Read El psicoanálisis ¡vaya timo! Online
Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría
Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología
El estudio científico de los falsos recuerdos suele indicar que la repetición de un hecho falso puede hacernos creer que lo recordamos. Podemos imaginar que una situación terapéutica en que el analista parte de la hipótesis de que hemos sido víctima de abusos durante la infancia, y nos lo plantea de diversas formas una y otra vez, puede hacernos pensar que esos hechos sucedieron realmente. Pero, como hemos dicho, esa investigación no puede hacerse directamente por razones éticas en el contexto de un trabajo científico experimental. Tal vez quede relegada a la práctica clínica de algunos profesionales. Algo así parece haber sucedido en varias ocasiones cuando algunas personas han sido acusadas de abusar sexualmente de sus propios hijos, de amigos de éstos o de sus estudiantes, para demostrarse más tarde que esos recuerdos habían sido implantados falsamente por sus terapeutas. Un buen psicoanalista nunca puede permitir que la realidad le estropee una interpretación bien hilvanada.
En varios países existen asociaciones de víctimas de falsos recuerdos, integradas por personas que han sido acusadas de varios tipos de delitos —especialmente, de abusos sexuales— fundamentados en recuerdos ocultos «recuperados» en sesiones de psicoterapia. No sólo las personas falsamente acusadas pueden llegar a convertirse en víctimas de los falsos recuerdos. Por ejemplo, muchas mujeres que acuden a un terapeuta aquejadas de depresión pueden escuchar que el origen de su dolencia radica en los abusos de que fueron víctimas durante su infancia (generalmente, por parte de sus padres). Curiosamente, ellas no recuerdan tales abusos pero el terapeuta insiste en que el hecho de que no los recuerden es síntoma de la virulencia que tuvieron. El propio Freud hacía hincapié en que había que mostrarse inalterable ante la resistencia del paciente a reconocer este tipo de hechos. El terapeuta debía insistir, y hoy sabemos que, si lo hacía durante varias sesiones, era muy probable que el recuerdo llegara a implantarse en el paciente aunque no respondiese a la realidad.
Algunas investigaciones parecen indicar que la interpretación de los sueños puede inducir también falsos recuerdos. Por ejemplo, un grupo de investigadores seleccionó a 50 estudiantes universitarios que habían señalado que no tenían recuerdos infantiles de haberse perdido en algún lugar público. Estos estudiantes acudieron unos días después a una sesión de psicoterapia en la que debían relatar al terapeuta algún sueño que hubieran tenido recientemente. A la mitad de estos estudiantes (elegidos al azar) el terapeuta les indicó que el sueño reflejaba la ansiedad experimentada durante su infancia al haberse perdido en algún lugar público. La mitad de los que recibieron esta información falsa afirmaron posteriormente que tenían algún recuerdo de ese hecho, a pesar de que apenas un mes antes no tenían ninguno y de que sus familiares lo desmintieron.
Más allá del laboratorio existen casos reales de personas que han llegado a «recordar», después de sesiones psicoterapéuticas (analíticas o de otro tipo), haber cometido crímenes horribles de los que eran inocentes. Es evidente que no todos los recuerdos que pueden aflorar en una sesión de psicoanálisis han de ser necesariamente falsos, pero hoy día existen, sin duda, suficientes pruebas sobre su escasa fiabilidad para que resulte muy recomendable contrastar la información obtenida por tales medios con otras que no presenten tantas deficiencias.
Aunque el ámbito inicial y más propio del psicoanálisis se halla en la práctica clínica, no han sido pocas las aplicaciones de la teoría psicoanalítica a otros campos. Para ello se parte generalmente de la concepción del psicoanálisis como un cuerpo de conocimientos de base dispuesto para entender cualquier cosa en la que pueda reconocerse una influencia psicológica. De este modo, todo aquello en lo que ha influido directamente el ser humano puede ser interpretado desde el punto de vista psicoanalítico, ya que los seres humanos transfieren sus deseos e inquietudes a las obras que realizan. La historia, por ejemplo, al ser un producto de la actuación humana, responderá a las características personales de sus protagonistas. En las obras literarias o artísticas se reflejarán los deseos de su creador. Las ciencias sociales, especialmente la antropología y la sociología, usarán los conceptos psicoanalíticos para explicar los comportamientos sociales desde un punto de vista psicológico.
En el campo de la crítica literaria el psicoanálisis ha influido enormemente a través de la hermenéutica o arte de la interpretación de los textos, aunque también puede interpretar otros materiales. Su origen está en el análisis escolástico de las Sagradas Escrituras, donde junto al sentido literal del texto se consideraba la existencia de un sentido espiritual, al que tenía acceso la comprensión humana mediante la inspiración divina. La hermenéutica psicoanalítica considera igualmente que junto al sentido literal de los textos existe otro sentido oculto y accesible solamente a los iniciados en el psicoanálisis.
Leyendo obras de crítica psicoanalítica podemos aprender, por ejemplo, que cuando Don Quijote se enfrenta a los molinos de viento encomendándose a «su señora Dulcinea» realiza una representación del complejo de Edipo. Los molinos representarían la figura paterna y Dulcinea la madre inasequible. Como puede apreciarse, para esta interpretación no es obstáculo la falta de concordancia de número, puesto que los molinos son varios y el padre uno, ni el hecho de que Dulcinea (la figura materna) sea una labradora mucho más joven que Don Alonso Quijano. Tal vez haya que recordar la puntualización de Sancho recogida al principio de este libro. En la obra de Cervantes se contrasta la realidad con una interpretación que se presenta como fruto de la locura. El psicoanálisis añade a estos dos puntos de vista un tercero que proviene de una hermenéutica no menos alejada de la realidad que los delirios de Don Quijote. Sin embargo, precisamente por su carácter puramente especulativo, resulta tan difícil refutar los argumentos de los psicoanalistas como para ellos fundamentarlos. Sancho no convence a Don Quijote de lo errado de su hermenéutica, ni nosotros convenceremos a los psicoanalistas. Tal vez nos respondan así: «Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla». Parece que no estamos cursados en esto del psicoanálisis y nos cuesta entender las complejas razones que pueblan los textos de crítica psicoanalítica.
Uno de los textos más famosos es el que lleva por título
Psicoanálisis de los cuentos de hadas,
de Bruno Bettelheim. Se trata de una obra que ha tenido una gran repercusión no sólo en el campo de la filología sino también en el de la pedagogía. La idea esencial del libro es que los cuentos de hadas tradicionales reflejan los aspectos más esenciales de la psicología humana, pero no lo hacen de una forma directa sino indirecta, asequible sólo para la hermenéutica psicoanalítica. En este libro aprendemos que Caperucita sale al bosque en busca de la figura paterna y con claras intenciones sexuales. El lobo, por su parte, la acompaña a la casa del bosque con las mismas intenciones. La propia abuelita participa en la fiesta dándole a la niña una capa roja para hacerla más seductora. Aprendemos también que el atractivo de los enanitos de Blancanieves proviene de que, gracias a su trabajo en las minas, son hombres que «penetran hábilmente en oscuros agujeros», lo que induce a Blancanieves a acostarse en una de las camas antes de que ellos lleguen con la clara intención de ser poseída. Una vez aprendido esto, no le extrañará saber que el zapato de Cenicienta —«un diminuto receptáculo donde un miembro del cuerpo debe deslizarse e introducirse hasta quedar bien ajustado»— no es otra cosa que un símbolo de la vagina. O que, en el cuento de las habichuelas mágicas, trepar por la planta pase a ser un símil de la masturbación. Parece claro que el afán psicoanalítico por la sobreinterpretación no tiene límites. Echamos de menos de nuevo el buen sentido de Sancho Panza, que habría advertido al autor de que a veces los molinos de viento son sólo eso, molinos de viento.
Es evidente que los textos literarios contienen metáforas y otros recursos que requieren del lector una interpretación no literal. Un texto que no apelara a la capacidad de interpretación del lector resultaría tremendamente aburrido. Es posible también que los autores proyecten en sus textos muchas preocupaciones personales. De este modo, un escritor que esté pasando por un mal momento tal vez escriba una obra especialmente triste o, por el contrario, una humorística que le permita escapar de sus problemas cotidianos. Sin embargo, la crítica psicoanalítica no se limita a reconocer este tipo de condicionantes: para ello no es necesario el psicoanálisis. Basta conocer las circunstancias de la muerte de la esposa de Antonio Machado para comprender la tristeza que se refleja en sus versos de esa época. Lo único que añade el psicoanálisis es una colección de mitos propios que no hace sino desvirtuar la crítica. Las obras literarias crean mitos o los recogen de la tradición popular. A menudo, estos mitos reflejan arquetipos humanos y son, en cierto modo, una representación de las más hondas inquietudes del hombre. Ejemplos de ello se encuentran en la mayor parte de los clásicos de la literatura.
Pero la creación de mitos es parte del oficio del escritor, no del crítico. Por ejemplo, el mito de Don Juan caricaturiza algunos aspectos de la psicología masculina y refleja asimismo la idea cristiana de redención: un hombre que a lo largo de su vida se ha comportado de manera inmoral puede encontrar al final la salvación. Esto no es sino una consecuencia del contexto en el que surgió la historia de Don Juan Tenorio (una España católica y dominada por valores sexistas), pero a los psicoanalistas les gusta ir más allá. Don Juan sería un hombre que no ha resuelto adecuadamente el complejo de Edipo; por ello se venga indirectamente de las mujeres y trata de demostrar a su padre que puede conseguirlas a pesar suyo. Por último, la escena del «convidado de piedra» supondría la resolución edípica, en que la figura paterna trata de arrastrar al hijo díscolo a los infiernos. Como siempre, el psicoanálisis toma como excusa el texto para introducir sus propios mitos. El hecho de que el personaje que castiga a Don Juan al final del libro no sea realmente su padre sino el de su amada (es decir, en cierto modo, su suegro) no es un obstáculo para el psicoanalista que quiera componer una buena historia mitológica. Al fin y al cabo, si un conjunto de molinos de viento puede representar a un padre, ¿por qué no habría de hacerlo un suegro?
Para el psicoanálisis, el éxito de una obra literaria depende en gran medida de cómo sea capaz de reflejar las inquietudes psicológicas de los lectores. Todos hemos experimentado la sensación de que ciertas obras literarias nos impresionan especialmente; las que reflejen los conflictos comunes a la humanidad tal vez lleguen a convertirse en
best sellen.
Por ejemplo, el éxito de la serie de literatura infantil sobre el personaje de Harry Potter se debería en gran medida, según la crítica psicoanalítica, a que refleja algunas fantasías universales del ser humano, concretamente algunas relacionadas con el complejo de Edipo. Para el psicoanálisis, uno de los mayores atractivos del personaje de Harry Potter es que se trata de un huérfano. Sus padres murieron a manos de un mago malvado. ¿Quién no querría que le pasara esto? Es más, en el último momento de su vida, que coincide con el principio del libro, el padre de Harry pide a la madre que se lleve al niño mientras él muere a manos del mago, con lo que estaría satisfaciendo el deseo de todo lector de que su padre muera dejándole en manos de su madre. Como apoyo inapelable a esta disparatada teoría, un crítico aduce que la autora de la serie manifestó en una entrevista que desconocía de donde le venía la inspiración: esto sería una demostración de que la obra es fruto directo del inconsciente.
La crítica psicoanalítica se ha aplicado tanto a la literatura como al arte en general desde los trabajos del propio Freud. La idea básica es que la obra de arte refleja los conflictos y fantasías inconscientes del autor. Un cuadro o una novela son para el psicoanalista un material muy similar a los sueños de un paciente. Por ejemplo, Freud «reconstruyó» el desarrollo psicosexual infantil de Leonardo da Vinci a partir de algunas notas biográficas y del análisis de dos de sus cuadros:
Santa Ana con la Virgen y el Niño
y la
Gioconda.
Igualmente pretendió explicar la epilepsia, la adicción al juego y la dudosa moralidad de Dostoievski a partir del análisis de
Los hermanos Karamázov.
Freud siguió la tradición de las patografías, estudios que consisten en inferir las patologías de personajes históricos a partir del conocimiento existente sobre ellos en la actualidad, algo que ya en época de Freud había sido desechado por los historiadores como carente de rigor. Sin embargo, para Freud y muchos de sus seguidores el psicoanálisis supone una herramienta excelente para este propósito. Al fin y al cabo, los artistas son soñadores neuróticos que nos permiten revivir mediante sus obras nuestros propios sueños sin sentir vergüenza por ello. El artista crea su obra para huir de la realidad y los demás pueden participar del mismo beneficio al admirarla.
Dado que el psicoanálisis tiene una historia de más de un siglo, ha tenido ocasión de influir directamente sobre los movimientos artísticos del siglo XX y no sólo sobre su crítica. Una buena muestra de ello es el surrealismo. El surrealismo surgió principalmente a partir de la fuerte impresión experimentada por el poeta francés André Bretón al leer la obra de Freud. Si el psicoanálisis considera que la obra de arte refleja el inconsciente de su autor, la propuesta de Bretón era, en cierto modo, que esto se tomase no solo como una descripción sino como un imperativo. El artista debería dejarse guiar por el inconsciente al desarrollar su obra. Aplicado a la literatura, esto suponía utilizar un método de escritura automática basado en la técnica utilizada por el espiritismo para «hacer presentes» los pensamientos de los muertos: quien dicta es el inconsciente. Entre los autores que manifestaron haberse beneficiado en parte de esta técnica hay figuras de la importancia de James Joyce en literatura y Joan Miró en pintura. Otros artistas, corno Salvador Dalí o Luis Buñuel, siguieron otro método, basado también en el psicoanálisis: poblar sus obras de contenidos oníricos.