El quinto día (23 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
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—Sí, ya te lo diré.

Los botes rojos de los ecologistas habían comenzado a chocar contra el
Blue Shark
. Greywolf se tambaleó cuando su barco chocó contra el casco de goma, pero siguió tocando el tambor. La pluma de su sombrero temblaba al viento. Detrás de los botes asomó una cola que en seguida volvió a desaparecer, pero nadie prestaba atención a las ballenas. Stringer miraba fijamente a Greywolf.

—¡Eh, León, León! —Anawak vio que alguien entre los pasajeros del
Blue Shark
le hacía señas, y reconoció a Alicia Delaware. Llevaba sus gafas azules y daba saltitos—. ¿Quiénes son estos tíos? ¿Qué hacen aquí?

Anawak se sorprendió. ¿No le había dicho la última vez que era su último día en la isla?

Pero en ese momento, eso carecía de importancia.

Hizo una maniobra para rodear el barco de Greywolf y se cruzó con éste.

—Muy bien, Jack. Gracias. Habéis tocado muy bien. Ahora dinos de una vez qué es lo que quieres.

Greywolf se puso a cantar aún más fuerte. Un monótono sonido que subía y bajaba, sílabas que sonaban arcaicas, lastimeras y, a la vez, agresivas.

—¡Maldita sea, Jack!

De repente se hizo el silencio. El gigante bajó el tambor y giró la cabeza hacia Anawak.

—¿Sí?

—Dile a tu gente que se detenga y entonces hablaremos. Hablaremos de lo que quieras, pero diles que se retiren.

Los rasgos de Greywolf se deformaron.

—Nadie va a retirarse —gritó.

—¿Qué es todo esto? ¿Qué pretendes?

—Quise explicártelo hace poco en el acuario, pero tú te consideraste demasiado bueno para prestarme la más mínima atención.

—No tenía tiempo.

—Ahora soy yo el que no tiene tiempo.

La gente de Greywolf se puso a reír y a gritar. Anawak trató de contener su ira.

—Te hago una propuesta, Jack —dijo controlándose con mucho esfuerzo—. Disuelves esto, nos vemos esta noche en Davies y nos cuentas a todos lo que, en tu opinión, debemos hacer.

—Desaparecer. Eso es lo que debéis hacer.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que hacemos?

Muy cerca del bote se levantaron dos islas oscuras, estriadas y moteadas como piedras erosionadas. Ballenas grises. Podrían haber sido unas fotos fantásticas, pero Greywolf estaba arruinando toda la excursión.

—Retiraos —gritó Greywolf. Miraba directamente a los ocupantes del
Blue Shark
y los instaba con los brazos en alto—. Retiraos y no sigáis molestando a la naturaleza. Vivid en armonía con ella en lugar de mirar boquiabiertos. Los motores de vuestros barcos contaminan el aire y el agua. Herís a los animales con vuestras hélices. Los acosáis para sacarles una foto. Los matáis con el ruido. Éste es el mundo de las ballenas. Retiraos. Aquí no hay sitio para los humanos.

«Vaya un discursito», pensó Anawak. Se preguntó si el propio Greywolf se creía lo que estaba diciendo, pero su gente aplaudía entusiasmada.

—¡Jack! ¿Me permites recordarte que emprendemos todo esto precisamente para proteger las ballenas? ¡Estamos investigando! El avistamiento de ballenas les ha abierto una nueva perspectiva a los humanos. Si interfieres en nuestro trabajo, saboteas los intereses de los animales.

—¿Pretendes contarnos qué intereses tiene una ballena? —se burló Greywolf—. ¿Acaso puedes mirar en sus cabezas, investigador?

—Jack, deja ese disparate indio. ¿Qué es lo que quieres?

Greywolf guardó silencio un momento. Su gente había dejado de fotografiar a los ocupantes del
Blue Shark
y de arrojarles cosas. Todos lo miraron.

—Queremos llegar a la opinión pública.

—Por todos los santos, ¿dónde está aquí la opinión pública? —Anawak hizo un amplio movimiento con la mano—. Unas cuantas personas en botes. Por favor, Jack, podemos discutir, por supuesto, pero entonces busquemos en serio la opinión pública. Intercambiemos argumentos, y el que pierda que se dé por vencido.

—Ridículo —dijo Greywolf—. Así habla el hombre blanco.

—¡Mierda! —Anawak perdió la paciencia—. Yo soy menos blanco que tú, O'Bannon, no fantasees.

Greywolf lo miró fijamente, como si acusara el golpe. Luego una amplia sonrisa le partió el rostro. Señaló el
Lady Wexham
.

—¿Por qué crees que la gente de aquel otro barco está filmando y fotografiando con tanto afán?

—Te están filmando a ti con tu estúpida farsa.

—Bien. —Greywolf se rió—. Muy bien.

Anawak se dio cuenta de golpe. Entre los observadores del
Lady Wexham
había periodistas. Greywolf los había invitado a presenciar el espectáculo.

«¡Maldito cerdo!».

Estaba preparando un comentario sagaz cuando le llamó la atención que Greywolf siguiera todavía con el brazo extendido mirando fijamente hacia el
Lady Wexham
. Anawak siguió su mirada y contuvo la respiración.

Directamente frente al barco, una ballena jorobada se había catapultado desde el agua. Se necesitaba un impulso muy fuerte para levantar aquel cuerpo tan macizo. Por un momento pareció que el animal se apoyaba únicamente en la aleta caudal. Sólo las puntas de la cola quedaron bajo el agua, el resto del cuerpo estaba vertical en el aire y sobrepasaba el puente del
Lady Wexham
. Los pliegues longitudinales de las mandíbulas y de la parte inferior del abdomen se vieron claramente. Las aletas pectorales, desproporcionadamente largas, se extendían como alas, de un blanco reluciente con vetas negras y bordes nudosos. La ballena parecía querer alzarse por completo del agua, y una exclamación resonó desde el
Lady Wexham
. Luego, el imponente cuerpo se volcó lentamente hacia el costado y chocó contra la superficie del agua, levantando una explosión de espuma.

La gente de la cubierta superior retrocedió. Una parte del
Lady Wexham
desapareció tras una pared de espuma. Y allí apareció algo oscuro, macizo. Una segunda ballena salió disparada desde el fondo del mar. Saltó mucho más cerca del barco, rodeada por una nube de partículas centelleantes, y Anawak supo, incluso antes de que se oyera el grito de espanto de los botes, que ese salto fallaría.

El impacto de la ballena contra el
Lady Wexham
fue tan violento que el barco se sacudió bruscamente. Hubo un estruendo y diversos estallidos; el animal se sumergió de nuevo. En la cubierta superior, algunos cayeron al suelo. Alrededor del barco todo era espuma y torbellino; en seguida se acercaron varios lomos por el lado, y otros dos cuerpos oscuros saltaron por el aire y se arrojaron con todo su peso contra el casco.

—Ésa es la venganza —gritó Greywolf con una voz chillona—. ¡La venganza de la naturaleza!

El
Lady Wexham
medía veintidós metros, es decir, más que cualquier ballena jorobada. Tenía el permiso del Ministerio de Transporte y respondía a las normas de seguridad de la guardia costera canadiense para botes de pasajeros, que contemplaban tanto mar agitado como oleaje muy alto o el choque fortuito con una ballena que se meciera indolente en las olas. El
Lady Wexham
estaba preparado incluso para eso.

Pero no para un ataque.

Anawak oyó que ponían en marcha las máquinas. Con la violencia del choque, el barco se había inclinado peligrosamente hacia un lado. En las dos cubiertas de observación reinaba un pánico indescriptible. Se veía claramente que en la cubierta inferior se habían roto todos los cristales. Los gritos llegaban hasta Anawak; aturdidos, todos los pasajeros tropezaban entre sí. El
Lady Wexham
aceleró la marcha, pero no llegó muy lejos. De nuevo, un animal se catapultó desde el mar e impactó contra el costado del puente. Tampoco este ataque logró tumbar el barco, pero sí hizo que se sacudiera con mucha más violencia, y desde arriba llovieron los pedazos.

Anawak pensaba a toda velocidad. Probablemente, algunas partes del casco ya se habían resquebrajado. Tenía que hacer algo. Tal vez pudiera distraer a los animales de alguna forma.

Su mano fue hasta el acelerador.

En ese mismo momento, un coro de gritos desgarró el aire. Pero no venía de la embarcación blanca, sino directamente de detrás de él, y Anawak giró en redondo.

La visión tenía algo de surrealista. Por encima del bote de los ecologistas se erguía vertical el cuerpo de una enorme ballena jorobada. Parecía casi ingrávido, un ser de una belleza monumental, la boca costrosa tendida hacia las nubes, y seguía subiendo, diez, doce metros por encima de sus cabezas. Durante lo que pareció una eternidad, quedó simplemente colgado del cielo, girando lentamente, y las larguísimas aletas parecieron saludarlos.

La mirada de Anawak se paseó por el coloso en pleno salto. Jamás había visto algo tan terrible y tan magnífico a la vez, jamás a esa distancia. Todos —Jack Greywolf, la gente que estaba en las zodiacs, él mismo— echaron la cabeza hacia atrás y clavaron la vista en lo que iba a venírseles encima.

—Oh, Dios mío —susurró.

El cuerpo de la ballena se inclinaba como a cámara lenta. Su sombra cubrió el pesquero rojo de los ecologistas, creció superando la proa del
Blue Shark
, se alargó cuando el cuerpo del gigante se tumbó, más rápido, cada vez más rápido...

Anawak aceleró a fondo. La zodiac salió disparada. También el conductor de Greywolf había arrancado a toda velocidad, pero no en la dirección correcta. El viejo bote se dirigió balanceándose hacia Anawak. Chocaron. Anawak cayó hacia atrás, vio caer al conductor por la borda y a Greywolf al suelo, luego el bote se alejó a toda velocidad en dirección contraria, mientras que el suyo volvió a dirigirse a toda marcha hacia el
Blue Shark
. Ante sus ojos, las nueve toneladas de masa corporal de la ballena jorobada sepultaron el pesquero, lo empujaron bajo el agua junto con la tripulación y cayeron contra la proa del
Blue Shark
. La espuma saltó en chorros inmensos. La popa de la zodiac se puso vertical, personas con impermeables rojos salieron disparadas por el aire. Por un momento, el
Blue Shark
se balanceó sobre su punta, hizo una pirueta sobre su propio eje y se volcó de costado. Anawak se agachó. Su bote pasó a toda velocidad por debajo de la zodiac que se venía abajo, golpeó contra algo macizo bajo el agua y lo pasó por encima de un salto. Por un instante, Anawak perdió pie, luego recuperó finalmente el volante, giró de un manotazo y frenó.

Una imagen indescriptible apareció ante su vista. Del bote de los ecologistas sólo se veían pedazos. El
Blue Shark
se arrastraba por las olas con la quilla hacia arriba. Había gente flotando en el agua, braceando desesperados y gritando, otros inmóviles. Sus trajes se habían inflado, de modo que no podían hundirse, pero Anawak intuyó que algunos debían de estar muertos debido al fatal impacto de la ballena. Un poco más allá vio que el
Lady Wexham
aceleraba la marcha prácticamente ladeado, cercado por lomos y colas. Un golpe repentino sacudió el barco, que se inclinó todavía más.

Con cuidado, para no herir a nadie, Anawak condujo la zodiac entre los cuerpos a la deriva mientras enviaba un breve mensaje por la frecuencia 98 e informaba de su posición.

—Problemas —dijo sin aliento—. Probablemente haya muertos.

Todos los botes que estaban en la zona oirían la llamada de auxilio. No tenía más tiempo. A bordo del
Blue Shark
había una docena de pasajeros, además de Stringer y su asistente; a ellos se añadían los tres ecologistas. En total, diecisiete personas, pero él veía bastantes menos en el agua.

—¡León!

Era Stringer. Venía nadando hacia él. Anawak la cogió de las manos y la subió a bordo. Cayó al interior tosiendo y jadeando. A cierta distancia, Anawak vio la aleta dorsal de varias oreas. Las cabezas y los lomos negros sobresalían del agua mientras se dirigían a gran velocidad al lugar del desastre.

Mostraban una determinación que a Anawak no le gustó.

Cerca de allí veía flotar a Alicia Delaware, que mantenía fuera del agua la cabeza de un muchacho cuyo traje no se había inflado con aire comprimido como los de los demás. Anawak acercó el bote a la estudiante. A su lado, Stringer se incorporó con esfuerzo. Juntos subieron a bordo primero al muchacho, que estaba inconsciente, y luego a la chica. Delaware soltó las manos de Anawak, se inclinó en seguida por el borde del bote y ayudó a Stringer a meter a más gente en el interior. Otros se acercaron por sus propios medios, estiraron los brazos y ellas los ayudaron a subir. En pocos minutos, el bote estuvo repleto. Era mucho más pequeño que el
Blue Shark
y, de hecho, ya estaba demasiado lleno. Los sacaban a toda prisa, mientras Anawak seguía revisando la superficie del agua.

—¡Allí hay otro! —gritó Stringer.

Un cuerpo humano flotaba inmóvil en el agua, con el rostro hacia abajo; por la estatura era un hombre, de hombros y espalda anchos, y sin impermeable. Uno de los ecologistas.

—¡Rápido!

Anawak se inclinó sobre la borda, Stringer estaba a su lado. Cogieron al hombre por los brazos y lo levantaron.

Fue fácil.

Demasiado fácil.

La cabeza del hombre cayó hacia atrás y miraron unos ojos sin vida. Todavía mirando al muerto, Anawak se dio cuenta de por qué el cuerpo era tan ligero. Terminaba donde antes había estado la cintura. Faltaban la pelvis y las piernas. Del torso se bamboleaban goteando retazos de carne, arterias e intestinos.

Stringer jadeó y lo soltó. El muerto se fue hacia un lado, se escurrió de los dedos de Anawak y cayó de nuevo al agua.

A derecha e izquierda, las aletas de las orcas atravesaban el agua. Eran por lo menos diez, tal vez más. Un golpe sacudió la zodiac. Anawak saltó hacia el volante, aceleró y salió de allí. Ante él se arqueaban tres poderosos lomos desde las olas, y Anawak hizo una curva arriesgada. Los animales se sumergieron de nuevo. Otros dos vinieron por el otro lado en dirección al bote. Anawak volvió a hacer una curva; escuchó gritos y llantos. Él mismo tenía un miedo terrible que lo recorría como una corriente eléctrica y le provocaba náuseas; pero otra parte de él conducía impertérrita la zodiac en un disparatado eslalon, avanzando entre los cuerpos de color blanco y negro que no dejaban de intentar cortarles el camino.

Se oyó un estruendo a la derecha. En un movimiento reflejo, Anawak giró la cabeza y vio al
Lady Wexham
zarandearse e inclinarse en una nube de espuma.

Más adelante recordaría que fue esa mirada, ese único momento de distracción, lo que selló la suerte de todos ellos. Sabía que no debió haber mirado hacia el barco grande, y posiblemente se habrían salvado. Seguramente habría visto el lomo salpicado de gris y la ballena que se sumergía, la cola levantándose del agua, directamente en su misma dirección.

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