El secreto del Nilo (121 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

BOOK: El secreto del Nilo
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El origen de esta reina ha sido motivo de apasionadas discusiones entre los egiptólogos. Durante años muchos fueron los que aseguraron que Nefertiti era natural de un país extranjero, probablemente Mitanni, y algunos incluso la llegaron a identificar como Tadukhepa, princesa que llegó a casarse con dos faraones. Esta teoría carece hoy en día de fundamento, aunque en verdad poco se conozca acerca de los primeros años de la hermosa reina. Se sabe con certeza que Nefertiti se crio en el seno de la familia de Ay, ya que la esposa de este, Ty, es tenida como su nodriza. Puede que la hermosa 2reina naciese de alguna unión anterior de Ay que desconocemos, puesto que este se vanaglorió del título de Padre del Dios durante el reinado de Akhenatón. Dicho nombramiento siempre ha sido asimilado al de suegro del faraón, y existen poderosas razones para pensar que Nefertiti pertenecía a la familia real.

La posibilidad de que la futura reina fuera hija de Amenhotep III, como algunos han defendido, no se sustenta, pues entre los muchos títulos que llegó a poseer esta no figura el de Hija del Rey, que sin duda hubiera proclamado de haberlo tenido, como hiciesen el resto de princesas reales. Sin embargo, la idea de que fuera familia de Tiyi cobra fuerza; sobre todo porque la Gran Esposa Real nunca hubiese permitido a una advenediza el desposarse con su augusto hijo, y mucho menos en el caso de que fuese extranjera. Como sobrina de la vieja reina, la sangre de la gran Amosis Nefertari correría por las venas de Nefertiti, y esto representaría una indudable garantía para Tiyi a la hora de otorgar su beneplácito al enlace con el príncipe Amenhotep, futuro faraón de Egipto. La pureza de su linaje permanecería incólume, algo por lo que siempre había velado Tiyi. Además, sabemos que Nefertiti tuvo una hermana llamada Mutnodjemet, y que Ay procreó una hija con este nombre, por lo que lo más plausible sea que el Divino Padre fuera el progenitor de la bella reina, tal y como parece que él mismo aseguraba.

La elección de Nefertiti como Gran Esposa Real por parte de Akhenatón no pudo ser más acertada para sus intereses, pues hoy no hay duda de que la joven resultó fundamental para llevar a cabo la revolución atonista. La talla política de la reina sobrepasó a su inmensa belleza, y durante todo el reinado de su esposo manejó los hilos del poder, al tiempo que mantuvo una lucha feroz para salvaguardar sus intereses. La pugna con su gran enemiga, Kiya, debió de ser terrible, pero a la postre Nefertiti salió triunfante, aunque la historia haya tardado en reconocerlo. La Gran Esposa Real no solo fue una mujer bellísima, que dio seis hijas al faraón, sino que ella misma se convirtió en dios de la Tierra Negra, como el autor mantiene en la obra.

La figura de Nefertiti desapareció súbitamente después del duodécimo año de reinado de Akhenatón. Hasta hace poco, muchos pensaban que por algún motivo la reina cayó en desgracia para siempre, quizá repudiada por el faraón, o que probablemente falleciera de forma misteriosa. Sobre el particular surgieron las más diversas teorías, como por ejemplo que su gran contrincante, Kiya, ganó definitivamente el favor de su esposo, o alguna otra más inquietante, como se verá más adelante.

Que Nefertiti sobrevivió a Kiya es algo que no ofrece ninguna duda en la actualidad, así como que su caída en desgracia no fue tal, sino todo lo contrario. Simplemente su desaparición coincide con su elevación a corregente al trono de Egipto. La fecha se correspondería con la gran celebración que tuvo lugar en el duodécimo año de gobierno de Akhenatón en su capital del Horizonte de Atón, ante una representación de reyes vasallos y pueblos extranjeros que ofrecieron los más ricos presentes a los soberanos. Al acto acudieron delegaciones hititas, mitannias, sirias, nubias y de algunos pueblos del Egeo, lo cual nos habla de la solemnidad que debió de rodear a aquella ceremonia. Esta quedó grabada para la posteridad en las tumbas de los altos dignatarios Huya y Meryre II, en las que llega a precisarse el momento exacto en el que tuvo lugar: día ocho del segundo mes de la siembra del año doce.

En los relieves de dicha conm55,>emoración se observa a la pareja real sentada en su trono, sobre un baldaquino, rodeada de sus seis hijas y de toda una corte de dignatarios que se postran para ofrecer infinidad de regalos. Lo curioso es que las imágenes del faraón y su esposa son del mismo tamaño y parecen superpuestas, como si quisieran representar a un único gobernante. Quizás este relieve muestre el ascenso a la corregencia de Nefertiti y explique así la suntuosidad del acto y los grandes tributos ofrecidos por los pueblos extranjeros. Además, tanto Huya como Meryre II conmemoran en dicha celebración sus nombramientos como mayordomos del harén, una designación que tenía lugar cuando un nuevo faraón ascendía al trono y le era traspasado el harén real del anterior monarca. En este caso dicha transferencia resultaría simbólica, al tratarse de Nefertiti, pero muy significativa, como ya apuntó hace años E. F. Campbell.
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No obstante, existen varias pruebas que, en opinión de muchos especialistas, demuestran la corregencia de Nefertiti. Una es la conocida como estela de Pase, una pequeña representación procedente del Museo Egipcio de Berlín que fue estudiada en el año 1928 por el egiptólogo Percy E. Newberry, y que dio lugar a toda una serie de fantasías y elucubraciones más o menos calenturientas.

En dicha estela puede verse a dos monarcas sentados con sus coronas reales en actitud claramente cariñosa, pues uno de ellos coge a su acompañante por el hombro, mientras este último le acaricia la barbilla. Para el profesor Newberry no había ninguna duda. Las dos figuras eran inconfundibles, y representaban a Akhenatón y a su corregente y futuro rey, Smenkhara, en una actitud evidentemente afectuosa. La conclusión resultaba terminante. El faraón hereje era homosexual, lo cual explicaría las formas afeminadas de muchas de sus estatuas; incluso hubo quien llegó a asegurar que Nefertiti había sido repudiada por esta causa.

Esta teoría fue aceptada por los estudiosos del período amarniense durante muchísimos años, hasta que en la década de los setenta, el egiptólogo John Harris expuso una idea bien diferente sobre la famosa escena para demostrar que el acompañante de Akhenatón no era Smenkhara, sino una reina. Sobre ambas figuras se puede observar, en el relieve, un disco solar del que emanan sus rayos vivificantes, y a ambos lados de este dos grupos de dos cartuchos reales, que se encuentran vacíos. Más a la derecha, sobre una mesa en la que se distinguen distintos alimentos, hay otro grupo de tres cartuchos, que también están vacíos, y que aclaran la escena de forma conveniente. Cada faraón necesitaba de dos cartuchos para ser representado. En esta estela, los situados a ambos lados del disco solar se refieren únicamente al Atón, pero los otros tres personifican la forma en la que se simbolizaba a un rey y a su reina, por lo que no podía tratarse de Smenkhara en ningún caso. De este modo, las fantasías alimentadas durante casi cincuenta años, acerca de la sexualidad de Akhenatón se desmoronaban por completo.

Existe otra estela, también en el Museo Egipcio de Berlín, que aporta más pruebas a favor de la corregencia de la bella Nefertiti. En ella puede verse la inconfundible figura de esta junto a Akhenatón, y sobre ellos dos grupos de dos cartuchos, desgraciadamente vacíos, que representarían a dos reyes. Lo curioso es que uno de los cartuchos muestra una evidencia clara de haber sido añadido en un pequeño hueco, lo cual demuestra que en un principio el conjunto se refería a un rey y a su reina, tres cartuchos, al que se añadió otro posteriormente para representar así a dos reyes. Algo q9@ue invita a pensar que Nefertiti se convirtió en corregente mientras se terminaba de grabar la estela.

Por último, durante la campaña realizada por Petrie en Tell el-Amarna en 1891-1892 salieron a la luz varios sellos de fayenza fabricados, seguramente, para la gran conmemoración del año doce, en los que estaba inscrito el nombre de Ankhetprura, el corregente de Akhenatón, al que curiosamente se había añadido la letra t, lo cual, gramaticalmente hablando, hace referencia al género femenino. El texto decía: «Ankhetprura, amada de Waenra», que como sabemos se refiere a Neferkheprura-Waenra, Akhenatón.

No cabe ninguna duda de que, mientras Akhenatón se alejaba definitivamente de su pueblo en pos de la realización de sus sueños divinos, su corregente era muy consciente de la situación del país. El faraón hereje había llevado a Egipto a la más absoluta bancarrota, al tiempo que lo sometía a una verdadera dictadura que trajo el hambre a su tierra y la penuria a la mayoría de sus súbditos. Todos aquellos «hombres nuevos» de los que se rodeó resultaron ser, en demasiadas ocasiones, unos incompetentes, y así la administración se sumió en un verdadero caos que dio pie a grandes abusos y ansias de enriquecimiento por parte de muchos de los funcionarios. Las persecuciones y la inquina contra los antiguos cleros resultaron feroces, y durante años el terror se adueñó de los corazones de los paisanos, que no entendían lo que ocurría. Al clausurar los templos aumentó el desempleo, y la miseria se extendió por la Tierra Negra por primera vez en muchos siglos. El corregente fue plenamente consciente de que aquella situación era insostenible y así, en tanto Akhenatón ascendía definitivamente al panteón egipcio convertido en un verdadero dios, Nefertiti se hizo cargo de la lamentable situación en la que se encontraba Kemet para dar los primeros pasos en busca de un poco de luz entre tanta oscuridad. El conocido grafito Pawah es una buena prueba de ello, pues en él se da cuenta del ruinoso estado del país, así como del intento de acercamiento por parte de Ankheprura al clero de Amón. En este texto Nefertiti ora en compañía del sacerdote
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Pawah, en su templo de Tebas, para pedir al Oculto que regrese junto a su pueblo, que parece abandonado. El grafito viene fechado en el año tres de gobierno de Ankheprura-Nefernefruatón, amado de Waenra, lo cual demuestra que Nefertiti ya poseía su propia cronología y tomaba decisiones de Estado en tanto su augusto esposo vivía su mística religiosa.

Sin duda, la situación de la bella corregente tuvo que ser delicada, pues se vería obligada a intentar mejorar el caótico estado en el que se hallaba Egipto en tanto procuraba mantener la nueva corriente ideológica creada por su marido. Ello nos habla de la gran talla y determinación que tuvo que poseer Nefertiti, que sin duda hubo de nadar por unas aguas plagadas de peligros e intrigas sin fin.

Los últimos años de gobierno de Akhenatón y su muerte se encuentran envueltos en el misterio. Nadie sabe cómo murió, aunque resulte fácil sospechar que pudiera fraguarse algún tipo de complot contra su persona, como seguramente ya le ocurriera con anterioridad. Al parecer su fallecimiento acaeció durante la vendimia del año diecisiete de su reinado, y sus restos fueron depositados en la tumba real que se había hecho construir en la necrópolis de Akhetatón. Con seguridad debió de ser un funeral impresionante, aunque posteriormente su memoria fuera perseguida por su pueblo hasta el final de su historia. No obstante, cuando la ciudad de Akhetatón fue abandonada, el cuerpo del faraón, junto al de s/@u madre, la reina Tiyi, fue trasladado al Valle de los Reyes con el fin de protegerlos de los saqueos a los que se vio sometida la antigua capital, para depositarlos en una pequeña tumba conocida como la KV55, de la que hablaremos más adelante.

A Akhenatón le sucedió Ankheprura Smenkhara, que obviamente no podía ser otra que la reina corregente. La identidad de este faraón ha sido motivo de discusiones sin fin, pues parece surgido de la nada. A la posibilidad de que Nefertiti y Smenkhara hubieran sido la misma persona se han opuesto con firmeza muchos egiptólogos al asegurar que los restos reales hallados en la misteriosa tumba KV55 pertenecían a un hombre joven, que no podía ser otro que el enigmático Smenkhara, y en ningún caso Akhenatón como defendían algunos.

Sin embargo, los últimos estudios no dejan lugar a dudas y hoy se sabe que las primeras dataciones efectuadas al cuerpo enterrado en la KV55 eran erróneas, y que este pertenece con total seguridad a Akhenatón.

Como expone de forma brillante el egiptólogo N. Reeves en su magnífica obra
Akhenatón, el falso profeta de Egipto
, no existe ninguna prueba que pueda contradecir que Nefernefruatón y Smenkhara fueran una sola persona, pues incluso llegaron a tener la misma Gran Esposa Real, que no fue otra que la hija mayor de Nefertiti, Meritatón.

El reinado de Smenkhara resultó tan enigmático como efímero y, en opinión del autor, tuvo un final insospechado en el que se intentó fraguar la mayor traición conocida de manos de un faraón; la carta de la misteriosa reina Dahamunzu. Pero... ¿quién fue en realidad Dahamunzu?

La reina traidora

Todo comenzó en el año 1906, cuando el arqueólogo alemán H. Winkler encontró la antigua capital de los hititas, Hattusa, y al excavar en ella halló más de diez mil tablillas grabadas en escritura cuneiforme de un valor histórico inestimable. Estas tablillas recibieron el nombre de
Los hechos de Suppiluliuma
, aunque no fueran recopiladas durante el reinado de este rey, sino en el de su hijo, Mursili II.

Además de explicar los acontecimientos ocurridos en todo Oriente Próximo durante aquella época, los anales nos hablan de una inquietante carta recibida por Suppiluliuma que venía firmada por la reina de Egipto, Dahamunzu, a la muerte del faraón «Niphururiya».

Del contenido de la carta ya se ha hecho referencia en esta obra, pero ¿quién era esta reina egipcia que atendía a un nombre tan extraño? Sobre este particular han tenido lugar, como de costumbre, encendidas discusiones, y muchos especialistas han expuesto las opiniones más dispares sin que aún hoy se hayan llegado a poner de acuerdo.

Lo que sí que parece claro es que el término Dahamunzu no hace referencia al nombre de una reina, sino a la pronunciación hitita del término
ta-hemet-nisut
, o lo que es lo mismo, «la esposa del rey», como demostraron Lombdin y Federn. Pero ¿de quién podía tratarse? ¿Quién era el faraón al que los hititas llamaban «Niphururiya»? Los dos únicos monarcas a los que podían referirse estos anal_R@es eran Akhenatón y Tutankhamón, más o menos contemporáneos a los textos, y cuyos nombres de entronización, Neferkheprura y Nebkheprura, resultaban parecidos a la vocalización hitita y, sobre todo, entre sí. Ahí radicaba el principal problema, pues para los estudiosos cualquiera de los dos podía ser Niphururiya.

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