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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (9 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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En gran parte, la idea de que Marte albergaba vida, así como la prevalencia de los «marcianos» en la ficción popular, deriva de los canales. Yo, por mi parte, me empapé de pequeño de esta literatura, y cuando me encontré como experimentador en la misión del
Mariner 9
a Marte —la primera nave espacial en órbita alrededor del planeta rojo— estaba muy interesado en ver, naturalmente, cuáles eran las circunstancias reales. Con el
Mariner 9
y el
Viking
pudimos trazar el mapa del planeta de polo a polo, detectando características cientos de veces más pequeñas que las que mejor se podían ver desde la Tierra. No encontré ni rastro, aunque no me sorprendió, de los canales. Había unas cuantas características más o menos lineales que se habían discernido con el telescopio; por ejemplo, una falla de cinco mil kilómetros de largo que habría sido difícil no ver. Pero los cientos de canales «clásicos» que llevaban agua desde los casquetes polares a través de los desiertos áridos hasta las ciudades ecuatoriales abrasadas simplemente no existían. Eran una ilusión, una disfunción de la combinación humana mano-ojo-cerebro en el límite de resolución cuando miramos a través de una atmósfera inestable y turbulenta.

Toda una sucesión de científicos profesionales —incluyendo astrónomos famosos que hicieron otros descubrimientos ahora confirmados y celebrados con justicia— pueden cometer errores graves, incluso persistentes, en el reconocimiento de formas. Especialmente cuando las implicaciones de lo que creemos que estamos viendo parecen ser profundas, quizá no ejerzamos una autodisciplina y autocrítica adecuadas. El mito de los canales marcianos constituye una importante lección histórica.

En el caso de los canales, las misiones de las naves espaciales proporcionaron el medio de corregir nuestras malas interpretaciones. Pero también es cierto que algunas de las afirmaciones más persistentes de la existencia de formas inesperadas surgen de la exploración de las naves espaciales. A principios de la década de 1960, insistí en que debíamos prestar atención a la posibilidad de encontrar artefactos de civilizaciones antiguas, tanto procedentes de nuestro mundo como construidos por visitantes de otra parte. No pensaba que eso pudiera ser fácil o probable y, desde luego, no sugería que, en un tema tan importante, valiera la pena considerar algo que no contara con pruebas rigurosas.

Empezando con el evocador informe de John Glenn sobre las «luciérnagas» alrededor de la cápsula espacial, cada vez que un astronauta decía ver algo que no se entendía inmediatamente, había quien deducía que eran «extraterrestres». Las explicaciones prosaicas —partículas de pintura de la nave que se soltaban en el entorno del espacio, por ejemplo— se rechazaban despectivamente. El señuelo de lo maravilloso embota nuestras facultades críticas. (Como si un hombre convertido en luna no fuera maravilla suficiente.)

Durante la época de los aterrizajes lunares del Apolo, muchos aficionados —propietarios de pequeños telescopios, defensores de los platillos volantes, escritores para revistas aeroespaciales— estudiaron detenidamente las fotografías aportadas en busca de anomalías que hubieran pasado inadvertidas a científicos y astronautas de la NASA. Pronto hubo informes de letras latinas gigantes y números árabes inscritos sobre la superficie lunar, pirámides, caminos, cruces, ovnis resplandecientes. Se hablaba de puentes en la Luna, antenas de radio, huellas de enormes vehículos reptantes, y de la devastación provocada por máquinas capaces de partir los cráteres en dos. Cada uno de esos fenómenos, sin embargo, resulta ser una formación geológica lunar natural mal interpretada por analistas aficionados, reflejos internos en la óptica de las cámaras Hasselblad de los astronautas y cosas así. Algunos entusiastas lograron discernir las largas sombras de misiles balísticos... misiles soviéticos, decían en inquieta confidencia, dirigidos hacia Norteamérica. Resulta que los cohetes, descritos también como «agujas», son las montañas bajas que proyectan una larga sombra cuando el Sol está cerca del horizonte lunar. Con un poco de trigonometría se disipa el espejismo.

Estas experiencias también proporcionan una buena advertencia: en un terreno complejo esculpido por procesos no familiares, los aficionados (y a veces incluso los profesionales) que examinan fotografías, especialmente cerca del límite de resolución, pueden encontrarse con problemas. Sus esperanzas y temores, la emoción de posibles descubrimientos de gran importancia, pueden vencer el enfoque escéptico y precavido propio de la ciencia.

Si examinamos las imágenes disponibles de la superficie de Venus, de vez en cuando aparece a la vista una forma peculiar del paisaje, como por ejemplo un retrato de Stalin descubierto por geólogos norteamericanos que analizaban las imágenes de radares orbítales soviéticos. Nadie mantiene, supongo, que unos estalinistas recalcitrantes hubieran manipulado las cintas magnéticas, o que los antiguos soviéticos estuvieran involucrados en actividades de ingeniería a una escala sin precedentes y hasta ahora sin revelar sobre la superficie de Venus... donde toda nave espacial que ha aterrizado ha quedado frita en el plazo de una o dos horas. Todos los indicios señalan que este fenómeno, sea lo que sea, se debe a la geología. Lo mismo ocurre con lo que parece ser un retrato de Bugs Bunny sobre la luna de Urano, Ariel. Una imagen del telescopio espacial
Hubble
de Titán en el infrarrojo cercano muestra nubes configuradas de modo que parecen una cara sonriente de las dimensiones del mundo. Cada científico planetario tiene su ejemplo favorito.

La astronomía de la Vía Láctea también está repleta de similitudes imaginadas: Cabeza de Caballo, Esquimal, Lechuza, Homúnculo, Tarántula y Nebulosa Norteamérica, todas nubes irregulares de gas y polvo iluminadas por estrellas brillantes y cada una de ellas a una escala que empequeñece nuestro sistema solar. Cuando los astrónomos fijaron en el mapa la distribución de las galaxias hasta unos pocos cientos de millones de años luz, se encontraron perfilando una rudimentaria forma humana que se ha dado en llamar «el hombre del bastón». La configuración se entiende como algo parecido a enormes burbujas adyacentes de jabón, con las galaxias formadas en la superficie de las burbujas y casi ninguna en el interior. Eso hace bastante probable que tracen una forma de simetría bilateral parecida al hombre del bastón.

Marte es mucho más clemente que Venus, aunque las sondas de aterrizaje
Viking
no proporcionaron ninguna prueba convincente de vida. Su terreno es extremadamente heterogéneo y variado. Con más de cien mil fotografías disponibles, no es sorprendente que a lo largo de los años se hayan observado fenómenos inusuales en Marte. Por ejemplo, hay una alegre «cara feliz» dentro de un cráter de impacto de Marte que tiene ocho kilómetros de lado a lado, con una serie de marcas radiales por fuera que hacen que parezca la representación convencional de un Sol sonriente. Pero nadie afirma que eso haya sido construido por una civilización avanzada (y excesivamente ingeniosa) de Marte, quizá para atraer nuestra atención. Reconocemos que cuando objetos de todos los tamaños caen del cielo, la superficie rebota, se desploma y vuelve a configurarse después de cada impacto, y cuando el agua antigua, los torrentes de barro y la arena moderna transportada por el viento esculpen la superficie, deben de generarse una gran variedad de paisajes. Si analizamos cien mil fotografías, no es raro que en ocasiones encontremos algo parecido a una cara. Considerando que tenemos el cerebro programado para eso desde la infancia, sería sorprendente que no encontráramos una de vez en cuando.

En Marte hay algunas montañas pequeñas que parecen pirámides. En la alta meseta del Elisio hay un grupo de ellas —la más grande mide varios kilómetros en la base—, todas orientadas en la misma dirección. Esas pirámides del desierto tienen algo fantasmagórico y me recuerdan de tal modo la meseta de Gizeh en Egipto que me encantaría examinarlas más de cerca. Sin embargo, ¿es razonable deducir la existencia de faraones marcianos?

En la Tierra también se conocen características similares en miniatura, especialmente en la Antártida. Algunas llegan hasta la rodilla. Si no supiésemos nada más acerca de ellas, ¿sería razonable concluir que han sido fabricadas por egipcios enanos que vivían en las tierras yermas antarticas? (La hipótesis podría adaptarse vagamente a las observaciones, pero la mayoría de lo que sabemos sobre el entorno polar y la fisiología de los humanos habla en contra de ello.) En realidad son generadas por erosión del viento: la salpicadura de partículas finas recogidas por vientos fuertes que soplan principalmente en la misma dirección y, a lo largo de los años, esculpen lo que anteriormente eran montecillos irregulares como pirámides perfectamente simétricas. Se llaman
dreikanters,
una palabra alemana que significa tres lados. Es el orden generado a partir del caos por procesos naturales, algo que vemos una y otra vez en todo el universo (en galaxias espirales en rotación, por ejemplo). Cada vez que ocurre sentimos la tentación de deducir la intervención directa de un Hacedor.

En Marte hay pruebas de vientos mucho más intensos que los que ha habido nunca en la Tierra, con velocidades que llegan a la mitad de la velocidad del sonido. Son comunes en todo el planeta las tormentas de polvo que arrastran finos granos de arena. Un golpeteo constante de partículas que se mueven mucho más de prisa que en los vendavales más feroces de la Tierra, a lo largo de las eras de tiempo geológico, debe de ejercer cambios profundos en las caras de las rocas y formas orográficas. No sería demasiado sorprendente que algunas figuras —incluso las más grandes— hubieran sido esculpidas por procesos cólicos en las formas piramidales que vemos.

H
AY UN LUGAR EN MARTE
llamado Cidonia donde se encuentra una gran cara de piedra de un kilómetro de ancho que mira hacia el cielo sin pestañear. Es una cara poco amistosa, pero parece reconociblemente humana. Según algunas descripciones, podría haber sido esculpida por Praxíteles. Yace en un paisaje con muchas colinas bajas moldeadas con formas extrañas, quizá por alguna mezcla de antiguos torrentes de barro y la erosión del viento subsiguiente. Por el número de cráteres de impacto, el terreno circundante parece tener al menos una antigüedad de cientos de millones de años.

De manera intermitente, «la Cara» ha atraído la atención tanto en Estados Unidos como en la antigua Unión Soviética. El titular del
Weekiy WorIdNews
del 20 de noviembre de 1984, un periódico sensacionalista no conocido precisamente por su integridad, dice:

SORPRENDENTE DECLARACIÓN DE CIENTÍFICOS SOVIÉTICOS:
SE ENCUENTRAN TEMPLOS EN RUINAS EN MARTE...
LA SONDA ESPACIAL DESCUBRE RESTOS DE UNA CIVILIZACIÓN DE 50000 AÑOS DE ANTIGÜEDAD.

Se atribuyen las revelaciones a una fuente soviética anónima y se describen con estupefacción los descubrimientos realizados por un vehículo espacial soviético inexistente.

Pero la historia de «la Cara» es casi enteramente norteamericana. Fue encontrada por una de las sondas orbitales
Viking
en 1976. La desafortunada declaración de un oficial del proyecto desestimando la figura por considerarla un efecto de luces y sombras provocó la acusación posterior de que la NASA estaba encubriendo el descubrimiento del milenio. Unos cuantos ingenieros, especialistas informáticos y otros —algunos de ellos contratados por la NASA— trabajaron en su tiempo libre para mejorar digitalmente la imagen. Quizá esperaban revelaciones asombrosas. Es algo permisible, incluso alentado por la ciencia... siempre que los niveles de prueba sean altos. Algunos de ellos se mostraron bastante precavidos y merecen un elogio por haber avanzado en el tema. Otros se sentían menos limitados y no sólo dedujeron que «la Cara» era una escultura genuina monumental de un ser humano, sino que afirmaron haber encontrado una ciudad cercana con templos y fortificaciones.
[8]
A partir de argumentos falsos, un escritor anunció que los monumentos tenían una orientación astronómica particular —aunque no ahora, sino hace medio millón de años— de la que se derivaba que las maravillas de Cidonia fueron erigidas en aquella época remota. Pero, entonces, ¿cómo podían haber sido humanos los constructores? Hace medio millón de años, nuestros antepasados se afanaban por dominar las herramientas de piedra y el fuego. No tenían naves espaciales.

«La Cara» de Marte se compara a «caras similares... construidas en civilizaciones de la Tierra. Las caras miran hacia el cielo porque miran a Dios». O se dice que fue construida por los supervivientes de una guerra interplanetaria que dejó la superficie de Marte (y la Luna) picada de viruelas y asolada. En cualquier caso, ¿qué es lo que causa todos esos cráteres? ¿Es «la Cara» un resto de una civilización humana extinta hace tiempo? ¿Los constructores eran originarios de la Tierra o de Marte? ¿Podía haber sido esculpida «la Cara» por visitantes interestelares que se detuvieron brevemente en Marte? ¿La dejaron para que la descubriéramos nosotros? ¿Podría ser que hubieran venido a la Tierra a iniciar aquí la vida? ¿O al menos la vida humana? Fueran quienes fueran, ¿eran dioses? Se producen discusiones de lo más ferviente.

Más recientemente se ha especulado acerca de la relación entre los «monumentos» de Marte y los «círculos en las cosechas» de la Tierra; la existencia de suministros inextinguibles de energía en espera de ser extraídos de máquinas marcianas antiguas, y el intento de encubrimiento de la NASA para ocultar la verdad al público americano. Esos pronunciamientos van mucho más allá de la mera especulación imprudente sobre formaciones geológicas enigmáticas.

Cuando, en agosto de 1993, la nave espacial
Mars Observer
fracasó a poca distancia de Marte, hubo quienes acusaron a la NASA de simular el contratiempo con el fin de poder estudiar «la Cara» en detalle sin tener que publicar las imágenes. (De ser así, el engaño era bastante elaborado: todos los expertos de geomorfología marciana lo desconocen, y algunos hemos trabajado con ahínco para diseñar nuevas misiones a Marte menos vulnerables a la disfunción que destruyó el
Mars Observer.)
Se montaron incluso piquetes a las puertas del Laboratorio de Propulsión a Chorro, alarmados por este supuesto abuso de poder.

El
Weekiy World News
del 14 de septiembre de 1993 dedicó su portada al titular «¡Nueva fotografía de la NASA demuestra que los humanos vivieron en Marte!». Una cara falsa, supuestamente tomada por el
Mars Observer
en órbita cerca de Marte (en realidad parece que la nave espacial fracasó antes de entrar en órbita), demuestra, según un «importante científico espacial» inexistente, que los marcianos colonizaron la Tierra hace doscientos mil años. La información se oculta, según declara, para impedir el «pánico mundial».

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