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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (64 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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No obstante, la pareja conservó una de las costumbres de los Que-shu; los regalos que intercambiarían no debían ser comprados sino confeccionados por el ser amado. Los presentes serían entregados tras la pronunciación de los votos.

Cuando los rayos de sol descendían en el cielo, Elistan se situó sobre una pequeña colina y la gente se reunió en silencio al pie del altozano. Por un lado aparecieron Tika y Laurana portando antorchas. Tras ellas caminaba Goldmoon, hija de Chieftain. El cabello caía sobre sus hombros, como siempre, en forma de hebras fundidas de oro y plata. Llevaba la cabeza coronada con hojas de otoño y vestía la sencilla y orlada túnica de piel de gamo que había llevado a lo largo de toda la aventura. En su cuello relucía el medallón de Mishakal. Había envuelto su regalo en una tela tan fina como una telaraña, ya que su amado debía ser el primero en verlo.

Tika caminaba solemnemente delante de ella, con el corazón rebosante de sueños. Empezaba a creer que aquel gran misterio compartido entre hombre y mujer tal vez no fuese una experiencia tan terrorífica, tal vez fuese algo bello y dulce.

Laurana, a su lado, alzaba su antorcha en alto, iniciando la marcha en la agonizante luz del día. Los asistentes, que murmuraban impresionados ante la belleza de Goldmoon, guardaban silencio a su paso. Goldmoon era humana y su belleza era la belleza de los árboles, de las montañas y de los cielos. En cambio la belleza de Laurana era elfa, una belleza misteriosa, de otro mundo.

Ambas mujeres acompañaron a la novia ante Elistan luego se volvieron, dirigiendo su mirada hacia el otro lado, en espera del novio.

Una llamarada de antorchas iluminaba el camino de Riverwind. Encabezaban la marcha Tanis y Sturm, con expresión afable y pensativa en sus solemnes rostros. Riverwind caminaba tras ellos con su habitual expresión de seriedad. No obstante, una alegría radiante, más brillante aún que la luz de las antorchas, iluminaba su mirada. Su oscuro cabello estaba coronado también con hojas de otoño y llevaba su regalo envuelto en uno de los pañuelos de Tasslehoff. Tras él caminaban Flint y el kender. Caramon cerraba la comitiva junto a Raistlin, quien en lugar de antorcha, llevaba encendido el cristal de su Bastón de Mago.

Los hombres acompañaron al novio hasta Elistan y se reunieron con las mujeres. Caramon se situó al lado Tika. La muchacha, alargó tímidamente su mano hasta tocar la de Caramon. Sonriéndole dulcemente, el guerrero estrechó en su manaza la pequeña mano de Tika.

Al mirar a Riverwind y a Goldmoon, Elistan recordó terribles avatares y peligros que habían pasado, la dureza de sus vidas. ¿Les depararía el futuro algo diferente? durante unos instantes se sintió conmovido y no pudo pronunciar palabra. Al ver la emoción de Elistan y comprendiendo su congoja, la pareja de las llanuras le miró tranquilizadoramente. Elistan se les acercó, susurrándoles unas palabras que sólo ellos pudieron oír.

—Vuestro amor y vuestra fe han sido los que han devuelto al mundo la esperanza. Ambos habéis estado dispuestos a sacrificar vuestras vidas por esta promesa de esperanza, y os habéis salvado la vida el uno al otro. Aún brilla el sol, pero su luz ya está palideciendo y se acerca la noche. Igualmente, vosotros deberéis caminar aún en la oscuridad antes de que el sol luzca de nuevo, pero vuestro amor será como una antorcha que ilumine el camino.

Tras pronunciar estas palabras, Elistan dio un paso atrás y comenzó a hablar a todos los reunidos. Al principio su voz se quebraba, pero fue haciéndose más firme a medida que iba sintiéndose invadido por la paz de los dioses, que le confirmaban así su bendición a la pareja.

—La mano izquierda es la mano del corazón —dijo, situando la mano izquierda de Goldmoon sobre la mano izquierda de Riverwind y cubriendo ambas manos con la suya.

—Unimos nuestras manos para que el amor que hay en los corazones de este hombre y de esta mujer pueda fundirse y crear algo aún más grande, como se unen dos riachuelos para formar un poderoso río. El río fluye por la tierra, ramificándose en afluentes, abriendo nuevos caminos, a pesar de encaminarse siempre hacia el mar eterno. Paladine, dios de los dioses, recibe el amor de esta pareja y bendícelo, otorgando paz a sus corazones aunque no la haya en esta asolada tierra.

En aquel silencio pleno de dicha, los esposos se abrazaban, los amigos se acercaban, los niños se arrimaban a sus padres en silencio. Los corazones impregnados de pesar quedaban reconfortados. Todos sentían paz.

Goldmoon miró a Riverwind a los ojos y comenzó a hablar pausadamente.

Hay guerras en el norte,

los dragones surcan los cielos de nuevo.

Son tiempos de sabiduría,

dicen sabios y sensatos.

Y en el corazón de la batalla,

llegó la hora de los valientes.

Ahora la mayoría de las cosas son más importantes

que la promesa de una mujer a un hombre.

Pero tú y yo, atravesando ardientes praderas,

caminando en la oscuridad de la tierra,

confirmamos a este mundo, a estas gentes,

los cielos que les dieran vida,

los vientos que nos despiertan,

este altar en el que estamos.

Y todo se hace más importante

tras la promesa de una mujer a un hombre.

Después habló Riverwind:

Ahora, en la entrada del invierno,

cuando cielo y tierra son grises,

aquí, en el corazón de la nieve durmiente,

es tiempo de decir sí

al germinante vallenwood

de los verdes campos.

Pues estas cosas son más importantes

que las promesas de un hombre a su prometida.

Por las promesas que mantenemos,

forjadas en la incipiente noche,

atestiguadas por la presencia de héroes

y la perspectiva de luz primaveral,

los niños verán lunas y estrellas

donde ahora cabalgan los dragones.

Y las cosas más humildes se hacen más importantes

tras las promesas de un hombre a su prometida.

Cuando acabaron de pronunciar los votos, intercambiaron los regalos. Goldmoon le tendió tímidamente su regalo a Riverwind. Era un anillo trenzado con su propio cabello, enmarcado entre dos aros de oro y plata tan finos como el mismo pelo. Goldmoon le había dado a Flint las joyas de su madre para que el enano las trabajase; las viejas manos del enano no habían perdido su destreza.

Entre las ruinas de Solace, Riverwind había encontrado una rama de vallenwood que no había resultado dañada por la llamarada del dragón. La había guardado y con ella había hecho su regalo; un anillo completamente liso. La madera pulida del vallenwood era de un intenso color oro, con rayas y espirales marrón pálido. Goldmoon, al tomarlo entre sus dedos y observarlo, recordó la primera vez que había visto los inmensos vallenwoods, la noche que llegaron a Solace, agotados y asustados, con la Vara de Cristal Azul. Se le escaparon unas lágrimas que enjugó con el pañuelo de Tasslehoff.

—Gran dios Paladine, bendice estos regalos, símbolo de amor y sacrificio —dijo Elistan.

—Cuida de que durante estos tiempos de profunda oscuridad, al contemplarlos, este hombre y esta mujer vean su duro camino aliviado por el amor. Loado y brillante dios, dios de humanos y de elfos, dios de kenders y de enanos, bendice a estos tus hijos. Que el amor que hoy siembran en sus corazones sea alimentado por sus almas y germine en un árbol de vida que proteja con su sombra a todos los que busquen refugio bajo sus frondosas ramas. Tras haber unido vuestras manos, haber intercambiado vuestros votos y regalos, tú, Riverwind, nieto de Wanderer, y tú, Goldmoon, hija de Chieftain, os convertís en un único ser, tanto en vuestro corazón como ante los dioses y ante los hombres.

Riverwind tomó el anillo de las manos de Goldmoon y se lo colocó en uno de sus finos dedos. Goldmoon tomó el anillo de Riverwind. Siguiendo la costumbre de los Que-shu, él se arrodilló ante ella, pero Goldmoon negó con la cabeza.

—Levántate, guerrero —dijo, sonriendo y llorando al mismo tiempo.

—¿Es una orden?

—Es la última orden de la hija de Chieftain.

—Riverwind se puso en pie. Goldmoon le colocó el dorado anillo en el dedo. Entonces Riverwind la tomó en sus brazos y la abrazó. Sus labios se encontraron, sus cuerpos se enlazaron y sus espíritus se fundieron en uno. Los presentes explotaron en un jubiloso clamor y cientos de antorchas llamearon. El sol se hundió tras las montañas, dejando el cielo bañado en un perlado tinte púrpura y rojo pálido, que pronto se disolvió en el zafiro de la noche.

Los esposos descendieron la colina a hombros de la alegre muchedumbre y comenzó la fiesta y la diversión. Sobre la hierba se habían colocado inmensas mesas, talladas en madera de los pinos del bosque. Los niños, libres de la solemnidad de la ceremonia, corrían y gritaban, jugando a matar dragones. Aquella noche la preocupación y el miedo no ocupaban sus mentes. Los hombres abrieron los grandes toneles de cerveza y vino que habían conseguido sacar de Pax Tharkas y comenzaron a beber a la salud de los nuevos esposos. Las mujeres trajeron bandejas con comida: carne de venado, frutas y verduras, que habían conseguido en el bosque.

—Salid de mi camino, dejadme lugar —gruñó Caramon sentándose a la mesa. Los compañeros, riendo, se movieron para hacerle sitio. Maritta y otras dos mujeres se adelantaron, situando ante el guerrero dos fuentes repletas de carne de venado.

—¡Comida de verdad! —suspiró Caramon.

—¡Eh! —exclamó Flint, pinchando de su plato un pedazo de chisporroteante carne.

—¿Vas a comerte esto?

Caramon, rápidamente y en silencio, vació sobre la cabeza del enano una jarra de cerveza.

Tanis y Sturm estaban sentados uno al lado del otro, charlando tranquilamente. De tanto en tanto, la mirada del semielfo se desviaba hacia Laurana. La muchacha, sentada en otra mesa, hablaba animadamente con Elistan. Tanis la encontraba bellísima esa noche, y muy diferente a la chiquilla enamorada que lo había seguido desde Qualinesti. Se dijo a sí mismo que le gustaba el cambio experimentado por la muchacha. Además, se sorprendió, de pronto, preguntándose de qué estarían hablando ella y Elistan con tanto interés.

Sturm le tocó el brazo. Tanis dio un respingo. Había perdido el hilo de la conversación. Enrojeciendo, se disponía a disculparse cuando vio una extraña expresión en el rostro del caballero.

—¿Qué ocurre? —dijo Tanis alertado, dispuesto a levantarse.

—Silencio, no te muevas —le ordenó Sturm.

—Simplemente mira hacia allá... allá, sentado a solas...

Tanis, asombrado, miró hacia donde Sturm señalaba y vio a un hombre solo, encorvado sobre la comida, comiendo distraídamente, como si no la saborease. Cada vez que alguien se acercaba, el hombre se tiraba hacia atrás, mirando a quienquiera que fuese nerviosamente, hasta que volvía a quedarse solo. De pronto, tal vez notando que Tanis lo observaba, levantó la cabeza y los miró directamente. El semielfo dio un respingo y soltó el cuchillo.

—¡Pero es imposible! —exclamó con voz entrecortada. —¡Le vimos morir con Eben! Es imposible que sobreviviese...

—Entonces no me he equivocado —dijo Sturm con seriedad.

—Tú también lo reconoces. Pensé que estaba volviéndome loco. Vayamos a hablar con él.

Pero al mirar de nuevo, el hombre ya se había ido. Le buscaron rápidamente entre la multitud, pero no pudieron encontrarlo.

Cuando Lunitari y Solinari se elevaron en el cielo, las parejas de esposos formaron un círculo alrededor de los recién casados y comenzaron a cantar canciones de boda. Las parejas de novios danzaban fuera del círculo mientras los niños brincaban y gritaban, alegres de estar en pie pasada su habitual hora de ir a dormir. Las fogatas ardían intensamente, las voces y la música llenaban la atmósfera, las lunas iban ascendiendo, iluminando el cielo. Los ojos de Goldmoon y de Riverwind brillaban más intensamente que las lunas o que el ardiente fuego.

Tanis se quedó fuera del círculo, observando a sus amigos. Laurana y Gilthanas bailaron una antigua danza elfa de gran belleza y entonaron un himno a la felicidad. Sturm y Elistan hablaban de sus planes de viajar hacia el sur para buscar la legendaria ciudad portuaria de Tarsis la Bella, donde esperaban poder encontrar barcos en los que llevarse a los refugiados lejos de aquellas tierras en guerra. Tika, harta de ver a Caramon comer y comer, comenzó a incomodar a Flint hasta conseguir que el enano, finalmente, accediese a bailar con ella.

¿Dónde estará Raistlin? pensó Tanis. El semielfo recordó haberlo visto en el banquete. El mago había comido poco, bebiéndose luego su poción de hierbas. Le había parecido extrañamente pálido y callado. Tanis decidió buscarlo. Esa noche, la compañía del chocante y cínico mago le parecía más apropiada que la música y las risas.

Tanis vagó en la oscuridad, tenuemente iluminada por la luz de las lunas. Encontró a Raistlin sentando sobre el tocón de un viejo árbol, cuyos calcinados restos yacían esparcidos por el suelo. El semielfo tomó asiento junto al silencioso mago.

Una pequeña sombra se deslizó entre los árboles que había tras ellos. ¡Tasslehoff descubriría al fin de qué hablaban ese par!

Los extraños ojos de Raistlin observaban fijamente las tierras del sur, que se vislumbraban a través de un hueco entre las altas montañas. El viento seguía soplando de aquella dirección, pero estaba comenzando a cambiar de rumbo. La temperatura estaba bajando y Tanis notó que el frágil mago temblaba. El semielfo lo miró, sobresaltándose al ver el inmenso parecido de Raistlin con su hermanastra Kitiara. Fue una visión fugaz que desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido, pero que hizo que Tanis recordara a la muchacha, aumentando su sensación de intranquilidad. Sus manos juguetearon nerviosas con un pedazo de la corteza del árbol.

—¿Qué ves en el sur? —preguntó de repente.

Raistlin lo miró.

—¿Qué es lo que siempre veo con mis ojos, Tanis? —susurró el mago con amargura.

—Veo muerte, muerte y destrucción. Veo guerra... Las constelaciones no han regresado. La Reina de la Oscuridad no está vencida.

—Puede que no hayamos ganado la guerra, pero desde luego hemos ganado una importante batalla...

Raistlin tosió y movió la cabeza apesadumbrado.

—¿No crees que hay esperanza? .

—La esperanza es una negación de la realidad. Es la zanahoria que se agita ante el caballo de tiro para que siga avanzando, luchando en vano por alcanzarla.

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