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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (8 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Me temo que no mucho —respondió Sadi.

—¿Ya le habéis dado el antídoto?

—No hay antídoto.

—Tiene que haberlo. Polgara... —La hechicera sacudió la cabeza con tristeza— Entonces he fracasado —dijo la mujer encapuchada con lágrimas en los ojos. Se alejó un poco de la cama, y Garion oyó un suave murmullo que parecía proceder de algún lugar encima de su cabeza, un murmullo que no era de una sola voz, sino de varias. Luego se hizo un largo silencio y por fin un resplandor brilló a los pies de la cama. Cuando el resplandor se apagó, Cyradis apareció junto a la cama, con los ojos vendados y una mano extendida.

—Esto no puede ser —dijo ella con su voz vibrante y cristalina—. Usad vuestro arte, Polgara. Si él muere ahora, todas nuestras misiones fracasarán. Usad vuestro poder para curarlo.

—No funcionará, Cyradis —dijo Polgara dejando un momento la taza—. Si un veneno afecta sólo a la sangre, casi siempre puedo purgarlo y Sadi tiene un maletín lleno de antídotos; pero este veneno altera cada célula del cuerpo. Está destruyendo sus huesos y todos sus órganos. No hay forma de curarlo.

La figura borrosa que estaba a los pies de la cama restregó sus manos con angustia.

—No es posible —gimió Cyradis—. ¿Habéis probado con la panacea o remedio supremo?

—¿El remedio supremo? —dijo Polgara alzando la vista con rapidez—. ¿Una medicina universal? No conozco esa droga.

—Pero existe, Polgara. Ignoro sus orígenes y su composición, pero he percibido su benéfico poder en algún lugar del mundo durante los últimos años.

Polgara miró a Andel, pero la curandera sacudió la cabeza con expresión de impotencia.

—No conozco esa medicina —dijo.

—Piensa, Cyradis —apremió Polgara—. Cualquier cosa que me digas podría darnos una pista.

La vidente de los ojos vendados se llevó una mano a la sien.

—Sus orígenes son recientes —dijo, como para sí—. Comenzó a existir hace menos de veinte años. Es una flor extraña, o al menos a mí me lo parece.

—Entonces no hay esperanza —dijo Sadi—. Hay millones de especies de flores. —Se puso de pie y cruzó la habitación en dirección a Belgarath—. Creo que deberíamos irnos de aquí inmediatamente —murmuró—. En cuanto se menciona la palabra «veneno», la gente empieza a sospechar del nyissano más próximo... y de aquellos asociados con él. Creo que corremos un grave peligro.

—¿Recuerdas algo más, Cyradis, por insignificante que te parezca?

La vidente se esforzó, sumiéndose en aquella extraña visión con la cara contraída en una mueca de concentración. Por fin, sus hombros se hundieron en un gesto de derrota.

—Nada —dijo—, sólo la cara de una mujer.

—Descríbela.

—Es alta —respondió la vidente—, de cabello muy oscuro, pero de piel blanca como el mármol. Su marido tiene una extraña relación con los caballos.

—¡Adara! —exclamó Garion, mientras la hermosa cara de su prima se dibujaba ante sus ojos.

—¡Y la rosa de Adara! —añadió Polgara chasqueando los dedos, pero luego su cara dibujó una mueca de preocupación—. Yo examiné esa flor con mucho cuidado hace unos años, Cyradis. Tiene ciertas sustancias extrañas, pero no encontré ningún poder curativo en ellas, ni destilada ni en polvo.

Cyradis se concentró.

—¿Puede alguien curarse oliendo una fragancia, Polgara? —preguntó.

—Hay unas pocas medicinas que se inhalan —admitió Polgara con tono de duda—, pero...

—Algunos venenos pueden ser suministrados así —dijo Sadi—. Los vahos penetran en los pulmones y de ellos pasan al corazón y de allí la sangre los transporta a todas partes del cuerpo. Tal vez sea la única forma de neutralizar el efecto del thalot.

—Y bien, Polgara —dijo Belgarath mirándola con atención.

—Vale la pena intentarlo, padre —respondió ella—. Tengo algunas flores. Están secas, pero podría funcionar.

—¿Tienes alguna semilla?

—Sí, unas pocas.

—¿Semillas? —exclamó Andel—. Kal Zakath llevará meses en su tumba antes de que cualquier arbusto logre crecer y florecer.

—No lo creas —dijo el hechicero con una risita burlona y haciéndole un guiño a Polgara—. Las plantas se me dan bastante bien. Necesitaré tierra y algunos tiestos o macetas donde ponerla.

Sadi se acercó a la puerta e intercambió unas palabras con los guardias. Los soldados parecían desconcertados, pero una simple orden de Andel hizo que salieran corriendo.

—¿Cuál es el origen de esta extraña planta, Polgara? —preguntó Cyradis con curiosidad—. ¿Cómo es que la conocéis tan bien?

—Garion la hizo —dijo Polgara encogiéndose de hombros mientras miraba con aire pensativo hacia la estrecha cama—. Creo que debemos separar la cama de la pared, padre. Quiero rodearla de flores.

—¿La hizo? —exclamó la vidente.

—Sería más exacto decir que la creó —asintió la hechicera con tono ausente— ¿Crees que hace suficiente calor, padre? —preguntó Polgara—. Necesitamos arbustos grandes y saludables, pues incluso cuando brota en su mejor forma, la flor es un poco débil.

—Hice lo que pude —protestó Garion.

—¿La creó? —preguntó Cyradis, asombrada, y luego dedicó una reverencia de profundo respeto a Garion.

Después de colocar los tiestos alrededor de la cama de Zakath, removieron y humedecieron la tierra semicongelada. Luego Polgara extrajo una pequeña bolsa de piel del saco de lona, sacó un puñado de semillas minúsculas y las plantó con cuidado en la tierra.

—Muy bien —dijo Belgarath mientras se arremangaba como un obrero que se prepara para un trabajo—, ahora apartaos. —Se inclinó y tocó la tierra de uno de los tiestos—. Tenías razón, Pol, está un poco fría. —Una mueca de concentración se dibujó en su rostro y Garion vio que sus labios se movían. Las vibraciones no duraron mucho y de ellas apenas quedó un susurro. La tierra húmeda de los tiestos comenzó a echar un humeante vapor—. Así está mejor.

Luego extendió las manos sobre la cama estrecha y Garion volvió a percibir las vibraciones y el susurro.

Al principio, pareció que no iba a suceder nada, pero luego pequeños brotes verdes se asomaron sobre la tierra húmeda. Mientras Garion miraba cómo aquellas hojitas crecían y se expandían, recordó que ya había visto a Belgarath hacer lo mismo otra vez. De repente el palacio del rey Korodullin, en Vo Mimbre, apareció claramente ante su vista, como si se encontrara allí, y vio crecer el manzano que Belgarath había creado para demostrar su identidad al escéptico Andorig.

Las hojas pálidas se volvieron más oscuras y las ramas frágiles se abrieron formando pequeños arbustos.

—Intenta que crezcan como una enredadera por encima de la cama, padre. Las enredaderas producen más flores y eso es lo que necesitamos, muchas flores.

El soltó el aire de forma explosiva y la miró con una expresión que hablaba por sí sola.

—Muy bien —dijo por fin—, si quieres enredaderas, las tendrás.

—Si no es pedirte demasiado, padre —dijo ella con tono solícito.

Apretó los dientes, pero no respondió. Sin embargo, comenzó a sudar. Ramas más largas comenzaron a trepar como serpientes alrededor de las patas de la cama y subieron por los varales. Cuando encontraron apoyo, parecieron detenerse y Belgarath recuperó el aliento.

—Esto es más duro de lo que parece —dijo cariacontecido. Luego se concentró otra vez y las ramas se extendieron como un dosel por encima de la cama, hasta que sólo quedó fuera la cara inerte y cenicienta de Zakath—. Muy bien —le dijo Belgarath a las plantas—. Ya es suficiente. Ahora podéis florecer.

Garion percibió más vibraciones y un zumbido extraño. Los extremos de todas las ramitas se hincharon y los pimpollos comenzaron a brotar, revelando su interior de color lavanda. Las pequeñas florecillas nacieron casi con timidez y llenaron la habitación de una fragancia suave. Garion se irguió y aspiró aquel delicado aroma. Por alguna misteriosa razón, de repente se sintió muy bien y los pesares y preocupaciones de los últimos meses parecieron abandonarlo.

Zakath se movió un poco, inspiró y dejó escapar un profundo suspiro. Polgara apoyó los dedos sobre el costado del cuello del emperador.

—Creo que funciona, padre —dijo—. Su corazón ya no necesita esforzarse tanto y su respiración es más tranquila.

—Bien —respondió Belgarath—. Odio hacer una cosa así para nada.

Entonces el emperador abrió los ojos. La figura de Cyradis se alzaba, borrosa, a los pies de la cama. Por extraño que pareciera, el emperador sonrió al verla y la pequeña y tímida sonrisa con que ella le respondió iluminó su cara pálida. Luego Zakath volvió a suspirar y cerró los ojos. Garion se inclinó para asegurarse de que el emperador seguía respirando, y cuando miró otra vez hacia los pies de la cama, la vidente de Kell había desaparecido.

Capítulo 4

Aquella noche, una brisa cálida sopló desde el lago y la nieve que cubría Rak Hagga y el campo circundante comenzó a desprenderse de las ramas de los árboles del jardín interior y de los tejados de pizarra gris. Garion y Seda estaban sentados cerca del fuego en la habitación de cojines malva, mirando hacia el jardín.

—Sabríamos mucho más si pudiera comunicarme con Yarblek —decía Seda.

El hombrecillo estaba vestido otra vez con la chaqueta color gris perla y las calzas negras que solía usar antes de comenzar su misión, pero sólo llevaba algunas de las costosas joyas que en aquella época lo hacían parecer ostentosamente rico.

—¿No estaba en Gar og Nadrak? —preguntó Garion, que también se había cambiado la cómoda ropa de viaje por la túnica azul con ribetes plateados.

—Es difícil adivinar dónde esta Yarblek, Garion, pues suele viajar mucho. Sin embargo, no importa dónde esté, siempre recibe los informes de nuestra gente en Mal Zeth, Melcene y Maga Renn. Sea lo que fuere lo que haya hecho ese tal Mengha, sin duda debe de haber repercutido en los negocios. No me cabe duda de que nuestros agentes habrán reunido toda la información posible sobre él y se la habrán enviado a Yarblek. Ahora mismo, es probable que mi zarrapastroso socio sepa más de Megha que la policía secreta de Brador.

—No quiero desviarme, Seda. Nuestra misión es perseguir a Zandramas. Mengha no es asunto mío.

—Los demonios son asunto de todo el mundo —respondió Seda con aire sombrío—. Pero hagamos lo que hagamos, primero tenemos que ir a Mallorea, para lo cual debemos convencer a Zakath de que tiene un grave problema. ¿Os escuchó cuando hablasteis de Mengha?

Garion sacudió la cabeza.

—No creo que haya siquiera entendido lo que le dijimos. No parecía estar en su sano juicio.

—Cuando se despierte, tendremos que volver a intentarlo —gruñó Seda, y una pequeña sonrisa astuta se dibujó en sus labios—. Siempre se me ha dado muy bien negociar con gente enferma.

—¿No crees que eso es despreciable?

—Por supuesto que sí, pero resulta eficaz.

Aquella misma mañana, Garion y su amigo con cara de rata se acercaron a la habitación del emperador para interesarse por su estado de salud. Polgara y Sadi estaban sentados a ambos lados de la cama y Andel aguardaba en silencio en un rincón. Las enredaderas que habían cubierto la cama del emperador habían sido podadas, pero el aire todavía estaba impregnado de la fragancia de las pequeñas flores color lavanda. El enfermo estaba incorporado, apoyado sobre varias almohadas, pero tenía los ojos cerrados. La gata ronroneaba satisfecha a los pies de la cama.

—¿Cómo está? —preguntó Garion en voz baja.

—Se ha despertado varias veces —respondió Sadi—. Aún quedan vestigios de thalot en sus extremidades, pero parecen estar desapareciendo —añadió mientras cortaba una flor con expresión de curiosidad—. Me pregunto si estas flores harían el mismo servicio destiladas, bien como esencia, bien como aceite. Sería interesante llevar un perfume que nos protegiera de cualquier veneno. —Hizo una pequeña mueca de concentración—. ¿Crees que serán efectivas contra el veneno de las serpientes?

—Haz que Zith muerda a alguien —sugirió Seda—. Así podrás comprobarlo.

—¿Te ofreces como voluntario, príncipe Kheldar?

—¡Ah!, no, Sadi —se negó Seda—, gracias por proponérmelo. —Miró hacia el maletín rojo, abierto en un rincón de la habitación—. A propósito, ¿está bien guardada? —preguntó con nerviosismo.

—Está durmiendo —respondió Sadi—. Siempre duerme una siestecilla después del desayuno.

—¿Coordina bien cuando se despierta? —preguntó Garion mirando al emperador.

—Su mente parece estar bastante lúcida —dijo Polgara.

—La histeria y el delirio son algunos de los síntomas del thalot —explicó Sadi—, de modo que el hecho de coordinar las ideas es un síntoma claro de mejoría.

—¿Eres tú, Belgarion? —preguntó Zakath en un murmullo, sin abrir los ojos.

—Sí —respondió Garion—. ¿Cómo te encuentras?

—Débil, mareado, y me duelen todos los músculos del cuerpo más que un flemón en una muela. Aparte de eso, estoy bien. —Abrió los ojos y esbozó una sonrisa astuta—. ¿Qué ha ocurrido? No recuerdo nada.

Garion alzó la vista hacia tía Pol y ella le hizo un gesto de que podía decírselo.

—Te han envenenado —le dijo al enfermo.

—Entonces no habrán usado un buen veneno —dijo Zakath, algo sorprendido.

—En realidad es uno de los mejores, Majestad —dijo Sadi con suavidad—. Siempre ha sido mortal.

—Entonces, me estoy muriendo —preguntó Zakath con un deje de satisfacción en la voz, casi como si le gustara la idea—. Bien, así se solucionarán muchos problemas.

—Lo siento mucho, Majestad —dijo Seda con falsa tristeza—, pero creo que vivirás. De vez en cuando Belgarath cambia el curso normal de los acontecimientos. Es un mal hábito que adquirió cuando era joven, pero supongo que todos los hombres necesitan tener algún vicio.

—Eres un hombrecillo muy gracioso, príncipe Kheldar —dijo Zakath con una débil sonrisa.

—Sin embargo, si realmente quieres morir —añadió Seda con desvergüenza— siempre podemos pedirle un favor a Zith. Uno solo de sus mordiscos garantiza el sueño eterno.

—¿Zith?

—La mascota de Sadi, una pequeña serpiente verde. Incluso después de morderte puede acurrucarse junto a tu oreja y ronronear hasta que te duermas para siempre.

Zakath suspiró y volvió a cerrar los ojos.

—Creo que deberíamos dejarlo descansar —murmuró Polgara.

—Todavía no —replicó el emperador—. He evitado el sueño y las pesadillas que trae consigo durante tanto tiempo, que ahora me parece algo antinatural.

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