El rapto de la Bella Durmiente (13 page)

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Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
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Bella deseó que acabara pronto.

Pero mientras continuaba echada, con la cara roja y temblando, él le separó aún más las piernas, y para su horror, también le apartó los labios del pubis con los dedos, como si fuera a examinarla.

—Oh, por favor —susurró ella y giró la cara de un lado a otro con los ojos escocidos. — Vamos, Bella —la regañó cariñosamente—, nunca, jamás debéis suplicar nada a nadie, ni siquiera a vuestro leal y devoto criado. Debo inspeccionaros para comprobar si estáis escocida y, como pensaba, lo estáis. Vuestro príncipe ha sido bastante... fiel.

Bella se mordió el labio y cerró los ojos mientras él ensanchaba el orificio y empezaba a untarlo. Bella sintió que iba a romperse en dos, e incluso bajo el emplasto, aquella pequeña protuberancia de sensibilidad palpitaba por encima de la abertura que los dedos de León habían ensanchado. +Si lo toca, me moriré», pensó, pero él fue lo bastante cuidadoso para no hacerlo, aunque Bella sintió cómo sus dedos entraban en ella y masajeaban los labios de su vagina.

—Pobrecita esclava encantadora —le susurró con ternura—. Ahora, incorporaos. Si fuera por mí, os dejaría descansar. Pero lord Gregory quiere que veáis la sala de adiestramiento y la de castigos. Os arreglaré el pelo rápidamente.

Cepilló el cabello de Bella y lo peinó formando rodetes en la nuca mientras ella permanecía sentada, todavía temblando, con las rodillas levantadas y la cabeza reclinada.

LA SALA DE ADIESTRAMIENTO

Bella no estaba segura de si odiaba a lord Gregory. Quizás había algo consolador en su porte autoritario. La princesa se preguntaba cómo podría ser su vida allí sin alguien que la dirigiera de un modo tan absoluto, y sin embargo, él sólo parecía estar obsesionado con su obligaciones.

En cuanto la apartó de las manos de León, lord Gregory le propinó palazos antes de ordenarle que se pusiera de rodillas y que lo siguiera.

Tenía que mantenerse junto al tacón de su bota derecha y observar todo lo que estuviera a su alrededor.

—Pero nunca debéis mirar a las caras de vuestros amos y amas, nunca intenteréis encontrar su vista y de vos no saldrá ningún sonido—indio, salvo cuando me respondáis.

—Sí, lord Gregory —susurró. El suelo que se extendía bajo ella estaba muy bien barrido y pulimentado, pero de todos modos le dañaba las rodillas ya que era de piedra. No obstante, Bella se apresuró a seguirlo, pasando junto a las demás camas ocupadas por esclavos que recibían cuidados, y a los baños en los que dos jóvenes eran lavados, igual que lo habían hecho con ella; los ojos de ambos destellaron al mirarla con cierta curiosidad cuando Bella se arriesgó a echarles una rápida ojeada.

«Hermosos», se dijo.

Pero cuando una joven de sorprendente belleza se cruzó en su camino guiada por un paje, Bella sintió un intenso ataque de celos. Era una mucha cha con una melena de pelo plateado mucho más espeso y rizado que el suyo, y estaba de rodillas, sus enormes y magníficos pechos colgaban mostrando perfectamente unos grandes pezones rosados. El paje que la conducía con la pala parecía entretenerse mucho con ella, se reía de cada uno de sus grititos, la obligaba a moverse más deprisa con la fuerza de sus golpes y se burlaba dándole órdenes alegremente.

Lord Gregory se detuvo como si él también disfrutara de la visión de esta muchacha mientras la alzaban y la introducían al baño y te separaban las piernas como habían hecho con Bella. Ésta no pudo evitar fijarse otra vez en sus pechos y en el gran tamaño de los pezones. Sus amplias caderas eran grandes para el tamaño de la muchacha, y ante el asombro de Bella, la muchacha no estaba realmente llorando cuando la introducían en el agua. Sus gemidos eran más bien quejas mientras la seguían zurrando con la pala.

Lord Gregory mostró su aprobación:

—Preciosa —dijo para que Bella pudiera oírle—. Hace tres meses era tan salvaje e indomable como una ninfa del bosque, pero la transformación es verdaderamente exquisita.

Lord Gregory giró bruscamente a su izquierda y, puesto que Bella no se dio cuenta a tiempo, recibió un sonoro azote, al que siguió otro.

—Veamos, Bella—dijo lord Gregory, mientras atravesaban una puerta que daba a una larga habitación—, ¿os intriga saber cómo se prepara a otros para que muestren la pasión que vos exhibís con tal desenfreno?

Bella sabía que sus mejillas estaban encendidas. No podía resignarse a responder.

La estancia estaba débilmente iluminada por un fuego situado no muy lejos, pero sus puertas estaban abiertas al jardín. Aquí Bella vio a muchos cautivos colocados sobre mesas, en la misma posición en la que ella había estado en el gran salón, cada uno de ellos con un paje de servicio. Éstos trabajaban diligentemente sin tener en cuenta los gritos o estremecimientos procedentes de las otras mesas.

Varios jóvenes estaban arrodillados con las manos amarradas a sus espaldas. Los azotaban regularmente al tiempo que les daban placer a sus miembros erectos. En una de las mesas un paje frotaba suavemente un pene congestionado mientras trabajaba con la pala. En otra, dos pajes asistían despiadadamente al mismo príncipe.

Bella comprendió lo que estaba pasando, aun cuando lord Gregory no se lo explicara. Vio la confusión y el padecimiento de los jóvenes príncipes, sus rostros que se debatían entre el esfuerzo y el abandono. El más próximo a ella estaba a cuatro patas, su sexo tieso era martirizado lentamente,

pero en cuanto empezaron los azotes, se quedó fláccido. Como consecuencia, las zurras cesaron y las manos se ocuparon de nuevo de endurecerlo.

A lo largo de las paredes había otros príncipes con las extremidades extendidas, sus muñecas y tobillos ligados a los ladrillos mientras sus órganos aprendían a obedecer con caricias, besos y succiones.

«Oh, es peor para ellos, mucho peor», pensó Bella, aunque sus ojos y su mente se quedaron prendados de sus exquisitas dotes. La princesa miraba las nalgas redondeadas de los que permanecían arrodillados a la fuerza; le encantaron los pechos pulidos, la musculatura delgada de sus extremidades y, sobre todo, quizá, la nobleza con la que soportaban el sufrimiento en sus hermosos rostros. Pensó de nuevo en el príncipe Alexi y deseó comérselo a besos. Quería besarle los párpados y los pezones del pecho; quería relamer su miembro.

Entonces vio a un joven príncipe al que ponían a cuatro patas para que chupara el pene de otro. Mientras ejecutaba el acto con gran entusiasmo, era azotado a su vez por un paje, que parecía, como todos los demás, deleitarse en aquel tormento. Los ojos del príncipe estaban cerrados, se embebía del sexo poderoso de su compañero acariciándolo con sus labios; sus propias nalgas se encogían con cada lametazo y, cuando el pobre príncipe parecía a punto de culminar su pasión, el que chupaba era obligado por el paje a retirarse, que se llevaba a su obediente esclavo hasta otro pene erecto.

—Aquí, como podéis ver, se les enseñan hábitos a los jóvenes príncipes esclavos —dijo lord Gregory—, aprenden a estar siempre preparados para sus amos y amas. Una lección difícil de aprender y de la que vos, en términos generales, estáis exenta. No es que no se os exija esa prontitud, sino que a vos se os exime de tener que hacer tal exhibición de ella.

Lord Gregory la encaminó para que se acercara a las esclavas a las que se estimulaba de un modo diferente. Aquí Bella vio a una hermosa princesa pelirroja con las piernas separadas, sostenidas por dos pajes que efectuaban un masaje con las manos en el pequeño nódulo situado entre sus piernas. Sus caderas subían y bajaban, y evidentemente era incapaz de controlar su propio movimiento. Suplicaba para que no la molestaran más, y justo cuando su rostro se había enrojecido del modo más terrible y daba la impresión de que no podía

controlarse más, la abandonaron, manteniendo sus piernas separadas para que gimiera miserablemente.

Otra muchacha de gran hermosura era azotada mientras un paje movía la mano izquierda entre sus piernas para estimularla.

Para horror de Bella, varias de las esclavas estaban de cara a la pared, montadas sobre falos con los que se estimulaban contorsionándose salvaje

mente mientras los pajes que se ocupaban de ellas les propinaban palazos despiadados.

—Podréis ver que cada esclavo recibe una enseñanza individualizada. Esta princesa tiene que estimularse a sí misma sobre el falo hasta que logre su completa satisfacción. Sólo entonces cesarán los azotes, no importa lo irritada que esté. Pronto aprenderá a asociar la pala y el placer como una misma cosa, y sólo así podrá alcanzar el placer a pesar de la pala. O cuando se le ordene, diría yo. Por supuesto que ocasionalmente sus señores o amas les permitirán obtener tal satisfacción.

Bella miró fijamente la fila de cuerpos que forcejeaban. Las muchachas tenían las manos atadas por encima de sus cabezas y los pies por debajo. Disponían de poco espacio para moverse sobre los falos de cuero. Se retorcían, intentaban ondularse lo mejor que podían, mientras inevitables lágrimas corrían por sus rostros. Bella sintió lástima de ellas, aunque deseó vehementemente cabalgar sobre el falo. Sabía que a ella no le hubiera llevado mucho tiempo complacer al paje que la azotaba, aunque se avergonzaba de pensarlo. Mientras miraba a la princesa que estaba más cerca, una muchacha con bucles rojizos, vio cómo ésta lograba finalmente su propósito, con la cara teñida de rojo y todo su cuerpo abandonado en un temblor violento. El paje la azotó con toda su fuerza. Finalmente se relajó, aunque estaba demasiado fatigada para sentir vergüenza; el paje le dio una suave palmada de aprobación y la dejó.

Allí donde Bella miraba, veía algún tipo de adiestramiento.

Más cerca, una muchacha con las manos enlazadas por encima de la cabeza aprendía a permanecer inmóvil de rodillas mientras le acariciaban las partes íntimas, sin bajar las manos para taparse.

A otra la obligaban a llevar sus pechos hasta la boca del paje que se los lamía, y a sostenérselos mientras otro paje la examinaba. Lecciones de control, de dolor y placer.

Las voces de los pajes eran severas en algunos casos, otras eran tiernas,. mientras los monótonos vapuleos de las palas resonaban por todas partes.

También había muchachas con los miembros extendidos que, de tanto en tanto, eran atormentadas para despertarlas y enseñarles lo que podían sentir, si es que todavía no lo sabían.

—Pero para nuestra pequeña Bella estas lecciones no son necesarias —dijo lord Gregory—. Es una alumna consumada que no necesita aprendizaje. Quizá debiera ver la sala de castigos y comprobar cómo se fustiga a los esclavos desobedientes utilizando ese mismo placer que aquí han aprendido a experimentar.

LA SALA DE CASTIGOS

Frente a la puerta de la nueva sala, lord Gregory hizo una indicación a uno de los atareados pajes.

—Traed aquí a la princesa Lizetta —dijo alzando ligeramente la voz—. Sentaos sobre los talones, Bella, con las manos en la nuca y observad, sacad algún provecho de todo esto.

Al parecer, la desgraciada princesa Lizetta acababa de llegar. Bella advirtió al instante que estaba amordazada aunque de un modo bastante simple. Llevaba en la boca un pequeño cilindro forrado de cuero, con forma de hueso para perros, que le habían colocado a la fuerza entre los dientes en la parte interior, como si fuera una embocadura. Aunque hubiera querido hacerlo caer con la lengua, daba la impresión de que no hubiera podido.

La princesa Lizetta lloraba y pataleaba furiosa, y el paje que le sujetaba las manos a la espalda hizo un gesto para que otro paje la cogiera por la cintura y la llevara hasta lord Gregory.

La colocaron de rodillas justo delante de Bella, su pelo negro por delante de la cara y sus pechos morenos cimbreantes.

—Tiene mal genio, milord —dijo el paje con aire bastante hastiado—, tenía que ser la presa de la caza en el laberinto y se negó a divertir a los nobles y damas; la terca necedad de siempre.

La princesa Lizetta se echó el pelo negro a la espalda con un movimiento brusco de la cabeza y a pesar de la mordaza soltó un gruñido de desprecio que asombró a Bella.

—Y descaro, también —dijo lord Gregory. Estiró la mano y le alzó la barbilla. Cuando levantó la mirada hacia el lord, sus ojos oscuros mostraron toda su furia. Volvió la cabeza tan repentinamente que en un instante se libró de él.

El paje le propinó varios fuertes azotes pero ella no dio muestras de arrepentimiento. De hecho, sus pequeñas nalgas parecían duras.

—Dobladla para el castigo —dijo lord Gregory—. Creo que es la hora de presenciar un verdadero tormento.

La princesa Lizetta soltó varios gemidos agudos. Parecían expresiones de rabia y también de protesta. Daba la impresión de que no contaba con esto y, mientras la llevaban por delante de Bella y lord Gregory hasta el interior de la sala de castigos, los pajes le colocaron unos grilletes de cuero en las muñecas y en los tobillos, cada uno de los cuales llevaba un pesado gancho de metal incrustado.

Luego la alzaron, entre forcejeos, hasta colgarla de una gran viga no muy alta que cruzaba toda la sala. Las muñecas pendían de un gancho que colgaba por encima de la cabeza, e izaron sus piernas directamente por delante de ella, de modo que los tobillos se sujetaban también al mismo gancho. De hecho, se quedó doblada en dos, con las piernas y los brazos hacia arriba. A continuación colocaron a la fuerza su cabeza entre las pantorrillas, de manera que Bella podía ver claramente su cara, y ataron una correa de cuero a su alrededor, que apretaba firmemente sus piernas contra el torso.

Pero, para Bella, el aspecto más cruel y terrorífico de aquella postura era que mostraba por completo las partes íntimas de la princesa, ya que estaba colgada de forma que su sexo era visible por entero para todo el mundo: los labios rosados y el vello oscuro, incluso el pequeño orificio marrón entre las nalgas. Todo esto sucedía justo encima del rostro escarlata de Bella, que no podía imaginarse una exhibición peor y tuvo que bajar la mirada tímidamente. De vez en cuando echaba un vistazo a la muchacha cuyo cuerpo suspendido se movía lentamente como si lo agitara una corriente de aire, haciendo crujir los eslabones de cuero de las muñecas y los tobillos.

Pero la muchacha no estaba sola. Bella se percató de que a tan sólo unos pocos metros de distancia otros cuerpos, también doblados e indefensos, colgaban de la misma viga.

La cara de la princesa Lizetta seguía colorada de rabia, pero en cierto modo se había tranquilizado; en aquel instante intentaba volverse para esconder su expresión contra la pierna, pero el paje más próximo a ella le ajustó la cara hacia delante.

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