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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (41 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Te crees muy gracioso, ¿verdad? ¿Por qué no dices veinte mil años, o incluso cincuenta mil? Ya que te gusta decir disparates, no te quedes corto.

—Cielos —dijo Beldin—, por lo visto no estás de muy buen humor esta mañana. ¿Tienes una cerveza a mano, Pol?

—¿Antes del desayuno, tío? —respondió ella revolviendo algo en una cacerola.

—Sólo para proteger el estómago de tus gachas —dijo él.

Ella le dirigió una mirada fulminante, pero el hombrecillo le sonrió y se volvió hacia Belgarath.

—En serio —dijo—, ¿por qué no me permites que me ocupe de los vigilantes que rodean la casa? Aunque Kheldar arruinara todos sus cuchillos y Liselle gastara todos los dientes de esa pequeña serpiente, aún no estarías seguro de haber limpiado el bosque. Después de todo, yo voy en otra dirección, así que, ¿por qué no me dejas hacer algo extravagante para alarmar a los guardianes y a los karands? Me ocuparé de dejar un buen rastro para los chandims y los galgos. De esa forma, ellos me seguirán a mí y vosotros tendréis el bosque libre.

—¿Qué estás tramando? —preguntó Belgarath con curiosidad.

—Todavía lo estoy pensando —dijo el hombrecillo, y se echó hacia atrás con un gesto de concentración—. Vamos, Belgarath, los chandims y Zandramas ya saben que estamos aquí, de modo que no tiene sentido que sigamos andando de puntillas. Un poco de ruido no nos hará ningún daño.

—Supongo que tienes razón —asintió Belgarath, y se volvió hacia Garion—. ¿El Orbe te ha dado alguna pista sobre la dirección que tomó Zandramas?

—Sólo un tirón persistente hacia el este.

—Parece lógico —gruñó Beldin—. Con los hombres de Urvon desperdigados por Katakor, ella querrá llegar lo antes posible a la primera frontera libre, o sea a Jenno.

—¿Es que la frontera entre Jenno y Katakor no está vigilada? —preguntó Velvet.

—Ellos ni siquiera saben dónde está —gruñó el hombrecillo—, al menos en la zona que linda con el bosque. Como allí sólo hay árboles, ni siquiera se han preocupado de acercarse. —Se volvió hacia Belgarath—. No te aferres a ideas fijas —le aconsejó—. En Mal Zeth llegamos a muchas conclusiones que sólo resultaron ciertas a medias. En Mallorea todo el mundo conspira, así que no puedes pretender que las cosas salgan siempre como esperas.

—Garion —dijo Polgara desde la chimenea—, ¿puedes ir a buscar a Seda? Él desayuno está listo.

—Sí, tía Pol —respondió maquinalmente.

Después de desayunar, prepararon sus cosas y llevaron los bolsos al establo.

—Salid por la poterna —les dijo Beldin al volver a cruzar el patio— y esperad una hora antes de partir.

—¿Ya te vas? —le preguntó Belgarath.

—Será lo mejor. No conseguiremos nada sentados aquí charlando. No olvidéis dejarme un rastro para que pueda seguiros.

—Yo me ocuparé de eso, pero me gustaría que me dijeras lo que piensas hacer.

—Confía en mí —dijo el hombrecillo, acompañando sus palabras con un guiño—. Escondeos en algún lugar y no salgáis hasta que el ruido haya cesado.

Sonrió maliciosamente y se frotó las manos disfrutando de antemano con lo que iba a hacer. Luego su figura se desdibujó y Beldin se convirtió en un halcón con rayas azules.

—Creo que será mejor que volvamos a la casa —sugirió Belgarath—. Haga lo que haga Beldin, sin duda volarán escombros por el aire.

Volvieron a la habitación donde habían pasado la noche.

—Durnik —dijo Belgarath—, ¿puedes cerrar esas persianas? De un momento a otro la habitación puede llenarse de cristales rotos.

—Pero entonces no podremos ver nada —protestó Seda.

—Podrás sobrevivir sin verlo. Creo que si lo vieras preferirías no haberlo visto.

Durnik abrió un poco las ventanas para poder cerrar las persianas. Fue justamente en ese momento cuando, desde el cielo, donde el halcón de rayas azules revoloteaba en círculos, se oyó un espantoso gruñido, parecido al estruendo de un trueno acompañado de unas fuertes vibraciones. La casa de Torak tembló como si un viento huracanado la azotara y la suave luz que se colaba por las rendijas de las persianas cerradas se desvaneció. Luego se oyó un aullido ensordecedor.

—¿Un demonio? —preguntó Ce'Nedra—. ¿Es un demonio?

—La semblanza de un demonio —corrigió Polgara.

—¿Cómo podrán verlo en la oscuridad? —preguntó Sadi.

—Alrededor de la casa está oscuro porque estamos dentro de la imagen, pero la gente que está en el bosque podrá verlo muy bien..., demasiado bien.

—¿Tan grande es? —preguntó Sadi, asombrado—. Esta casa es enorme.

—Beldin nunca se ha conformado con hacer las cosas a medias —sonrió Belgarath.

Oyeron otro potente aullido, seguido por débiles quejidos y gritos de angustia.

—¿Y ahora qué hace? —preguntó Ce'Nedra.

—Supongo que algún tipo de exhibición —respondió Belgarath—, sin duda bastante gráfica. Supongo que Beldin estará entreteniendo a la vecindad con la imagen de un demonio comiéndose a personas imaginarias.

—¿Crees que eso los asustará lo suficiente como para huir? —preguntó Seda.

De pronto resonó una voz ensordecedora que decía:

—¡Tengo hambre! ¡Quiero comida! ¡Más comida!

Luego se oyó un impresionante estruendo, al aplastar un gigantesco pie kilómetros enteros de bosque, luego otro y otro, a medida que la colosal figura de Beldin se alejaba. La luz regresó y Seda corrió hacia la ventana.

—Yo no lo haría —le aconsejó Belgarath.

—Pero...

—Créeme, Seda, es preferible no verlo.

Las descomunales pisadas continuaron resonando en el bosque.

—¿Cuánto tiempo durará esto? —preguntó Sadi con voz temblorosa.

—Dijo que una hora —respondió Belgarath— y sin duda la aprovechará hasta el final. Es obvio que pretende causar una impresión duradera en todos los que estén en esta región.

Desde el bosque llegaban gritos de terror sumados al ruido de las pisadas, cuando de repente oyeron una especie de rugido procedente del sudoeste que se perdía en la distancia, acompañado por las vibraciones del poder de Beldin.

—Ahora intenta que lo sigan los chandims —dijo Belgarath—. Eso significa que ya ha ahuyentado a los guardianes y a los karands. Preparémonos para partir.

Tardaron un rato en calmar a los caballos, pero por fin pudieron montar y salir al patio. Garion había vuelto a ponerse la cota de malla y el casco y su pesado escudo colgaba de la silla de Chretienne.

—¿Es necesario que lleve la lanza? —preguntó.

—No lo creo —respondió Belgarath—. Es poco probable que encontremos a alguien ahí fuera.

Salieron por la poterna en dirección al tupido bosque. Rodearon el castillo negro hasta llegar al ala este y entonces Garion desenfundó la espada de Puño de Hierro. La sostuvo con suavidad y la giró hacia un lado y otro hasta que sintió un tirón en la mano.

—Hacia allí —dijo señalando una senda apenas visible que conducía hacia el interior del bosque.

—Bien —repuso Belgarath—. Al menos no tendremos que abrirnos camino entre los arbustos.

Cruzaron el claro cubierto de malezas que rodeaba la casa de Torak y se internaron en el bosque. Era evidente que aquella senda no había sido transitada en mucho tiempo y en algunos trechos resultaba difícil distinguirla.

—Parece que alguien se ha marchado de aquí a toda prisa —sonrió Seda, y señalaba varios objetos desperdigados por el camino.

Subieron a la cima de una colina desde donde vieron una amplia franja devastada de terreno que se extendía hacia el sudoeste.

—¿Un tornado? —preguntó Sadi.

—No —respondió Belgarath—, Beldin. Los chandims no tendrán dificultad para encontrar su rastro.

La punta de la espada de Garion seguía apuntando directamente hacia la senda y el joven guiaba a los demás con confianza. Cuando habían recorrido unos cinco kilómetros, el camino comenzó a descender, en dirección a los prados, al este de la cordillera karand.

—¿Hay alguna ciudad por allí? —preguntó Sadi mirando hacia el otro extremo del bosque.

—Akkad es la única ciudad importante antes de la frontera —respondió Seda.

—Nunca he oído hablar de ella. ¿Cómo es?

—Es un verdadero estercolero —respondió Seda—, como casi todas las ciudades karands. No parece sino que sienten un especial apego por el barro.

—¿El burócrata melcene no era de Akkad? —preguntó Velvet.

—Eso nos contó.

—¿Y no dijo que allí también había demonios?

—Había —subrayó Belgarath—. Cyradis dijo que Nahaz ha sacado a todos los demonios de Karanda y los ha enviado a Darshiva, a luchar contra los grolims. —Se rascó la barba—. Creo que de todos modos evitaremos pasar por Akkad. Aunque los demonios se hayan marchado, es posible que haya fanáticos karands por los alrededores y no creo que todavía se hayan enterado de la muerte de Mengha. Hasta que Zakath traiga sus tropas de Cthol Murgos para restaurar el orden, la situación en Karanda será bastante caótica.

Siguieron cabalgando y sólo se detuvieron un momento para comer.

A media tarde, las nubes que habían cubierto el cielo de Ashaba se disiparon y volvió a brillar el sol. El sendero que habían estado siguiendo se hizo más ancho y transitado, hasta convertirse en un verdadero camino. Apresuraron el paso y comenzaron a recuperar el tiempo perdido.

Al atardecer, se alejaron un poco del camino para acampar en un pequeño calvero, donde nadie podría ver la luz del fuego. Garion se fue a dormir inmediatamente después de cenar. Por alguna razón, se sentía agotado.

Media hora después, Ce'Nedra se unió a él en la tienda. Se metió entre las mantas y apoyó su cabeza contra la espalda de su marido.

—El viaje a Ashaba ha sido una pérdida de tiempo, ¿verdad? —preguntó con un suspiro.

—No, Ce'Nedra —respondió él, medio en sueños—. Teníamos que ir allí para que Velvet matara a Harakan. Ésa era una de las tareas que debía realizarse antes de llegar al lugar que ya no existe.

—¿Crees que todo esto tiene algún sentido, Garion? —preguntó ella—. A veces actúas como si lo creyeras y otras como si no fuera así. Si Zandramas hubiera estado allí con nuestro hijo, tú no te habrías marchado sólo porque no se cumplían todas las condiciones, ¿verdad?

—Por supuesto —dijo él con amargura—. No me habría movido de allí.

—Entonces, no crees en nada de esto.

—No soy un fatalista convencido, si te refieres a eso, pero he visto cómo se cumplían las predicciones de la profecía demasiadas veces para ignorarla.

—A veces creo que nunca volveré a ver a nuestro hijo —dijo ella con voz cansada.

—No debes pensar eso —la consoló—. Atraparemos a Zandramas y luego volveremos a casa con Geran.

—Nuestra casa —suspiró—. Hemos estado lejos tanto tiempo que ni siquiera recuerdo cómo es.

Garion la rodeó con sus brazos, escondió la cara en su pelo y la estrechó con fuerza. Después de unos minutos, Ce'Nedra suspiró y se quedó dormida. Sin embargo, pese a su gran cansancio, pasaron horas antes de que Garion pudiera conciliar el sueño.

El día siguiente amaneció cálido y despejado. Volvieron al camino y continuaron la marcha hacia el este, guiados por la espada de Puño de Hierro.

A media mañana, Polgara llamó a Belgarath, que cabalgaba al frente del grupo.

—Padre, hay alguien escondido a un lado del camino, un poco más adelante.

El anciano aflojó el paso.

—¿Es un chandim? —preguntó.

—No. Es un angarak malloreano. Tiene mucho miedo y no parece estar en su sano juicio.

—¿Está tramando algo?

—No, padre. Su mente no tiene la coherencia necesaria para eso.

—¿Por qué no lo invitas a salir de su escondite, Seda? No me gusta que me siga la gente, ni cuerda ni loca.

—¿Dónde está exactamente? —le preguntó Seda a Polgara.

—En el interior del bosque, cerca de aquel árbol seco.

—Iré a hablar con él —dijo Seda. Adelantó su caballo y se dirigió al árbol—. Sabemos que estás ahí, amigo —dijo con voz amistosa—. No queremos hacerte daño, así que ¿por qué no sales adonde podamos verte?

Se hizo una larga pausa.

—Vamos —dijo Seda—, no seas tímido.

—¿Hay algún demonio contigo? —dijo una voz temerosa.

—¿Tengo aspecto de fraternizar con demonios?

Hubo otra larga pausa.

—¿Tienes algo de comida? —dijo la voz con tono desesperado.

—Supongo que podríamos darte algo.

—De acuerdo, voy a salir —respondió el hombre escondido después de reflexionar un momento—, pero recuerda que prometiste no matarme.

Notaron un movimiento entre los arbustos y un tambaleante soldado malloreano salió al camino. Su túnica roja estaba hecha harapos, había perdido su casco y los restos de sus botas estaban atados a sus pies con tiras de cuero. Era obvio que no se había bañado ni afeitado desde hacía por lo menos un mes. Tenía los ojos desencajados y sacudía la cabeza de forma incontrolada. El malloreano miró a Seda con expresión de terror.

—No tienes muy buen aspecto, amigo —dijo Seda—. ¿Dónde están tus compañeros?

—Muertos, todos muertos, devorados por los demonios —respondió el soldado con la mirada ausente—. ¿Estabas en Akkad? —preguntó, atemorizado—. ¿Estabas allí cuando llegaron los demonios?

—No, amigo. Nosotros venimos de Venna.

—Dijiste que me daríais algo de comer.

—Durnik —dijo Seda—, ¿podrías traer algo de comer para este pobre hombre?

Durnik se dirigió al caballo donde llevaban las provisiones y cogió un trozo de pan y de cecina. Luego se unió a Seda y al aterrorizado soldado.

—Y tú ¿estabas en Akkad cuando llegaron los demonios? —le preguntó el malloreano.

—No —respondió Durnik—. Voy con él —añadió señalando a Seda mientras le entregaba para que comiera.

El soldado cogió la comida y comenzó a devorarla a grandes mordiscos.

—¿Qué ocurrió en Akkad? —preguntó Seda.

—Vinieron los demonios —respondió el soldado con la boca llena. Dejó de hablar y miró a Durnik con terror—. ¿Vas a matarme? —le preguntó.

—No, hombre —respondió Durnik con tristeza después de mirarlo largamente.

—Gracias.

El malloreano se sentó a la vera del camino y continuó comiendo.

Garion y los demás se aproximaron despacio para no asustar al temeroso soldado.

—¿Qué sucedió en Akkad? —insistió Seda—. Vamos en esa dirección y nos gustaría saber con qué vamos a encontrarnos.

—No vayáis —dijo el soldado, tembloroso—. Es horrible, horrible. Los demonios entraron por las puertas de la ciudad rodeados de karands vociferantes. Los karands cortaban a las personas en trozos y alimentaban con ellos a los demonios. Le cortaron los brazos y las piernas a mi capitán, el demonio recogió lo que quedaba de él y se comió la cabeza. El pobre hombre no dejó de gritar en ningún momento. —El malloreano bajó el trozo de pan y miró a Ce'Nedra con temor—. ¿Vas a matarme?

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