El rapto de la Bella Durmiente (17 page)

Read El rapto de la Bella Durmiente Online

Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
3.82Mb size Format: txt, pdf, ePub

León le dividió la melena y empezó a trenzar su cabello. Bella sintió el aire en el cuello, una sensación que le pareció odiosa. León había empezado a trenzar el pelo en lo alto de la cabeza, lo que la haría parecer más aniñada incluso que lady Juliana. A ambos lados de su cabellera le trenzaba una larga tirilla de cuero negro y en los extremos anudaba una pequeña campanilla de cobre. Cuando León las soltó, ambas trenzas cayeron pesadamente sobre los pechos de Bella, dejando su cuello y su cara al descubierto.

—Fascinante, fascinante —reflexionó León con su habitual aire de satisfacción—. Ahora, vuestras botas.

Le introdujo los pies suavemente en un par de altas botas de cuero negro. Le dijo que permaneciera de pie con las botas puestas mientras él se inclinaba para anudar los cordones sobre la rodilla. A continuación el criado alisó el cuero de la zona de los tobillos dejándolo pegado como un guante.

Hasta que Bella no levantó el pie no se dio cuenta de que cada bota lleva adherida una herradura al talón y a la punta. Los remates eran fuertes y resistentes para que nada pudiera dañar las punteras.

—Pero ¿qué sucede, qué es el sendero para caballos? —preguntó Bella con gran nerviosismo.

—¡Chsss!... —exclamó León, pellizcándole y pinchándole los pechos para darles «algo de color», según dijo él.

Luego le embadurnó los párpados y las pestañas con aceite, y extendió un poco de carmín por los labios y en los pezones. Bella retrocedió instintivamente pero los movimientos de León eran rápidos y seguros, apenas la tenían en cuenta.

Sin embargo, lo que más preocupaba a Bella era que sentía su cuerpo destemplado y vulnerable. Notaba el forro de cuero pegado a sus pantorrillas, y el resto de ella se sentía peor que desnuda. Esto todavía era más terrible que cualquiera de los pequeños adornos.

—¿Qué es lo que va a suceder? —preguntó otra vez. Pero León la había obligado a inclinarse sobre el extremo de la mesa y en aquel momento untaba sus nalgas con movimientos vigorosos.

—Están bien curadas —dijo—. Anoche, el príncipe debió adivinar que correríais hoy y decidió perdonaron.

Bella sintió los fuertes dedos de León que se empleaban a fondo en su carne y un indefinido terror la invadió. Así que iban a azotarla... pero eso siempre lo hacían. Sólo que, ¿lo harían en presencia de mucha gente?

Cada azote humillante recibido ante la mirada de otros le había supuesto a Bella un enorme sacrificio, aunque ahora sabía que podría soportar tantos golpes como fuera preciso si venían del príncipe.

Realmente no había recibido una zurra fuerte de verdad para complacer a otros desde la que sufrió en la fonda del camino, cuando la hija del mesonero la azotó para diversión de los soldados y de los lugareños que miraban por las ventanas. «Pero llegará», pensó. La idea de que la corte la observara como si se tratara de un ritual hizo que sintiera una gran curiosidad, que al cabo de un instante dio paso al pánico.

—Milord, por favor, explicadme...

Entre el gentío que la rodeaba, vio a más muchachas que también llevaban el cabello trenzado y sus botas puestas. Así que no estaba sola. Además había príncipes, a los que asimismo les estaban calzando las botas.

Por toda la estancia se movía un grupo de jóvenes príncipes apoyados a cuatro patas que se encargaban de abrillantar el calzado todo lo rápido que

podían, con las nalgas en carne viva y un pequeño cordón de cuero alrededor del cuello que llevaba sujeto un letrero que Bella no alcanzó a leer.

Mientras León la obligaba a ponerse en pie y daba unos toques finales a los labios y las pestañas, uno de estos príncipes empezó a sacar brillo a sus botas sin dejar de lloriquear. Sus nalgas no podían estar más rojas, y Bella vio que el letrero que colgaba del cuello rezaba: Estoy en desgracia» en letras pequeñas.

Un paje se acercó y propinó al príncipe un sonoro y fuerte golpe con un cinturón para que se diera prisa en atender a otra persona.

Sin embargo, Bella no tuvo tiempo para prestarles atención. León ya le había sujetado las detestables campanitas de cobre en los pezones.

La princesa se estremeció casi instintivamente pero estaban firmemente adheridas. León le dijo que doblara los brazos y que los estrechara correctamente contra la espalda.

—Y ahora, adelante, sólo tenéis que doblar ligeramente las rodillas y marchar, levantando bien alto las rodillas—le dijo.

Bella se puso en movimiento, torpemente, reacia a obedecer, pero luego vio por todas partes princesas que marchaban casi animadamente, con sus pechos vibrando graciosamente a medida que salían al pasillo.

La princesa se dio prisa. Era difícil levantar las pesadas botas con cierto decoro, pero no tardó en coger el ritmo junto a León, que caminaba a su lado.

—Ahora, querida —dijo—, he de deciros que la primera vez siempre resulta difícil. La noche de fiesta provoca miedos. Yo había pensado que os asignarían alguna labor más sencilla para ser la primera vez, pero la reina ha ordenado especialmente que participéis en el sendero para caballos, y lady juliana será la encargada de guiaros.

—Ah, pero qué...

—¡Chsss!, o tendré que amordazaros, y eso disgustaría mucho a la reina, además de afear terriblemente vuestra boca.

Bella y todas las muchachas habían llegado a una gran habitación desde la que a través de pequeñas ventanas repartidas a lo largo de una pared, Bella pudo ver el jardín.

Varias antorchas colgadas de los árboles oscuros, ardían con un fulgor irregular sobre las ramas frondosas que se extendían sobre ellas. Justo al lado de estas ventanas se formó la hilera de muchachas, lo que permitió a Bella observar un poco más lo que había allí debajo.

Se oía un enorme clamor, como si una gran multitud estuviera conversando y riéndose. Luego, para su asombro, Bella vio que numerosos esclavos estaban distribuidos por todo el jardín, colocados en diversas posiciones para sufrir distintos tormentos.

Sobre altas estacas repartidas aquí y allá habían atado con correas a príncipes y princesas retorcidos en penosas posturas, los tobillos ligados

a las estacas y los hombros doblados en lo alto de éstas. Parecían meros ornamentos a la luz de las antorchas, que hacían relucir sus miembros torcidos, el cabello de las princesas a merced del viento. Seguramente, lo único que podrían ver sería el cielo por encima de ellos, mientras todo el mundo contemplaba sus miserables torsiones.

Debajo de ellos había nobles y damas por doquier. La luz caía sobre un largo manto bordado, más allá iluminaba un sombrero puntiagudo con un velo que colgaba diáfanamente. Había cientos de personas en el jardín. Las mesas estaban un poco apartadas, colocadas entre los árboles, dispuestas por todas partes hasta donde la vista de Bella alcanzaba.

Esclavos y esclavas hermosamente engalanados se movían en todas direcciones llevando jarras en las manos. Ellas lucían pequeñas cadenas de oro sujetas a los pechos, los príncipes anillos de oro que adornaban los órganos erectos. Unos y otros se apresuraban a llenar las copas, pasaban las bandejas de comida y, al igual que en el gran salón, aquí también había música.

Entre la hilera de muchachas que había delante de Bella crecía la inquietud. La princesa oía llorar a una mientras el criado intentaba consolarla, pero la mayoría se comportaban obedientemente. Aquí y allá un criado frotaba más ungüento sobre unas nalgas rollizas o susurraba palabras de aliento a la oreja de una princesa. Bella se mostraba cada vez más aprensiva.

No quería mirar al patio, de tanto como le asustaba, pero no podía evitarlo. Cada vez descubría algún nuevo horror. A la izquierda había un gran muro decorado con esclavos cuyas extremidades eran estiradas, y sobre una gran carreta para servir descubrió varios esclavos sujetos a las ruedas gigantes, que rodaban cabeza abajo una y otra vez a medida que la carreta avanzaba.

—Pero ¿qué nos va a suceder?—susurró Bella. La muchacha que estaba delante de ella en la hilera, la que no podía ser acallada, en aquel instante colgaba de los tobillos, boca abajo, sostenida por un fuerte paje que la castigaba con presteza. Bella se quedó boquiabierta al ver que la azotaban, con sus trenzas caídas por el suelo.

—Chsss, es mejor para ella—dijo León—. Purgará su miedo y la agotará un poco. Así estará mucho más suelta en el sendero para caballos. —Pero, decidme...

—Tranquilizaos. Primero veréis a los demás y de este modo comprenderéis. Cuando llegue vuestro turno, yo os instruiré. Recordad que se trata de una noche especial, de una gran festividad. Pero la reina estará observando, y el príncipe se enfurecerá si lo defraudáis.

Los ojos de Bella volvieron al jardín. La gran carreta con comida humeante había avanzado, y le permitió ver por primera vez las fuentes situadas a lo lejos. Allí también había esclavos atados, con los brazos enlazados entre sí, hundidos de rodillas en el agua alrededor del pilar central cuyo chorro centelleante se derramaba sobre ellos. Sus cuerpos relucían bajo el agua.

El criado que permanecía junto a la muchacha que estaba delante de Bella se rió entre dientes y dijo que sabía de alguien que se sentiría muy desdichado por perderse la noche de fiesta, pero que ella misma se lo había buscado.

—Desde luego que sí —asintió León cuando el criado se volvió y le dirigió una mirada—. Hablan de la princesa Lizetta —le explicó a Bella—, que sigue en la sala de castigos y que, sin duda, estará maldiciéndose por no poder asistir a toda esta excitación.

¡Perderse la excitación! Sin embargo, pese al temor que la dominaba, Bella asintió con un gesto, como si lo que oía fuera perfectamente natural. Se tranquilizó y pudo oír su propio corazón y sentir su cuerpo como si dispusiera de tiempo ilimitado para conocerlo. Notó el forro de las botas de cuero, el golpecito de las herraduras al chocar contra las piedras, el aire en su cuello y en su vientre. «Sí, esto es lo que soy, así que yo tampoco debería desear perdérmelo. Pero aun así, mi alma se rebela; ¿por qué me rebelo?», se preguntó.

—Oh, cómo desprecio a ese miserable lord Gerhardt, ¿por qué tiene que ser él quien me guíe? —Preguntó en voz baja la muchacha que se encontraba ante ella. El criado le contestó con algún comentario que la hizo reír—. Pero es tan lento —replicó—, saborea cada momento. ¡Y a mí lo que me gusta es correr! —El criado se rió de ella, que continuó—: ¿Y qué es lo que consigo?, los azotes más mezquinos. Soportaría los azotes si al menos pudiera apartarme y correr..

—¡Lo queréis todo! —dijo el criado.

—¿Y qué es lo que vos queréis? ¡No me digáis que no os gusta verme cubierta de moratones y casi llena de ampollas!

El mozo volvió a reír. Era jovial, de complexión pequeña, mantenía las manos entrelazadas a la espalda, y el cabello castaño le caía ligeramente sobre los ojos.

—Querida mía, lo amo todo en vos —respondió—, igual que lord Gerhardt. Ahora decid algo para animar a la pequeña mascota de León. ¡Está tan asustada!

La muchacha se giró y Bella vio su rostro impertinente, sus ojos que se volvían oblicuos en los extremos, un poco como los de la reina, aunque eran más pequeños y carecían de crueldad. Sus pequeños labios rojos dibujaron una amplia sonrisa: —No os asustéis, Bella — dijo—, aunque no necesitáis ningún consuelo de mí. Vos tenéis al príncipe, yo sólo tengo a lord Gerhardt.

Una gran risotada recorrió el jardín. La música sonaba muy fuerte. Los músicos rasgaban laúdes y mandolinas, pero Bella pudo oír con bastante claridad el estruendo de los cascos de caballos que se aproximaban. Un jinete pasó lanzado por delante de las ventanas, con la capa volando tras él y su caballo engalanado con bridas de plata y oro que formaban un rayo de luz mientras avanzaba a toda velocidad.

—Oh, por fin, por fin—dijo la muchacha que estaba delante de Bella. Llegaron más jinetes y formaron una hilera a lo largo del muro, que casi bloqueó la vista del jardín. Bella no podía soportar mirarlos, pero lo hizo y vio que se trataba de

damas y nobles de espléndido aspecto, cada uno con las riendas del caballo sujetas con su mano izquierda y una larga pala negra rectangular en la derecha.

—Vamos, a la otra sala—dijo lord Gregory, y los esclavos que habían esperado en la larga fila fueron conducidos a la siguiente estancia en donde permanecieron de pie mirando directamente hacia la puerta arqueada que daba al jardín. Bella descubrió entonces que la fila de esclavos la encabezaba un príncipe; también vio al lord montado a caballo que estaba preparado, mientras su corcel escarbaba la tierra ante el pasaje abovedado.

León desplazó un poco a Bella a un lado:

—Así podréis ver mejor—dijo.

El príncipe enlazaba sus manos detrás del cuello y avanzaba unos pasos.

Sonó una trompeta que cogió desprevenida a Bella y le hizo soltar un grito ahogado. Se oyó una exclamación procedente de la multitud que se encontraba detrás del pasaje. El joven esclavo fue obligado a salir para recibir de inmediato el saludo de la pala de cuero negro del lord que iba a caballo y al instante el esclavo se puso a correr. El lord montaba justo a su costado, mientras el sonido de la pala sonaba fuerte y nítido, así como el rumor de la multitud que parecía elevarse y entremezclarse con murmullos de risas.

Bella se asustó al ver que las dos figuras desaparecían juntas por el sendero. «No puedo hacerlo, no puedo —pensó—. No pueden obligarme a correr. Me caeré. Caeré al suelo y me protegeré. Ya era bastante horrible estar atada, amarrada delante de tanta gente, pero esto es imposible... , se decía la princesa.

Otro jinete estaba ya colocado a la espera, y de repente una joven princesa fue obligada a salir. La pala acertó en el blanco, la princesa profirió un gritito e inmediatamente inició su carrera desesperada a lo largo del sendero para caballos, con un jinete a caballo que la perseguía y la azotaba con fiereza.

Antes de que Bella pudiera apartar la vista otro esclavo se había puesto en marcha. Su vista se enturbió al descubrir a lo lejos una línea confusa de antorchas que señalaba el sendero y que parecía continuar a través de los árboles, más allá de una panorámica interminable de nobles y damas en plena celebración.

—Bien, Bella, ya veis lo que se requiere de vos. No lloréis. Si lloráis será más duro. Debéis concentrar vuestra mente en correr rápido, manteniendo las manos detrás del cuello. Aquí, colocadlas ahora. Debéis levantar bien altas las rodillas e intentar no retorceros para escapar de la pala. Os alcanzará, hagáis lo que hagáis, pero os advierto, no importa cuántas

Other books

Ransom by Terri Reed
This Too Shall Pass by S. J. Finn
Urban Gothic by Keene, Brian
The Savage Boy by Nick Cole
It Takes a Scandal by Caroline Linden
Fade to Black by Alex Flinn