El origen del mal (47 page)

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Authors: Brian Lumley

BOOK: El origen del mal
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»Pero dejémoslo ya. Si eres creyente, da gracias a Dios porque te ha ahorrado tener que verlos y, sobre todo, verlos durante las batallas…

»Las bestias voladoras se encuentran estacionadas en diferentes niveles. Tú ya las has visto y sabes cómo son. No son especialmente peligrosas, por lo menos en lo que a ellas estrictamente se refiere. Cuando caminan por tierra son torpes y estúpidas; cuando vuelan son graciosas a su manera, un poco extraña sin embargo. Están conectadas con sus amos, que se encargan de dirigirlas a través de la telepatía. Con este procedimiento las controlan los wamphyri cuando cabalgan sobre ellas para conducirlas a la batalla. Son los puestos de mando flotantes de sus amos.

»Otra cosa más acerca de los wamphyri durante la batalla: tienen sus propios códigos de combate y también sus "valores" distorsionados acerca de cosas como la valentía, la caballerosidad, etcétera. ¿Te imaginas? Pero ellos cambian esos valores para adaptarlos a la conveniencia de cada uno y en ventaja propia. En caso de llegar a una lucha cuerpo a cuerpo, es decir, de un individuo contra otro, la única arma permitida por los amos de alto rango que viven en los nidos de águilas (los señores y sus ayudantes o lugartenientes) es el guantelete. Estas odiosas armas se fabrican en un lugar situado al este, en una pequeña colonia de gitanos, y se hacen especialmente para uso de los wamphyri. Todas las cosas de metal se las hacen especialmente para ellos, porque ellos no entienden nada de metales o, para decirlo con más exactitud, sienten una especial aversión por los metales. La plata es veneno, el hierro es merecedor de desprecio; sólo el oro es relativamente aceptable.

»Ya te he contado unas cuantas cosas, contribuyendo con ello a que te hagas una ligera idea de la vida de los wamphyri y de cómo funcionan sus nidos de águilas. A mí me resulta todo tan complicado que me sería difícil entrar en más detalles. Ahora, si es que todavía te interesa seguir escuchando, continuaré y te hablaré de mis experiencias en el nido de águilas de lady Karen…

Jazz había terminado el baño y ahora estaba saliendo del río. Se sentía mucho mejor, más relajado, como si el agua lo hubiera liberado de aquella aguda tensión que momentos antes lo poseía. Se barrió el agua del cuerpo con el borde de las manos y se estremeció de frío ante los rayos de sol que iban debilitándose gradualmente a medida que iba bajando en el horizonte. Cuando ya empezaba a vestirse y antes de que Zek pudiera continuar su relato, descubrieron a Lardis que se acercaba por la orilla del río.

Jazz había desmontado la mayor parte de sus arneses del traje de combate, dejando únicamente el cinturón y los correajes cruzados de la parte superior con sus varios aditamentos. Al llegar, Lardis observó, no sin cierta sorpresa, los diferentes elementos del equipo desparramados por el suelo, por lo que Zek echó una mano a Jazz para ayudarle a ponérselos. Jazz prefería dormir totalmente enjaezado o por lo menos saber que todas las cosas estaban en su sitio, por si tenía que despertarse de repente y hacer frente a alguna eventualidad.

Finalmente, sacando un cigarrillo y encendiéndolo, Jazz se volvió hacia el jefe de los gitanos… en el mismo instante en que Lardis torcía y arrancaba la anilla de una granada.

Jazz aspiró profundamente, empujó a Zek hacia un lado, la derribó en el suelo y de un salto se plantó junto a Lardis. El otro no se había dado cuenta de la consternación que reflejaba la cara de Jazz. Frunció el entrecejo al ver la granada en su mano izquierda y la anilla en la derecha, pero Jazz aprovechó el momento para arrebatarle la bomba de las manos. Mentalmente ya se había puesto a contar: uno, dos, tres…

Y arrojando la granada al otro lado del río, prosiguió: cuatro, cinco…

Se oyó primeramente un pequeño chapoteo e inmediatamente después una deflagración.

El estampido retumbó con fuerza, pero una gran parte de la metralla se perdió en el río. Algunos fragmentos pasaron silbando sobre sus cabezas y se levantó en el aire todo un surtidor de agua que, después de subir a gran altura, volvió a caer. Desde las últimas estribaciones llegaron los ecos de la detonación y el agua del río barrió la orilla en forma de olas. Sobre la superficie del río flotaban ya docenas de peces muertos o atontados.

Lardis cerró la boca, contempló la aguja del percutor que tenía en la mano… y la arrojó con violencia lejos de sí.

—¿Cómo? —exclamó—. ¿Qué…?

Jazz, en tono de reconvención, le dijo:

—Sí, ha sido una pesca muy abundante…

Pero a Lardis se le escapó el sarcasmo.

—¿Cómo? ¡Ah, sí! Supongo que sí…

El hombre, sorprendido y un poco desorientado, se dio la vuelta y se dirigió a la orilla del río para calmar a su gente, que ya acudía corriendo.

—¡Y tanto que ha sido abundante! —dijo con cierto énfasis—, pero creo que prefiero pescar a mi manera.

Y echó una mirada a las armas que Jazz tenía desparramadas por toda la orilla.

—Ya me enseñarás todas esas cosas tan interesantes así que tengas un momento libre. Ahora tengo mucho que hacer.

Jazz y Zek lo observaron mientras se perdía en la distancia…

Mientras Jazz iba recuperando todas las piezas de su equipo y se disponía a echar un confortable sueñecito, Zek prosiguió su relato:

—Yo tenía también mi habitación en el nido de águilas de Karen. Ella y yo compartíamos el piso más alto, donde había literalmente una gran profusión de habitaciones, todas ellas enormes, y donde nosotras dos éramos los únicos seres humanos. Recuerda que los wamphyri son humanos; es el vampiro que anida en cada uno de ellos lo que los convierte en seres extraños y al vampiro de Karen todavía le faltaba mucho para conseguir su ascendencia total sobre ella. Así es que nosotras dos éramos las únicas personas que había allí arriba… aunque también había un guerrero. Era un personaje pequeño comparado con los suyos, con lo que quiero decir que tenía las dimensiones de un servidor personal, pero iba acorazado y era un ser terriblemente sanguinario. Estaba encargado de guardar la escalera que conducía al nivel inmediatamente inferior, lo que te dará una idea de lo poco que confiaba Karen en sus servidores.

»Estaban después las criaturas portadoras de agua, a las que ya me he referido antes. Y esto es todo: no había nada ni nadie más.

»De vez en cuando (calculé entonces que era aproximadamente cada veinticuatro horas) Karen celebraba una audiencia. Convocaba a los lugartenientes de abajo, siete en total, ninguno de los cuales tenía un huevo en su interior, y les encargaba los deberes del nido de águilas o comprobaba si habían cumplido las órdenes dadas con anterioridad. A continuación ellos presentaban sus informes, advertían de cualquier desviación del equilibrio que se mantenía dentro del nido y detallaban sus recomendaciones y otras cosas por el estilo. En cierto modo era como un grupo militar en el que Karen desempeñaba la función de mando. La cosa es que la desempeñaba muy bien. Estas fueron las únicas ocasiones en las que vi a los hombres de Karen sin sus guanteletes. El guerrero había recibido la orden, transmitida directamente a través de la mente, de atacar a todo aquel que entrara en su nivel llevando un guantalete.

»Pero no vayas a equivocarte respecto a Karen basándote en lo que te he dicho, ni cometas el error de creer que era una persona vulnerable. No lo era, por lo menos físicamente. Era un wamphyri, ésta es la verdad, y sus lugartenientes lo sabían perfectamente. Tenía el aspecto de una mujer joven y de momento quizá todavía pensaba como si lo fuera realmente, pero esto no era más que la envoltura.

»En su interior albergaba un vampiro que le había transmitido todos sus poderes, cada día más fuertes. Si parecía débil era simplemente porque no quería que sus subordinados la pusieran a prueba, no quería verse obligada a castigarlos de la manera que se había visto obligada a castigar a Corlis, porque podía significar tener que pedir ayuda al monstruo que albergaba dentro. Y quería seguir observando su postura, que consistía en mantenerlo a raya. Si dejaba que, aunque sólo fuera una vez, cobrara ascendencia sobre ella… estaba convencida de que la dominaría siempre. Y así acabaría por ocurrir, por supuesto, ya que ésta es la naturaleza del vampiro. Karen está condenada al cambio, a la metamorfosis, al deterioro gradual de lo que era para convertirse en otra cosa…

»Recuerdo que hacia el final de mi cautiverio en el nido de águilas, le pregunté qué había hecho Corlis para que ella deseara desterrarlo a la Tierra del Infierno. Quizá porque yo era la única persona con la que podía hablar sin tener que preocuparse por sus motivaciones, decidió contármelo todo.

»Corlis había sido el más grande de los hombres que había estado con Karen, y no sólo por sus dimensiones sino también por su rango dentro del nido de águilas. Era un hombre rudo, camorrista, el equivalente en wamphyri de un chauvinista cualquiera, pero en grado máximo. Incluso como Viajero había sido un bruto, pero esto había ocurrido hacía cuarenta años. Después había formado parte de una incursión y desde entonces estaba al servicio de Dramal Doombody; suponiendo que "estar al servicio" sea la palabra exacta. Sólo Dios sabe por qué Dramal lo toleraba, aun cuando siempre sea difícil saber cuáles son los designios de los wamphyri. Quizás hubo un tiempo en que Dramal quería inocular a Corlis su huevo, aunque esto no son más que meras conjeturas, por supuesto.

»Permíteme que te defina a Corlis de la siguiente manera: no era un auténtico wamphyri, pero si ha habido alguna vez un hombre que pudiera serlo, él era ese hombre. Y él lo sabía.

»La mayoría de los hombres se habrían echado atrás ante la idea, pero no Corlis. El quería recibir un huevo… y anhelaba el poder que podía proporcionarle. Quería convertirse en el señor del nido de águilas, un señor entre los wamphyri. No aspiraba a otra cosa que a cabalgar a lomos de una bestia voladora, al mando de sus guerreros en sus aterradoras batallas aéreas. Sin embargo, pese a que tanto él como los demás se daban el nombre de wamphyri, sabían que en realidad sólo eran los servidores no muertos de su señora vampira. Y ésta era la espina que Corlis tenía clavada en el costado.

»Había pedido a lady Karen que lo convirtiera en el señor de la guerra de su nido de águilas. A lo cual ella le replicó que no tenía necesidad de ningún señor de la guerra, pues no había ninguna guerra. El pedía un rango y una posición por encima de sus semejantes, sólo para enterarse de que no tenía ningún derecho a esta clase de honores. En un nido de águilas tan sólo hay sitio para un señor o una señora y en aquél la única señora era lady Karen. Corlis entonces se ofreció como consorte y protector de Karen, a lo cual ella, ya al límite de la paciencia, le respondió que prefería dormir con un guerrero. En cuanto a su propia protección, Corlis debía preocuparse de protegerse, especialmente si tenía intención de proseguir su campaña de maldades y acosos.

»Pero a Corlis no se le hacía callar tan fácilmente como eso, y él porfió ardorosamente alegando que los demás wamphyri planeaban guerras y que ahora que Dramal había muerto, el nido de águilas se había convertido en un lugar vulnerable y que Karen, por el hecho de ser mujer, no podía abrigar la esperanza de ostentar el mando del ejército durante la batalla. Tenía que buscar sin más demora a un paladín y le convenía que ese paladín no fuera otro más que él.

»Karen, al oír estas palabras, ordenó a Corlis que saliera inmediatamente de su presencia y a los otros seis con él. Cuatro de ellos la obedecerían, pero los restantes…

»Se habían pasado al bando de Corlis. Y lanzando una advertencia a los cuatro que se habían mantenido parcialmente leales a ella, Corlis y los otros dos (ya que seguramente los había sobornado) la rodearon mientras estaba sentada en su trono, el trono que en otro tiempo había sido el "trono de hueso" de Dramal Doombody, hecho con la quijada curva y fosilizada de una enorme criatura cartilaginosa, y uno de aquellos traidores se sacó de debajo de la chaqueta una estaca de madera, prohibida desde tiempo inmemorial en todos los nidos de águilas, y se la lanzó. El segundo, entretanto, sacó unas cadenas de hierro con intención de sujetarla con ellas.

»En cuanto a Corlis, estaba de pie, con los brazos en jarras, observando lo que sucedía. Su plan era éste: atravesar con la estaca el corazón de vampira de Karen y después, cuando estuviera indefensa, amenazarla con decapitarla y quemarla. Esperaba que bastaría con esta amenaza para que le proporcionara el huevo que tanto anhelaba, ya que hasta los vampiros más inmaduros acceden a ello cuando la muerte parece inminente. El huevo, pues, sería para él, pues Corlis tenía la intención de situarse en una posición tal que no dejara lugar a la existencia de un huésped alternativo. Es decir, se fusionaría sexualmente con su víctima.

»Pero Karen había adivinado su propósito. El hecho de ser wamphyri, la había dotado de talento telepático. Ahora, en aquel momento de infortunio para ella, utilizaría el talento no sólo para leer las intenciones de Corlis, sino también para llamar en su ayuda al guerrero que montaba guardia en lo alto de las escaleras. La criatura se presentó inmediatamente.

»Corlis y sus dos acólitos tenían sujeta a Karen. Aunque ésta no llevaba su guantelete, no por ello dejaba de debatirse. Se resistía a mantenerse quieta y no dejaba que la sujetaran con cadenas. Clavó las uñas en la cara de Corlis y dio repetidos puntapiés en la ingle al de la estaca. Los cuatro que se mantenían fieles a medias no sabían qué camino tomar: tan pronto se inclinaban a un lado como a otro, totalmente indecisos, sin saber qué hacer. Después, cuando vieron que se acercaba el guerrero de Karen… ya supieron qué determinación tenían que tomar.

»Dos saltaron sobre el que llevaba la estaca y se lo llevaron a rastras. El guerrero, furioso, lo arrancó de las manos de aquéllos, pero esto precipitó su fin. En él no había huevo: no era mas que carne, aunque fuera carne vampirizada, y los guerreros saben qué deben hacer con la carne. Los otros dos, igualmente fieles a medias, cayeron sobre Corlis cuando trataba en vano de violar a Karen y consiguieron sujetarlo. Esto dejó a la señora en situación de ocuparse de aquel que había tratado de encadenarla. A diferencia de Corlis, era bajo, y en Karen se había desencadenado toda su furia de vampira.

»Lo arrastró hasta el trono sin apiadarse de sus gritos y aplastó su cara contra el florón cartilaginoso formado con la cortante quijada utilizada para apoyar el brazo en el trono. Aquel florón era el colmillo de la criatura, cuya maciza quijada formaba el trono; penetró en la boca del traidor y se la atravesó hasta la base del cráneo, por lo que se desplomó de rodillas y quedó tan lacio como un pescado muerto de un arponazo. Fue arrojado al pozo de los desechos.

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