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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (37 page)

BOOK: El número de la traición
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Faith exhaló un hondo suspiro.

—Que me conozcas tan bien empieza a fastidiarme mucho.

—Por favor —murmuró Will—, eres un enigma envuelto en un bollito pringoso.

Will abrió la puerta del coche y se bajó. Faith se quedó mirándole mientras se dirigía hacia la casa con paso decidido. Bajó del coche y lo siguió.

—No tiene garaje ni BMW —comentó.

Tras la incómoda llamada de Leo, se había puesto en contacto con el sargento que había atendido la denuncia de la desaparición de Olivia Tanner. La mujer conducía un BMW 325, algo que no llamaría la atención en un barrio como ese. Era soltera, la vicepresidenta de un banco local, no tenía hijos y su hermano era su único pariente vivo.

Will intentó entrar por la puerta principal, pero estaba cerrada con llave.

—¿Por qué tarda tanto el hermano? —dijo Faith mirando el reloj—. Su avión aterrizó hace una hora. Si hay mucho tráfico…

Faith no terminó la frase. En Atlanta siempre había mucho tráfico, especialmente en los alrededores del aeropuerto.

Will se agachó para comprobar si había una llave debajo del felpudo. Al ver que no había nada pasó la mano por el dintel y miró en las macetas que había junto a la puerta, pero no encontró ninguna llave.

—¿Crees que deberíamos forzar la puerta?

Faith decidió no hacer ningún comentario sobre sus ansias de cometer un allanamiento. Llevaba trabajando con él el tiempo suficiente como para saber que la frustración hacía que a Will se le disparase la adrenalina, mientras que a ella le hacía más bien el efecto de un Valium.

—Vamos a darle unos minutos más.

—Deberíamos ir llamando a un cerrajero por si el hermano no tiene llave.

—Vamos a tomarnos esto con un poco de calma, Faith. ¿De acuerdo?

—Me hablas igual que a los testigos.

—Ni siquiera sabemos si Olivia Tanner es una de nuestras víctimas. A lo mejor resulta que es rubia de bote y tiene un montón de amigos.

—En el banco dicen que no ha faltado al trabajo ni una sola vez desde que empezó a trabajar allí.

—Igual se ha caído por las escaleras. O ha decidido tomarse el día libre. O fugarse con un extraño al que conoció anoche en un bar.

Will no dijo nada. Colocó las manos a ambos lados de la cara para poder ver el interior desde una de las ventanas. Seguramente el agente uniformado que había tomado nota de la denuncia el día anterior ya habría hecho eso mismo, pero Faith le dejó hacer mientras esperaban a que apareciera Michael Tanner, el hermano de Olivia.

Pese a su enfado, Leo les había hecho un gran favor pasándoles el aviso. Según el procedimiento, deberían haberle asignado el caso a un detective. Y dependiendo de este, Michael Tanner podría haber tenido que esperar hasta veinticuatro horas para hablar con alguien que pudiera hacer algo más que rellenar un formulario. En ese caso habrían tardado todavía un día más en avisar al DIG de que había desaparecido una mujer que encajaba en su perfil. Leo les había regalado dos preciosos días en un caso para el que necesitaban ayuda desesperadamente. Y ellos se lo habían agradecido con una patada en plena boca.

Faith notó que su BlackBerry empezaba a vibrar. Faith comprobó su e-mail y, mentalmente, le dio las gracias a Caroline, la secretaria de Amanda.

—Tengo el informe del arresto de Jake Berman por el incidente en el centro comercial.

—¿Y qué dice?

Faith se quedó mirando la barra de descargas.

—Va a tardar unos minutos en bajarse.

Will dio una vuelta a la casa, comprobando cada ventana. Faith lo siguió mirando la BlackBerry como si fuera la varita de un zahorí. Por fin recibió la primera página del informe y comenzó a leer en voz alta.

—«En relación con las quejas recibidas por parte de la dirección del Mall de Georgia… —Faith utilizó el
scroll
para desplazarse por el texto y buscar las partes más relevantes— …el sospechoso hizo el típico gesto con la mano para indicar que deseaba mantener relaciones sexuales. Yo respondí asintiendo dos veces con la cabeza, y él me llevó hasta una de las cabinas del fondo del lavabo de caballeros. —Faith se saltó algunos párrafos—. La esposa y los dos hijos del sospechoso, de uno y tres años de edad respectivamente, le estaban esperando fuera.»

—¿Se menciona el nombre de la esposa?

—No.

Will subió por las escaleras hasta la terraza que había en la parte posterior de la casa. Atlanta está situada en la falda de los montes Apalaches, por lo que hay muchos valles y colinas. La casa de Olivia Tanner se hallaba al final de una empinada pendiente, por lo que sus vecinos de atrás podían verla perfectamente.

—A lo mejor han visto algo —sugirió Will.

Faith miró la casa del vecino. Era muy grande, como esas mansiones horteras que normalmente solo se veían en las afueras. Los dos pisos superiores tenían una terraza enorme, y en el sótano había también una terraza amueblada con una chimenea de ladrillo. Todas las contraventanas de la parte de atrás estaban cerradas, salvo por un par de cortinas abiertas en una de las puertas del sótano.

—Parece que no hay nadie —dijo Faith.

—Seguramente estará embargada —replicó Will, probando suerte con la puerta de atrás. Estaba cerrada con llave también—. Olivia lleva en paradero desconocido desde ayer, como mínimo. Si es una de nuestras víctimas debió de ser secuestrada justo antes o justo después que Pauline.

Will comprobó las ventanas.

—¿Crees que Jake Berman podría ser el hermano de Pauline McGhee? —preguntó.

—Es una posibilidad —le concedió Faith—. Pauline advirtió a Felix de que su hermano era peligroso. No quería que se relacionara con su hijo.

—Debía de tener un motivo para tenerle miedo. Puede que sea un tipo violento. Quizá fuera su hermano la razón por la que se mudó y se cambió el nombre. Cortó todos los lazos cuando era todavía muy joven. Debía de tenerla aterrorizada.

—Jake Berman estaba en el lugar de los hechos y se halla en paradero desconocido. No colaboró mucho como testigo. Y su nombre no figura en ninguna parte, salvo por ese arresto —dijo Faith.

—Si Berman es el alias que está usando el hermano de Pauline, debe de estar muy bien situado. Lo arrestaron y su nombre salió indemne de todo el proceso judicial.

—Si se cambió de nombre cuando Pauline huyó de casa, veinte años son toda una vida en lo que a documentos públicos se refiere. Todavía están poniendo al día las bases de datos, digitalizando información y casos antiguos. Muchos de esos expedientes se han quedado por el camino, especialmente en las ciudades pequeñas. Mira lo difícil que le ha resultado a Leo dar con los padres de Pauline, y eso que denunciaron la desaparición de su hija.

—¿Qué edad tiene Berman?

Faith subió hasta el principio del informe.

—Treinta y siete.

Will se quedó quieto.

—Pauline también. ¿Serán mellizos?

Faith se puso a revolver en su bolso y sacó la fotocopia del carné de conducir de Pauline McGhee. Intentó recordar la cara de Jake Berman, pero entonces se acordó de que tenía su ficha en la otra mano. La BlackBerry seguía cargando el archivo. Lo alzó por encima de su cabeza a ver si así mejoraba la calidad de la señal.

—Volvamos a la parte delantera —sugirió Will.

Dieron la vuelta a la casa y Will fue asomándose por las ventanas para asegurarse de que no había nada sospechoso. Para cuando llegaron al porche el archivo había terminado de cargarse.

En la foto que le hicieron para la ficha, Jake Berman tenía una barba poblada, del tipo que se dejan los padres de los barrios residenciales cuando quieren parecer subversivos. Se la enseñó a Will.

—Estaba afeitado cuando hablé con él —explicó Faith.

—Felix dijo que el hombre que se llevó a su madre llevaba bigote.

—No creo que le haya dado tiempo a dejárselo.

—Podríamos pedir que nos hicieran un dibujo para ver qué aspecto tendría afeitado, con bigote, o lo que sea.

—Pero es Amanda quien tendrá que decidir si lo hacemos público o no.

Publicar un dibujo podría provocar que a Jake Berman le entrara el pánico y empezara a cubrir aún mejor su rastro. Y si en efecto era su hombre, también le pondría sobre aviso. Podía decidir matar a todos los testigos y abandonar el estado, o peor aún, el país. Del aeropuerto internacional de Hartsfield salían y entraban dos mil quinientos vuelos todos los días.

—Es moreno y tiene los ojos castaños, como Pauline —observó Will.

—Y tú también.

Se encogió de hombros.

—No parece que sean mellizos. Pero sí podrían ser hermanos.

Faith se volvió a sentir como una idiota. Miró sus fechas de nacimiento.

—Berman cumplió años después del arresto. Nació ocho meses antes que Pauline. Serían «mellizos irlandeses»: hermanos que nacen con menos de doce meses de diferencia.

—¿Vestía de traje el día que lo arrestaron?

Faith consultó de nuevo la ficha.

—Vaqueros y jersey. Lo mismo que cuando hablé con él en el Grady.

—¿Consta en la ficha a qué se dedica?

Faith lo comprobó.

—En paro —continuó leyendo los detalles y meneó la cabeza—. Este informe es una chapuza. No puedo creer que un teniente le diera el visto bueno.

—Yo he llevado a cabo muchas operaciones como esa. Arrestas a diez o quince tíos al día; la mayoría se declaran culpables de un delito menor o pagan la multa y esperan que todo se olvide. Ninguno va a juicio, porque lo último que quieren es tener que enfrentarse a la persona que los acusó.

—¿Y cuál es «el típico gesto con la mano» que hacen para indicar que quieren mantener relaciones sexuales? —preguntó Faith llena de curiosidad.

Will hizo un gesto decididamente obsceno con los dedos y Faith deseó no haber preguntado.

—Tiene que haber alguna razón para que Jake Berman no quiera ser localizado —insistió Will.

—¿Cuáles son las opciones? O es un moroso, o el hermano de Pauline, o nuestro asesino. O las tres cosas a la vez.

—O ninguna —señaló Will—. En cualquier caso tenemos que hablar con él.

—Amanda tiene a todo el equipo buscándole. Están trabajando con todas las combinaciones que se les ocurren: Jake Seward, Jack Seward. Lo están buscando como McGhee, Jackson, Jakeson.

—¿Cuál es su segundo nombre?

—Henry. Así que hay que probar con Hank, Harry, Hoss…

—¿Cómo es posible que esté fichado y aún no hayamos podido dar con él?

—No ha usado ninguna tarjeta de crédito. No tiene móvil de contrato ni hipoteca. Tampoco hemos encontrado nada en sus anteriores direcciones. No sabemos para quién trabaja ni para quién lo ha hecho.

—Puede que lo tenga todo a nombre de su esposa… Pero no sabemos cómo se llama.

—Si arrestaran a mi marido con la minga fuera en un centro comercial mientras yo le espero a la salida con los niños… —Faith no se molestó en terminar la frase—. Para colmo, el abogado que le llevó el caso es un gilipollas.

El abogado se negaba a revelar información sobre ninguno de sus clientes e insistía en que no tenía idea de cómo ponerse en contacto con este. Amanda estaba pidiendo órdenes judiciales para poder requisar sus archivos, pero la tramitación de las órdenes llevaba su tiempo, y se les estaba agotando.

Un Ford Escape aparcó delante de la casa. El hombre que se bajó del coche era la imagen misma de la ansiedad, desde el ceño fruncido hasta el modo en que se retorcía las manos por delante de su incipiente barriga. Tenía un aspecto bastante anodino, le clareaba mucho el pelo y tenía los hombros cargados. Faith estaba casi segura de que trabajaba en algo que le obligaba a pasarse más de ocho horas al día sentado al ordenador.

—¿Son ustedes los policías con los que he hablado por teléfono? —preguntó el hombre bruscamente. Entonces, reparando en lo rudo que había sido, volvió a intentarlo—: Perdonen, soy Michael Tanner, el hermano de Olivia. ¿Son ustedes de la Policía?

—Sí, señor. —Faith sacó su identificación e hizo las presentaciones—. ¿Tiene usted llave de la casa de su hermana?

Michael parecía a un tiempo avergonzado y preocupado, como si todo aquello tuviera que ser un malentendido.

—No sé si deberíamos hacer esto. A Olivia no le gusta que invadan su intimidad.

Faith y Will intercambiaron miradas. Otra mujer experta en levantar barreras.

—Podemos llamar a un cerrajero si hace falta —le ofreció Will—. Es importante que inspeccionemos el interior de la casa por si ha sucedido algo. Olivia podría haberse caído, o…

—Tengo una llave. —Michael se metió la mano en el bolsillo y sacó una sola llave colgada de una cinta elástica—. Me la mandó por correo hace tres meses, no sé por qué. Solo me dijo que quería que tuviera una. Supongo que me la dio porque sabía que no iba a usarla. A lo mejor no debería hacerlo.

—No habría tomado un vuelo para venir desde Houston si no creyera que ha pasado algo malo —le dijo Will.

Michael se puso pálido y Faith se hizo una idea de cómo debían de haber sido las últimas horas en la vida de aquel hombre: conducir hasta el aeropuerto, subirse al avión, alquilar un coche, todo el rato pensando que estaba haciendo una estupidez, que su hermana estaba perfectamente. Y en el fondo pensando que no, que lo más probable era que le hubiera sucedido algo.

Michael le dio la llave a Will.

—El policía con el que hablé ayer me dijo que enviaría a un agente para que se acercara a echar un vistazo. —Hizo una pausa, como si necesitara que le confirmaran que lo habían hecho—. Me preocupaba que no me tomaran en serio. Sé que Olivia es una mujer adulta, pero es un animal de costumbres. Nunca altera su rutina.

Will abrió la puerta y entró en la casa. Faith se quedó con el hermano en el porche.

—¿Y cuál es su rutina? —le preguntó.

El hombre cerró los ojos un momento para hacer memoria.

—Trabaja en un banco en Buckhead desde hace casi veinte años. Trabaja seis días a la semana, todos salvo el domingo, que es el día que aprovecha para ir de compras y resolver sus asuntos: ir a la tintorería, a la biblioteca, al supermercado. Llega al banco a las ocho de la mañana y sale a las ocho de la tarde, excepto si tiene que asistir a algún evento o lo que sea. Trabaja como relaciones públicas. Si hay una fiesta a algún acto patrocinado por el banco debe asistir. Si no, siempre está en casa.

—¿Le llamaron del banco?

Se llevó la mano al cuello y se frotó una cicatriz de color rojo brillante. Faith imaginó que le habrían hecho una traqueotomía o alguna otra operación de garganta.

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