El quinto día (138 page)

Read El quinto día Online

Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
5.78Mb size Format: txt, pdf, ePub

Li quería encerrarlos.

La marea la golpeó en la espalda y la hizo avanzar un trecho. Cayó de rodillas y se incorporó de nuevo. Estaba empapada hasta los huesos, pero tenía bien abrazada la caja con los frascos. Tratando de respirar y concentrada en que el agua no la arrastrara hacia atrás, luchó para llegar hasta la puerta, que se cerraba lentamente. Los últimos metros los hizo de un solo salto, se estrelló contra el marco y salió a la rampa dando volteretas.

Elevador externo

Greywolf y Anawak ayudaron a Johanson a ponerse en pie. El biólogo estaba muy malherido, pero consciente.

—¿Dónde está Vanderbilt? —murmuró.

—Pescando —dijo Greywolf.

Anawak se sentía como si le hubiera pasado por encima un tren expreso. Apenas estaba en condiciones de mantenerse en pie, tanto le dolía el sitio donde Vanderbilt le había clavado el codo.

—Jack —repetía todo el tiempo—. Dios mío, Jack. —Greywolf lo había salvado. Ya parecía ser una tradición que Greywolf lo salvara—. ¿Cómo has aparecido de repente?

—Antes he sido un poco brusco —dijo Greywolf—. Quería disculparme.

—¿Brusco? ¿Estás loco? ¡No tienes nada de que disculparte!

—A mí me parece bien que quiera disculparse —gimió Johanson.

Greywolf sonrió atormentado. Bajo la piel cobriza su rostro había adoptado un tono cerúleo. « ¿Qué le pasa?», pensó Anawak. Los hombros de Greywolf se inclinaron hacia adelante, parpadeó...

De golpe vio que la camiseta de Greywolf estaba llena de sangre. Por un momento se entregó a la ilusión de que fuera de Vanderbilt. Luego vio que la mancha se agrandaba y que toda esa sangre manaba del abdomen de Greywolf. Estiró los brazos para agarrar al gigante, cuando de nuevo se oyó un trueno desde al vientre del
Independence
. El barco se sacudió. Johanson se fue contra él tambaleándose. Anawak vio a Greywolf caer hacia adelante y desaparecer más allá del borde.

—¡Jack!

Se arrodilló y se deslizó hasta el sitio donde había desaparecido. El medio indio estaba colgando en una de las redes y alzó la vista. Abajo, el mar ondulaba.

—Jack, dame la mano.

Greywolf no se movió. Se quedó tirado allí, mirándolo fijamente, las manos apretadas contra al vientre. De entre sus dedos seguía manando sangre.

¡Vanderbilt! El maldito cerdo le había dado.

—Jack, todo saldrá bien. —Palabras de película—. Dame la mano, yo te subiré. Todo se arreglará.

A su lado, Johanson se acercó arrastrándose con los codos. Se puso boca abajo e intentó alcanzar la red, pero estaba muy abajo.

—Tienes que subir de alguna manera —dijo Anawak impotente. Luego tomó una decisión—. No. Quédate ahí. Yo bajo. Yo te saco y Sigur ayuda desde arriba.

—Olvídalo —dijo Greywolf entre dientes.

—Jack...

—Es mejor así.

—No digas tonterías —le ordenó Anawak—. No me vengas con esas mierdas dramáticas, «no señor, déjenme aquí, no se preocupen por mí»...

—León, amigo mío...

—¡No! ¡Digo que no!

De la boca de Greywolf fluyó un delgado hilo de sangre. —León...

Sonrió. De pronto pareció muy distendido. Luego se incorporó de una sacudida, pasó rodando el borde de la red y cayó a las olas.

Laboratorio

Rubín dejó de ver y de oír. El agua del tanque le pasó por encima. Se preguntó qué diablos había pasado en los últimos segundos. Todo se había salido de quicio. De repente notó que el torrente de agua levantaba la estantería que descansaba sobre su pierna, se liberó y emergió tosiendo.

«Gracias a Dios —pensó—. Has pasado lo peor».

El agua del simulador no era suficiente para una verdadera inundación. Era una cantidad enorme, pero en cuanto se distribuyera por la sala no llegaría al metro de altura.

Se frotó los ojos.

¿Dónde estaba Li?

A su lado flotaba el cuerpo de uno de los soldados. Otro se levantaba como podía, mareado, a través del agua.

Li se había ido.

Lo habían dejado.

Sin comprender, Rubin se quedó sentado en el agua mirando absorto la puerta cerrada. En seguida se le aclararon las ideas. Tenía que salir de allí. En el buque algo había saltado por los aires. Probablemente ya se estuvieran hundiendo. Si no llegaba a un lugar más elevado en los próximos minutos, se encontraría en serias dificultades.

Iba a ponerse de pie cuando su entorno empezó a iluminarse.

Luz de rayos.

Al instante tomó conciencia de que del tanque no había salido solamente agua. Trató de incorporarse, resbaló y volvió a caer. El agua saltó en todas direcciones. Rubin cayó de cabeza bajo la superficie, agitó las manos y encontró resistencia.

Liso. Móvil.

Ante sus ojos aparecieron unos destellos, y luego de repente le faltó aire cuando la gelatina comenzó a cubrirle el rostro. Tiró de la gelatina como un demente, pero aquella sustancia no se dejaba agarrar. Se le resbalaba, y cuando la tenía en la mano, cambiaba de forma al momento o simplemente se disolvía, y detrás venía tejido nuevo.

«No —pensó—. ¡No! ¡No!».

Abrió la boca y sintió que la sustancia se le metía dentro. Eso le enloqueció por completo. Una prolongación delgada bajaba serpenteando por su faringe, otras se le metieron por los agujeros de la nariz. Se asfixiaba, golpeó en todas direcciones, se enderezó y de repente comenzaron a dolerle los oídos. Era un dolor horroroso, como si un verdugo implacable le estuviera taladrando con cuchillos, y un último pensamiento diáfano le dijo que la gelatina se encaminaba a su cerebro.

¿Investigar los cerebros humanos era pura curiosidad o un propósito bien definido del organismo? ¿Por qué desde hacía millones de años éste se metía en todo lo que le parecía que merecía la pena investigar...? Rubin le había estado dando vueltas a todo eso desde el accidente de la cubierta del pozo.

Ahora ya no pensó absolutamente nada más.

Greywolf

Había tanta paz. Tanta calma.

Probablemente, Vanderbilt lo había sentido de otro modo. Había tenido miedo. Su muerte había sido cruel, y había sido exactamente como debía ser. Pero sin miedo era algo muy distinto.

Greywolf se hundía en las profundidades.

Contuvo el aire. Pese a los terribles dolores del vientre, quería contener el aire todo el tiempo posible. No porque creyera que alargaría su vida. Era un último acto de voluntad, un acto de control. Él decidiría cuándo el agua llegaría a sus pulmones.

Licia estaba allí abajo. Todo lo que alguna vez había querido, lo que era importante para él, se encontraba bajo el agua. En realidad tomar por fin ese camino era consecuente. Hacía mucho tiempo que lo tenía pendiente.

«Si has sido una buena persona en tu vida, algún día te reencarnarás en orca».

Vio pasar una sombra negra por encima. Le siguió otra. Los animales no le prestaron atención. «Exacto —pensó Greywolf—, soy un amigo. Me dejan en paz.» Sabía, claro está, que el motivo de que los animales lo ignorasen era mucho más profano. Esas orcas no eran amigas de nadie. Hacía mucho que ya no eran ellas mismas, eran objeto del abuso de una raza que no procedía con más escrúpulos que los seres humanos.

Pero también eso volvería a arreglarse. En algún momento. Y el lobo gris se convertiría en una orca.

¿Podía haber un último pensamiento más bello?

Dejó ir el aire.

Peak

—¿Es que se ha vuelto completamente loca?

La voz de Peak resonaba en las paredes de la rampa. Li iba delante. Peak trataba de ignorar el insistente dolor de la articulación de su pie e intentaba seguirle el paso. Li había tirado el fusil y en la mano sólo llevaba la pistola.

—No me ponga nerviosa, Sal. —Li se dirigió a la próxima escalera. Uno tras otro bajaron al siguiente nivel. Allí desembocaba el pasillo que iba al área secreta. Del vientre del barco llegaban zumbidos y bramidos inquietantes. Luego siguió una nueva explosión. El suelo experimentó una violenta sacudida y se inclinó, de modo que tuvieron que detenerse un momento. Al parecer algunas compuertas no habían resistido la presión del agua. A estas alturas, el
Independence
mostraba una clara inclinación, y tuvieron que subir por el pasillo. Hombres y mujeres corrían hacia ellos desde la sala de control. Se quedaron mirando a Li en espera de órdenes, pero la comandante siguió marchando.

—¿Que no la ponga nerviosa? —Peak le cerró el paso. Sintió que su espanto daba paso a una enorme furia—. Está tiroteando a personas al azar, y a otros los manda matar. ¿Qué significa esto, maldita sea? ¡Esto es un despropósito! ¡No se ha planeado ni discutido en ningún momento!

Li lo miró. Su rostro reflejaba una calma absoluta, pero sus ojos azules flameaban. Peak nunca había visto antes ese temblor en ellos. De repente se dio cuenta de que aquella militar tan sumamente culta, con tantas condecoraciones, estaba decididamente tocada.

—Se discutió con Vanderbilt —dijo Li.

—¿Con la CÍA?

—Con Vanderbilt, de la CÍA.

—¿Se ha metido con esa basura en una locura así? —Peak frunció los labios con repugnancia—. Es para vomitar, Jude. Deberíamos ayudar a evacuar el buque.

—Además está acordado con el presidente de los Estados Unidos de América —agregó Li.

—¡Eso nunca!

—Más o menos.

—¡No de este modo! ¡No la creo!

—Él lo autorizaría. —Li se abrió paso—. Ahora apártese de una vez de mi camino. Estamos perdiendo el tiempo.

Peak corrió detrás de ella.

—Esta gente no le ha hecho nada. Han arriesgado la vida.

¡Ellos tiran de la misma cuerda que nosotros! ¿Por qué no arrestarlos, simplemente?

—El que no está conmigo, es mi enemigo. ¿Todavía no lo ha notado, Sal?

—Johanson no era su enemigo.

—Sí. Desde el principio. —Se dio la vuelta y alzó la vista hacia él—. ¿Es usted ciego, imbécil o qué? ¿No ve lo que pasaría si Estados Unidos no gana esta batalla? Cualquier otro que la ganara nos infligiría una derrota en ese mismo instante.

—¡Pero no se trata de Estados Unidos! Se trata de todo el mundo.

—¡El mundo es Estados Unidos!

—Está usted loca —susurró Peak mirándola fijamente.

—No, soy realista, pedazo de animal. Y usted hará lo que yo le diga. ¡Está bajo mis órdenes! —Li volvió a ponerse en movimiento—. Vamos. Tenemos que cumplir una tarea. Tengo que bajar con el batiscafo antes de que todo el barco salte por los aires. Ayúdeme a encontrar los dos torpedos con el veneno de Rubin. Después, lo que es por mí, puede retirarse.

Rampa

Weaver vaciló un segundo sin saber adónde dirigirse y entonces oyó voces desde el extremo superior de la rampa. Li y Peak habían desaparecido. Probablemente, camino del laboratorio secreto de Rubin, en busca del veneno. Corrió hasta el recodo y vio que Anawak y Johanson bajaban la rampa apoyándose el uno en el otro.

—León —gritó—. ¡Sigur!

Corrió hacia ellos y los abrazó. Tuvo que estirar mucho los brazos, pero sentía la necesidad imperiosa de estrecharlos. Muy en especial a uno de ellos. Al parecer se pasó de la raya, porque Johanson lanzó un gemido. Weaver dio un respingo.

—Perdona...

—Son sólo los huesos. —Se limpió la sangre de la barba—. El espíritu es fuerte, pero... ya conoces el resto. ¿Qué ha pasado?

—¿Qué os ha pasado a vosotros?

El suelo se sacudió bajo sus pies. Un chirrido sostenido salió del casco del
Independence
. El suelo se inclinó ligeramente en dirección a la proa.

Intercambiaron información a toda prisa. Anawak estaba visiblemente afectado por la muerte de Greywolf.

—¿Alguno de vosotros tiene idea de lo que ha pasado con el barco? —preguntó.

—No, pero me temo que no es momento para devanarnos los sesos. —Weaver, agitada, miró a su alrededor—. Creo que tenemos que resolver dos cosas a la vez. Impedir la inmersión de Li y ponernos a resguardo de alguna manera.

—¿Crees que llevará a cabo su plan?

—Claro que lo hará —gruñó Johanson. Echó la cabeza hacia atrás. Llegaban ruidos de la cubierta de aterrizaje. Oyeron el tableteo de los rotores—. ¿Lo oís? Las ratas abandonan el barco.

—¿Qué pasa con Li? —Anawak sacudió la cabeza sin comprender—. ¿Por qué ha matado a Sue?

—También quería matarme a mí. Li matará a todo el que se interponga en su camino. Nunca le ha interesado una solución pacífica.

—¿Pero con qué fin?

—Da igual —dijo Johanson—. Supongo que apenas le queda tiempo. Alguien tiene que detenerla. No debe llevar esa sustancia al fondo.

—Es cierto —dijo Weaver—. En cambio, nosotros llevamos esto al fondo.

En ese momento Johanson pareció ver la caja que llevaba en sus manos Weaver. Abrió mucho los ojos.

—¿Son los extractos de feromona?

—Sí. El legado de Sue.

—Bien, pero ¿para qué nos sirven en este momento?

—Bueno, yo tengo una idea. —Vaciló—. No sé si funcionará. Se me ocurrió ayer, pero no me pareció factible. Pero ahora han cambiado algunas cosas.

Se lo explicó.

—Suena bien —juzgó Anawak—. Pero requiere que nos demos toda la prisa posible. En el fondo sólo tendremos unos minutos. En cuanto el batiscafo se vaya a pique, deberíamos estar a salvo.

—Pero lo más importante es que no sé cómo podemos manejarla —admitió Weaver.

—Pero yo sí. —Anawak señaló la rampa—. Necesitamos una docena de jeringuillas subcutáneas. De eso me ocupo yo. Vosotros bajáis y preparáis el batiscafo. —Pensó—. Y necesitamos... ¡espera! ¿Crees que en el laboratorio encontrarás a alguien...?

—Sí. ¿Dónde vas a conseguir las jeringuillas?

—En el hospital.

Arriba se intensificó el ruido. En la abertura que daba al elevador de babor vieron aparecer un helicóptero que se alejaba a ras de las olas. El acero de la cubierta del hangar crujía. Todo el barco empezaba a deformarse.

—Date prisa —dijo Weaver.

Anawak la miró a los ojos. Por un momento se quedaron mirándose. «Maldita sea —pensó Weaver—, ¿por qué precisamente ahora?».

—No lo dudes —dijo él.

Evacuación

A diferencia de la mayoría de las personas del
Independence
, Crowe sabía con bastante exactitud lo que había pasado. Las cámaras del casco habían transmitido a los monitores el ascenso de la esfera luminosa. La bola era de gelatina, eso estaba claro, y al explotar, desde su interior se expandió gas. Probablemente gas metano. Entre las burbujas que giraban enloquecidas, Crowe había creído percibir un contorno que le pareció conocido: lo que subía a toda velocidad hacia el
Independence
era un batiscafo.

Other books

Twilight's Encore by Jacquie Biggar
So Now You're Back by Heidi Rice
Kelpie (Come Love a Fey) by Draper, Kaye
Jingle Hells by Misty Evans
Angels Walking by Karen Kingsbury
Off the Page by Ryan Loveless
Roman: Book 1 by Dawn, Kimber S.
Early Dynastic Egypt by Toby A. H. Wilkinson