furia a Levine.

—Él no te abandonó a ti, y nosotros no vamos a abandonarlo a él. Thorne giró el volante y salió del camino. El jeep se inclinó peligrosamente, cobró velocidad e inició el descenso.

—¡Mierda! —exclamó Levine—. ¡Vamos a matarnos!

—¡Agárrate fuerte!

Traqueteando, se precipitaron ladera abajo en la oscuridad.

SEXTA CONFIGURACIÓN

El orden se desmorona en regiones simultáneas. La supervivencia es ahora poco probable para individuos y grupos.

I
AN
M
ALCOLM

La persecución

La motocicleta avanzaba rápidamente por la hierba. Kelly se aferraba a Sarah con una mano y sostenía el rifle con la otra; empezaba a cansársele el brazo. La motocicleta se sacudía por el irregular terreno. El pelo, agitado por el viento, le azotaba en la cara.

—¡Agárrate fuerte! —advirtió Sarah.

La Luna asomó entre las nubes, y ante ellas la hierba adquirió una tonalidad plateada. El raptor se encontraba a cuarenta metros, justo en el límite dei espacio iluminado por el faro. Ganaban terreno poco a poco. Kelly no veía más animales en la llanura, salvo la manada de apatosaurios que pacía a lo lejos.

Se acercaron al raptor. El animal corría a gran velocidad con la cola rígida, prácticamente oculta entre la hierba. Cuando lo alcanzaron, Sarah giró gradualmente a la derecha para aproximarse al animal. Entonces se inclinó hacia atrás, acercando la boca al oído de Kelly.

—¡Prepárate!

—¿Qué hago? —preguntó Kelly.

Avanzaban ya junto a la cola del raptor. Sarah aceleró, para alcanzar la cabeza.

—¡El cuello! —indicó Sarah—. ¡Dispárale al cuello!

—¿Adónde?

—¡A cualquier sitio! ¡Al cuello!

Kelly manipuló torpemente el rifle y preguntó:

—¿Ahora?

—¡No! ¡Aún no! ¡Espera!

El raptor, aterrorizado por la proximidad de la motocicleta, aumentó la velocidad.

Kelly buscó el seguro. El rifle saltaba entre sus manos. Por fin dio con el seguro y lo quitó. Para disparar tendría que usar las dos manos, y eso significaba soltarse de Sarah.

—¡Prepárate! —le avisó Sarah.

—Pero no puedo…

—¡Ahora! ¡Dispara ya!

Sarah giró levemente, acercándose aún más al raptor. Se hallaba sólo a un metro de distancia. Kelly percibía el olor del animal. El raptor volvió la cabeza y lanzó una dentellada. Kelly disparó, notando el violento retroceso del rifle. Se agarró de nuevo a Sarah. El raptor seguía corriendo.

—¿Qué pasó? —preguntó Kelly.

—¡Fallaste!

Kelly movió la cabeza en un gesto de pesar.

—¡No te preocupes! —dijo Sarah—. ¡Puedes hacerlo! ¡Me acercaré mas!

Sarah volvió a aproximarse, pero esta vez fue distinto. Cuando se encontraban junto al raptor, éste las embistió de pronto con la cabeza. Sarah gritó y giró a la izquierda, aumentando la distancia.

—¡Son criaturas inteligentes! —comentó—. ¡No dan segundas oportunidades!

El raptor las persiguió por un momento y de pronto cambió de dirección, alejándose por la llanura.

—¡Va hacia el río! —advirtió Kelly. Sarah aceleró.

—¿Es muy profundo?

Kelly no contestó.

—¿Es muy profundo? —repitió Sarah, levantando la voz.

—¡No lo sé! —gritó Kelly. Le pareció recordar que había visto a los raptores cruzar el río a nado. Eso equivalía a…

—¿Más de un metro? —preguntó Sarah.

—¡Sí!

—No conseguiremos pasarlo.

El raptor se encontraba ahora a diez metros por delante de la motocicleta y aumentaba gradualmente su ventaja. Sarah giró a la izquierda, alejándose del raptor en dirección al río.

—¿Qué haces? —dijo Kelly.

—Tenemos que cortarle el paso.

De pronto una bandada de pájaros alzó vuelo justo delante de la motocicleta. Kelly, sobresaltada, agachó la cabeza. El rifle se le sacudió en la mano.

—¡Ten cuidado! —exclamó Sarah.

—¿Qué pasó?

—¡Se te disparó el rifle!

—¿Cuántos cartuchos quedan?

—¡Dos! —contestó Sarah—. ¡Aprovéchalos!

El río apareció ante ellas, resplandeciente bajo la luna. Salieron de la hierba, y Sarah giró en la orilla lodosa. La motocicleta patinó, y las dos cayeron al barro. Sarah se levantó de un salto y corrió hacia la motocicleta.

—¡Vamos! —gritó.

Kelly, aturdida, la siguió. El rifle estaba cubierto de barro y ella se preguntó si aún funcionaría. Sarah ya se había subido a la motocicleta y le indicó que se apresurase. Kelly saltó tras ella y Sarah avanzó rápidamente por la orilla.

El raptor salió de entre la hierba veinte metros más adelante y corrió hacia el agua.

—¡Se escapa!

El jeep de Thorne bajaba por la ladera sin control. Las hojas de las palmeras golpeaban el parabrisas. No veían nada. El vehículo se desplazó de costado, y Levine gritó.

Thorne sujetó firmemente el volante e intentó corregir la trayectoria. Pisó el freno. El jeep se enderezó y siguió bajando por la ladera. De pronto se abrió una brecha en el follaje, y Thorne vio al otro lado un claro salpicado de grandes rocas negras. Los raptores comenzaron a trepar a las rocas. Quizá si doblaba a la izquierda…

—¡No! —exclamó Levine—. ¡No!

—¡Agárrate!

Thorne dio un golpe de volante. El jeep perdió tracción y se deslizó hacia adelante. Chocaron contra la primera roca y se hizo añicos un faro. El jeep se elevó peligrosamente y volvió a caer al suelo. Thorne pensó por un momento que eso habría inutilizado la transmisión, pero milagrosamente el jeep funcionaba todavía. Siguieron bajando de costado. Golpearon la rama de un árbol y perdieron el segundo faro. Continuaron descendiendo a oscuras y de pronto llegaron a terreno llano.

El jeep rodó suavemente sobre tierra blanda. Thorne lo detuvo.

Silencio.

Miraron por las ventanillas, intentando orientarse. Pero la oscuridad era tal que apenas veían. Al parecer se hallaban en un profundo desfiladero totalmente tapado por las copas de los árboles.

—Contornos aluviales —observó Levine—. Debemos de estar en un arroyo.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Thorne advirtió que Levine tenía razón. Los raptores corrían por el lecho de un arroyo flanqueado de grandes rocas. Sin embargo, el lecho en sí era arenoso y su ancho permitía el paso del jeep. Siguieron a la manada.

El arroyo se ensanchó y desembocó en un amplio embalse. En las orillas los árboles sustituyeron a las rocas. La luz de la Luna se filtraba entre las ramas y la visibilidad era mayor.

Pero los raptores habían desaparecido. Thorne detuvo el jeep, bajó la ventanilla y escuchó. Oyó sus gruñidos y siseos procedentes de algún lugar a la izquierda.

Thorne volvió a poner el jeep en marcha y abandonó el arroyo. Avanzaron por la orilla entre pinos y helechos.

—¿Crees que el chico habrá sobrevivido a ese descenso?

—No lo sé —respondió Thorne.

De pronto los árboles dieron paso a un claro donde los helechos habían sido pisoteados. Más allá del claro vieron las orillas del río. De algún modo habían regresado al río.

Pero fue el claro lo que atrajo su atención. Varios esqueletos de apatosaurios salpicaban aquel amplio espacio. Las enormes cajas torácicas resplandecían a la luz de la Luna. En el centro había un gigantesco cadáver parcialmente devorado y envuelto por una nube de moscas.

—¿Qué es esto? —preguntó Thorne—. Parece un cementerio.

—Sí —respondió Levine—. Pero no lo es.

Todos los raptores se hallaban agrupados a un lado, disputándose los restos de Eddie. Al otro extremo del claro vieron tres montículos de barro; las paredes estaban rotas en muchos puntos. En los nidos había fragmentos aplastados de cascarón. El hedor de la carne descompuesta flotaba en el aire.

—Éste es el nido de los raptores —dijo Levine, observando el claro.

En la oscuridad del tráiler Malcolm se incorporó con una mueca de dolor y tomó la radio.

—¿Encontraron el nido?

La radio crepitó.

—Sí —afirmó Levine—. Eso creo.

—Descríbelo —le pidió Malcolm.

Levine habló en voz baja, enumerando características, calculando dimensiones. El nido de los velocirraptores le pareció descuidado y mal construido. Eso lo sorprendió, porque normalmente los nidos de dinosaurio transmitían una inconfundible sensación de orden, como él mismo había comprobado una y otra vez en nidos fosilizados desde Montana hasta Mongolia. Entre los velocirraptores, en cambio, la situación era distinta. Todo su entorno ofrecía una imagen caótica: nidos mal hechos, continuas peleas entre los adultos, muy pocos animales jóvenes, cascarones aplastados, montículos pisoteados. Alrededor de los montículos Levine advirtió pequeños huesos dispersos y supuso que eran los restos de recién nacidos. No vio crías vivas en el claro. Había sólo tres ejemplares jóvenes, pero estaban condenados a arreglárselas por su cuenta y presentaban ya numerosas heridas; los tres mostraban evidentes síntomas de desnutrición.

—¿Y los apatosaurios? —preguntó Malcolm por la radio—. ¿Qué me dices de los cadáveres?

Levine contó cuatro cuerpos en distintos grados de descomposición.

—Díselo a Sarah.

Pero Levine se preguntaba otra cosa: ¿Cómo habían llegado hasta allí aquellos cuerpos? Obviamente no habían muerto allí por accidente; sin duda el resto de los dinosaurios procuraba mantenerse a distancia de aquel nido. No podían haber sido atraídos hasta allí y eran demasiado grandes para ser arrastrados. Entonces, ¿cómo habían llegado? Algo le rondaba por la mente, alguna idea evidente que no conseguía…

—Han llevado a Arby hasta ahí —apuntó Malcolm.

—Sí —dijo Levine . Así es.

Observó el nido, intentando desentrañar el misterio. De pronto Thorne lo golpeó con el codo.

—Allí está la jaula —advirtió, señalando un lugar al otro lado del claro.

Levine vio el brillo de los barrotes de aluminio, tapados parcialmente por los helechos.

—¡Vamos allá! —propuso Levine.

Los raptores, disputándose todavía el cuerpo de Eddie, no prestaban atención a la jaula. Thorne agarró un rifle Lindstradt y abrió el cargador. Seis dardos.

—Con esto no basta —comentó. Había al menos diez raptores en el claro.

Levine buscó su mochila en el asiento trasero. La encontró en el suelo. Abrió el cierre y sacó un cilindro metálico del tamaño de un refresco. En su exterior llevaba estampados unos huesos cruzados y una calavera. Debajo se leía:
PRECAUCIÓN, METACOLINA TÓXICA
(M
IVACURIUM
).

—¿Qué es eso? —preguntó Thorne.

—Una sustancia que elaboraron en Los Álamos —explicó Levine—. Es un neutralizador no letal. Desprende un aerosol de colinesterasa de corta duración. Paraliza toda forma de vida durante tres minutos. Dejará a los velocirraptores fuera de combate.

—Pero, ¿y el chico? —objetó Thorne—. No puedes usar eso. Lo paralizarás a él.

—Si lanzamos el cilindro a la derecha de la jaula, el gas volará en la otra dirección, hacia los raptores.

—O quizá no —dijo Thorne—. Y podría afectarlo gravemente. Levine asintió. Guardó de nuevo el cilindro en la mochila y se quedó inmóvil, contemplando a los raptores.

—Y bien, ¿qué hacemos entonces?

Thorne observó la jaula de aluminio, parcialmente oculta entre los helechos. De pronto vio algo que lo obligó a erguirse en el asiento: la jaula se había movido ligeramente.

—¿Te fijaste? —preguntó Levine.

—Voy a sacar a ese niño de ahí —anunció Thorne.

—Pero, ¿cómo?

—A la antigua —contestó Thorne. Salió del jeep.

Sarah aceleró en la motocicleta por la orilla del río. El raptor se dirigía en diagonal hacia el agua.

—¡Vamos! —exclamó Kelly—. ¡Vamos!

El raptor las vio y cambió de dirección, yendo aún hacia el río pero en un ángulo más abierto. Pero en la orilla la motocicleta desarrollaba una velocidad mayor. Le cortaron el paso, y el raptor dobló a la derecha, adentrándose de nuevo en la hierba.

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