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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el enigma del ataúd (10 page)

BOOK: El pequeño vampiro y el enigma del ataúd
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Transmisión por el aroma

Anton alcanzó sin ningún contratiempo la casa en la que tenía su consulta el señor Schwartenfeger.

Cuando vio que en la planta baja estaban iluminadas las dos últimas ventanas redujo la velocidad de su vuelo. ¿Tendría el señor Schwartenfeger todavía un paciente a esas horas? ¿Resultaría ser al final el mismísimo pequeño vampiro?

Pero eso se podía averiguar…

Anton aterrizó en el jardín que había ante la casa, detrás de un arbusto, y levantó la vista hacia las ventanas de la sala de consulta. Los gruesos visillos de tul estaban echados, pero él sabía por experiencia que se podía espiar muy bien a través de ellos si había luz en la habitación. Lo único que necesitaba hacer era sentarse en uno de los muretes saledizos de las ventanas.

Mientras Anton aún seguía pensando si subirse o mejor ir volando le vino de repente el convencimiento de que en el ángulo exterior de la ventana de la derecha había una pequeña figura negra…

En ese momento se oyó una risita y una voz clara susurró:

—¡Buenas noches, Anton!

—¡Anna! —exclamó Anton.

¡Esta vez sí que era ella!

Sin hacer ruido bajó volando hasta donde estaba él.

—Ha sido transmisión de pensamiento —dijo ella tiernamente—. ¡No, ha sido transmisión por el aroma!

—¿Tra…, transmisión por el aroma? —balbuceó Anton.

Encontrarse a Anna precisamente allí, delante de la casa del señor Schwartenfeger, y encima
antes
de que Anton hubiera empezado a buscarla, era tan inesperado que durante un momento Anton no supo qué pensar.

—¡Sí, transmisión por el aroma! —dijo ella soltando de nuevo una risita—. El aroma ya lo había olido yo cuando todavía estabas flotando en el aire. Muftí Amor Eterno lo huelo a metros de distancia. A metros no: ¡a kilómetros de distancia!

—¿A kilómetros de distancia? —repitió Anton con voz ronca por decir alguna cosa.

—¡Sí, porque nadie en el mundo entero puede oler así excepto nosotros dos!

—¿De verdad? —dijo Anton.

¡Seguro que había miles de perfumes de rosas diferentes! Pero como no quería ofender en absoluto a Anna, prefirió no decirlo en alto.

—Nadie más que tú y que yo —confirmó Anna tendiéndole la mano. A Anton se le metió en la nariz un fuerte aroma de rosas.

—¿Tú…, tú también has usado Muftí Amor Eterno? —preguntó él con no demasiada imaginación, como él mismo advirtió.

Anna sonrió y asintió con la cabeza.

—¡Yo siempre lo uso cuando desearía que

estuvieses conmigo!

—Ah, ¿sí?

Anton tosió apocado. !¿Por qué tenía Anna que expresar siempre tan…, tan crudamente sus sentimientos?!

Pero ella parecía que no había entendido bien su tosecilla, pues entonces le espetó:

—¡Al parecer ya no te acuerdas para nada de lo que te confié sobre el especial efecto que produce Muftí Amor Eterno!

—¡Oh, claro que sí! —la contradijo Anton—. Dijiste que nosotros ya no volveríamos a sentirnos solos nunca. Y por eso… —hizo una pausa—. ¡Y solamente por eso he utilizado esta noche Muftí Amor Eterno! —declaró luego con voz firme.

—¿De verdad? —preguntó Anna asomándole una sonrisa en la cara.

—Además, debía ayudarme a encontrarte —añadió Anton.

—¿A encontrarme? —repitió Anna—. ¿Y por qué?

—Porque… —dijo vacilando Anton—. Porque tengo que hablar contigo de algo enormemente importante.

Anna soltó una risita.

—Oh, tengo un presentimiento: ¡Anton el celoso tiene novedades sobre mi querido tío Igno!

—No, digo… ¡sí! —balbució Anton, al que le había dado una especie de ataque de desesperación.

El hecho de que Anna ya le hubiera acusado ahora de estar celoso, antes de que Anton le hubiera podido contar siquiera lo que había observado en Villa Vistaclara…, hacía que pareciera inútil hablar seriamente con Anna del vacío ataúd de Igno Rante. ¡Sin duda ella afirmaría que no había visto a Igno Rante en su ataúd por puros celos!

Mientras Anton todavía estaba pensando febrilmente cómo podía conseguir convencer a Anna de que él no estaba celoso ni mucho menos y, al mismo tiempo, tener la habilidad de
no
ofenderla por ello, se hizo de pronto la claridad a su izquierda.

Volvió la cabeza y vio que se había encendido la luz de la escalera de la casa. En ese mismo momento Anna le agarró de la capa y susurró:

—¡Ése es Rüdiger!

—¿Rüdiger? —dijo sorprendido Anton.

Con el inesperado encuentro con Anna se había olvidado completamente del pequeño vampiro.

—Entonces…, ¿entonces estaba en casa del señor Schwartenfeger?

—¡Sí! —dijo Anna agachándose y bajando consigo a Anton—. Pero no debe vernos bajo ningún concepto —susurró—. Es que no sabe que yo miro a escondidas mientras él hace sus ejercicios.

—¿Vienes aquí a menudo?

—Sí, lo más que puedo. Y yo también he aprendido ya un montón… ¡Pero ahora, chisss! —dijo Anna poniéndose un dedo en los labios.

Anna vio cómo el pequeño vampiro salía por la puerta seguido por el señor Schwartenfeger.

Inconscientemente Anton contuvo la respiración.

El pequeño vampiro le dio la mano al psicólogo, hizo una reverencia y dijo con voz áspera:

—¡Bueno, hasta la próxima vez!

—Si sigues haciendo progresos tan vertiginosos, pronto ya no necesitarás más clases prácticas —respondió el señor Schwartenfeger.

—¿Lo cree usted de veras?

—¡Sí! Con seis o siete clases más tu fobia al sol podría estar curada.

«¿Seis o siete clases?», pensó Anton, a quien con aquellas perspectivas (que a él le parecían de lo más preocupante) casi se le salía el corazón por la boca.

—Ahora podría venir tranquilamente tu amiguita por la que tú con tanto celo te has entrenado —dijo el señor Schwartenfeger, y se rió como si hubiera contado un chiste bueno.

—¿Podría? —siseó Anton—. ¡Ja, si vosotros supierais!

—¿Qué quieres decir con «si vosotros supierais»? —oyó que preguntaba desconfiada Anna.

¡Hasta ese momento Anton no se había dado cuenta de lo que se le había escapado!

—Yo, eh… —dijo carraspeando confuso—. Te lo contaré —susurró— en cuanto se haya ido Rüdiger.

El pequeño vampiro se había ido andando a la calle. En la acera volvió a detenerse e inclinó la cabeza saludando al señor Schwartenfeger.

Luego torció a la izquierda y se metió por un estrecho camino que iba por el lateral de la casa… a sólo unos pocos metros del arbusto tras el cual estaban escondidos Anna y Anton. Anton oyó estremecido cómo crujía ligeramente la arena bajo los pies de Rüdiger.

Se oyó un crujido de tela y a continuación se percibió un ruido como de grandes alas que se agitaban.

Luego todo quedó en silencio.

En medio de aquel silencio el golpe que dio la puerta al cerrarse sonó como una pequeña explosión.

Y a Anton le faltó un pelo para pegar un grito.

¡Sigue contándome!

—¡Rüdiger
ya
se ha marchado! —observó muy decidida Anna—. Ahora puedes contarme a qué te referías con lo de «si vosotros supierais».

—Sí, sí, en seguida —murmuró Anton.

Miró hacia la casa. La luz de la escalera se había apagado y ya sólo quedaban encendidas las dos ventanas de la sala de consulta. Probablemente estaba anotando en ese momento en su grueso libro negro los resultados de la sesión nocturna…

—¿No sería mejor que nos fuéramos primero a otro sitio? —propuso Anton, principalmente para ganar tiempo.

—¡No! —repuso Anna de una forma inusitadamente brusca.

Anton la miró sorprendido. Después de todo…, ¡prefería a una Anna inquieta a otra que se estuviese riendo burlona constantemente! ¿Estaría ahora preparada para escucharle?

—Pero es que lo que te tengo que contar es bastante largo —objetó él.

—Este sitio es exactamente igual de bueno o de malo que cualquier otro —contestó Anna.

—Bueno, pues… —empezó a decir Anton inspirando profundamente.

«La verdad es la mejor defensa»… ¿No había un refrán que decía eso? Y yendo directamente al grano declaró:

—Olga estuvo ayer en mi casa.

—¡¿Cómo dices?! —dijo Anna, y luego se rió estridentemente—. No, no me lo creo. ¡Eso sólo lo dices para ponerme
a mí
celosa!

Anton sacudió la cabeza.

—Olga llamó anoche a mi ventana. Yo abrí y…

Se interrumpió. La réplica de Anna de que él había dicho eso para ponerla celosa le había dado una idea.

¿Y si él ahora se jugaba sencillamente la «baza de los celos»… a
su
manera?

¡Sí, la idea era magnífica!

¡Sólo necesitaba atizar con fuerza los celos de Anna por Olga y a Anna le entraría la ambición de quedar por encima de Olga desvelando
ella misma
el misterio de Igno Rante y su ataúd vacío!

—¡Sigue contándome! —exigió impaciente Anna.

—Hum, no sé si es muy correcto —se hizo el vergonzoso Anton… con la intención de picar aún más la curiosidad de Anna.

—¿Si es muy correcto? —dijo Anna soltando un bufido de indignación—.

¿Crees acaso que sería mejor callarse?

—Bueno, es que —dijo Anton costándole mucho permanecer serio— si sólo va a servir para que te pongas furiosa o te sientas ofendida…

Anna cerró los puños.

—¡Quiero saber todo lo que ha ocurrido entre vosotros!

—Si te empeñas… —dijo Anton carraspeando a conciencia (también eso era una jugada para poner a Anna más expectante todavía).

—Yo ya te dije una vez que tenía una cierta sospecha de Igno Rante —explicó luego y, poniendo cara de importante, añadió—: ¡Olga ahora me ha confirmado en mi sospecha!

—¿Olga? —repitió perpleja Anna—. ¿Es que ella también conoce a tío Igno?

—¡No, pero desde anoche le está siguiendo la pista!

—¿Siguiendo la pista? ¿En qué sentido?

—Pues… —empezó Anton y volvió a carraspear—. A Olga también le parece muy sospechoso lo que yo le he contado de Igno Rante: su ceguera nocturna, que siempre vaya andando, que ya de niño leyera con la linterna bajo la tapa del ataúd… Sí, y sobre todo el ataúd vacío… Eso es lo que más le ha inquietado a Olga.

—¡¿Qué ataúd vacío?!

—¡Pues el ataúd de Igno Rante! ¡Estaba completamente vacío cuando yo miré dentro de él el viernes por la mañana!

—¿El viernes
por la mañana
?

Anton asintió con la cabeza.

—¡Sí! Y el hecho de que Igno Rante no yaciera por la mañana en su ataúd Olga lo encuentra especialmente sospechoso.

—Olga, Olga —bufó Anna—. ¡Cualquier vampiro lo encontraría sospechoso!

—¿Tú también? —preguntó Anton.

¡Parecía que por primera vez Anna no se tomaba a la ligera lo que Anton le contaba sobre Igno Rante!

Ella estiró el mentón.

—¡Por supuesto que yo también!

Anton se reprimió la risa.

Anna la celosa

—¿Y Olga está ahora en Villa Vistaclara? —investigó Anna.

—Eso no lo sé —contestó Anton haciendo honor a la verdad.

—¡Pero si acabas de decir que Olga le estaba siguiendo la pista! —insistió ella.

—Sí, eso sí. Sólo que ella no me ha contado cómo lo va a hacer… ¿O crees tú que hubiera debido acompañar a Olga?

Anton entonces no pudo evitar la risa.

Anna le lanzó una mirada furibunda.

—¡No, claro que no! —aulló.

Después de pensárselo un poco anunció:

—Me voy a ir volando a Villa Vistaclara.

—¿Tú sola? —preguntó perplejo Anton.

—Sí, sola —confirmó ella.

—Pero… ¡es que a mí me gustaría volar allí contigo! —repuso Anton.

Anna sacudió con energía la cabeza.

—No. ¡Ya lo que ha sucedido es lo suficientemente malo!

—¿Lo que ha sucedido ya? —repitió Anton.

—¡Sí! ¡Que Olga haya llamado a tu ventana y tú la hayas dejado entrar!

—Tampoco fue tan malo como tú crees.

—¡Eso sólo lo dices porque anoche Olga, esa bestia asquerosa, te comió el coco! —repuso incisiva Anna—. Créeme, Anton: ¡juntarte con esa hipócrita está
de más
para ti!

Anton se mordió los labios para no reírse.

—Yo lo que creo es otra cosa completamente diferente —dijo—. ¡Que

estás celosa!

—¿Celosa? —bufó Anna—. ¡Estoy mucho más que celosa! ¿O es que acaso debo quedarme de brazos cruzados viendo cómo Olga se interpone entre nosotros?

Miró irritada y casi amenazadora a Anton.

—No, no —respondió él apresuradamente—. No debes hacerlo.

Los rasgos de la cara de Anna se relajaron.

—¡Nadie nos va a separar —aseguró ella agitando los puños—, y mucho menos aún la señorita Olga Von Seifenschwein! —Luego, completamente transformada, añadió con una tierna sonrisa—: ¡Hasta pronto, Anton!

—¿Ya te vas?

—Sí.

—¿Y el ataúd vacío?

—Espérame en tu habitación —contestó ella—. ¡Iré cuando haya descubierto algo!

Dicho aquello desapareció entre los matorrales.

Anton titubeó un instante, pero no le pareció muy oportuno seguir furtivamente a Anna hasta Villa Vistaclara, así que decidió regresar volando a casa.

Cuando llegó a su habitación Anton se sentía muerto de cansancio. Pero como supuso que Anna no se haría esperar mucho tiempo, se lavó primero la cara en el baño con agua fría.

Después se sentó en pijama ante el escritorio para terminar su cripta vampiresca…, con la esperanza de que dibujar le mantuviese despierto.

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