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Authors: Denise Dresser

Tags: #Ensayo

El país de uno (15 page)

BOOK: El país de uno
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Enrique Peña Nieto y Arturo Montiel.

Y los resultados de su actuación están allí. En encuesta tras encuesta, las opiniones favorables del
PRI
van creciendo. El nivel de aceptación del
PRI
va a la alza. El partido que tantos quisieron sacar de Los Pinos se posiciona para regresar allí.

¿EL REGRESO A MACONDO?

Como escribe Gabriel García Márquez en
Cien años de soledad
, notar la diferencia entre la gente de Macondo allí puede ser difícil porque tienen rasgos similares, facciones parecidas, hábitos idénticos. No defienden ideales sino intereses, no colaboran con las mejores mentes sino con los peores depredadores, no combaten la corrupción porque se valen de ella. Marchando de mitin en mitin con la cartera abierta y la integridad ausente. Como el
PRI
que camina sembrando contratos y cosechando clientelas. Asociado con liderazgos famosos por las irregularidades que han cometido. Famosos por lo que han gastado, manipulado, torcido. Famosos por los libramientos que han inaugurado y las elecciones que se han robado. Armados con las nuevas herramientas de la mercadotecnia pero lejos de representar la modernidad.

Cómo olvidar a Arturo Montiel, el de los dientes blancos y la trayectoria gris. El que eleva la deuda del Estado de México de 22 mil millones a 31 mil millones de pesos. El que le pone su nombre a todo lo que toca. El que percibió un aguinaldo en el 2004 de 178 840 pesos. El que hizo más de 30 giras internacionales. El que en un sólo viaje a Asia gastó 296 700 pesos. El progenitor político de Enrique Peña Nieto. Y los dos demostrando que el
PRI
no puede ni quiere cambiar. Allí está, como siempre ha sido. Allí está, como siempre quiere ser. La maquinaria que da y también aplasta. El corporativismo que persiste y también obstaculiza. La obra pública que compra votos y también conciencias. El viejo
PRI
como lo describe a la perfección Elba Esther Gordillo: “Tú ibas a una colonia y les arreglabas la luz, hacías pavimentaciones, metías banquetas, arreglabas escuelas y hacías carreteras aunque fuera por esa vez”.

Allí sigue ese
PRI
, tan arraigado como los familiares de José Arcadio Buendía, el patriarca de Macondo y el responsable de su longevidad. Ese
PRI
que también es responsable de muchos años de soledad. La soledad infinita que produce la democracia distorsionada. La democracia mediatizada. La democracia saboteada. La democracia que el
PRI
usa pero no entiende. La democracia que conjuga frases huecas, palabras trilladas, promesas desgastadas. “Lo que el país necesita.” “Lo que los mexicanos esperan.” La repetición incesante del discurso que muchos oyen y pocos creen. La única diferencia es que ahora el
PRI
paga para pronunciarlo en las pantallas de televisión. Paga para pegarlo en los espectaculares. Paga con dinero de los contribuyentes todo aquello que usará para comprarlos.

Porque quiere inmunidad, quiere protección, quiere recuperar a través de negociaciones tras bambalinas parte del poder que perdió en las urnas. Quiere seguir jugando el viejo juego de pactos entre las élites porque eso es lo que sabe hacer mejor. Quiere —en ciertos casos— empujar hacia adelante leyes o reformas estructurales con las cuales algunos de sus líderes obtendrían un claro beneficio. Quiere pararse del lado de las instituciones porque para el
PRI
, tal y como están, han funcionado.

Y para ello necesitan el olvido. La suspensión de la memoria. El exilio de la verdad conocida. Arturo Montiel y Enrique Peña Nieto son los repositorios vivientes de todo aquello que los mexicanos deberían recordar pero no recuerdan. Representan todo aquello que el país peleó para enterrar y ahora exhuma. Simbolizan todo aquello que México quiso cambiar y ahora acepta. El regreso a la casa familiar, a la habitación conocida, aislada del mundo y todo lo que ocurre allí. Ambos habitan un lugar donde el tiempo no avanza en línea recta sino en círculos y el mundo se repite. Lo que fue ahora es; lo que ahora es alguna vez fue.

Probablemente los priístas piensan que la corrupción no cuenta a la hora del voto. Que en México el enriquecimiento personal de los políticos es visto como una medalla de honor; como un premio a la astucia. Es muestra de que el
PRI
está allí para que las cosas se hagan. Para que los contratos se firmen. Para que los negocios se asignen. Para que la familia post revolucionaria goce de ellos y los comparta. Como el
PRI
gobernó 71 años así ahora cree que han transcurrido sin dejar huella. Cree que el país sigue siendo el mismo del cual se aprovechó. Que es posible ser corrupto y ganar, ser corrupto y gobernar, ser corrupto y regresar. Le apuesta a la cultura cínica por encima de la cultura cívica. A la complicidad de la población en vez de su oprobio.

Siete décadas de priísmo parieron mexicanos apáticos y electores cínicos. Siete décadas de priísmo crearon una población que no sabe cómo indignarse ni frente a qué hacerlo. Siete décadas de priísmo institucionalizaron una forma de hacer política que incluso otros partidos emulan. El peor legado del
PRI
es una cultura de tolerancia frente a los errores del poder, una cultura de pasividad frente a sus penurias, una cultura de complicidad frente a sus abusos, una cultura de ciudadanos que no saben cómo serlo.

El
PRI
tiene una fórmula para utilizar. Un precedente sobre el cual construir. Un punto de partida ideado por quienes piensan que el político más eficaz en México no es el que respeta la ley, sino el que la dobla y comparte los beneficios de hacerlo. Gobernadores que mantienen vivas las redes que su partido ha tejido durante tanto tiempo con prebendas, con privilegios, con protección, con palmadas en la espalda y los tratos que se cierran así. Ese priísmo que no cree en las instituciones gubernamentales sino en las relaciones personales. Que presencia las filtraciones pero no ve las sanciones. Acostumbrado a que el país sea así. Antes y ahora.

Basta con ver la cara de los priístas en cualquier acto público. Basta con advertir las sonrisas compartidas, los rostros complacidos, los abrazos entusiastas. Están felices y se les nota; están rebosantes y no lo pueden ni lo quieren ocultar. Saben que vienen de vuelta, saben que están de regreso, saben que encuesta tras encuesta los colocan en el primer lugar de las preferencias en las elecciones estatales y cada vez más cerca de recuperar el control del gobierno federal. El
PRI
resurge, el
PRI
revive, el
PRI
resucita. Beneficiario del panismo incompetente y del perredismo auto destructivo, el Revolucionario Institucional está a un paso de alcanzar el picaporte de Los Pinos tan sólo dos sexenios después de haber sido expulsado de allí.

Para muchos mexicanos esta posibilidad no es motivo de insomnio ni de preocupación. Hablan del retorno del
PRI
como si fuera un síntoma más de la normalidad democrática. Un indicio más de la alternancia aplaudible. Un indicador positivo de la modernización que México ha alcanzado y que ya sería imposible revertir. “El país ya no es el mismo que en 1988” advierten quienes no se sienten alarmados por la resurreción priísta. “El
PRI
no podría gobernar de manera autoritaria como lo hizo alguna vez” sugieren quienes celebran los logros de la consolidación democrática. “Los priístas se verían obligados a instrumentar las reformas que hasta ahora han rechazado” auguran los oráculos del optimismo. Y ojalá tuvieran razón las voces de aquellos a quienes no les quita el sueño la idea de Enrique Peña Nieto en Los Pinos, Manlio Fabio Beltrones en la Secretaría de Gobernación, Beatriz Paredes en cualquier puesto del gabinete, y Humberto Moreira —o cualquiera como él— en la presidencia del
PRI
.

Líderes priístas.

Ojalá fuera cierto que una nueva era de presidencias priístas puede ser señal de alternancia saludable y no de regresión lamentable. Ojalá fuera verdad que tanto el país como el
PRI
han cambiado lo suficiente como para prevenir el resurgimiento de las peores prácticas del pasado. Pero cualquier análisis del priísmo actual contradice ese pronóstico, basado más en lo que sus proponentes quisieran ver que en la realidad circundante. Como lo escribe el columnista Tom Friedman en
The New York Times
, en México hoy coexisten tres grupos: “Los Narcos, los No’s y los
NAFTA
’s”: los capos, los beneficiarios del
statu quo
y los grupos sociales que anhelan el progreso y la modernización. Y hoy el
PRI
es, por definición, ‘el partido del no’. El que se opone a las reformas necesarias por los intereses rentistas que protege; el que rechaza las candidaturas ciudadanas por la rotación de élites que defiende; el que rehúye la modernización sindical por los “derechos adquiridos” que consagró; el que no quiere tocar a los monopolios porque fue responsable de su construcción. El
PRI
y sus bases son los “No’s” porque constituyen la principal oposición a cualquier cambio que entrañaría abrir, privatizar, sacudir, confrontar, airear o remodelar el sistema que los priístas concibieron y del cual viven.

A quien no crea que esto es así, le sugiero que lea los discursos atávicos de Beatriz Paredes, que examine la oposición pueril de Enrique Peña Nieto a la reelección, que reflexione sobre los intereses cuestionables de Manlio Fabio Beltrones, que estudie los negocios multimilonarios de Emilio Gamboa, dirigente de la
CNOP
, que estudie el nepotismo de Humberto Moreira en Coahuila. Allí está el
PRI
clientelar, el
PRI
corporativo, el
PRI
corrupto, el
PRI
que realmente no cree en la participación ciudadana o en los contrapesos o en la rendición de cuentas o en la apertura de la vida sindical al escrutinio público.

Si la biografía es micro historia, entonces se vuelve indispensable desmenuzar la de Emilio Gamboa ya que su selección para una de las posiciones más importantes del priísmo revela mucho sobre el ideario, los principios y el
modus operandi
de la organización. Emilo Gamboa, descrito en el libro coordinado por Jorge Zepeda Patterson,
Los intocables
, como el
broker
emblemático de la política mexicana; el intermediario entre el dinero y el poder político. Viculado al Pemexgate, al quebranto patrimonial en Fonatur, al crimen organizado vía su relación con Marcela Bodenstedt y el Cartel del Golfo, a las redes de pederastía, al tráfico de influencias. De nuevo en la punta del poder dentro de su propio partido.

Ése es el
PRI
de ahora, y si no lo fuera, su dirigencia ya habría denunciado a Emilio Gamboa junto a tantos que se le parecen. Pero no es así. El
PRI
del nuevo milenio y el que se apresta a gobernar a la República sigue siendo un club transexenal de corruptos acusados y corruptos exonerados; de cotos construidos sobre la intersección de la política y los negocios; de redes tejidas sobre el constante intercambio de favores y posiciones, negociadas a oscuras. En una conversación telefónica grabada y ampliamente diseminada —que a pesar de ello no ha hecho mella en su carrera política—, Emilio Gamboa le dice a Kamel Nacif: “Va p’a tras”. Y ése es el mismo mensaje que el
PRI
envía sobre el país bajo su mando.

Cada lector tendrá su propia interpretación, su propia historia, su propia experiencia. Habrá muchos que evalúen a la maquinaria del
PRI
de una forma más benigna, más benevolente. Habrá quienes hablen de la forma en que esa maquinaria construyó caminos y carreteras, hospitales y hospicios, puertos y aeropuertos. Habrá quienes comparen la dictablanda mexicana con la dictadura chilena y encuentren la primera menos criticable que la segunda. Habrá quienes defiendan la excepcionalidad mexicana frente a la brutalidad latinoamericana. Habrá quienes piensen que la corrupción del priísmo en México fue mejor que la violencia del militarismo en América Latina. Habrá quienes aplaudan la estabilidad del autoritarismo mexicano frente a la inestabilidad padecida en otras latitudes. Millones de mexicanos todavía se identifican con el
PRI
, prefieren la continuidad.

Pero ojalá que quienes decidan votar por el
PRI
en el futuro lo hagan con los ojos abiertos y con la conciencia tranquila. Ojalá lo hagan montados sobre una maquinaria que moviliza el voto de manera legítima, y no aplastados por una maquinaria que asola al país con tal de gobernarlo. Ojalá que quienes crucen el emblema del tricolor lo hagan incitados por una campaña consistente y no comprados por un corporativismo sin cuartel. Ojalá que el
PRI
apueste a demostrar que puede ganar limpio en vez de nuevamente jugar sucio.

Porque si eso no ocurre, lo que fue será: la decadencia lenta y dolorosa de un lugar que no entiende lo que debe hacer. Anegado por lluvias que durarán más de un sexenio si el
PRI
regresa sin haberse modernizado. México que se vuelve Macondo. Donde la vieja podredumbre del
PRI
coexiste con la nueva capacidad para esconderla. Donde lo inconcebible ahora parece posible. Donde generación tras generación camina por la misma ruta y se tropieza con la misma red de intereses creados. Más de 71 años de tiempo que se mueve de manera circular. Un pueblo condenado a cometer el mismo error una y otra vez. Un pueblo condenado a la soledad, que ha perdido la oportunidad para aliviarla.

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