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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (41 page)

BOOK: El origen del mal
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La prueba no se hizo esperar y coincidió exactamente con el tiempo especificado por Darcy Clarke para definir el punto de salida de Simmons. Aun cuando lo esperaba, Harry no lo había visto llegar y lo único que detectó fue un fulgor que cauterizaba sus pupilas y que lo deslumhró con su luz blanquísima, después de lo cual… viajó solo. Jazz Simmons ya se había ido… a otra parte. Presumiblemente a aquel mismo sitio donde Harry hijo y Brenda ya habían ido antes que él.

Harry no tenía ninguna necesidad de volver a retroceder y repetir todo lo que ya había visto tantísimas veces. ¡Siempre lo mismo! Aquí no había nada nuevo y la única diferencia, en todo caso, era que Simmons había desaparecido con un solo destello blanco e instantáneo, mientras que la desaparición del pequeño Harry y de su madre fue acompañada de dos detonaciones iguales, parecidas al estallido de una bomba. Con respecto a lo que pudieran significar los destellos terminales, Harry se sentía completamente desorientado. Lo único que sabía era que primeramente los hilos azules de la vida que despedían reflejos de luz blanquísima se dirigían hacia el futuro y que, después, habían dejado de existir. Por lo menos ya no estaban en este universo.

Todo lo cual lo conducía al siguiente campo de investigación: el propio continuo de Möbius.

August Ferdinand Möbius (1790-1868), matemático y astrónomo alemán, descansaba en su tumba del cementerio de Leipzig. Por lo menos allí reposaba el polvo de su cuerpo, lo que para el necroscopio Harry Keogh era exactamente lo mismo. Harry ya había ido a ver a Möbius con anterioridad, movido por la intención de descubrir el secreto del continuo de Möbius. Era un invento hecho durante su vida (aunque esto era algo que se lo había negado personalmente, pues aseguró a Harry que, en realidad, él no había hecho otra cosa que «observarlo»), mientras que durante su muerte continuaba desarrollando sus teorías y transformándolas en ciencias exactas, aun cuando fueran ciencias que ningún ser vivo fuese capaz de comprender. Ninguno salvo, por supuesto, el propio Harry Keogh… y el hijo de Harry, naturalmente.

La última vez que Harry estuvo en aquel lugar se había trasladado a él a través de medios mucho más convencionales: en avión hasta Berlín y, después, pasando por Check Point Charlie, hasta el este… ¡como turista! Sin embargo, aunque su llegada había sido mundana, la salida de Leipzig fue a través de un camino totalmente diferente: a través de una puerta de Möbius. Aquélla fue la primera experiencia que había tenido Harry del continuo de Möbius desde que se convirtió en un experto en la cuestión por derecho propio.

Pero la visita de Harry había sido mucho más que todo eso e incluso ahora quizá no habría descubierto las fórmulas mentales correctas de no haber recibido un buen acicate en esta ocasión. Harry había figurado en la lista de los «buscados» por la Rama-E soviética. El imprevisto vampiro Boris Dragosani, perteneciente a aquel cuerpo, había querido apoderarse de Harry, a ser posible vivo, y arrancarle el secreto de sus extraordinarias dotes. Dragosani era un nigromante que se hacía con los pensamientos íntimos de los muertos extrayéndoselos de sus cuerpos, un nigromante que leía sus secretos en los flujos del cerebro, en los ligamentos desgarrados, en los órganos arrancados y en los intestinos extraídos del vientre. Todo habría sido mucho más fácil si hubiera podido hablar simplemente con los muertos, igual que Harry. Es posible que a él no le respetasen tanto como a Harry, pero la amenaza de profanación bastaba para que se manifestaran. En caso contrario… siempre se podía recurrir al otro procedimiento.

Dragosani había emitido una orden de detención mediante la cual ordenaba al cuerpo alemán oriental que vigilaba la frontera, el Grenz-polizei, que detuviera a Harry bajo acusaciones falsas. Lo habían intentado y Harry, al encontrarse entre la espada y la pared, había resuelto la ecuación final de la dimensión metafísica espacio-tiempo de Möbius, con la cual podía abrir «puertas» en todo el universo espacio-tiempo. Harry había usado una de esas puertas en el preciso momento. Tal vez había flotado de manera visible (únicamente visible para Harry) frente a la lápida sepulcral de Möbius.

A partir de entonces, la invasión de Harry de la Rama-E soviética y la destrucción de Dragosani constituía un proceso inexorable, en el curso del cual su propio cuerpo había sido destruido y abandonado cuando, una vez más, huía hacia el continuo de Möbius. Allí, como un ser incorpóreo, una mente y una alma carentes de cuerpo, había descubierto y entrado en la envoltura seca de Alec Kyle. Había sido un hecho casi involuntario, puesto que el cuerpo de Kyle, un vacío provisto de vida, se había aproximado a Harry y lo había absorbido, cosa que le había dado nuevamente un lugar entre los hombres y puesto fin a lo que de otro modo habría sido una interminable existencia en el inmaterial continuo de Möbius.

Y ahora Harry volvía a estar en Leipzig, de pie junto a la tumba de Möbius como en otros tiempos. Habían transcurrido casi nueve años desde la última vez que la había visitado, pero no había olvidado aquellos acontecimientos que pusieron término a su primera visita. Por este motivo en esta ocasión había venido de noche.

Una luna muy baja brillaba en el horizonte de la ciudad y las estrellas titilaban entre jirones de nubes que recorrían velozmente el espacio. El viento de la noche, que gemía entre las lápidas funerarias, empujaba hojas secas que correteaban por el suelo igual que ratones y Harry sentía un intenso frío en los huesos, resultado en parte del frío propio de una noche de noviembre y en parte por la sensación extraña que le provocaba su visita a aquel lugar. Pero las puertas del cementerio estaban cerradas porque era de noche, las luces de la ciudad brillaban tenuemente y, dejando aparte el rasgueo de las hojas en el suelo, todo era silencio.

Buscó a Möbius y lo encontró y, al igual que la otra vez, el gran matemático estaba absorto en sus fórmulas y en sus cálculos. Tablas de masas y movimientos planetarios, los «pesos» del sol y de sus mundos satélites en su giro inclinado eran compensados con sus velocidades orbitales y sus fuerzas de gravedad. Unas fórmulas tan complejas que hasta escapaban a la intuición de Harry, ecuaciones simultáneas cuyas respuestas se completaban por sí solas mientras él observaba; todas las cifras y configuraciones se presentaban ante la conciencia de Harry igual que los resultados siempre cambiantes de un proceso que fuese desarrollándose continuamente en la pantalla de un inmenso ordenador. Harry se daba cuenta de que el problema era tan complicado y estaba tan cerca de resolverse que él dejaba que prosiguiera inalterado por su presencia hasta el final. Y en el momento en que ocurría la pantalla se quedó en blanco y Möbius lanzó un suspiro. Era extraño, incluso ahora, oír el «suspiro» de un muerto.

—¡Señor! —lo llamó Harry—. ¿Puede atenderme ahora?

¿Cómo?
, preguntó Möbius, antes de reconocer los pensamientos de Harry. E inmediatamente después dijo:
¿Eres tú, Harry? Ya me he dado cuenta de que había alguien por ahí e incluso has estado a punto de distraerme, porque has de saber que me encontraba trabajando en una cosa que es muy importante
.

—¡Lo sé! —dijo Harry asintiendo con un gesto—. Lo sabía perfectamente y por eso no quería molestarlo. ¡Son unos descubrimientos tan sensacionales!

¿Qué dices?
, dijo Möbius, que pareció un poco sorprendido.
Entonces esto quiere decir que entiendes lo que yo hago. Está bien, dime entonces ¿qué he descubierto?

Harry se echó para atrás, un poco indeciso. Estaba en presencia de un genio y lo sabía. Möbius había sido un gran matemático en vida y, después de la vida, proseguía su trabajo sin vacilar. Si las dotes de Harry en materia de matemáticas eran intuitivas, Möbius trabajaba de firme para conseguir unos resultados. En él no había saltos de cálculo sino un persistente tanteo y una pasión inmarcesible y arrasadora por lo que tenía entre manos. De todos modos, Harry consideraba que su visita había sido inoportuna y que no estaba nada bien eso de acudir a espiar a aquel hombre en el momento de su triunfo.

¡Ni pensarlo!
, lo tranquilizó Möbius.
Pero ¿qué dices, que un hombre capaz de imponer su ser físico al universo metafísica y servirse de él a voluntad puede espiar lo que yo hago? Yo a ti te considero un colega, Harry, un igual. Y si he de decirte la verdad, no podías haberme venido a visitar en un momento más oportuno. Ahora ven y dime qué he hecho. ¿Qué crees que he probado con mis números?

Harry se encogió de hombros.

—Pues bien —dijo—, ha demostrado que en lugar de los nueve planetas que nos figurábamos que había en el sistema solar, en realidad hay once. Los dos nuevos mundos son pequeños, pero no por ello dejan de ser verdaderos planetas. Uno ocupa un puesto exactamente detrás de Júpiter, con el mismo período de rotación, por lo que siempre está tapado, mientras que el otro no es reflectante y está tan lejos del sol como Plutón.

¡Muy bien, Harry!
, lo aplaudió Möbius.
¿Y qué me dices de sus lunas?

—¿Cómo? —dijo Harry, que había sido cogido por sorpresa—. Yo lo único que sé es el problema que usted mismo se ha planteado y las soluciones a las que ha llegado a medida que iba llegando a ellas. Había unas ligeras desviaciones, unos porcentajes de error, supongo, pero…

Hizo una pausa.

—Pero, pero, pero…

Harry se imaginaba a Möbius con las cejas enarcadas.

Todas las claves estaban en las ecuaciones, Harry. ¿No lo sabes? Pues bien, te lo diré
:

El mundo interior no tiene luna, pero el «porcentaje de error», como tú lo llamas, para el mundo exterior era demasiado grande para ser ignorado. Lo he repasado e indica una luna de níquel y hierro casi esférica que tiene tres kilómetros de diámetro y describe una órbita alrededor de su pariente a una distancia de veinticuatro mil circunferencias planetarias. ¡Eso es lo que se llama un buen cálculo! Por supuesto que pienso comprobarlo personándome en el lugar en cuestión y viéndolo por mí mismo
.

Harry, sintiéndose plenamente derrotado, movió la cabeza e hizo una mueca burlona.

—¡Claro, lo que pasa es que usted es demasiado bueno para mí! —dijo—, y además lo será siempre… —Y al cabo de un momento añadió—: ¿Dejaría que me chivase? Yo lo haría con muchísimo gusto y, si dispusiera de suficiente información, haría que todos los astrónomos se pusieran a saltar como locos. Podría hacerse de manera anónima, como si se tratase de un aficionado, ¿comprende?, bajo promesa solemne de que cuando se descubriera que los cálculos eran correctos, se diera el nombre de Möbius a uno de los dos mundos.

Möbius se quedó estupefacto.

¿De veras que lo harás, Harry?

—Creo que encontraría la manera.

¡Oh, hijo mío! ¡Qué maravilla!
Möbius estaba radiante de satisfacción ante aquella posibilidad.
¡Oh, Harry, cómo me gustaría poder estrecharte la mano!

—Podría hacer algo mejor —le dijo Harry, que se había puesto serio de repente—. ¿Se acuerda de que la última vez que vine a verle tenía un problema? Pues tiene que saber que ahora tengo otro todavía más grande.

Dime de qué se trata, entonces
, dijo el otro al momento.

El necroscopio le habló de su mujer y de su hijo y terminó explicándole:

—Y además, ocurre que no se trata solamente de una cuestión de familia, sino que además tengo que considerar la cuestión del agente británico Michael Simmons.

Möbius pareció perplejo.

¿Y vienes a mí en busca de ayuda? Bueno, es evidente que es así, pero la verdad es que no sé qué puedo hacer por ti. Quiero decir que si esas tres personas no están aquí, si han dejado de existir físicamente en este universo, ¿cómo puedo yo ni nadie saber dónde están? El universo es el Universo, Harry. Su mismo nombre lo define. Es el TODO. Si no están en él, quiere decir que no están en parte alguna
.

—También yo lo pensaba —admitió Harry—, pero sólo hasta hace poco tiempo. Pero usted y yo podríamos desmentir esta afirmación.

¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

—El continuo de Möbius —respondió Harry a manera de explicación—. Usted mismo admite que se trata de un plano puramente metafísico y que no pertenece a este universo. Si entras en el continuo de Möbius, sales de las tres dimensiones de este mundo. El continuo de Möbius no sólo trasciende las tres dimensiones del espacio mundial sino incluso el tiempo, y corre paralelamente a todos ellos. ¿Y qué pasa con un agujero negro?

¿Qué pasa?
, dijo Möbius encogiéndose mentalmente de hombros.

—Bueno, ¿acaso un agujero negro no es una salida de este universo? Así me lo habían explicado siempre: es un foco de gravedad tan grande que el espacio y el tiempo quedan absorbidos por la espiral. Y si hay salidas del aquí y del ahora, ¿adonde conducen?

A otra parte del universo
, respondió Möbius.
A mi me parece que ésta es la única explicación plausible. Te advierto que yo todavía no he mirado en realidad a los agujeros negros, aun cuando los tengo inventariados
.

—¿No entiende lo que le digo o es que evita contestarme deliberadamente? —quiso saber Harry—. Lo que le pregunto es esto: si un agujero negro va a parar a alguna parte y sale a lo mejor a una distancia situada a años-luz, ¿qué pasa con el espacio intermedio?, ¿dónde está el material que cae en el agujero entre el momento en que desaparece y el momento en que vuelve a aparecer? Si quiere que le diga la verdad, yo encuentro todo esto muy parecido a lo de nuestro continuo de Möbius.

Continúa
, dijo Möbius, que parecía fascinado.

—De acuerdo —dijo Harry—, contemplémoslo desde este ángulo. En primer lugar tenemos el…, lo que llamamos el universo mundo, y que podemos decir que tiene ese aspecto:

Transmitió a Möbius un diagrama mental.

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