El primer hombre de Roma (50 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: El primer hombre de Roma
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—Exacto. Él oyó el fragor de la batalla, naturalmente, porque estaba contra el viento, que lo arrastraba algunas millas, pero la primera noticia que tuvo del desastre fue cuando vio a un puñado de los nuestros huyendo hacia el campamento para buscar refugio. Esperó y esperó, pero no llegaban más soldados. Los que aparecieron fueron los germanos y los galos. Dice que eran miles y miles, rodeando el campamento como una plaga de ratones. Todo el paisaje era una masa viviente de bárbaros ebrios por el triunfo y fuera de si, esgrimiendo cabezas de romanos en las lanzas y aullando cantos guerreros; gigantes con el pelo erizado con barro seco y cayéndoles en grandes trenzas rubias sobre los hombros. Una visión aterradora, me dijo Lenas.

—Que en el futuro veremos cada vez más, Lucio Cornelio —comentó Mario, muy serio—. Continúa.

—Lenas podría haber resistido, claro, pero ¿con qué objeto? Lo más razonable era salvar lo poco que quedaba del ejército para poder utilizarlo en el futuro. Y es lo que hizo. Izó bandera blanca y salió él mismo del campamento a entrevistarse con los jefes, con la lanza invertida y la vaina de la espada vacía. Le perdonaron la vida a él y a los supervivientes, y para demostrarnos que no eran tan codiciosos como creíamos ¡le dejaron llevar los pertrechos! Lo único que nos quitaron fueron los tesoros que Casio había tomado de botín —añadió con un hondo suspiro—. No obstante, hicieron pasar a todos bajo el yugo y luego los escoltaron hasta Tolosa —y se aseguraron de que continuaban hasta Narbo.

—Estos últimos años hemos pasado demasiadas veces bajo el yugo —dijo Mario apretando los puños.

—Y ésa es la causa principal del furor popular en Roma contra Popilio Lenas —dijo Sila—. Tendrá que responder de la acusación de traición, pero por lo que contó no creo que comparezca ante el tribunal. Me parece que recogerá todo lo que tenga de valor y emprenderá rápidamente un exilio voluntario.

—Es lo lógico; al menos así paliará en algo su desgracia, porque si espera a ser juzgado, el Estado se lo confiscará todo —dijo Mario, dando un golpe en el mapa—. ¡Pero nosotros, Lucio Cornelio, no vamos a correr la suerte de Lucio Casio! ¡Por las buenas o por las malas, vamos a restregar la cara de Yugurta por el polvo y vamos a regresar a Italia a pedir un mandato para combatir a los germanos!

—Bien, Cayo Mario, ¡brindo por eso! —exclamó Sila alzando su taza.

 

La expedición contra Capsa fue un éxito muy por encima de lo previsto, pero, como todos admitieron, sólo gracias al mando sin par de Mario. Su legado Aulo Manlio, en cuya caballería Mario no confiaba demasiado porque en sus filas había númidas que se decían hombres de Roma y de Gauda, hizo creer a sus fuerzas que se trataba de una expedición para buscar forraje, por lo que las noticias que le llegaron a Yugurta resultaron muy engañosas.

Así, cuando Mario se presentó con sus legiones ante Capsa, el númida le creía aún a cien millas de allí. Nadie había informado a Yugurta de que los romanos habían almacenado agua y grano para cruzar las tierras áridas entre el río Bagradas y Capsa. Cuando la inexpugnable fortaleza se vio rodeada por un mar de cascos romanos, sus habitantes se rindieron sin presentar combate. Pero, una vez más, Yugurta logró escapar.

Había llegado el momento de dar a Numidia y a los gétulos una lección, pensó Mario. Y a pesar de que Capsa no había ofrecido resistencia, dio permiso a los soldados para saquear, violar y quemar y para que todos los adultos, hombres y mujeres, fueran pasados por las armas. Sus tesoros y las grandes sumas de dinero de Yugurta fueron cargados en carros y Mario sacó tranquilamente su ejército de Numidia, para pasar el invierno en Utica antes de que comenzaran las lluvias.

Su ejército de proletarios se había ganado el descanso. Halló gran placer en redactar para el Senado una elocuente carta (para que la leyese Cayo Julio César) elogiando el espíritu, el valor y la moral de su ejército de proletarios; y no pudo resistir la tentación de añadir que, visto el desastroso mando de Lucio Casio Longino, su colega en el consulado, estaba convencido de que Roma tendría más necesidad de ejércitos formados por el capite censi.

Publio Rutilio Rufo le decía en su carta, a finales de año:

 

¡Si hubieras visto qué caras tan congestionadas! Tu suegro les leyó el comunicado con potente voz e impresionantes tonos senatoriales, de modo que hasta los que se tapaban los oídos no tuvieron mas remedio que escucharlo. Metelo el Meneítos —también conocido actualmente por Metelo el Numídico— le miraba con ojos asesinos. El ha perdido su ejército en el Garumna, y tú alardeando de héroes harapientos bien vivitos... "¡No hay justicia!", dijo después, tras lo cual yo me volví y le repliqué: "Desde luego, Quinto Cecilio, porque si hubiera justicia no te llamarías el Numídico." No le hizo mucha gracia, pero a Escauro le dio por reír, claro. Dirás lo que quieras de Escauro, pero tiene un buen sentido del humor, por no hablar del sentido del ridículo; eso, mas que nadie. Como no puede decirse lo mismo de sus amigotes, a veces me pregunto si no los escogerá expresamente para reírse por lo bajo de sus afectaciones.

Lo que asombra, Cayo Mario, es la intensidad de tu buena estrella. Ya sé que a ti te traía sin cuidado, pero ahora puedo decirte que yo no pensaba que tuvieras la menor posibilidad de que te prorrogasen el mandato en Africa otro año. ¿Y qué sucede a continuación? Perece Lucio Casio con el mayor y más experimentado ejército de Roma, dejando al Senado y a la facción que lo domina sin argumentos para oponerse a tí. Tu tribuno de la plebe, Mancino, requirió a la Asamblea de la plebe y obtuvo sin dificultad alguna un plebiscito para prorrogar tu mandato en la provincia de Africa. El Senado no hizo objeción, ante la evidencia, incluso para ellos mismos, de que van a necesitarte. Roma es una ciudad muy inquieta últimamente. La amenaza de los germanos pende sobre nuestras cabezas y muchos dicen que no hay hombre capaz de disipar esa amenaza. ¿Dónde están los Escipiones Africanos, los Emilios Paulos, los Escipiones Emilianos?, se preguntan. Pero tú tienes un grupo leal de devotos partidarios, Cayo Mario, y desde la muerte de Casio cada vez dicen mas en voz alta que tú eres el hombre que surgirá para contener la amenaza germana. Entre ellos se cuenta el legado acusado de traición en Burdigala, Cayo Popilio Lenas.

Como eres un palurdo itálico inculto que no habla griego, voy a contarte una historia.

Erase una vez un rey de Siria muy, muy malo, llamado Antioco. Pero no era el primer rey del país que se llamaba Antioco y no era el Grande (su padre se atribuyó ese sobrenombre para diferenciarse), y hubo varios con ese nombre. El era Antioco IV, el cuarto rey de Siria llamado Antíoco. Aunque Siria era un reino rico, el rey Antioco IV codiciaba el reino vecino de Egipto, en el que reinaban conjuntamente sus primos Tolomeo Filometor, Tolomeo Evergetes (Gran Vientre) y Cleopatra (como era la segunda Cleopatra, tuvo también varias descendientes con su nombre, ella era Cleopatra II). Me gustaría decir que reinaban en perfecta armonía, pero no era así. Hermanos y hermana, marido y mujer (si, en los reinos de oriente es permisible el incesto), llevaban luchando varios años entre sí y habían llegado casi a arruinar las fértiles tierras del gran río Nilo. Así, cuando el rey Antioco IV de Siria decidió conquistar Egipto, pensó que le resultaría muy fácil gracias a las rencillas de sus primos, los dos Tolomeos y Cleopatra II.

Pero, ay, nada más salir de Siria, una serie de intentos de sedición le obligaron a regresar para cortar unas cuantas cabezas, desmembrar unos cuantos cuerpos, arrancar dientes y probablemente rajar unos cuantos vientres. Y durante cuatro años estuvo cortando cabezas, brazos, piernas, arrancando dientes y rajando vientres, y luego se dispuso de nuevo a conquistar Egipto. Esta vez, Siria, en su ausencia, permaneció tranquila y obediente y el rey Antioco IV invadió Egipto, se apoderó de Pelusio, descendió por el delta hasta Menfis, la conquistó y comenzó a remontar por la orilla contraria hacia Alejandría.

Como habían destruido el pais y el ejército, los hermanos Tolomeos y su hermana-esposa Cleopatra II no tuvieron mas remedio que acudir a Roma, la nación más fuerte,poderosa y admirada por todos. Para recuperar Egipto, el Senado y el pueblo de Roma (que en aquel entonces concordaban mejor de lo que hoy puede imaginarse, o al menos eso dicen los libros de historia) enviaron a su valiente cónsul Cayo Popilio Lenas. Cualquier otro país habría dado a su adalid un ejército entero, pero a Cayo Popilio Lenas el Senado y el pueblo de Roma le dieron sólo doce lictores y dos escribas. No obstante, como se trataba de una misión en el extranjero, a los lictores se les permitió llevar las túnicas rojas y los fasces, para que Cayo Popilio Lenas no fuera sin protección. Zarparon en un barquito y llegaron a Alejandría en el momento en que el rey Antioco IV ascendía por el brazo canópico hacia la gran ciudad en que se habían refugiado los egipcios.

Ataviado con su toga bordada en púrpura y precedido de sus doce lictores de rojo enarbolando los fasces, Cayo Popilio Lenas salió de Alejandría por la puerta del Sol y avanzó hacia el Este. No era ya joven y se ayudaba para caminar de un largo palo, con paso tan plácido como su rostro. Como sólo los bravos y heroicos romanos construían buenas carreteras, pronto se vio caminando en medio de una polvareda. Pero ¿disuadió eso a Cayo Popilio Lenas? ¡No! El siguió caminando hasta que, cerca del enorme hipódromo en el que los alejandrinos asistían a las carreras de caballos, se tropezó con un muro de soldados sirios y tuvo que detenerse.

El rey Antioco IV de Siria se adelantó a recibirle.

—¡Roma nada tiene que ver con los asuntos de Egipto! —dijo el asirio amenazador, con el entrecejo fruncido.

—Siria, tampoco —replicó Cayo Popilio Lenas, sonriendo tranquilo y sereno.

—Regresad a Roma —dijo el rey.

—Regresad a Siria —contestó Cayo Popilio Lenas.

Pero ninguno de los dos retrocedió un palmo.

—Estáis ofendiendo al Senado y al pueblo de Roma —añadió Cayo Popilio Lenas al cabo de un rato, mirando fijamente al rostro feroz del asirio—. Se me ha ordenado que os haga regresar a Siria.

El rey rompió a reír sin parar.

—¿Y cómo me vais a hacer regresar? ¿Dónde está vuestro ejército?

—No necesito ejército, rey Antioco IV —respondió Cayo Popilio Lenas—. Todo lo que Roma es, ha sido y será, lo tenéis ante vos aquí mismo. Yo soy Roma, igual que el mayor ejército romano. Y en nombre de Roma os vuelvo a repetir, ¡regresad a vuestro país!

—No —replicó Antioco IV

Y Cayo Popilio Lenas dio un paso adelante y, pausadamente, con el extremo del palo, trazó un círculo en el polvo alrededor del rey Antíoco IV, que se vio así dentro de éL.

—Antes de que salgáis de ese círculo, rey Antíoco IV, os aconsejo que os lo penséis —dijo Cayo Popilio Lenas—. Y cuando salgáis de él, hacedlo en dirección este y regresad a vuestro país.

El rey no contestaba ni se movía. Popilio Lenas tampoco decía nada ni se movía. Como Cayo Popilio Lenas era romano y no necesitaba ocultar su rostro, todos veían su expresión dulce y serena. Pero el rey Antioco IV cubría el suyo tras una espesa y rizada barba, y aun así no lograba ocultar su ira. Pasó el tiempo y, entonces, dentro del círculo, el poderoso rey de Siria dio media vuelta, miró hacia el Este y salió de él en esa dirección, regresando a Siria con todo su ejército.

Camino de Egipto, el rey Antioco IV había invadido la isla de Chipre que pertenecía a Egipto y que la necesitaba porque Chipre daba madera para naves y casas, trigo y cobre. Así que, después de dejar a los alborozados egipcios en Alejandría, Cayo Popilio Lenas zarpó hacia Chipre, y allí se encontró con el ejército sirio de ocupación.

—Marchaos —les dijo.

Y así lo hicieron.

Cayo Popilio Lenas regresó a Roma y allí dijo tranquilo y sereno y con sencillas palabras que había hecho regresar al rey Antioco IV a Siria, salvando a Egipto y a Chipre de un cruel destino. Ojalá pudiese concluir la historia diciendo que los Tolomeos y su hermana Cleopatra II vivieron y reinaron felices después de esto, pero no fue así. Siguieron luchando entre sí, asesinando a sus parientes y arruinando al país.

Parece que te estoy oyendo decir "¡Por todos los dioses!, ¿por qué me cuentas esas historias infantiles?" Sencillo, mi querido Cayo Mario. ¿Cuántas veces, de niño, en las rodillas de tu madre, no habrás oído la historia de Cayo Popilio Lenas y del círculo en torno al rey de Siria? Bueno, quizá en Arpinum las madres no lo cuenten, pero en Roma es habitual. Desde los de más alcurnia hasta los más humildes, todos los niños romanos conocen la historia de Cayo Popilio Lenas y del círculo en torno a los pies del rey de Siria.

Así, yo te pregunto, ¿cómo ha podido el nieto del héroe de Alejandría marchar al exilio sin tener que someterse a proceso? Proceder voluntariamente al exilio es admitir la culpabilidad, y yo, por mi parte, considero que Cayo Popilio Lenas hizo lo que había que hacer en Burdigala. Y el resultado de ello fue que Popilio Lenas tuviese que someterse a un juicio.

El tribuno de la plebe Cayo Celio Caldo (actuando por cuenta de un grupo senatorial que no nombraré, pero que puedes figurarte, un grupo decidido a hacer recaer el oprobio de Burdigala sobre cualquiera que no sea Lucio Casio, naturalmente) juró que haría condenar a Lenas. Pero como el único tribunal que juzga la traición es el que se ocupa de los encartados por el asunto de Yugurta, el juicio hubo de celebrarse en la Asamblea de las centurias, a la luz pública y con los portavoces de las centurias proclamando el veredicto para que todos lo oyeran. "¡CONDEMNO!" "¡ABSOLVO!" ¿Quién, después de haber escuchado en las rodillas de su madre la historia de Cayo Popilio Lenas y el círculo en torno a los pies del rey de Siria, habria osado gritar "¡CONDEMNO!"?

Pero ¿crees que eso disuadió a Caldo? Claro que no. Lo que hizo fue decretar una ley en la Asamblea de la plebe por la que se incluye el voto secreto de las elecciones para los juicios por traición. Así las centurias llamadas a votar tienen la garantía de que no se conoce la opinión individual de sus miembros. La ley fue aprobada rápidamente.

Al comenzar diciembre, Cayo Popilio Lenas fue juzgado en la Asamblea de las centurias con el cargo de traición. Se realizó una votación secreta como Caldo quería, pero todo lo que hicimos unos cuantos fue arrimarnos al colosal jurado y musitar: "Erase una vez un noble y valiente cónsul llamado Cayo Popilio Lenas...", y ahí acabó todo.

Cuando contaron los votos, todos decían "ABSOLVO".

Así que puedes decir que si se ha hecho justicia, ha sido por encima de todo gracias a los cuentos infantiles.

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