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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (21 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—¡No te atreverías! —exclamó Zakath.

—Ponme a prueba. —Garion hizo un enorme esfuerzo para controlarse—. Creo que ya es hora de que dejemos el tema —dijo—. Estamos amenazándonos mutuamente como un par de colegiales. ¿Por qué no continuamos esta conversación en otro momento, después de que los dos hayamos tenido oportunidad de tranquilizarnos un poco?

Zakath parecía a punto de responder con una impertinencia, pero de pronto recuperó la compostura, aunque su cara seguía pálida de rabia.

—Tal vez tengas razón —dijo.

Garion asintió con un movimiento de cabeza y comenzó a andar hacia la puerta.

—Garion —dijo Zakath.

—¿Sí?

—Que duermas bien.

—Tú también —respondió Garion y salió de la habitación.

Su Majestad Imperial Ce'Nedra, reina de Riva y amada esposa de Belgarion, Señor Supremo del Oeste, estaba de mal humor. En condiciones normales, Ce'Nedra no habría usado esos términos para describir su estado de ánimo y habría asegurado que se sentía «desconsolada» o «inquieta», palabras que sin duda tenían un aire más elegante. Sin embargo, en esta ocasión fue lo suficientemente sincera consigo misma para reconocer que estaba de mal humor. Paseaba con nerviosismo de habitación en habitación dentro del lujoso apartamento donde Zakath los había alojado, con la cola de su bata favorita, color verde manzana, arrastrándole entre sus pies descalzos. Sólo deseaba que el acto de romper unos cuantos platos no fuera considerado poco digno de una dama.

De repente una silla se cruzó en su camino, y cuando iba a propinarle un puntapié, recordó que no llevaba zapatos. Cogió el cojín de la silla y lo arrojó al suelo. Se dejó caer sobre él un par de veces y luego se incorporó, levantó la falda de su bata hasta las rodillas, balanceó una pierna varias veces como para practicar el golpe y luego pateó el cojín, arrojándolo al otro extremo de la habitación.

—¡Toma! —dijo—. ¡Ahí tienes!

Por alguna razón, aquella patada la hizo sentirse un poco mejor.

Garion había salido a su habitual entrevista con Zakath. Ce'Nedra hubiera deseado que estuviera allí para discutir con él. Una pequeña pelea podría haberle mejorado el humor.

Abrió una puerta y vio la bañera empotrada en el suelo, cubierta de vapor. Tal vez un baño la hiciera sentirse mejor. Incluso llegó a meter un pie en el agua, pero luego decidió que no era lo que quería. Suspiró y siguió caminando. Se detuvo un momento ante la ventana de la oscura salita que daba al jardín del ala este del palacio. Aquel día la luna había salido temprano y estaba en lo más alto del cielo, bañando el jardín con su pálida luz descolorida. La fuente situada en el centro del patio reflejaba el perfecto círculo blanco de la reina de la noche. Ce'Nedra permaneció allí unos minutos, abstraída en sus pensamientos.

Entonces oyó la puerta que se abrió y se cerró con estruendo.

—¿Ce'Nedra? ¿Dónde estás? —dijo Garion con un tono un tanto brusco.

—Aquí estoy, cariño.

—¿Qué haces en la oscuridad? —preguntó mientras entraba en la salita.

—Estaba mirando la luna. ¿Te das cuenta de que es la misma luna que brilla en Tol Honeth, e incluso en Riva?

—Nunca lo había pensado —se limitó a responder él.

—¿Por qué estás de tan mal humor?

—No tiene nada que ver contigo, Ce'Nedra —se disculpó él—. Es que he tenido otra discusión con Zakath.

—Empieza a convertirse en un hábito.

—¿Por qué será tan irracionalmente terco? —preguntó Garion.

—Es una característica de los reyes y emperadores, cariño.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Nada.

—¿Te apetece beber algo? Creo que aún queda un poco de vino.

—No, gracias. Ahora no.

—Pues a mí sí. Después de mi pequeña charla con ese testarudo necesito algo para calmar mis nervios.

Garion salió de la sala y Ce'Nedra oyó el ruido de la botella de cristal contra el borde de la copa.

Fuera, en el jardín iluminado por la luna, algo se movió entre los árboles altos y tupidos. Era Seda. Vestía sólo unas calzas y una camisa y tenía una toalla sobre los hombros. Silbando, se inclinó sobre el borde de la fuente y se mojó los dedos. Luego se irguió y comenzó a desabotonarse la camisa.

Ce'Nedra sonrió, se escondió detrás de la cortina y miró cómo el hombrecillo se quedaba desnudo. Luego, Seda se sumergió en el pilón de la fuente, rompiendo el reflejo de la luna en miles de pequeños fragmentos. Ce'Nedra continuó mirándolo nadar bajo el agua moteada por la luz de la luna.

En aquel momento vio otra sombra entre los árboles y apareció Liselle. Llevaba una bata amplia y una flor en el cabello. La flor era sin duda de color rojo, pero la pálida luz de la luna la hacía parecer negra sobre su cabello claro.

—¿Cómo está el agua? —preguntó con tranquilidad.

Su voz se oía muy cerca, como si estuviera en la misma habitación que Ce'Nedra.

Seda dejó escapar una exclamación de asombro y la boca y la nariz se le llenaron de agua. El hombrecillo tosió, pero enseguida recuperó la compostura.

—No está mal —respondió muy sereno.

—Bien —dijo Liselle acercándose al borde de la fuente—. Kheldar, creo que es hora de que hablemos.

—¿Sí? ¿Sobre qué?

—Sobre esto —respondió ella, desatándose el cinturón y dejando caer la bata al suelo. Estaba desnuda—. Pareces tener dificultad en comprender que las cosas cambian con el paso del tiempo —continuó mientras sumergía un pie en el agua. Se señaló a sí misma—. Ésta es una de ellas.

—Lo he notado —dijo él con tono de admiración.

—Me alegro mucho. Empezaba a temer que te fallara la vista. —Liselle se sumergió en el agua hasta la cintura—. ¿Y bien?

—Y bien ¿qué?

—¿Qué piensas hacer al respecto? —preguntó mientras se quitaba la flor de la cabeza y la dejaba sobre el agua.

Ce'Nedra corrió hacia la puerta, sin hacer ruido, y dijo en un murmullo:

—¡Garion! ¡Ven aquí!

—¿Por qué?

—No grites y ven aquí.

Él gruñó y se internó en la oscuridad de la salita.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—¡Mira! —dijo señalando a la ventana con una risita contenida.

Garion se acercó a la ventana y miró al otro lado, pero enseguida desvió la vista.

—¡Cielos! —dijo en un murmullo ahogado.

Ce'Nedra volvió a reír, se acercó a su marido y le cogió un brazo.

—¿No es encantador? —dijo con voz dulce.

—Claro —respondió él—, pero creo que no deberíamos mirar.

—¿Por qué no?

La flor que Liselle había arrojado al agua flotó hasta donde estaba Seda, que la recogió y la olió con expresión absorta.

—Creo que es tuya —dijo entregándosela a la joven que estaba con él en la fuente.

—Sí —respondió ella—, pero no has contestado a mi pregunta.

—¿Qué pregunta?

—¿Qué piensas hacer?

—Ya se me ocurrirá algo.

—Bien, yo te ayudaré.

Garion cogió la cortina y la corrió con un gesto brusco.

—Aguafiestas —protestó Ce'Nedra.

—Apártate de la ventana, Ce'Nedra —dijo mientras salía de la habitación—. No entiendo qué pretende Liselle.

—A mí me parece bastante obvio.

—¡Ce'Nedra!

—Lo está seduciendo, Garion. Ha estado enamorada de él desde que era pequeña y por fin ha decidido hacer algo al respecto. ¡Me alegro por ella!

—Nunca entenderé a las mujeres —repuso Garion sacudiendo la cabeza—. Cuando creo que comienzo a entenderos, vosotras cambiáis las reglas. No creerías lo que tía Pol me dijo esta misma mañana.

—¿Qué?

—Dijo que yo debería... —se interrumpió de repente, ruborizándose—. ¡Eh...!, no tiene importancia —añadió en voz baja.

—¿Qué te dijo?

—Te lo contaré en otra ocasión —prometió mientras la miraba con una expresión que ella reconoció enseguida—. ¿Ya te has bañado? —preguntó con un tono exageradamente casual.

—Todavía no, ¿por qué?

—Pensé que podría bañarme contigo... si no te importa.

—Si quieres... —respondió Ce'Nedra con voz infantil mientras bajaba los ojos en un estudiado gesto de inocencia.

—Encenderé unas velas. La lámpara es demasiado brillante, ¿no crees?

—Como prefieras, cariño.

—Y también traeré un poco de vino. Tal vez nos ayude a relajarnos.

Ce'Nedra se sintió súbitamente alegre. Su malhumor había desaparecido por completo.

—Creo que es una idea espléndida, cariño.

—Bien —dijo él mientras extendía una mano temblorosa—. ¿Vamos?

—¿Por qué no?

Capítulo 10

A la mañana siguiente, cuando todos se reunieron para el desayuno, Seda tenía una expresión ausente, como si le hubiera sucedido algo inesperado. Era obvio que el hombrecillo evitaba mirar a Velvet, quien a su vez tenía la vista fija en su tazón de fresas con nata.

—Esta mañana estás raro, príncipe Kheldar —le dijo Ce'Nedra con fingida naturalidad, aunque sus ojos brillaban, y sus labios disimulaban una risa contenida—. ¿Qué te ocurre? —Seda la miró con desconfianza—. Bueno, bueno —dijo ella dándole palmaditas en la mano con suavidad—. Estoy segura de que te sentirás mucho mejor después del desayuno.

—No tengo hambre —respondió él como disgustado, y se puso de pie con brusquedad—. Iré a dar un paseo.

—Pero, mi querido amigo —protestó Ce'Nedra—, aún no te has comido las fresas. Están muy buenas, ¿verdad, Liselle?

—Deliciosas —respondió la joven rubia con una ligerísima sonrisa. Seda las miró ceñudo y se dirigió a la puerta con aire resuelto—. ¿Puedo comerme las tuyas? —preguntó Liselle—. Si tú no las quieres, claro.

Seda cerró la puerta con estruendo y Ce'Nedra y Velvet se echaron a reír a carcajadas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Polgara.

—¡Oh, nada! —respondió Ce'Nedra sin dejar de reír—. No ocurre nada, Polgara. Es sólo que nuestro querido príncipe ha tenido una pequeña aventura que no salió como él esperaba.

Velvet miró de reojo a Ce'Nedra y se ruborizó, pero enseguida se echó a reír otra vez.

Polgara observó a las dos jóvenes risueñas y levantó las cejas con expresión inquisitiva.

—Ah, ya veo —dijo. El rubor se intensificó en las mejillas de Velvet, pero la joven no dejó de reír—. ¡Cielos! —exclamó Polgara.

—¿Sucede algo malo? —preguntó Durnik.

Polgara miró a su marido, tan honesto como simple, recordando sus estrictas ideas sendarias.

—Sólo una pequeña complicación, Durnik —respondió ella—. Nada que no pueda resolverse.

—Muy bien —dijo él mientras apartaba su tazón—. ¿Me necesitáis para algo esta mañana?

—No, cariño —respondió ella, y le dio un beso.

Durnik le devolvió el beso, se puso de pie y se dirigió a Toth y a Eriond, que estaban sentados al otro lado de la mesa.

—¿Vamos? —preguntó.

Los tres salieron del comedor con ánimo alegre.

—Me pregunto cuánto tiempo tardarán en vaciar ese estanque —dijo Polgara.

—No lograrán vaciarlo nunca, Polgara —respondió Sadi mientras se llevaba una fresa a la boca—. Los guardianes del parque vuelven a llenarlo de peces todas las noches.

—Me lo temía —respondió ella con un suspiro.

A media mañana, Garion caminaba de un extremo al otro de uno de los relucientes pasillos del palacio. Se sentía malhumorado, como si toda la frustración y la impaciencia le pesaran como una carga sobre los hombros. La urgencia de llegar a Ashaba antes de que Zandramas escapara otra vez estaba siempre en su mente y no le permitía pensar en otra cosa. Aunque ya habían urdido varios planes, Seda, Velvet y Sadi seguían buscando una forma efectiva de distraer a los agentes secretos de Brador para poder escapar. Había pocas posibilidades de que Zakath cambiara de idea y Garion empezaba a pensar que tendrían que hacerlo «del otro modo», como solía decir Belgarath. A pesar de sus ocasionales amenazas a Zakath, prefería no tener que recurrir a esos métodos, pues sabía que arruinarían su incipiente amistad con el extraño hombre que gobernaba Mallorea. Al mismo tiempo, era lo bastante honesto consigo mismo como para admitir que no sólo temía perder su amistad, sino también las ventajas políticas inherentes a esa situación.

Garion se disponía a regresar a su habitación, cuando se le acercó un criado con uniforme rojo.

—Majestad —dijo haciendo una amplia reverencia—. El príncipe Kheldar quiere verte.

—¿Dónde está? —preguntó Garion.

—En el jardín cercano a la muralla norte del palacio, Majestad. Lo acompañan un nadrak medio borracho y una mujer muy mal hablada. Si te contara las cosas que me ha dicho, nunca me creerías.

—Creo que la conozco —respondió Garion con una sonrisita—, y te creo.

Garion se giró y caminó a buen paso hacia los jardines del palacio.

Yarblek no había cambiado. Aunque en el jardín hacía una temperatura agradable, llevaba su harapiento abrigo de felpa y su gorro de piel. Estaba repantigado en un banco de mármol, a la sombra de un árbol, junto a un barril de cerveza. Vella, tan voluptuosa como siempre, paseaba, indiferente, entre los setos de flores, vestida con su ceñida chaquetilla nadrak y su pantalón de cuero. Las dagas con empuñaduras de plata asomaban por encima de sus botas y de su cinturón. Su forma de andar conservaba el mismo aire desafiante y sensual que había practicado durante tanto tiempo que se había convertido en algo automático, tal vez incluso inconsciente. Seda estaba sentado sobre la hierba, junto a Yarblek, y también tenía una jarra de cerveza en la mano.

—Estaba a punto de ir a buscarte —dijo cuando Garion se acercó.

El delgado nadrak miró a Garion.

—Bueno, bueno —dijo parpadeando exageradamente—, ¿no es éste el rey de Riva? Veo que aún llevas esa enorme espada contigo.

—Es una costumbre —respondió Garion encogiéndose de hombros—. Tienes buen aspecto, Yarblek, a pesar de estar un poco borracho.

—Me estoy cuidando —dijo Yarblek con sorna—. Mi estómago ya no es lo que era.

—¿Por casualidad has visto a Belgarath cuando venías hacia aquí? —le preguntó Seda a Garion.

—No. ¿Por qué?

—También lo envié a buscar. Yarblek tiene cierta información para nosotros y quiero que el viejo la reciba antes que nadie.

—¿Cuánto tiempo hace que estás en Mal Zeth? —le preguntó Garion al nadrak de rasgos rudos.

—Llegamos anoche —respondió Yarblek mientras volvía a sumergir su jarra en el barril de cerveza—. Dolmar me dijo que estabais en el palacio, así que he venido a veros.

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