Read El psicoanálisis ¡vaya timo! Online
Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría
Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología
Otro hallazgo que suele presentarse como favorable a la teoría psicoanalítica es el de los mecanismos cerebrales responsables de las emociones. En los últimos años la neurociencia ha llevado a cabo notables avances en este campo. Hoy día se considera que existen dos tipos de emociones: primarias y secundarias. Las emociones primarias son las comunes a todas las personas y que compartimos con buena parte de los animales (por ejemplo, el miedo). Las emociones secundarias son más complejas y en ellas intervendrían procesos de pensamiento y elaboración (por ejemplo, la vergüenza). Pues bien, se han identificado dos vías distintas para uno y otro tipo de emociones. Las emociones primarias seguirían una vía cerebralmente más primitiva: las partes de nuestro cerebro que compartimos hasta cierto punto incluso con los reptiles. La ventaja de esta vía es que permite una respuesta rápida ante amenazas inmediatas. Por ejemplo, si oímos un ruido fuerte, no necesitamos reflexionar largamente sobre él para apartarnos: respondemos incluso antes de identificar conscientemente su origen. En cambio, en las emociones secundarias participa la zona de desarrollo más reciente de nuestro cerebro. Algunos autores consideran que una y otra vía cerebral corresponden a las instancias consciente e inconsciente defendidas por el psicoanálisis. La vía primitiva y animal del procesamiento emocional sería el sustrato neurológico del inconsciente y la vía superior, típicamente humana, lo sería de la conciencia. Lo curioso del paralelismo es que las emociones relacionadas más típicamente con el inconsciente freudiano (por ejemplo, la culpa) son emociones secundarias que se procesan en la vía superior, justo al revés de lo que propone el psicoanálisis. De nuevo, lo único que hay en común entre el descubrimiento científico y la propuesta psicoanalítica es la mención de la palabra
inconsciente.
Pero el proceso en sí supone, en todo caso, más una refutación que un apoyo a la teoría psicoanalítica.
Hay cosas que el paso del tiempo no altera. En este capítulo hemos visto nuevas propuestas psicoanalíticas realizadas sobre pretendidas confirmaciones de la teoría de Freud. Nos parece que tales propuestas no alteran en absoluto la conclusión enunciada hace bastantes años por el psicólogo Hans Eysenck: de lo que dijo Freud, algunas cosas han sido confirmadas por la investigación científica, precisamente las que no eran originales de Freud. Sus aportaciones personales siguen distribuyéndose en dos categorías: o son indemostrables o son falsas. En palabras de Eysenck, en la teoría de Freud «lo que es nuevo […] no es verdadero, y lo que es verdadero en su teoría no es nuevo».
La sociedad del bienestar parece llevar consigo el desarrollo de cierta cultura del ocio. En estas sociedades privilegiadas son cada vez menos las horas que es necesario trabajar para asegurar el sustento. Por tanto, las gentes con tiempo libre pueden encontrar entretenimiento en muy diversas actividades: así proliferan los cursos de macramé, se venden puzzles con mayor número de piezas y hasta barcos en miniatura para montarlos. Cada cual se entretiene como puede. Tal vez el psicoanálisis no sea una teoría contrastada, y carezca de utilidad terapéutica o explicativa, pero es posible que no haga daño a nadie, y si es así puede ser que algunas personas desocupadas con inquietudes intelectuales hagan bien en dedicarse a él para matar el tiempo. En este capítulo contemplaremos esta posibilidad.
Nos hemos referido ya a algunos problemas que pueden surgir del uso del psicoanálisis: uno de ellos es que las personas pueden abandonar otros tratamientos más eficaces para someterse a él. Se trata de un problema similar al que aqueja a las llamadas «medicinas alternativas». Aun en el caso de que no provoquen directamente efectos secundarios, pueden ser peligrosas si el paciente abandona o reduce otros tratamientos. Ya vimos cómo el propio Freud confundió el diagnóstico de un cáncer abdominal con un problema histérico y empezó a tratar con psicoanálisis un problema que se hallaba obviamente fuera de su alcance. Tal vez en aquel caso la paciente hubiese muerto igualmente, pero podemos imaginar con te rror a dónde puede haber llevado en otros psicoanalistas el afán verificador de sus hipótesis en casos similares, es decir, a que personas con enfermedades graves sean privadas del tratamiento requerido para someterse, en cambio, a un análisis de sus recuerdos infantiles.
En este capítulo veremos que son varios los ámbitos y modos en que una rama del saber tan inestable como el psicoanálisis puede dañar todo lo que se asiente sobre ella. En primer lugar, la práctica psicoanalítica puede implantar y fomentar los falsos recuerdos en las personas, que pasarán a creer, por ejemplo, que miembros de su familia han tenido un comportamiento horrible con ellos.
Desde un punto de vista más relacionado con el daño intelectual que el afectivo, tanto la crítica psicoanalítica de la literatura y el arte como sus contribuciones teóricas a las ciencias sociales, más que aportar un apoyo teórico han obstaculizado el desarrollo de esas disciplinas. En ocasiones, la crítica psicoanalítica de una obra de arte tiene más de creativo que la propia obra. Dedicaremos dos apartados a tratar de demostrar que la inclusión de conceptos psicoanalíticos en disciplinas tales como la crítica literaria y de arte, la historia y las ciencias sociales, no aporta nada. Cuando se ha hecho, sólo ha servido en realidad de rémora para el desarrollo de tales disciplinas, puesto que les ha transferido las limitaciones conceptuales y la falta de rigor propias del psicoanálisis.
Por último veremos cómo el psicoanálisis ha culpabilizado sin base alguna a ciertas personas de los problemas de otras. En esto, sin duda, a las madres les ha tocado el peor papel. En general, hablaremos también de cómo las mujeres en general no han sido muy bien tratadas por el psicoanálisis.
Uno de los axiomas esenciales de la teoría psicoanalítica es el concepto de represión. Supuestamente, algunos hechos de nuestras vidas son apartados de la conciencia para evitarnos sufrimientos. La represión es el más importante de los mecanismos de defensa del Yo. Para Freud y la mayor parte de los psicoanalistas, los recuerdos demasiado dolorosos son simplemente olvidados; no obstante, permanecen en nuestro inconsciente de forma que pueden aflorar en los sueños, los lapsus, etc. Esta idea de represión está directamente relacionada con el concepto de trauma: las experiencias traumáticas son reprimidas. Curiosamente, este binomio trauma-represión planteado por el psicoanálisis ha tenido un fuerte arraigo popular. A la mayoría de las personas les resulta hoy muy razonable pensar que una experiencia traumática tiende a enterrarse en alguna profunda caverna de la mente sin que sea fácil hacerla aflorar de nuevo.
Lo curioso de esta popularización es que la idea de que olvidamos las experiencias traumáticas es especialmente contraria al sentido común. Normalmente, las personas que han tenido la desgracia de experimentar situaciones particularmente desagradables indican precisamente lo contrario de lo que dice el psicoanálisis. Por ejemplo, los supervivientes de los campos de concentración tienden a decir que jamás podrán olvidar lo que allí vivieron. A menudo ese tipo de recuerdos les vuelven a la memoria sin que puedan hacer nada por evitarlo. Para su desgracia, cualquier cosa puede hacerles revivir la terrible experiencia. Es frecuente que las personas que vivieron durante la infancia hechos traumáticos, como la muerte de un ser querido, tengan esos hechos como sus primeros recuerdos. Es posible que algunas personas olviden ciertos hechos traumáticos, pero la pauta general es precisamente la contraria a la predicha por el psicoanálisis. La profesora Loftus, una de las investigadoras más prestigiosas de la memoria humana, ha trabajado durante muchos años sobre los recuerdos. Sus estudios y los de otros autores indican que las personas que han sido víctimas de abusos sexuales los recuerdan mucho mejor que cualquier otro hecho de su vida cotidiana, y mucho mejor también de lo que les gustaría.
Otras investigaciones han tratado de demostrar sin éxito las ideas freudianas de represión de los recuerdos traumáticos. Por ejemplo, en uno de esos estudios se recurrió a tres grupos de mujeres. El primero había sido víctima de violación y mostraba lo que se conoce como síndrome de estrés postraumático, es decir, respondía con extremada ansiedad ante diversas situaciones. El segundo grupo también había sufrido violación, pero no mostraba tales síntomas de estrés. El psicoanálisis supone que este grupo ha superado mejor el trauma y debe diferenciarse del primero en su capacidad para reprimir los recuerdos traumáticos. A ambos grupos se les dieron unas series de palabras, algunas de las cuales estaban relacionadas con la violación. Se les instruyó para que trataran de recordar la mitad de las palabras y para que procurasen olvidar la otra mitad. Los dos grupos, así como un grupo de control de mujeres que no había sufrido violación, recordaron las palabras que se les pidió que recordasen mejor que las que se les pidió que olvidasen pero, contra lo que predice el psicoanálisis, no hubo diferencia alguna entre los tres grupos en cuanto a si las palabras se referían o no a la violación, es decir, no hubo efecto alguno de la supuesta superación del trauma.
En otro estudio relacionado se recurrió a mujeres que decían haber recuperado recuerdos antes reprimidos sobre abuso sexual infantil, junto a mujeres que sospechaban haber reprimido tales recuerdos pero que no habían sido capaces de recuperarlos. Los resultados fueron similares a los del estudio anterior. Es decir, las mujeres que decían haber olvidado la información traumática no se diferenciaban, en su comportamiento ante las palabras relacionadas con el trauma, de las mujeres que no habían olvidado. Sus respuestas, por tanto, no reflejaban la superación del trauma. La idea del psicoanálisis de que el recuerdo y la elaboración de los traumas sirve para superarlos no encuentra apoyo en los datos.
A pesar de esto, todos hemos oído hablar de cómo el psicoanálisis es capaz de sacar a la conciencia cosas que las personas habían olvidado. En realidad, éste es uno de los principales objetivos de la práctica psicoanalítica. Seguramente casi nadie recuerda haber sido víctima del complejo de Edipo, pero el psicoanálisis mantiene su existencia basándose en que dicho complejo supone una experiencia traumática que ha sido reprimida y que el análisis puede sacarlo a la luz y hacer que el paciente tenga conciencia del hecho. Como argumentábamos más atrás, la represión como principal mecanismo de defensa del Yo resulta ser también el mecanismo de defensa fundamental del psicoanálisis. Si alguien no recuerda haber recorrido las etapas evolutivas planteadas por Freud, o si no es consciente de haber sufrido abusos sexuales durante la infancia pese a la opinión del analista, el error no está ni en la teoría freudiana ni en las interpretaciones del terapeuta sino que es fruto de la represión del propio paciente.
Los psicoanalistas afirman que a través de su práctica consiguen hacer aflorar los recuerdos reprimidos: los pacientes recuperan aquellos trazos perdidos de memoria, y eso es un paso fundamental para la curación de sus neurosis y para su propio autoconocimiento. Usted podrá preguntarse si el hecho de que algunas personas recuerden durante el análisis hechos que no recordaban antes constituye una prueba directa de la existencia de los recuerdos reprimidos. Investigaciones recientes en el campo de la psicología de la memoria parecen indicar lo contrario.
La idea intuitiva que tenemos sobre el funcionamiento de nuestra propia memoria es algo simplista. Pensamos en ella como una especie de almacén o disco duro del ordenador en donde guardamos una copia de nuestras experiencias pasadas. Somos conscientes, por ejemplo, de que hay cosas que olvidamos. Todos hemos sufrido por ello en los exámenes. Pero difícilmente nos damos cuenta de que hay cosas que recordamos y que nunca nos han sucedido, o al menos no de la manera en que las recordamos. La razón es que recordar es un proceso constructivo. Cada vez que rememoramos un hecho lo alteramos de alguna manera. La forma en que lo alteremos depende de diversas causas, y no todas han sido convenientemente estudiadas hasta la fecha, pero no es difícil darse cuenta de que el contexto y la finalidad con que traemos a la memoria un recuerdo influirán en sus posteriores evocaciones.
A un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos se les enseñaron unas fotografías trucadas de Disneylandia en las que aparecía el personaje de Bugs Bunny. Todos los estudiantes habían acudido durante su infancia a Disneylandia y se les preguntó con qué personajes de ficción se habían encontrado allí. Entre el 16% y el 35% (dependiendo probablemente de lo bien o mal que estaban hechas las falsificaciones) recordó haber visto en Disneylandia a Bugs Bunny. La mayor parte decía haber estrechado su mano, otros habían jugado con él e incluso alguno afirmaba haber compartido una zanahoria con el personaje. Los estudiantes a quienes no se había enseñado la foto trucada no informaron, sin embargo, de tales recuerdos. La razón es que se trataba de un recuerdo falso inducido por la manipulación fotográfica: es imposible que a Bugs Bunny le dejaran entrar en Disneylandia porque se trata de un personaje de la Warner.
Las investigaciones sobre falsos recuerdos parecen indicar que algunas de las cosas que los pacientes sometidos a psicoanálisis creen recordar podrían al menos haber sido implantadas durante el tratamiento y no ser genuinas recuperaciones de hechos olvidados. Las normas éticas de la investigación científica impiden la posibilidad de que un investigador implante artificialmente recuerdos tales como el complejo de Edipo u otras experiencias traumáticas en la mente de un sujeto. Sin embargo, se ha demostrado que puede inducirse artificialmente otro tipo de recuerdos y que la simulación de una situación terapéutica estructurada en varias sesiones es un caldo de cultivo ideal para ello.
En cierta ocasión, por ejemplo, se utilizó un cuestionario en el que aparecía camuflada una pregunta sobre si el sujeto recordaba haberse perdido en un centro comercial en torno a los cinco años (recordemos que viene a ser la época del complejo de Edipo). En el experimento se convocó para posteriores sesiones de investigación a personas que afirmaron no recordar una experiencia semejante. Se les dijo que el estudio trataba sobre cómo recordaban diferentes personas un mismo suceso. Se contactó con los familiares de los sujetos y se les pidió que recordaran sucesos de la infancia de esa persona. En ninguno de ellos aparecía, evidentemente, el hecho de que de niño se hubiera perdido en un centro comercial. Durante tres entrevistas los sujetos informaron sobre el recuerdo que tenían de los distintos hechos sometidos a investigación. Entre ellos se había camuflado la falsa historia del niño perdido en el centro comercial. En la primera entrevista ninguno dijo recordar este falso hecho. Sin embargo, en la segunda y tercera entrevistas más del 25% dijo recordarla. Y esto a pesar de que una de las opciones de respuesta era, simplemente, «no recuerdo este hecho». Algunos afirmaron, incluso, haber sido capaces de rememorar perfectamente el suceso y contaron detalles sobre la persona que les encontró y dónde estaba el centro comercial.