—Basta —dijo Gavin. No le hizo falta levantar la voz, se limitó a aprovechar el prolongado silencio. Su pared azul los había salvado a ambos.
Kip se sentía estremecido, sin fuerzas. Ay, mierda. ¿Qué acabo de hacer?
Dos de los guardaespaldas del gobernador estaban sacándolo de debajo del palanquín derribado. Sin dejar de protestar, el hombre se incorporó con la nariz ensangrentada. El rubor abochornado que le teñía las mejillas pronto dio paso a un sonrojo enfurecido, y se dirigió a Gavin con paso airado.
—¡Tu esclavo me ha atacado, exijo una satisfacción! —El gobernador desenvainó la espada decorativa que colgaba de su cadera y apuntó con ella a Kip.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Gavin.
—No se trata de ningún esclavo. Kip es mi hijo natural.
—¿Este? ¿Este es tu bastardo?
Tras unos instantes de silencio pétreo, Gavin dijo:
—Kip, discúlpate.
Kip tragó saliva con dificultad y se levantó, incapaz de disimular los temblores que lo sacudían de la cabeza a los pies.
—Lo siento en el alma, señor. Estaba practicando el trazo por primera vez. Le aseguro que no sabía lo que…
—¿Disculpas? No, lord Prisma, ¿primero me agredís y ahora este ultraje? Exijo una satisfacción.
—No estáis en condiciones de exigir nada —dijo Gavin, sin romper en ningún momento el contacto visual—. Sois un corrupto, gobernador Crassos, cuando no un traidor. Os habéis confabulado con el rey Garadul, y como consiga encontrar siquiera un ápice de prueba que lo demuestre juro que a vuestro regreso a Ruthgar habrá una estaca esperando vuestra cabeza. A menos que el sátrapa Ptolos decida entregaros antes a los parianos. Sois incompetente y despreciable, embustero, ladrón y cobarde. Si queréis satisfacción, podéis batiros en duelo conmigo. Espada contra espada. Palabra de honor que no trazaré, pero tendrá que ser ahora mismo.
El gobernador pestañeó y la punta de la espada tembló. Parpadeó otra vez. Enfundó la espada.
—Luchar con espadas es de ignorantes —refunfuñó mientras giraba en redondo sobre los talones y se alejaba con aire indignado.
Kip se dio cuenta de que tenía a alguien justo detrás. Al girarse, vio a Puño de Hierro cerniéndose sobre él.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—El suficiente para protegerte de tu imprudencia, aunque no tanto como para impedir que la cometieras. No sabía que hubieras heredado el talento de tu familia para meterte en problemas a las primeras de cambio.
Oh, el muro azul había sido obra de Puño de Hierro. ¿Significaba eso que el enorme Guardia Negro ya le había salvado la vida en dos ocasiones?
—Comandante —dijo Gavin—, necesito hablar con vos de nuestros espías. Crassos está asustado. Podría darse a la fuga. Aseguraos de que quienes gobiernan los cañones en la entrada del puerto sean hombres dispuestos a obedecer la orden de disparar, llegado el caso. Y de que Crassos no saquee las arcas. Me gustaría ser capaz de pagar a nuestro ejército.
Puño de Hierro frunció el ceño.
—Preferiría no separarme de Kip. Soy un Guardia Negro, lord Prisma, no un mensajero. Mi deber está aquí.
—Yo no puedo encargarme —dijo Gavin—. Kip tampoco. Alguien tiene que hacerlo. Es culpa mía por prohibiros que trajerais más Guardias Negros, pero eso ya no tiene remedio.
El comandante Puño de Hierro solo titubeó un segundo más.
—Muy bien, lord Prisma. —Hizo una reverencia y encaminó sus pasos hacia los caballos que alguien les había traído.
Cuando se fue, reinaba un silencio sospechoso. Docenas de trabajadores habían visto lo ocurrido, y si bien humillar al gobernador sin duda le había ganado a Gavin algo de respeto, nadie parecía dispuesto a acercarse, so pena de incurrir en las iras del Prisma. Gavin se masajeó la frente.
—Probablemente te estarás preguntando por qué vamos a librar una guerra para defender a imbéciles como ese gobernador —dijo.
Lo cierto era que Kip no se había parado a pensarlo, pero ahora que Gavin lo mencionaba, sí que parecía algo extraño.
—Porque Rask Garadul apesta a fanático, Kip. Eso es todo. Cientos, o en el peor de los casos miles de personas perderán la vida porque coincidí con Rask durante unos minutos y pensé que estaba loco. —Gavin exhaló un suspiro—. Quiere esta ciudad y, francamente, está en su derecho. Si pudiera devolvérsela a las gentes de Tyrea, lo haría. Se lo merecen. Han… habéis pagado un precio demasiado alto por una guerra en la que luchasteis en el único bando que podíais. Si fuera cualquier otra persona esperando a asumir el mando tras nuestra partida, se lo cedería encantado, y al diablo con el Espectro. Pero con Rask en el poder… Es un poco más complicado que eso, naturalmente, pero ese es el motivo de que esté aquí, y mi presencia será lo que iguale las cosas. Si nos marcháramos, Rask irrumpiría sin oposición, cerraría el puerto antes de que los parianos pudieran desembarcar y ese sería básicamente el fin de la historia. Los parianos montarían en cólera, pero aquí no hay tantos beneficios que obtener como para justificar la movilización de todo un ejército. Tarde o temprano, Rask les ofrecería un contrato de transporte en exclusiva para todos los cítricos de Garriston durante unos cuantos años y lo aceptarían. ¿Qué te parece? ¿Merece la pena?
Me lo pregunta como si mi opinión tuviera algún valor. Kip no había tratado con muchos adultos a los que les importara su opinión.
—Creo que el rey Garadul debería morirse y ahorrarnos un montón de problemas.
Gavin se rió con desgana.
—Ojalá. A lo mejor Karris obra un milagro y se encarga de ello.
—La echas mucho de menos, ¿verdad? —preguntó Kip, sin poder evitarlo.
Gavin lo fulminó con la mirada. La desvió a continuación. Se aplacó. Transcurrido un minuto, exhaló un largo suspiro y a Kip le pareció ver como si Gavin renunciara a toda esperanza.
—Salta a la vista, ¿verdad?
—¿Crees que la matarán? —preguntó Kip.
La cadena de emociones que aletearon en las facciones de Gavin se concretaron en una resignación y un pesar tan profundos que no podían expresarse con lágrimas.
—Vivirá hasta que Rask compruebe si estoy dispuesto a entregarle la ciudad a cambio de ella. Luego la matará. De una forma u otra.
No. Nada de eso, pensó Kip. Lo juro.
El vacío que reinaba en el estómago de Kip no desapareció cuando les sirvieron el almuerzo. Gavin, el general Danavis (aunque era raro pensar en él como general Danavis en vez de maese Danavis, sería aún más raro pensar en él como Corvan a secas) e incluso Liv repasaban los dibujos y los planos con arquitectos y artistas mientras comían. Kip estaba sentado al margen, para no molestar. No tenía ni idea de lo que estaban haciendo y el espacio alrededor de la mesa era limitado. Las naranjas frescas estaban deliciosas y la curiosidad lo llevó a probar un pedazo de carne de jabalí con especias. El sabor era asombroso, pero ni siquiera él podía concentrarse eternamente en la comida.
—Te preguntaría si hablas en serio —estaba diciendo el general Danavis—, pero conozco esa expresión.
—El trazo no supone ningún problema —repuso Gavin—. Puedo controlar toda esa luxina fácilmente…
—¿Fácilmente? —lo interrumpió el general Danavis, escéptico.
—Vale, fácilmente no, pero puedo hacerlo. El problema es el peso. No puedo levantar tanto, y menos arrojarlo en su sitio.
Liv carraspeó discretamente, como si no estuviera segura de querer entrometerse.
—¿Aliviana? —preguntó Gavin.
La muchacha se sonrojó.
—Liv, por favor. —Se echó el cabello hacia atrás, nerviosa.
—¿Qué tal algo así? —Trazó algo encima de la mesa. Era supervioleta, naturalmente, y por consiguiente invisible para la mayoría de la gente.
El general Danavis frunció el ceño. Al parecer, la mayoría de la gente lo incluía a él.
—Perdón, padre —dijo Liv—. Mi dominio del amarillo no me permite crear maquetas con él.
Kip no pudo ver qué había trazado desde donde estaba.
Gavin soltó una risita.
—Es ridículo —dijo, y Liv palideció—. Pero funcionará. Perfecto. Estupendo. ¿Qué les parece el diseño a nuestros arquitectos?
Por un momento, Kip pensó que Gavin estaba pecando de grosero. Como cabía esperar, tanto el general Danavis como todos los demás reunidos alrededor de la mesa sentían curiosidad por el diseño de Liv. Pero esa era la forma que tenía Gavin de demostrar que era el líder. Los demás no necesitaban saber nada y había trabajo que hacer. Él comprendía la solución al problema y eso era cuanto hacía falta. Siguiente problema.
Que es lo que debería estar haciendo yo. Kip había terminado de comer. Ahora podía trazar un poco, y a propósito. Sabía lo que tenía que hacer.
—Mi señor Prisma, ninguno de nosotros ha construido nunca una muralla de esta magnitud, ni, ni… ni de ningún otro tipo, la verdad sea dicha —balbució nervioso uno de los arquitectos—, pero estas ilustraciones antiguas de Rathcaeson que nos habéis enseñado adolecen visiblemente de numerosos defectos. Son fantasiosas en exceso y muy poco funcionales.
—Este desierto vacío es poco funcional —repuso con aspereza Gavin—. Decidme qué necesitamos para arreglarlo. Tengo que empezar a construir ya, hoy mismo.
El arquitecto parpadeó rápidamente. Tragó saliva.
—Eh, aquí. —Trazó una línea con el dedo—. Este pasadizo interior no es lo bastante amplio. Habrá hombres corriendo de acá para allá con armaduras, con armas de fuego, habrá cañones rodando hasta sus posiciones o sustituidos para efectuar reparaciones. Este pasadizo tiene que ser lo bastante ancho como para permitir que los hombres se muevan sin entorpecerse unos a otros y para que circulen carretas o cañones.
—¿Cómo de ancho? —preguntó Gavin.
—Pues, yo diría… —El hombre separó los dedos sin levantarlos del dibujo.
—Por el amor de Orholam, escríbelo encima.
—Señor, estas ilustraciones tienen siglos de antigüedad, son reliquias de un valor incalculable de… —protestó otro hombre, tal vez un artista.
—Lo que no tendrá precio será seguir con vida la semana que viene —le espetó Gavin—. Continúa.
Kip no se explicaba cómo había tardado tanto en darse cuenta, pero ahora veía que Gavin realmente se proponía construir una muralla, allí. Antes de que llegara el ejército del rey Garadul. Dentro de cuatro días.
Oh, ¿porque se trataba de una tarea imposible, tal vez?
Por otra parte, cruzar el mar Cerúleo en una mañana también era tarea imposible.
Pero, hablando ya en serio, ¿Gavin se proponía trazarlo todo él solo? Kip no sabía gran cosa sobre el trazo, ni cuánta luxina podía emplear un trazador en un solo día sin ponerse en peligro, pero el mero hecho de que el mundo no estuviera plagado de edificios, puentes y murallas de luxina sugería que debía de ser tremendamente complicado. De hecho, los únicos edificios de luxina que había visto estaban en la Cromería, y cabía suponer que las siete torres eran el fruto de un inmenso esfuerzo conjunto.
El arquitecto, un hombrecillo de ojos miopes, tras hinchar los carrillos unas cuantas veces seguidas, sumido en sus pensamientos, empezó a dibujar con trazos vertiginosos.
—Los cortes de estas buhederas no proporcionan suficiente margen de maniobra para disparar. Si se modifican las almenas, así, las escaleras de asalto no podrán engancharse en la muralla… no tan fácilmente, al menos. Añadir una barandilla al adarve, por aquí, impedirá que se caigan de la muralla más de vuestros hombres que de los suyos. Estas zonas en lo alto de la muralla tienen que ensancharse a fin de almacenar más pólvora para los cañones. En estos dibujos no se contempla ningún lugar al que llevar a los heridos. Creo que podría incorporarse aquí. Si podéis integrar unos trineos aquí, en la pared del pasadizo interior, será más fácil llevar los materiales de un lado a otro. En este plano tampoco hay ningún gancho para las lámparas. La muralla estará completamente a oscuras a menos que le pongáis remedio. Necesitaréis grúas aquí, aquí y aquí para izar los suministros.
—Nadie diría que nunca habías construido una muralla —dijo Gavin.
—He estudiado unas cuantas —replicó el arquitecto.
—¿Cuánto te pago?
—Pues… todavía nada, lord Prisma.
—¡Bueno, pues que sea el doble! —ordenó Gavin.
El arquitecto puso cara de perplejidad, visiblemente decepcionado con las dotes para la aritmética del Prisma pero reticente a llamarle la atención en público.
—Está de broma —tranquilizó el general Danavis al hombre.
Una sonrisa destelló en los ojos de Gavin.
—Ah. —El hombre parecía aliviado. A continuación Kip vio la pregunta que se reflejaba en sus rasgos: ¿Cuál era la broma, que no me iba a pagar o que me iba a pagar más por hacer un buen trabajo?
—Manos a la obra —dijo Gavin—. Este hombre tomará nota de todo. Voy a sentar los cimientos.
—Lo dice en sentido figurado, ¿verdad? —preguntó el arquitecto, siguiendo la retirada del Prisma con los ojillos entrecerrados.
—Nuestro Prisma es un patoso con las metáforas —dijo el general Danavis.
—¿Eh? —preguntó el arquitecto.
Angustiado, Kip se puso de pie. Ahora era tan buena ocasión como cualquier otra para escapar.
—¡Kip! —resonó la voz de Gavin, consiguiendo que todas las miradas se posaran en el muchacho. Le sobrevino una oleada de pánico y bochorno ante la facilidad con que lo habían cazado—. Hoy has hecho un buen trabajo. Pocos chicos consiguen trazar conscientemente la primera vez que lo intentan.
La oleada de satisfacción que bañó a Kip se intensificó cuando este vio la expresión de admiración que aleteó en las facciones de Liv.
—¡Liv! —exclamó Gavin, provocando que la muchacha girara la cabeza de sopetón—. Quiero que crees más maquetas: representa la curvatura de las murallas, el ancho de los adarves y todo lo que te indique el arquitecto.
—¡Sí, lord Prisma! —Liv volvió a concentrarse en la mesa y en su trabajo.
Ahora o nunca. Si se demoraba, Puño de Hierro regresaría y lo seguiría adondequiera que fuese. Kip miró al general Danavis, con la cabeza agachada, proponiendo sugerencias; a Liv, escuchando atentamente; y por último a Gavin. Estas eran las únicas personas en el mundo que significaban algo para él e, increíblemente, lo aceptaban. O lo toleraban, al menos. Con ellas, por primera vez en su vida, se sentía como si formara parte de algo.
Kip les dio la espalda y encaminó sus pasos hacia la ciudad.