El sistema americano de jurisprudencia reconoce un amplio espectro de factores, predisposiciones, prejuicios y experiencias que podrían nublar nuestro juicio o afectar a nuestra objetividad muchas veces sin que seamos conscientes de ello. Llega a extremos a veces incluso extravagantes para salvaguardar el proceso de valoración en un juicio penal de las debilidades humanas de los que deben decidir sobre la inocencia o culpabilidad del acusado. Aun así, en muchas ocasiones el proceso fracasa.
¿Por qué aspiramos a menos cuando interrogamos el mundo natural o intentamos decidir sobre asuntos vitales de política, economía, religión y ética?
L
A CIENCIA, APLICADA CON COHERENCIA
, a cambio de sus muchos dones impone cierta carga onerosa: se nos exhorta, por muy incómodo que pueda ser, a considerarnos científicamente a
nosotros mismos
y nuestras instituciones culturales, a no aceptar lo que se nos dice sin crítica; a superar como podamos nuestras esperanzas, presunciones y creencias no examinadas; a vernos a nosotros mismos como realmente somos. ¿Podemos dedicarnos a conciencia y con valentía a seguir el movimiento planetario o la genética de las bacterias hasta donde nos lleve la investigación y declarar al mismo tiempo que el origen de la materia o el comportamiento humano están más allá de nuestro alcance? Como el poder explicativo de la ciencia es tan grande, en cuanto se capta el truco del razonamiento científico, uno está dispuesto a aplicarlo a todo. Sin embargo, mientras miramos profundamente en nuestro interior, somos capaces de desafiar ideas que nos dan consuelo ante los terrores del mundo. Soy consciente de que parte de los comentarios del capítulo precedente, por ejemplo, pueden tener un carácter así.
Cuando los antropólogos revisan los miles de culturas y etnias distintas que comprende la familia humana, se sorprenden de que haya tan pocas características constantes y siempre presentes por muy exótica que sea la sociedad. Hay culturas, por ejemplo —la ik de Uganda es una de ellas— en las que los Diez Mandamientos parecen ser ignorados sistemática e institucionalmente. Hay sociedades que abandonan a sus viejos y recién nacidos, se comen a sus enemigos, utilizan conchas marinas, cerdos o mujeres jóvenes como moneda de cambio. Pero el incesto es un fuerte tabú para todas, todas usan la tecnología y casi todas creen en un mundo sobrenatural de dioses y espíritus... a menudo relacionados con el entorno natural que habitan y el bienestar de las plantas y animales que comen. (Las que tienen un dios supremo que vive en el cielo tienden a mostrarse más feroces, por ejemplo, torturando a sus enemigos. Pero eso es sólo una correlación estadística; no se ha establecido un vínculo causal, aunque naturalmente las especulaciones surgen sin esfuerzo.)
En toda sociedad así hay un mundo de mito y metáfora que coexiste con el mundo del trabajo cotidiano. Se hacen esfuerzos para reconciliarlos y se tienden a ignorar los bordes desiguales de la ensambladura. Hacemos compartimentos. Algunos científicos también lo hacen y pueden pasar sin esfuerzo del mundo escéptico de la ciencia al mundo crédulo de la fe religiosa sin ningún problema. Desde luego, cuanto mayor es la inadaptación entre esos dos mundos, más difícil es estar cómodo en ambos sin trastornos de conciencia.
En una vida corta e incierta parece cruel hacer algo que pueda privar a la gente del consuelo de la fe cuando la ciencia no puede remediar su angustia. Los que no pueden soportar la carga de la ciencia son libres de ignorar sus preceptos. Pero no puede servirse la ciencia en porciones aplicándola donde nos da seguridad e ignorándola donde nos amenaza... nuevamente, porque no somos bastante sabios para hacerlo. Excepto si se divide el cerebro en compartimentos estancos, ¿cómo es posible volar en aviones, escuchar la radio o tomar antibióticos sosteniendo al mismo tiempo que la Tierra tiene unos diez mil años de antigüedad y que todos los de sagitario son gregarios y afables?
¿He oído alguna vez a un escéptico que se creyera superior y despreciativo? Sin duda. A veces incluso he oído ese tono desagradable, y me aflige recordarlo, en mi propia voz. Hay imperfecciones humanas en todas partes. Incluso cuando se aplica con sensibilidad, el escepticismo científico puede parecer arrogante, dogmático, cruel, despreciativo de los sentimientos y creencias profundas de otros. Y debo decir que algunos científicos y escépticos consagrados aplican esta herramienta como si fuera un instrumento basto, con poca finura. A veces parece que la conclusión escéptica haya surgido antes, que se ignoren las opiniones sin haber examinado previamente las pruebas. Todos tenemos en gran estima nuestras creencias. Son definitorias hasta cierto punto. Cuando aparece alguien que desafía nuestro sistema de creencia porque considera que la base no es buena —o que, como Sócrates, se limita a hacer preguntas molestas que no se nos habían ocurrido o nos demuestran que hemos escondido bajo la alfombra las presunciones subyacentes clave— se convierte en mucho más que una búsqueda de conocimiento. Lo sentimos como un ataque personal.
El científico que propuso por primera vez consagrar la duda como una virtud principal de la mente inquisidora dejó claro que era una herramienta y no un fin en sí misma. Rene Descartes escribió:
No imité a los escépticos que dudan sólo por dudar y simulan estar siempre indecisos; al contrario, mi intención era llegar a una certeza, y excavar el polvo y la arena hasta llegar a la roca o la arcilla de debajo.
En la manera en que se aplica a veces el escepticismo a temas de interés público hay una tendencia a minimizar, condescender, ignorar el hecho de que, engañados o no, los partidarios de la superstición y la pseudociencia son seres humanos con sentimientos reales que, como los escépticos, intentan descubrir cómo funciona el mundo y cuál podría ser nuestro papel en él. Sus motivos, en muchos casos, coinciden con la ciencia. Si su cultura no les ha dado todas las herramientas que necesitan para emprender esta gran búsqueda, templemos nuestras críticas con la amabilidad. Ninguno de nosotros llega totalmente equipado.
Está claro que el uso del escepticismo tiene límites. Debe aplicarse algún análisis de coste-beneficio y si el confort, el consuelo y la esperanza que ofrecen el misticismo y la superstición son altos, y el peligro de creer en ellos es bajo, ¿no deberíamos guardarnos nuestros recelos? Pero el tema es engañoso. Imagínese que entra en un taxi de una gran ciudad y, en el momento en que se sienta, el taxista le empieza a arengar sobre las supuestas iniquidades e inferioridades de cierto grupo étnico. ¿Es mejor mantenerse callado, sabiendo que quien calla otorga? ¿O tiene la responsabilidad moral de discutir con él, expresar indignación, incluso bajar del taxi, porque sabe que el silencio le alentará la próxima vez mientras que disentir con vigor le obligará a pensárselo dos veces? Del mismo modo, si asentimos en silencio al misticismo y la superstición —incluso cuando parecen ser un poco benignos— somos cómplices de un clima general en el que el escepticismo se considera poco correcto, la ciencia tediosa y el pensamiento riguroso un poco envarado e inadecuado. Para conseguir un equilibrio prudente se necesita sabiduría.
E
L COMITE DE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA DE DECLARACIONES PARANORMALES
es una organización de científicos, académicos, magos y otros dedicados al examen escéptico de pseudociencias emergentes o en pleno desarrollo. Fue fundado por el filósofo de la Universidad de Buffalo Paúl Kurtz en 1976. He estado afiliado a él desde el principio. Su acrónimo, CSICOP, se pronuncia «scicop», como si se tratara de una organización de científicos que realizan una función de policía. Las críticas que presentan los que se sienten heridos por los análisis que hace el CSICOP suelen ser así: es hostil a toda nueva idea, dicen, serían capaces de llegar a unos niveles absurdos en su rígido desenmascaramiento, es una organización vigilante, una nueva Inquisición, y así sucesivamente.
El CSICOP
es
imperfecto. En algunos casos, esta crítica está justificada hasta cierto punto. Pero, desde mi punto de vista, el CSICOP cumple una importante función social: como organización conocida a la que pueden dirigirse los medios de comunicación cuando desean oír la otra parte de la historia, especialmente cuando se decide que alguna afirmación asombrosa de pseudociencia merece salir en las noticias. Solía ocurrir (y todavía es así en gran parte de los medios de comunicación globales) que, cuando salía un gurú que levitaba, un visitante extraterrestre, un canalizador o un curandero en los medios de comunicación, se trataba el tema sin profundidad ni crítica. No se presentaba ninguna memoria en el estudio de televisión, diario o revista sobre otras afirmaciones similares que habían demostrado ser patrañas y engaños. El CSICOP representa un contrapeso, aunque su voz todavía no es bastante alta ante la credulidad en la pseudociencia que parece intrínseca a gran parte de los medios de comunicación.
Una de mis tiras humorísticas favoritas muestra a un adivino que analiza la palma de la mano de alguien para llegar con gravedad a la conclusión: «Usted es muy crédulo.» El CSICOP publica un periódico bimensual llamado
The Skeptical Inquirer.
El día que llega, me lo llevo de la oficina a casa y lo hojeo intrigado para saber qué nuevas confusiones se revelarán. Siempre aparece un engaño en el que no había pensado nunca. ¡Círculos en los campos de cultivo! ¡Los extraterrestres han venido y han dibujado círculos perfectos y mensajes matemáticos sobre los trigales!... ¿A quién se le podía ocurrir algo así? Un medio artístico tan improbable. O han venido y, han sacado las vísceras a las vacas... a gran escala, sistemáticamente. Los granjeros están furiosos. Al principio me impresiona la inventiva de las historias. Pero luego, con una reflexión más sobria, siempre me asombra lo aburridos y rutinarios que son los relatos; qué recopilación de ideas más poco imaginativas y estancas, chauvinismos, esperanzas y temores disfrazados de hechos. Las opiniones, desde este punto de vista, son sospechosas a primera vista. ¿Eso es todo lo que pueden concebir que hacen los extraterrestres... círculos en el trigo? ¡Qué falta de imaginación! En cada tema queda revelada y criticada otra faceta de la pseudociencia.
Y, sin embargo, la principal deficiencia que veo en el movimiento escéptico está en su polarización. Nosotros contra Ellos, la idea de que nosotros tenemos un monopolio sobre la verdad; que esos otros que creen en todas esas doctrinas estúpidas son imbéciles; que si eres sensato, nos escucharás; y si no, ya no hay quien te redima. Eso es poco constructivo. No comunica ningún mensaje. Condena a los escépticos a una condición permanente de minoría; mientras que una aproximación compasiva que reconozca desde el principio las raíces humanas de la pseudociencia y la superstición podría ser aceptada mucho más ampliamente.
Si entendemos eso, sentimos desde luego la incertidumbre y dolor de los abducidos, de los que no se atreven a salir de casa sin consultar el horóscopo o los que cifran sus esperanzas en los cristales de la Atlántida. Y esa compasión por almas gemelas en una búsqueda común también sirve para hacer menos antipática la ciencia y el método científico a los jóvenes.
Muchos sistemas pseudocientíficos y de la Nueva Era surgen de la insatisfacción con los valores y perspectivas convencionales... y son por tanto en sí mismos una especie de escepticismo. (Lo mismo es cierto del origen de la mayoría de las religiones.) David Hess (en
Ciencia y la Nueva Era)
argumenta que:
el mundo de las creencias y prácticas paranormales no puede reducirse a chiflados, perturbados y charlatanes. Un gran número de personas honestas está explorando aproximaciones alternativas a cuestiones de significado personal, espiritualidad, curaciones y de experiencia paranormal en general. Puede que el escéptico considere que su búsqueda se basa claramente en un engaño, pero es poco probable que desenmascararlo sea un mecanismo retórico efectivo para su proyecto racionalista de hacer que la [gente] reconozca lo que al escéptico le parece erróneo o pensamiento mágico.
...el escéptico podría tomar una clave de la antropología cultural y desarrollar un escepticismo más sofisticado si comprendiera los sistemas de creencia alternativos desde la perspectiva de las personas que los mantienen, y situara esas creencias en sus contextos históricos, sociales y culturales. Como resultado, el mundo de lo paranormal puede aparecer menos un giro sin sentido hacia el irracionalismo y más un idioma mediante el que segmentos de la sociedad expresan sus conflictos, dilemas e identidades...
La teoría psicológica o sociológica de las creencias de la
Nueva Era que tienen hasta cierto punto los escépticos tiende a ser muy simplista: las creencias paranormales son «reconfortantes» para la gente que no puede manejar la realidad de un universo ateo o es el producto de un medio de comunicación irresponsable que no alienta al público a pensar críticamente...
Pero la justa crítica de Hess se deteriora rápidamente cuando apunta que los parapsicólogos «han visto arruinadas sus carreras por culpa de colegas escépticos» y que los escépticos muestran «una especie de celo religioso por defender la visión del mundo materialista y ateo que remite a lo que se ha llamado "fundamentalismo científico" o "racionalismo irracional"».
Es una queja común pero profundamente misteriosa para mí, y ciertamente oculta. Vuelvo a decir que sabemos mucho sobre la existencia y las propiedades de la materia. Si se puede entender un fenómeno determinado de manera verosímil en términos de materia y energía, ¿por qué debemos plantear la hipótesis de que sea otra cosa —de la que todavía no tenemos buenas pruebas— la causante? Sin embargo, se mantiene la queja: los escépticos no aceptarán que hay un dragón invisible que escupe fuego en el garaje porque son todos unos materialistas ateos.
En
Ciencia en la Nueva Era
se comenta el escepticismo pero no se entiende, y sin duda no se practica. Se citan todo tipo de declaraciones paranormales, se «deconstruye» a los escépticos, pero no se puede llegar a saber al leerlo si las afirmaciones de la Nueva Era o parapsicológicas son prometedoras o falsas. Todo depende, como en muchos textos posmodernos, de la fuerza de los sentimientos de la gente y de cuáles sean sus tendencias.
Robert Antón Wilson —en
The New Inquisition: Irrational Rationalism and the Citadel of Science
(Phoenix, Falcon Press, 1986)— describe a los escépticos como la «Nueva Inquisición». Pero, según mi conocimiento, ningún escéptico impone una creencia. Ciertamente, en la mayoría de los documentales y debates de la televisión se da poca entrada a los escépticos y muy poco tiempo de emisión. Todo lo que ocurre es que algunas doctrinas y métodos son criticados —y en el peor de los casos ridiculizados— en revistas como
The Skeptical Inquirer
con una tirada de decenas de miles de ejemplares. No se llama a declarar a los visionarios de la Nueva Era ante tribunales penales como en tiempos anteriores, ni se los flagela por tener visiones y, ciertamente, no se los quema en la hoguera. ¿Por qué este temor a un poco de crítica? ¿No nos interesa ver cómo se mantienen nuestras creencias ante los mejores argumentos en contra que pueden reunir los escépticos?