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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (38 page)

BOOK: El número de la traición
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—En el banco no tienen mi teléfono —les explicó—. Fui yo quien se puso en contacto con ellos cuando no tuve noticias de ella ayer por la mañana. Los llamé nada más aterrizar. No tienen la menor idea de dónde puede estar. Es la primera vez que falta al trabajo.

—¿Tiene usted alguna fotografía reciente de su hermana?

—No. —De pronto, cayó en por qué Faith le pedía la foto—. Lo siento. Olivia detesta que le saquen fotos. Desde siempre.

—No se preocupe —le dijo Faith—. La sacaremos de su carné de conducir si es necesario.

Will bajó por las escaleras. Meneó la cabeza y Faith entró en la casa con Michael.

—Es una casa muy bonita.

—Es la primera vez que vengo —confesó.

Miraba a su alrededor igual que Faith, probablemente pensando lo mismo que ella: aquello parecía un museo.

El pasillo atravesaba toda la planta y desembocaba en la cocina, que resultaba muy luminosa con la encimera de mármol y los armarios blancos. La escalera tenía una moqueta blanca de pelo largo, y la sala de estar era igualmente espartana; todo, desde las paredes hasta los muebles pasando por la moqueta era de un blanco inmaculado. Incluso los cuadros de las paredes eran lienzos blancos enmarcados en blanco.

Michael se estremeció.

—Hace mucho frío aquí.

Faith sabía que no hablaba de la temperatura.

Los llevó hasta la sala de estar. Había un sofá y dos sillas, pero Faith no sabía muy bien si sentarse o quedarse de pie. Al final se sentó en el sofá; el asiento estaba tan duro que apenas se hundió bajo su peso. Will se sentó en la silla que había al lado de su compañera y Michael en la que había al otro lado del sofá.

—Vamos a empezar por el principio, señor Tanner —dijo Faith.

—Doctor —la corrigió, y frunció el ceño—. Lo siento. Da lo mismo. Por favor, llámeme Michael.

—Muy bien, Michael —Faith le hablaba con voz serena, tranquilizadora, pues percibió que el hombre estaba al borde del pánico. Empezó por una pregunta sencilla—. ¿Es usted médico?

—Soy radiólogo.

—¿Trabaja en un hospital?

—En el Centro Metodista de la Mama.

Parpadeó. Faith se percató de que estaba intentando contener las lágrimas. Fue directa al grano.

—¿Qué le impulsó a llamar a la policía ayer?

—Ahora Olivia me llama todos los días. Antes no lo hacía. Estuvimos distanciados muchos años, se fue a la universidad y nos distanciamos aún más. —Sonrió débilmente—. Tuve un cáncer hace dos años. La tiroides. —Se tocó la cicatriz del cuello de nuevo—. ¿Solo sentí una especie de vacío? —dijo en tono interrogativo, y Faith asintió como si lo entendiera—. Quería estar con mi familia, recuperar a Olivia. Sabía que tendría que aceptar sus condiciones, pero estaba dispuesto a hacer ese sacrificio.

—¿Qué condiciones impuso?

—No puedo llamarla. Es ella la que me llama siempre.

Faith no sabía muy bien qué decir.

—¿Sus llamadas siguen alguna clase de pauta? —preguntó Will.

Michael asintió con la cabeza, parecía aliviado al ver que alguien entendía por fin por qué estaba tan preocupado.

—Sí. Los últimos dieciocho meses me ha llamado a diario. A veces no me cuenta gran cosa, pero me telefonea cada mañana a la misma hora siempre, pase lo que pase.

—¿Por qué no le cuenta gran cosa? —preguntó Will.

Michael se miró las manos.

—Es difícil para ella. Tuvo algunos problemas cuando era más joven. No es de las que piensan en la palabra «familia» y sonríe. —Se frotó la cicatriz una vez más y Faith percibió que una profunda tristeza se apoderaba de él—. En general no sonríe demasiado, esa es la verdad.

Will miró a Faith para confirmar que no le importaba que él continuara con las preguntas. Ella asintió discretamente. Era evidente que Michael Tanner se sentía más cómodo hablando con Will. Lo que tenía que hacer Faith ahora era quedarse en un segundo plano.

—¿Su hermana no es feliz? —preguntó Will.

Michael meneó la cabeza lentamente y su tristeza se extendió por toda la habitación. Will se quedó callado para no agobiar al hombre.

—¿Quién abusó de ella?

A Faith le sorprendió la pregunta, pero las lágrimas de Michael confirmaron que Will había dado en el clavo.

—Nuestro padre. Algo muy de moda ahora.

—¿Cuándo?

—Nuestra madre murió cuando Olivia tenía ocho años. Supongo que debió de empezar poco después. Estuvo haciéndolo varios meses, hasta que Olivia acabó en el médico. El médico dio parte a la policía, pero mi padre…

—Michael rompió a llorar—. Mi padre dijo que se lo había hecho ella a propósito. Que se había metido algo… ahí abajo… para herirse. Dijo que solo intentaba llamar la atención porque echaba de menos a su madre. —Se secó las lágrimas con rabia—. Nuestro padre era juez. Conocía a todo el departamento de policía, y ellos creían conocerlo. Dijo que Olivia mentía, así que todo el mundo dio por supuesto que era una mentirosa, sobre todo yo. Durante muchos años no la creí.

—¿Y qué le hizo cambiar de opinión?

Michael rio con desgana.

—Pura cuestión de lógica. No tenía sentido que ella… que ella fuera de esa manera a no ser que le hubiera pasado algo espantoso.

Will continuó mirando directamente a los ojos de Michael.

—¿Su padre llegó a hacerle daño a usted en algún momento?

—No —respondió demasiado deprisa—. No abusó sexualmente de mí, quiero decir. A veces me castigaba; se quitaba el cinturón. Podía ser brutal, pero yo pensaba que eso era lo que hacían todos los padres. Era lo normal. La mejor manera de evitar que me diera una paliza era ser un buen hijo, así que eso fui.

Will se tomó su tiempo antes de formular la siguiente pregunta.

—¿Cómo se castigaba Olivia por lo que sucedió?

El hombre estaba hecho un manojo de nervios, intentaba controlar sus emociones, pero no podía. Por fin, se presionó los ojos con el índice y el pulgar y se echó a llorar. Will se quedó quieto, sin decir nada, y Faith lo imitó. Sabía por puro instinto que lo peor que podía hacer en ese momento era intentar consolar a Michael Tanner. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—Olivia era bulímica —dijo, por fin—. Es posible que siga siendo anoréxica, pero me juró que ya no vomitaba.

Faith se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Olivia Tanner padecía un trastorno de la alimentación, igual que Pauline McGhee y Jackie Zabel.

—¿Cuándo comenzó el problema? —preguntó Will.

—Cuando tenía diez u once años, no lo recuerdo. Yo soy tres años menor que ella. Lo único que recuerdo es que era espantoso. Ella… empezó a consumirse.

Will se limitó a asentir y a dejar que el hombre continuara hablando.

—Olivia siempre ha estado obsesionada con su aspecto. Era guapa, pero nunca pudo aceptar… —Michael hizo una pausa—. Imagino que mi padre empeoró todavía más la cosa. Siempre pinchándola y diciendo que tenía que deshacerse de esos michelines. No estaba gorda. Era una niña normal, muy guapa, preciosa. ¿Sabe lo que ocurre cuando uno deja de comer?

Michael miraba a Faith, y ella dijo que no con la cabeza.

—Le salieron costras en la espalda, unas heridas grandes en los puntos en los que los huesos sobresalían por debajo de su piel. Ni siquiera podía sentarse, no podía ponerse cómoda. Tenía frío todo el tiempo, se le dormían las manos y los pies. Algunos días no tenía energía suficiente ni para ir al baño y se lo hacía encima. —Hizo una pausa, abrumado por los recuerdos—. Dormía diez o doce horas al día. Se le cayó el pelo. Le daban unas tiritonas que no podía controlar. Tenía taquicardias. Su piel era como… era repugnante. Estaba llena de escamas que se le desprendían sin más. Y ella pensaba que merecía la pena. Pensaba que así estaba más guapa.

—¿La hospitalizaron en algún momento?

Michael se rio; todavía no entendían hasta qué punto llegó a ser horrible aquella situación.

—Entraba y salía del hospital general de Houston todo el tiempo. La alimentaban a través de una sonda. Ganaba el peso suficiente para que le dieran el alta, y en cuanto salía empezaba a meterse los dedos en la boca para vomitar otra vez. Sus riñones se colapsaron dos veces. Estaban muy preocupados por los daños que podía estar sufriendo el corazón. Yo estaba muy enfadado con ella por aquel entonces. No entendía por qué se infligía deliberadamente un daño tan monstruoso. Parecía… ¿Por qué matarse de hambre deliberadamente? ¿Por qué se hacía eso…? —Echó un vistazo a la habitación, al hogar tan frío que su hermana había creado para sí misma—. Control. Ella solo quería controlar algo, y supongo que fue lo que introducía en su boca.

—¿Está mejor? Me refiero a estos últimos años —le preguntó Faith.

Michael asintió y se encogió de hombros al mismo tiempo.

—Mejoró cuando se alejó de mi padre. Fue a la universidad, se licenció en empresariales. Luego se trasladó aquí, a Atlanta. Creo que la distancia la ayudó.

—¿Hace terapia?

—No.

—¿Tiene algún grupo de apoyo? ¿O un chat?

Michael negó con la cabeza, parecía muy seguro.

—Olivia cree que no necesita ayuda. Piensa que lo tiene todo bajo control.

—¿Tiene amigos, o…?

—No, no, nadie.

—¿Vive aún su padre?

—Murió hace unos diez años. No sufrió. Todo el mundo se alegró de que hubiera muerto mientras dormía.

—¿Es Olivia una persona religiosa? ¿Va a la iglesia o…?

—Quemaría el Vaticano si los guardias la dejaran pasar.

—¿Le suenan de algo los nombres de Jacquelyn Zabel, Pauline McGhee o Anna? —le preguntó Will.

Michael dijo que no con la cabeza.

—¿Usted o su hermana han estado alguna vez en Michigan?

Michael los miró un poco desconcertado.

—Nunca. Es decir, yo no. Olivia ha vivido en Atlanta toda su vida adulta, pero puede que haya viajado allí en algún momento y yo no lo sepa.

—¿Le suena la frase «No voy a sacrificarme»? —preguntó Will.

—No. Pero es exactamente lo contrario de lo que hace Olivia con su vida. Se priva de todo, se sacrifica.

—¿Y las palabras «thinspo» y «thinspiration»?

—No —respondió Michael, meneando la cabeza.

Faith tomó el relevo.

—¿Y los niños? ¿Tuvo algún hijo Olivia? ¿Quería tener hijos?

—Habría sido físicamente imposible —respondió Michael—. Su cuerpo… Se hizo mucho daño. Sería imposible que pudiera llevar a término un embarazo.

—Pero podría adoptarlo.

—Olivia odiaba a los niños —lo dijo en voz tan baja que Faith apenas pudo oírle—. Sabía lo que podía pasarles.

Will formuló la pregunta que Will tenía en mente.

—¿Cree usted que lo estaba haciendo otra vez? Me refiero a no comer.

—No —respondió Michael—. Por lo menos no como antes. Por eso me llamaba cada mañana, a las seis en punto, para que supiera que estaba bien. A veces cogía el teléfono y me contaba algo. Otras veces simplemente decía: «Estoy bien», y colgaba el teléfono. Creo que para ella era como el Teléfono de la Esperanza. Espero que lo fuera.

—Pero ayer no lo llamó —dijo Faith—. ¿Es posible que estuviera enfadada con usted?

—No. —Se secó las lágrimas una vez más—. Nunca se enfadaba conmigo. Se preocupaba por mí. Se preocupaba por mí todo el tiempo.

Will se limitó a asentir y Faith preguntó:

—¿Por qué se preocupaba?

—Porque ella era… —Michael se interrumpió y se aclaró la garganta un par de veces.

—Le protegía de su padre —dijo Will.

El hombre asintió repetidas veces y la habitación se quedó en silencio de nuevo. Parecía estar reuniendo valor para continuar.

—¿Creen ustedes que…? Olivia nunca alteraba su rutina.

Will lo miró directamente a los ojos.

—Puedo ser amable o puedo ser sincero, doctor Tanner. Solo existen tres posibilidades. La primera es que su hermana haya huido; la gente hace cosas así, le sorprendería saber lo frecuente que es. La segunda es que haya tenido un accidente…

—He llamado a todos los hospitales.

—La policía de Atlanta también. Han comprobado los expedientes y los tienen identificados a todos.

Michael asintió, probablemente porque ya lo sabía.

—¿Y cuál es la tercera posibilidad? —preguntó con temor.

—Que alguien la haya secuestrado —respondió Will—. Alguien que piensa hacerle daño.

Michael tragó saliva. Se estuvo mirando las manos un largo rato antes de asentir.

—Le agradezco su sinceridad, detective.

Will se puso en pie.

—¿Le parece bien que echemos un vistazo a la casa, a las cosas de su hermana?

El hombre volvió a asentir y Will le dijo a Faith:

—Yo miraré arriba, tú echa un vistazo por aquí abajo.

No le dio ocasión de discutir el plan y Faith decidió no discutir con él, pese a que lo más probable era que Olivia Tanner tuviera el ordenador arriba.

Dejó a Michael Tanner en la sala de estar y se dirigió a la cocina. La luz entraba a raudales por las ventanas, haciendo que todo pareciera aún más blanco. La cocina era muy bonita pero, al igual que el resto de la casa, parecía haber sido esterilizada. Las encimeras estaban completamente vacías, excepto por el televisor más plano que había visto en su vida. Hasta los cables y el enchufe estaban camuflados dentro de un diminuto agujero practicado en el mármol levemente veteado de la encimera.

En la despensa no había mucha comida. Todo estaba cuidadosamente apilado y alineado, las cajas del derecho para que se viera bien la etiqueta, todas las latas exactamente en la misma posición. Había seis botes grandes de aspirinas sin abrir. La marca era diferente de la que Faith había visto en el dormitorio de Jackie Zabel, pero le pareció extraño que ambas mujeres tomaran tantas aspirinas.

Y había otro detalle que tampoco tenía ningún sentido.

Faith hizo algunas llamadas mientras registraba los armarios de la cocina. En voz muy baja pidió que comprobaran los antecedentes de Michael Tanner, solo para poder descartarlo cuanto antes. La siguiente llamada fue para pedir a varios agentes de la policía de Atlanta que hablaran con los vecinos. Solicitó también el registro de llamadas del fijo de Olivia Tanner para ver con quién había estado hablando, pero el móvil de la mujer probablemente estaría registrado a nombre del banco. Con un poco de suerte, en alguna parte habría una BlackBerry desde donde pudieran revisar su correo electrónico. Quizás había alguien en la vida de Olivia Tanner de cuya existencia no estaba al tanto su hermano. Faith meneó la cabeza, sabiendo que no había muchas posibilidades de que así fuera. La casa era digna de verse, pero parecía que nadie viviera allí. Nadie había celebrado ninguna fiesta allí, ni ninguna reunión de amigos. Y desde luego, ningún hombre había vivido allí.

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