El mundo y sus demonios (8 page)

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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
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Capítulo
3
E
L HOMBRE DE LA LUNA Y LA CARA DE MARTE

La luna salta en la corriente del Gran Río. Flotando en el viento, ¿qué parezco?

D
U
F
U
, «Viaje nocturno»
(China, dinastía Tang, 765)

C
ada campo de la ciencia tiene su propio complemento de pseudociencia. Los geofísicos tienen que enfrentarse a Tierras planas, Tierras huecas. Tierras con ejes que se balancean desordenadamente, continentes de rápido ascenso y hundimiento y profetas del terremoto. Los botánicos tienen plantas cuyas apasionantes vidas emocionales se pueden seguir con detectores de mentiras, los antropólogos tienen hombres-mono supervivientes, los zoólogos dinosaurios vivos y los biólogos evolutivos tienen a los literalistas bíblicos pisándoles los talones. Los arqueólogos tienen antiguos astronautas, runas falsificadas y estatuas espurias. Los físicos tienen máquinas de movimiento perpetuo, un ejército de aficionados a refutar la relatividad y quizá la fusión fría. Los químicos todavía tienen la alquimia. Los psicólogos tienen mucho de psicoanálisis y casi toda la parapsicología. Los economistas tienen las previsiones económicas a largo plazo. Los meteorólogos, hasta ahora, tienen previsiones del tiempo de largo alcance, como en el
Almanaque del campesino
que se guía por las manchas solares (aunque la previsión del clima a largo plazo es otro asunto). La astronomía tiene como pseudociencia equivalente principal la astrología, disciplina de la que surgió. A veces las pseudociencias se entrecruzan y aumenta la confusión, como en las búsquedas telepáticas de tesoros enterrados de la Atlántida o en las previsiones económicas astrológicas.

Pero, como yo trabajo con planetas, y como me he interesado en la posibilidad de vida extraterrestre, las pseudociencias que más a menudo aparecen en mi camino implican otros mundos y lo que con tanta facilidad en nuestra época se ha dado en llamar «extraterrestres». En los capítulos que siguen quiero presentar dos doctrinas pseudocientíficas recientes y en cierto modo relacionadas. Comparten la posibilidad de que las imperfecciones perceptuales y cognitivas humanas representen un papel en nuestra confusión sobre temas de gran importancia. La primera sostiene que una cara de piedra gigante de eras antiguas mira inexpresivamente hacia el cielo desde la arena de Marte. La segunda mantiene que seres ajenos de mundos distantes visitan la Tierra con despreocupada impunidad.

Aunque el resumen sea escueto, ¿no provoca cierta emoción la contemplación de esas afirmaciones? ¿Y si esas viejas ideas de ciencia ficción —en las que sin duda resuenan profundos temores y anhelos humanos— llegaran a ocurrir realmente? ¿Cómo pueden no producir interés? Ante un material así, hasta el cínico más obtuso se conmueve. ¿Estamos totalmente seguros de poder descartar esas afirmaciones sin ninguna sombra de duda? Y si unos desenmascaradores empedernidos son capaces de notar su atractivo, ¿qué deben sentir aquellos que, como el señor «Buckley», ignoran el escepticismo científico?

L
A LUNA, DURANTE LA MAYOR PARTE DE LA HISTORIA
—antes de las naves espaciales, antes de los telescopios, cuando estábamos todavía prácticamente inmersos en el pensamiento mágico— era un enigma. Casi nadie pensaba en ella como un mundo.

¿Qué vemos realmente cuando miramos la Luna a simple vista? Discernimos una configuración de marcas irregulares brillantes y oscuras, no una representación parecida a un objeto familiar. Pero nuestros ojos, casi de manera irresistible, conectan las marcas subrayando algunas e ignorando otras. Buscamos una forma y la encontramos. En los mitos y el folclore mundial se ven muchas imágenes: una mujer tejiendo, bosques de laureles, un elefante que salta de un acantilado, una chica con un cesto a la espalda, un conejo, los intestinos lunares salpicados sobre su superficie tras ser destripados por una ave irritable sin alas, una mujer que machaca una corteza para hacer tela, un jaguar de cuatro ojos. A los de una cultura les cuesta creer cómo los de otra pueden ver esas cosas tan raras.

La imagen más común es el Hombre de la Luna. Desde luego, no parece un hombre de verdad. Tiene las facciones ladeadas, alabeadas, torcidas. Tiene un bistec o algo parecido encima del ojo izquierdo. ¿Y qué expresión transmite su boca? ¿Una «o» de sorpresa? ¿Una señal de tristeza, quizá de lamentación? ¿Un reconocimiento lúgubre de la dureza de la labor de la vida en la Tierra? Ciertamente, la cara es demasiado redonda. Le faltan las orejas. Supongo que por arriba es calva. A pesar de todo, cada vez que la miro veo una cara humana.

El folclore mundial pinta la Luna como algo prosaico. En la generación anterior al Apolo se decía a los niños que la Luna estaba hecha de queso verde (es decir, oloroso) y, por alguna razón, este dato no se consideraba maravilloso sino hilarante. En los libros infantiles y cómics , a menudo se dibuja al Hombre de la Luna como una simple cara dentro de un círculo, no muy diferente de la «cara feliz» con un par de puntos y un arco invertido. Bondadosa, baja su mirada hacia las travesuras nocturnas de animales y niños.

Consideremos nuevamente las dos categorías de terreno que reconocemos cuando examinamos la Luna a simple vista: la frente, mejillas y barbilla más brillantes, y los ojos y la boca más oscuros. A través de un telescopio, las facciones brillantes se revelan como antiguas tierras altas con cráteres que, ahora lo sabemos (por la datación radiactiva de muestras proporcionadas por los astronautas del Apolo), datan de casi 4500 millones de años. Las facciones oscuras son flujos algo más recientes de lava basáltica llamados
maña
(singular,
mare,
ambas de la palabra latina que significa mar, aunque según sabemos la Luna está seca como un hueso). Los
mana
brotaron en los primeros cientos de millones de años de historia lunar, inducida en parte por el impacto de alta velocidad de enormes asteroides y cometas. El ojo derecho es el Mare Imbrium, el bistec inclinado sobre el ojo izquierdo es la combinación del Mare Serenitatis y el Mare Tranquilitatis (donde aterrizó el
Apolo 11)
y la boca abierta descentrada es el Mare Humorum. (La visión humana ordinaria no puede distinguir los cráteres sin ayuda.)

El Hombre de la Luna es en realidad un registro de antiguas catástrofes, la mayoría de las cuales ocurrieron antes de la existencia de los humanos, de los mamíferos, de los vertebrados, de los organismos multicelulares y, probablemente, incluso antes de que surgiera la vida en la Tierra. Es una presunción característica de nuestra especie darle una cara humana a la violencia cósmica aleatoria.

L
OS HUMANOS, COMO OTROS PRIMATES
, somos gregarios. Nos gusta la compañía de los demás. Somos mamíferos, y el cuidado paternal de los jóvenes es esencial para la continuación de las líneas hereditarias. El padre sonríe al niño, el niño devuelve la sonrisa y se forja o fortalece un vínculo. En cuanto el niño es capaz de ver, reconoce caras, y ahora sabemos que esta habilidad está bien conectada en nuestro cerebro. Los bebés que hace un millón de años eran incapaces de reconocer una cara devolvían menos sonrisas, era menos probable que se ganaran el corazón de sus padres y tenían menos probabilidades de prosperar. Hoy en día, casi todos los bebés identifican con rapidez una cara humana y responden con una mueca.

Como efecto secundario involuntario, la eficiencia del mecanismo de reconocimiento de formas en nuestro cerebro para aislar una cara entre un montón de detalles es tal que a veces vemos caras donde no las hay. Reunimos fragmentos inconexos de luz y oscuridad e, inconscientemente, intentamos ver una cara. El Hombre de la Luna es un resultado. La película
Blow up
de Michelangelo Antonioni describe otro. Hay muchos más ejemplos.

A veces es una formación geológica, como la del Hombre Viejo de las Montañas en Franconia Notch, New Hampshire. Sabemos que, más que un agente sobrenatural o una antigua civilización que, por lo demás, no se ha descubierto en New Hampshire, es producto de la erosión y los desprendimientos de una superficie de roca. En todo caso, ya no se parece mucho a una cara. Están también la Cabeza del Diablo en Carolina del Norte, la Esfinge en Wastwater, Inglaterra, la Vieja en Francia, la Roca Varían en Armenia. A veces es una mujer reclinada, como el monte Ixtaccihuatl en México. A veces son otras partes del cuerpo, como los Grand Tetons en Wyoming: un par de picos de montaña bautizados por exploradores franceses que llegaban por el oeste. (En realidad son tres.) A veces son formas cambiantes en las nubes. A finales de la época medieval y en el Renacimiento, las visiones en España de la Virgen María eran «confirmadas» por personas que veían santos en las formaciones nubosas. (Zarpando de Suva, Fiji, vi una vez la cabeza de un monstruo realmente aterrador, con las quijadas abiertas, dibujada en una nube de tormenta.)

En algunas ocasiones, un vegetal o un dibujo de la veta de la madera o la joroba de una vaca parecen una cara humana. Hubo una célebre berenjena que tenía un parecido enorme con Richard Nixon. ¿Qué deberíamos deducir de este hecho? ¿Intervención divina o extraterrestre? ¿Intromisión republicana en la genética de la berenjena? No. Reconocemos que hay gran número de berenjenas en el mundo y que, habiendo tantas, tarde o temprano encontraremos una que parezca una cara humana, incluso una cara humana particular.

Cuando la cara es de un personaje religioso —como, por ejemplo, una tortilla que parece exhibir la cara de Jesús— los creyentes tienden a deducir rápidamente la intervención de Dios. En una era más escéptica que la mayoría, anhelan una confirmación. Sin embargo parece improbable que se produzca un milagro en un medio tan evanescente. Teniendo en cuenta la cantidad de tortillas que se han hecho desde el principio del mundo, sería sorprendente que no saliera alguna con unas facciones al menos vagamente familiares.
[7]

Se han adscrito propiedades mágicas a las raíces de ginseng y mandragora, debido en parte a un vago parecido con la forma humana. Algunos brotes de castaño muestran caras sonrientes. Hay corales que parecen manos. El hongo oreja (también impropiamente llamado «oreja de judío») parece realmente una oreja, y en las alas de ciertas polillas puede verse algo así como unos ojos enormes. Puede ser que haya algo más que mera coincidencia; quizá sea menos probable que criaturas con cara —o criaturas que tienen miedo de depredadores con cara— engullan plantas y animales que sugieren una cara. El «palo» es un insecto con un disfraz de rama espectacular. Naturalmente, tiende a vivir sobre los árboles y alrededor de ellos. Su imitación del mundo de las plantas le salva de pájaros y otros depredadores y casi seguro que es la razón por la que esta forma extraordinaria fue lentamente moldeada por la selección natural darwiniana. Esos cruces de límites entre los reinos de la vida son enervantes. Un niño pequeño que vea un insecto palo puede imaginarse fácilmente un ejército de palos, ramas y árboles avanzando con algún ominoso propósito vegetal.

Se describen e ilustran muchos ejemplos de este tipo en un libro de 1979 titulado
Parecido natural,
de John Michell, un británico entusiasta de lo oculto. Toma en serio las afirmaciones de Richard Shaver, quien —como describiré más adelante— representó un papel importante en el origen del entusiasmo por los ovnis en Norteamérica. Shaver practicó cortes en las rocas de su granja de Wisconsin y descubrió, escrita en un lenguaje pictográfico que sólo él podía ver, aunque no entender, una historia total del mundo. Michell acepta también a pies juntillas las afirmaciones del dramaturgo y teórico surrealista Antonin Artaud, quien, en parte bajo la influencia del peyote, veía en las formas del exterior de las rocas imágenes eróticas, un hombre torturado, animales feroces y cosas así. «Todo el paisaje se revelaba a sí mismo —dice Michell—, como la creación de un único pensamiento.» Pero hay una cuestión clave: ¿este pensamiento estaba dentro o fuera de la cabeza de Artaud? Artaud llegó a la conclusión, aceptada por Michell de que aquellas formas tan aparentes en las rocas habían sido fabricadas por una civilización antigua y no por su estado de conciencia inducido en parte por alucinógenos. Cuando Artaud volvió de México a Europa, se le diagnosticó una locura. Michell deplora el «punto de vista materialista» que recibió con escepticismo las formas de Artaud.

Michell nos muestra una fotografía del Sol tomada con rayos X que parece vagamente una cara y nos informa que «los seguidores de Gurdjieff ven la cara de su Maestro» en la corona solar. Deduce que innumerables caras en los árboles, montañas y cantos rodados son producto de una antigua sabiduría. Quizá algunas lo sean: es una buena broma, además de un símbolo religioso tentador, apilar piedras de modo que, de lejos, parezcan una cara gigante.

Michell considera que la opinión de que la mayoría de esas formas son naturales en los procesos de formación de rocas y la simetría bilateral de plantas y animales, más un poco de selección natural —todo procesado por el filtro parcial humano de nuestra percepción— es «materialismo» y una «ilusión del siglo XIX». «Condicionados por creencias racionalistas, nuestra visión del mundo es más insulsa y limitada de lo que pretendía la naturaleza.» No revela mediante qué procesos ha sondeado las intenciones de la naturaleza.

De las imágenes que presenta, Michell concluye que su misterio permanece esencialmente inalterado, una fuente constante de maravilla, deleite y especulación. Todo lo que sabemos con seguridad es que la naturaleza las creó y al mismo tiempo nos dio el aparato para percibirlas y la mente para apreciar su ilimitada fascinación. Para mayor provecho y disfrute, deberían ser contempladas como pretendía la naturaleza, con el ojo de la inocencia desprovisto de teorías y preconcepciones, con la visión múltiple que nos es innata, que enriquece y dignifica la vida humana, y no con la visión única cultivada por los insulsos y obstinados.

Q
UIZÁ LA DECLARACIÓN ESPURIA
más famosa de formas portentosas sea los canales de Marte. Observados por primera vez en 1877, al parecer fueron confirmados por una sucesión de astrónomos profesionales que miraban a través de grandes telescopios en todo el mundo. Se decía que existía una red de líneas rectas únicas y dobles que se entrecruzaban en la superficie de Marte con una regularidad geométrica tan misteriosa que sólo podía tener un origen inteligente. Se sacaron conclusiones evocadoras sobre un planeta abrasado y moribundo poblado por una civilización técnica antigua y sabia dedicada a la conservación de los recursos de agua. Se plasmaron en mapas y se bautizaron cientos de canales. Pero, extrañamente, se evitaba mostrarlos en fotografías. Se sugería que mientras el ojo humano podía recordar los breves instantes de transparencia atmosférica perfecta, la placa fotográfica promediaba indiscriminadamente los pocos momentos claros con los muchos borrosos. Algunos astrónomos veían los canales. Otros muchos no. Quizá algunos observadores eran más hábiles que otros para verlos. O quizá todo el asunto fuera una suerte de ilusión perceptiva.

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