El pozo de las tinieblas (13 page)

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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

BOOK: El pozo de las tinieblas
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La canción hablaba después de los druidas, que eran los hijos humanos de la diosa. Entre los deberes de los druidas estaba preservar la santidad de sus lugares naturales de las depredaciones del resto de la humanidad. Garantizaban que el Equilibrio de la vida primitiva permaneciese intacto, que las criaturas naciesen y muriesen de una manera agradable a la diosa.

Pero la diosa tenía también otros hijos, todavía más poderosos, y la canción hablaba también de éstos.

Primero, algunos versos se referían al gran unicornio, Kamerynn, que moraba en el valle de Myrloch. Criatura de encantamiento y de poder, el unicornio era un animal anormal, incapaz de reproducirse. Sin embargo, como rey de los bosques, guardaba y protegía a criaturas de aquellos que ni siquiera los druidas conocían.

Y el Leviatán, el más grande de los hijos de la diosa, tenía la misma responsabilidad en el mar. El Leviatán dormía casi siempre, a veces durante siglos seguidos. Pero, cuando despertaba, se convertía en una fuerza sin parangón en el mundo natural.

El último de los hijos era un grupo de lobos conocidos por la Manada. Los lobos rondaban de ordinario por las regiones salvajes de Gwynneth y representaban su papel natural como carnívoros, contribuyendo así a preservar el Equilibrio en este sentido. Sin embargo, en tiempos de peligro, la diosa convocaba a los lobos y se formaba la Manada. Sus componentes eran muchos, y su poder, formidable. Aunque el aullido lejano de los lobos era un sonido estremecedor para la persona que se hallaba sola en una noche sin luna, la reunión de la Manada era una señal elocuente de la deteminación de la diosa de mantener el Equilibrio.

Al extinguirse los últimos acordes del arpa en la casa, Tristán movió cansadamente la cabeza. Druidas, lobos y unicornios..., todo parecía cosa de leyenda. Él y sus amigos se fueron a la cama, para soñar con Arlen, con los firbolg y con las bonitas historias (fruto de la leyenda) que habían brotado del arpa de Keren.

De todos ellos, sólo el bardo sospechaba que tal vez había empezado una nueva leyenda.

El leñador, Keegan, tenía un carro tirado por bueyes, y pidió que se le permitiese acompañar al grupo hasta Caer Corwell. Tristán aceptó su ofrecimiento, en nombre del rey, ya que Daryth podría viajar más cómodamente en el carro. Durante dos días más, el grupo se dirigió hacia el norte, durmiendo en posadas, hasta que por fin llegaron a los páramos del sur de Corwell. Mediado el día siguiente, avistaron el castillo. Los humanos continuaron por el camino y Pawldo se despidió. Cruzando los campos en su poni al galope, el halfling se dirigió a su casa en Lowhill.

El maltrecho grupo subió despacio por el camino hacia la puerta de la muralla. Su aparición causó una alarma considerable y, al acercarse más al castillo, una docena de hombres de armas salieron corriendo de éste por si su ayuda era necesaria. Al entrar el grupo cojeando en el patio, el propio rey salió del gran vestíbulo y avanzó a su encuentro.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó, dirigiéndose al príncipe una vez que éste hubo desmontado. Entonces vio el rey el cuerpo sujeto sobre la cruz del caballo y su semblante palideció.

—Padre, hay firbolg que andan sueltos en el bosque de Llyrath. Los seguimos y nos atacaron. Arlen dio su vida para salvarnos.

El rey miró con rostro inexpresivo al resto del grupo. Lanzó una breve mirada a Keegan, que conducía el carro, y contempló con más atención a Keren. Después preguntó:


¿Y
el montero de traílla?

—Vive —dijo Robyn.

—¡Ve en busca del clérigo! —gritó el rey a un hombre de armas, que al instante montó a caballo y galopó hacia el templo del pueblo.

Robyn iba a decir algo, pero calló ante la dura mirada que le dirigió el rey.

—¿Y quién eres tú? —dijo el rey, volviéndose a Keren.

—Padre, permite que te presente a Keren Donnell, bardo del arpa. También él contribuyó a salvarnos después de la muerte de Arlen.

—¿Qué habríais hecho si sólo hubieseis podido contar con vuestras propias fuerzas? —gruñó el rey, con punzante desdén.

Tristán se inmutó, pero no replicó. El rey de Kendrick se volvió de nuevo al bardo.

—Te doy las gracias, señor, aunque no sé lo que ha ganado el reino con ello. Desde luego, tu fama te ha precedido y es para mí un honor tener como invitado al bardo más grande de los ffolk. —Pronunció mecánicamente estos cumplidos, como si fuesen una manera de salir del paso—. ¿Y qué te trae a Corwell?

—Mi señor, un mensaje del Alto Rey para ti.

—Debí suponerlo —refunfuñó el rey Kendrick—. Hace mucho tiempo que no sentíamos la mano de Caer Calidyrr en nuestra tranquila parte del mundo.

—Temo que vuestra parte del mundo no esté tan tranquila como deseáis —comentó con suavidad el bardo.

—Cierto —murmuró el rey, mirando el cuerpo sin vida de Arlen—. Sea lo que fuere tu mensaje, tendrá que esperar a mañana; esta noche debemos celebrar unas exequias.

Volvió la espalda al grupo y su voz tronó en el patio.

—¡Gretta! Empieza a cocinar para un gran banquete funerario. Warren, envía a buscar un carro lleno de cerveza. Vosotros, ¡preparad el túmulo!

Comprometido en los preparativos, el rey entró en el salón para supervisar los detalles.

Tristán, Robyn y Keren ayudaron a Daryth a acostarse en una cama y, después, el príncipe acompañó al bardo a las habitaciones de los invitados. Pensó que tal vez debería pedir disculpas por la rudeza de su padre, pero Keren parecía no haberla advertido, por lo que el príncipe se abstuvo de suscitar el tema. Daryth gimió febril, mientras Robyn y Tristán estaban de pie a su lado.

—Ojalá pudiésemos hacer algo más por él —dijo

Robyn, aplicando un paño empapado en agua fría a su cabeza.

De pronto, se abrió la puerta bruscamente, y la resplandeciente y rolliza figura de fray Nolan entró en la habitación.

—¡Mis pobres hijos! —dijo—. ¡Ha sido horrible! He oído contar lo de los firbolg y lo de Arlen. ¡Ay de mí!

Se acercó al joven que yacía en la cama y después se volvió a la pareja.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con recelo Robyn—. ¿Crees que puedes forzar la voluntad de la diosa? ¡Márchate! ¡Y llévate contigo a tus nuevos dioses!

—Jamás pasó por mi mente tal idea —prometió el clérigo—. Sólo deseo ver si puedo hacer algo para que el joven se sienta mejor. No te opondrás a esto, ¿verdad?

—No me fío de ti ni de tus nuevos dioses —declaró sin ambages la joven—. Pero haz lo que puedas para ayudarlo.

—Vosotros dos, dejadme solo —dijo el clérigo, mientras se inclinaba para abrir uno de los ojos del calishita.

Chascó nerviosamente la lengua al mirar la negra y gran pupila que parecía haber perdido su brillo.

—¡No! —dijo Robyn, cruzando los brazos.

—Debo insistir —replicó el clérigo, clavando la vista en los irritados ojos verdes de ella.

—Vamos —dijo el príncipe, asiendo a Robyn con suavidad del brazo—. Esperaremos fuera.

Ella desprendió el brazo y miró al clérigo sin pestañear durante un largo momento. Él le devolvió con calma la mirada y, por último, Robyn se volvió y se precipitó fuera de la habitación, con el príncipe corriendo detrás de ella.

—No hay ningún mal en esto —dijo Tristán, cerrando la puerta sin ruido—. ¡Y tal vez sea bueno para Daryth!

Robyn frunció el entrecejo y empezó a pasear arriba y abajo por el pasillo. Momentos después, se abrió la puerta del cuarto de Daryth y el clérigo salió.

—¡Shhht! Ahora duerme —anunció fray Nolan, en un murmullo—. Necesita descanso si tiene que recobrarse. Podéis verlo, pero sólo un momento.

La pareja entró en silencio en la habitación. Asombrados, vieron que, en efecto, Daryth dormía tranquilamente, sin el menor rastro de la agitación febril que había sufrido durante todo el largo viaje hasta el castillo. Su brazo fracturado descansaba sobre el pecho y parecía curado.

Robyn, con los ojos muy abiertos de asombro, miró a fray Nolan con nuevo respeto al salir de la habitación. Era evidente que aquel hombre era algo más que un santurrón entrometido.

—Gracias. ¿Cómo has podido...? —empezó a preguntar el príncipe.

Pero el clérigo le impuso silencio con un ademán.

—No he sido yo —respondió con humildad—. Ha sido el poder de los nuevos dioses. Yo no soy más que uno de sus agentes y trato de darlos a conocer en estas islas. No sería malo para vosotros aprender un poco más acerca de ellos.

—¡Tratas de socavar el poder de la Madre!

—No, hijo mío. —El tono de fray Nolan era condescendiente—. Hay espacio para todos los dioses en los reinos, incluso en las Moonshaes. Yo trato simplemente de difundir las palabras de los dioses a quienes adoro.

—¿Y qué va a costarle a la diosa? ¿Ya los ffolk?

—Tal vez algún día lo comprenderéis. Estoy seguro de que vuestro amigo lo comprenderá —añadió el clérigo, señalando con la cabeza a Daryth.

El activo clérigo salió para volver al pueblo, y Robyn, irritada y pasmada al mismo tiempo, se dirigió a su habitación para cambiarse de ropa. El príncipe estuvo un momento plantado delante de la puerta de Daryth, asombrado por aquella milagrosa recuperación, y después se dirigió a sus propias habitaciones para prepararse para las exequias.

Habían terminado de ponerse prendas limpias y secas cuando se acabaron los preparativos, y se unieron a la procesión que salió del castillo a última hora de la tarde. Una guardia de honor de los guerreros del rey llevaba sobre los hombros unas andas en las que descansaba el cadáver. El rey, Tristán y Robyn los seguían y, como la noticia había circulado rápidamente, cientos de residentes del castillo y de la población se incorporaron a la comitiva. La procesión descendió por el camino desde la puerta del castillo, cruzó los campos comunales y llegó al gran cementerio, que se alzaba sobre el páramo.

El rey Kendrick avanzó hasta colocarse frente al lugar donde yacía el cuerpo de Arlen sobre un montículo de tierra. Por un instante, contempló al hombre que le había servido durante toda su vida adulta.

—Ha muerto un hombre valeroso, un poderoso guerrero. Pero murió tal como él habría deseado: en combate, protegiendo a la familia de su rey.

¿Percibió Tristán, o se lo imaginó, un tono de desdén en la voz de su padre, de desdén por su hijo, que había sido causa de la muerte del guerrero?

—Quiera la diosa estrecharlo sobre su pecho en la tierra y pueda su espíritu descansar feliz.

Dichas estas pocas palabras, el rey se apartó a un lado, y los que llevaban el cadáver lo enterraron en el túmulo. Keren, que había permanecido en pie en las últimas filas de la multitud, pulsó un acorde y después cantó la
Canción de la Madre Tierra,
la balada que había sosegado a los tristes compañeros durante el regreso.

Tristán y Robyn permanecieron junto al túmulo mientras el resto de los ffolk volvían al castillo. Robyn sollozó una vez y el príncipe le rodeó los hombros con un brazo. Ella iba a apartarse, pero de pronto se apoyó en él como si, por primera vez en su vida, necesitase de su fuerza.

La visión del príncipe se hizo borrosa. Al volverse para regresar al castillo, murmuró en la noche:

—Adiós, viejo amigo. Y gracias.

El cruce del valle de Myrloch resultó ser apenas una pequeña molestia para la Bestia, en su camino hacia el norte. Pronto dejó atrás los reinos de los enanos, de los firbolg y de los llewyrr, sin tropezar con ningún ocupante del valle. Algún tiempo más tarde, se detuvo en la orilla rocosa de un estrecho gris sacudido por las tormentas.

Durante un momento, la Bestia reflexionó. Había conseguido ya un poderoso aliado con la perversión del druida; Trahern de Oakvale tendría mucho que hacer para seguir las órdenes de su amo, Kazgoroth. También podría contar con que los firbolg realizarían las tareas especiales que les había encomendado. Sin duda habían empezado ya. E incluso el guardia Erian podía resultar un instrumento útil, si su estupidez no hacía que lo matasen primero.

Pero estos aliados no serían suficientes para lanzar el ataque contra el corazón de la fuerza de la diosa. La Bestia necesitaría más ayuda. Si fue el instinto o un recuerdo lejano lo que le indicó a Kazgoroth que podía encontrar esta ayuda al otro lado del tormentoso estrecho, es algo que nadie puede saber.

En todo caso, la Bestia sabía que encontraría sus más poderosos aliados entre los hombres del norte, y esto determinó ahora sus movimientos.

Las aguas no ofrecieron a Kazgoroth más obstáculos que los que había encontrado en la magia del llewyrr. La forma de la criatura cambió al entrar en el agua y, en el cuerpo de un gran tiburón, nadó fácilmente desde Gwynneth hasta Omán. Cuando llegó a su destino, salió del agua y subió a tierra. Esta vez no empleó el disfraz de una mujer, sino que tomó la forma de un alto guerrero de barba rubia, y caminó con toda la arrogante confianza de un hombre del norte que cruzara sus propios dominios. Y por cierto, pensó el monstruo, esta isla, y con ella todas las Moonshaes, estarían un día bajo su poder.

Con el tiempo llegó Kazgoroth a la costa norte de Omán, donde divisó el puerto cubierto de grandes barcos, y las tiendas levantadas a lo largo de la costa y de los valles interiores. Haciendo caso omiso de las tiendas y los barcos, el guerrero se dirigió a la imponente fortaleza levantada sobre el monte que dominaba el puerto. Cruzó la puerta, sin que nadie se fíjase en él, y se movió libremente por los oscuros y ventilados pasillos de la fortaleza. Sabía a quién buscaba.

El viejo rey, Thelgaar Mano de Hierro, después de haber hablado de paz, descansaba tranquilo, sabiendo que había hecho lo que era justo. Pero Thelgaar ignoraba lo que había entrado en su cámara aquella noche negra y sin luna. Apenas se dio cuenta de las babeantes mandíbulas que se cerraron sobre su cuello y que arrancaron su corazón, todavía palpitante, de su cuerpo sin vida.

El monstruo se dio un banquete con el cadáver, lamiendo la sangre donde quiera que ésta hubiese salpicado, y luego tomó la forma del rey a quien había matado. Sabía que podría utilizar este cuerpo durante largo tiempo.

Después de amanecer sobre los campamentos de los hombres del norte, Kazgoroth salió de la cámara del rey en la forma del monarca asesinado y llamó a los heraldos de Thelgaar para que convocaran a los otros reyes a consejo.

La noticia circuló deprisa por todos los campamentos y en el puerto. Los hombres del norte se animaron y se sintieron más confiados, y se regocijaron al darse cuenta de su propia fuerza.

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