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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (19 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Según los informes que me llegan de Karanda, el demonio de Mengha se llama Nahaz.

—¿Crees que eso es importante?

—No estoy seguro, Majestad. En el segundo milenio, cuando los grolims llegaron a Karanda, acabaron con la mitología de los karands y desde entonces nadie ha intentado reunir los pocos vestigios que pudieran haber quedado. Lo único que ha sobrevivido se ha transmitido a través de la tradición oral, pero corre el rumor de que Nahaz era el demonio tribal de los primeros karands, los que habitaban la región antes de la llegada de los angaraks a Mallorea. Los karands siguen a Mengha no sólo porque es un líder político, sino también porque ha resucitado al ser más parecido a un dios que nunca han tenido.

—¿Un señor de los demonios? —preguntó Garion.

—Es una buena forma de describirlo, Majestad. Si los rumores guardan algo de verdad, el demonio Nahaz tiene un poder casi ilimitado.

—Temía que dijeras eso.

Más tarde, cuando estaban otra vez en la calle, Garion miró a Seda con curiosidad.

—¿Por qué no le impediste que quemara esos documentos? —preguntó.

—Es el procedimiento habitual —dijo el hombrecillo de cara de rata encogiéndose de hombros—. Nunca guardamos ningún documento escrito. Dolmar lo confía todo a su memoria.

—¿No crees que de ese modo le resulta mucho más fácil robarte?

—Por supuesto, pero siempre roba dentro de los límites razonables. Por el contrario, si el Departamento de Impuestos tuviera acceso a nuestros archivos, sería un verdadero desastre. ¿Quieres volver al palacio?

—No —respondió Garion mientras sacaba la lista del bolsillo—, primero tenemos que ocuparnos de esto. —Miró el papel con expresión de disgusto—. Me pregunto cómo vamos a llevar tantas cosas.

—Tenemos ayuda a sólo unos pasos de distancia —rió Seda mientras echaba un vistazo a los dos espías que los seguían—. Como ya he dicho antes, a veces los policías pueden resultar útiles.

Durante los días siguientes, Garion descubrió que el palacio de Mal Zeth era muy distinto a cualquier corte del Oeste. Como todo el poder estaba en manos de Zakath, los burócratas y funcionarios del palacio se disputaban los favores del emperador y urdían complicados planes para desacreditar a sus enemigos. La llegada de Seda, Velvet y Sadi a aquel turbio ambiente hizo que las intrigas de palacio cobraran nuevas dimensiones. El trío hizo pública la supuesta amistad entre Garion y Zakath, además de dejar claro que contaban con la absoluta confianza del rey rivano. Luego se dispusieron a esperar el desarrollo de los acontecimientos.

Los oficiales y miembros de la corte del palacio imperial pronto se percataron de las ventajas de aquella nueva forma de llegar al emperador. Sin siquiera planteárselo formalmente, el trío de occidentales se dividió los distintos campos de actividad. Seda concentró su atención en asuntos comerciales, Velvet se ocupó de los políticos y Sadi se adentró en el ámbito de los crímenes de personajes ilustres. Aunque los tres demostraron que estaban dispuestos a aceptar sobornos, también aceptaron transmitir ciertos mensajes a cambio de información. Así, casi por accidente, Garion descubrió que tenía a su disposición una red de espionaje muy eficiente. Seda y Velvet manipulaban los temores, ambiciones y codicia de aquellos que los abordaban con magistral pericia, dirigiendo los movimientos de los nerviosos funcionarios como si se tratara de una orquesta. Los métodos de Sadi, adquiridos a lo largo de su amplia experiencia en la corte de Salmissra, en algunos casos eran más sutiles, pero en otros, dolorosamente directos. El contenido de su maletín rojo logró magníficos resultados y varios criminales de altos vuelos, hombres que dirigían batallones enteros de burócratas e incluso generales, murieron de forma súbita en extrañas circunstancias. Uno de ellos, por ejemplo, se desplomó ante el mismísimo emperador con la cara cenicienta y los ojos en blanco.

Zakath observó entonces las actividades de los tres con cierto regocijo y decidió ponerles límites. Al día siguiente de aquella muerte, en efecto, habló seriamente con Garion durante su habitual encuentro de la tarde.

—No me preocupa lo que hagan —dijo mientras acariciaba la cabeza del gatito de color anaranjado que tenía sobre el regazo—. Están confundiendo a todos los parásitos que pululan por los rincones del palacio y una persona confusa no puede consolidar su posición. Me gusta tener a todos esos adulones asustados y nerviosos, pues de ese modo resultan más fáciles de controlar. Sin embargo, no puedo consentir los envenenamientos. Es demasiado fácil que un envenenador poco habilidoso cometa errores.

—Sadi podría envenenar a un solo invitado en un banquete con cientos de invitados —le aseguró Garion.

—No pongo en duda su talento —dijo Zakath—, pero el problema es que no es él quien lleva a cabo los envenenamientos. Está vendiendo sus brebajes a simples aficionados. Aún quedan algunas personas en palacio que necesito. Sus identidades son del dominio público y eso hace que nadie se atreva a clavarles una daga por la espalda. Sin embargo, un error con el veneno podría dejar sin cabeza a Departamentos enteros de mi gobierno. ¿Puedes hacerme el favor de pedirle que no venda más veneno en el palacio? Hablaría con él personalmente, pero no quiero que lo tome como una reprimenda oficial.

—Tendré una charla con él —prometió Garion.

—Te lo agradezco, Garion —dijo el emperador con una mirada astuta—. Pero dile que la limitación sólo afecta a los venenos. Los efectos de los demás brebajes resultan muy divertidos. Ayer, por ejemplo, vi a un general de ochenta y cinco años corriendo detrás de una joven doncella. El viejo tonto no había tenido una idea igual en los últimos veinticinco años. Y un día antes, el jefe del Departamento de Obras Públicas, un asno pomposo cuyo solo aspecto me produce náuseas, intentó durante una hora entera, ante docenas de testigos, caminar por una pared. No me había reído tanto en toda mi vida.

—Los elixires nyissanos producen curiosos efectos en la gente —dijo Garion con una sonrisa—. Le diré a Sadi que se limite a vender drogas recreativas.

—¡Drogas recreativas! —rió Zakath—. Me gusta la descripción.

—Siempre se me han dado bien las palabras —respondió Garion con expresión modesta.

El gatito se levantó, bostezó y saltó al suelo. Su madre se apresuró a reemplazarlo con otro gatito blanco y negro que colocó exactamente en el mismo sitio, sobre el regazo del emperador. Luego alzó la vista para mirar a Zakath y dejó escapar un maullido.

—Gracias —murmuró Zakath.

Satisfecha, la gata saltó otra vez al suelo, cogió al gatito anaranjado y comenzó a lavarlo mientras lo sujetaba con una pata.

—¿Hace eso todo el tiempo? —preguntó Garion.

Zakath asintió con un gesto.

—Le gusta ocuparse de sus hijos —respondió—, pero no quiere que me sienta solo.

—Es muy considerado de su parte —observó Garion.

Zakath miró al gatito blanco y negro que tenía en el regazo. Se había aferrado a su mano con las cuatro patas y mordisqueaba uno de sus nudillos con expresión fiera. Zakath dio un respingo.

—Creo que podría aprender a sobrevivir sin ellos —dijo.

Capítulo 9

La forma más simple de evitar a los omnipresentes espías que infestaban el palacio era tener las conversaciones importantes al aire libre. Garion decidió encontrarse con sus compañeros en los jardines. A los pocos días, una hermosa mañana soleada, caminaba con Belgarath y Polgara bajo la sombra moteada de un bosquecillo de cerezos, escuchando el último informe de Velvet sobre las intrigas políticas que tenían lugar en los pasillos del palacio de Zakath.

—Lo sorprendente es que Brador se entera de todo —dijo la joven rubia—. No parece ser muy eficiente, pero su policía secreta está en todas partes.

Velvet arrancó un ramillete de flores de cerezo y aspiró su perfume de forma algo ostentosa.

—Al menos aquí no pueden oírnos —dijo Garion.

—No, pero pueden vernos. Yo, en tu lugar, Belgarion, no hablaría demasiado, ni siquiera al aire libre. Ayer me encontré con un tipo que copiaba afanosamente cada palabra de una conversación que se llevaba a cabo a unos cincuenta metros de distancia.

—Eso es muy difícil —dijo Belgarath—. ¿Cómo lo hacía?

—Es sordo —respondió ella—, pero después de años de práctica, ha aprendido a comprender lo que dice la gente leyendo sus labios.

—Muy ingenioso —murmuró el anciano—. ¿Es por eso por lo que estás oliendo las flores de cerezo?

Ella asintió con una sonrisa.

—Sí, además de que tienen un perfume maravilloso.

Belgarath se rascó la barba, tapándose la boca al hacerlo.

—Muy bien —dijo—. Lo que necesito es algún tipo de distracción, algo que desvíe la atención de la policía de Brador para que podamos salir sin que nos sigan. Zakath se mantiene firme en su postura de no hacer nada hasta que el ejército regrese, así que tendremos que actuar sin él. ¿Hay algún asunto capaz de distraer a todos los espías del palacio?

—No lo creo, venerable anciano. El reyezuelo de Pallia y el príncipe regente de Delchin conspiran el uno contra el otro, pero llevan años haciendo lo mismo. El viejo rey de Voresebo intenta conseguir ayuda imperial para recuperar el trono ocupado por su hijo, que lo depuso el año pasado. El barón Vasca, jefe del Departamento de Comercio, intenta controlar el Departamento de Aprovisionamiento Militar, pero los generales lo han detenido. Estos son los problemas más importantes del momento. Hay una serie de pequeñas conspiraciones en curso, pero nada lo bastante importante como para desviar la atención de los espías que nos vigilan.

—¿Puedes alborotar algún avispero? —preguntó Polgara casi sin mover los labios.

—Puedo intentarlo, Polgara —respondió Velvet—, pero Brador está muy bien informado de todo lo que ocurre en palacio. Hablaré con Seda y Sadi. Es probable que entre los tres podamos provocar un incidente tan imprevisible que nos permita salir inadvertidos de la ciudad.

—Es bastante urgente, Liselle —dijo Polgara—. Si Zandramas encuentra lo que busca en Ashaba, se marchará otra vez y tendremos que seguirle el rastro como hacíamos en Cthol Murgos.

—Veré lo que puedo hacer —prometió Velvet.

—¿Vuelves dentro? —le preguntó Belgarath, y ella asintió con un gesto—. Te acompaño —añadió con una mueca de disgusto—. Tanto ejercicio y aire fresco no me parece saludable.

—Sigue caminando un rato conmigo, Garion —dijo Polgara.

—De acuerdo.

Mientras Velvet y Belgarath giraban hacia el este en dirección al palacio, Garion y su tía caminaron por el cuidado césped verde bajo los árboles cubiertos de flores. Sobre la rama más alta de un viejo árbol, un reyezuelo cantaba como si fuera a estallarle el corazón.

—¿Qué dice? —preguntó Garion recordando de repente la extraña afinidad de su tía con los pájaros.

—Intenta atraer la atención de una hembra —dijo con una suave sonrisa—, como es habitual en esta época del año. Es muy elocuente y está haciendo todo tipo de promesas..., la mayoría de las cuales romperá antes de que llegue el verano.

Garion sonrió y apoyó un brazo sobre los hombros de su tía con actitud afectuosa.

—¡Qué agradable! —dijo ella con un suspiro—. Por alguna razón, cuando estamos separados, aún pienso en ti como en un niño pequeño. Es una sorpresa descubrir que ya eres tan alto.

Garion no encontró palabras para responder a aquel comentario.

—¿Cómo está Durnik? —preguntó—. Hace días que no lo veo.

—Él, Eriond y Toth descubrieron un estanque lleno de truchas junto al ala sur del palacio —respondió ella alzando los ojos con un gesto cómico—. Están pescando cantidades ingentes de peces, tanto es así que el personal de la cocina ya no sabe qué hacer con ellos.

—Si quieres encontrar agua, pídesela a Durnik —rió Garion—. ¿Eriond también está pescando? No es una actividad que parezca ajustarse a su carácter.

—No creo que se lo haya tomado muy en serio. Va sobre todo para hacerle compañía a Durnik y porque le gusta estar al aire libre. —Hizo una pausa y miró a Garion directamente a los ojos. Como tantas veces en el pasado, se sorprendió de su increíble belleza—. ¿Y cómo ha estado Ce'Nedra estos últimos días?

—Ha conseguido reunir un pequeño grupo de damas que le hacen compañía —respondió él—. Vayamos donde vayamos, ella siempre se las ingenia para rodearse de chicas.

—Las mujeres disfrutamos con la compañía de otras mujeres, cariño —dijo ella—. Los hombres no están mal, supongo, pero preferimos hablar con mujeres. ¡Los hombres son incapaces de comprender tantas cosas importantes! —Su cara cobró una expresión seria—. ¿No se ha repetido ninguno de los síntomas de la enfermedad que tuvo en Cthol Murgos?

—Por lo visto no. A mí me parece que su actitud es bastante normal. Lo único que he notado es que ya no habla más de Geran.

—Ese podría ser un simple mecanismo de defensa, Garion. Aunque tal vez no pueda expresarlo con palabras, creo que es consciente de que si volviera a caer en el estado depresivo que la afectó en Prolgu, no podría actuar con eficacia. Estoy segura de que aún piensa en Geran casi todo el tiempo, aunque se niegue a hablar de él. —Hizo otra pausa—. ¿Y qué hay del aspecto íntimo de vuestro matrimonio ? —le preguntó sin rodeos.

Garion se ruborizó y carraspeó.

—¡Eh...!, no ha habido muchas oportunidades para ese tipo de cosas, tía Pol. Creo que ella tiene demasiadas preocupaciones en la cabeza.

—No es bueno ignorar esas cosas, Garion —dijo ella con aire pensativo—. Si los contactos íntimos no se producen con regularidad, la pareja acaba por distanciarse.

Garion volvió a carraspear, todavía ruborizado.

—Ella no parece demasiado interesada, tía Pol.

—Eso es culpa tuya, cariño. Todo lo que se necesita es un poco de planificación y atención a los detalles.

—Dicho así parece frío y calculado.

—La espontaneidad está muy bien, cariño, pero un acto de seducción bien planeado también puede tener mucho encanto.

—¡Tía Pol! —exclamó él con voz ahogada, avergonzado.

—Ya eres un hombre, cariño —le recordó ella—, y ésa es una de las responsabilidades del adulto. Piénsalo. A veces, puedes ser bastante ingenioso. —Desvió la vista hacia los campos bañados por el sol—. ¿Volvemos dentro? —sugirió—. Creo que ya es la hora de comer.

Esa tarde, Garion volvió a salir a los jardines del palacio, esta vez acompañado por Seda y Sadi, el eunuco.

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