Read El señor de los demonios Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (42 page)

BOOK: El señor de los demonios
9.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Claro que no! —respondió ella, escandalizada.

—Si lo haces, no permitas que yo lo vea y, por favor, entiérrame en un sitio donde los demonios no puedan desenterrarme y comerse mis restos.

—Ella no va a matarte —dijo Polgara con firmeza.

Los ojos desorbitados del hombre desprendían la sensación de un desesperado anhelo.

—Entonces, ¿lo harás tú? —rogó—. No puedo soportar este horror. Por favor, mátame con dulzura, como lo haría una madre, y luego escóndeme para que los demonios no puedan verme.

Luego ocultó la cara entre sus manos temblorosas y se echó a llorar.

—Ofrécele más comida, Durnik —dijo Belgarath, conmovido—. Está completamente loco y no podemos hacer otra cosa por él.

—Creo que yo sí puedo hacer algo, venerable anciano —dijo Sadi. Abrió su maletín y sacó un frasquito con un líquido color ámbar—. Derrama unas gotas de esto en el pan que le des, Durnik. Eso le calmará y le brindará unas horas de paz.

—No creí que la compasión fuera una de tus virtudes, Sadi —observó Seda.

—Quizá no lo sea —murmuró el eunuco—, o tal vez tú no me comprendas, príncipe Kheldar.

Durnik cogió más pan de una de las bolsas de provisiones y lo roció generosamente con la poción de Sadi. Luego se lo entregó al pobre hombre y todos se alejaron de allí.

Después de unos instantes, Garion oyó que el soldado los llamaba.

—¡Volved! ¡Por favor, volved y matadme! ¡Madre, por favor, mátame!

Garion sintió que lo invadía una pena sobrecogedora. Apretó los dientes y siguió cabalgando, intentando ignorar los ruegos desesperados del soldado.

Aquella tarde pasaron por el norte de Akkad, sin entrar en la ciudad, y retomaron el camino diez kilómetros más adelante. La espada de Puño de Hierro confirmaba el hecho de que Zandramas se había dirigido hacia el nordeste por aquel camino, lo cual significaba que la frontera entre Katakor y Jenno era bastante segura en aquella zona.

Por la noche acamparon en el bosque, a unos pocos kilómetros al norte del camino, y a la mañana siguiente reanudaron el viaje muy temprano. En aquel tramo, el camino se extendía entre campos sembrados. Tenía grandes baches y la tierra se desmoronaba en las cunetas.

—Los karands no se toman muy en serio la conservación de los caminos —observó Seda con los ojos deslumbrados por la luz de la mañana.

—Ya lo he notado —respondió Durnik.

—Estaba seguro de que te habrías fijado.

Varios kilómetros más adelante el camino volvió a internarse en el bosque y cabalgaron bajo la sombra fresca y húmeda de los pinos.

De repente oyeron un ruido sordo y estruendoso.

—Debemos tener cuidado hasta que hayamos atravesado el bosque —dijo Seda en voz baja.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Sadi.

—Tambores. Hay un templo cerca de aquí.

—¿En medio del bosque? —preguntó el eunuco, sorprendido—. Creí que los grolims vivían confinados en las ciudades.

—No es un templo grolim, Sadi, y en él no se adora a Torak. Por el contrario, los grolims solían quemar estos lugares, que formaban parte de la tradición religiosa del lugar.

—¿Te refieres al culto a los demonios?

Seda asintió.

—La mayoría de estos templos han sido abandonados, pero de vez en cuando te encuentras con alguno que sigue en uso. Los tambores indican que el que está aquí continúa abierto a sus fieles.

—¿Podremos pasar sin que nos vean? —preguntó Durnik.

—No debería ser muy difícil —respondió el hombrecillo—. Durante sus ceremonias, los karands queman cierto tipo de hongos cuyos vapores tienen un efecto peculiar sobre sus sentidos.

—¿Ah, sí? —dijo Sadi con interés.

—Olvídalo —replicó Belgarath—. Ya llevas bastantes cosas en ese maletín rojo.

—Es sólo curiosidad científica, Belgarath.

—Por supuesto.

—¿A quién adoran? —preguntó Velvet—. Creí que todos los demonios se habían marchado de Karanda.

—El ritmo de los tambores no es el adecuado —dijo Seda con una mueca de preocupación.

—¿De repente te has convertido en un crítico musical, Kheldar? —preguntó ella.

—He estado antes en sitios como éste —respondió él sacudiendo la cabeza—, y el redoble de los tambores suele ser frenético. Este ritmo, por el contrario, es demasiado pausado. Parece que estuvieran esperando algo.

—Déjalos que esperen —dijo Sadi encogiéndose de hombros—. No es asunto nuestro, ¿verdad?

—No podemos estar seguros, Sadi —replicó Polgara, y se volvió hacia Belgarath—. Espera aquí, padre —sugirió—, yo iré a echar un vistazo.

—Es demasiado peligroso, Pol —objetó Durnik.

—Ni siquiera me verán, Durnik —sonrió ella.

Luego la hechicera desmontó y se alejó unos pasos camino adelante. De repente, su silueta se rodeó de un aura resplandeciente, parecida a una luz brumosa. Cuando la luz se desvaneció, un búho blanco revoloteó entre los árboles y se alejó de allí con el suave y silencioso movimiento de sus alas.

—Por alguna razón, esta visión siempre me hiela la sangre —murmuró Sadi.

Aguardaron mientras continuaba el rítmico redoble de los tambores. Garion desmontó y revisó la cincha de su silla. Luego anduvo un poco, como para estirar las piernas.

Polgara regresó diez minutos después, planeando bajo las ramas de los árboles. Al recobrar su forma natural, tenía el rostro pálido y el horror reflejado en los ojos.

—¡Es espantoso! —exclamó—. ¡Espantoso!

—¿Qué ocurre, Pol? —preguntó Durnik, muy preocupado.

—Hay una mujer dando a luz en el templo.

—No sé si un templo es el lugar más apropiado para eso —dijo el herrero encogiéndose de hombros—, pero si necesitaba refugio...

—El templo ha sido elegido intencionadamente —repuso ella—. El niño que va a nacer no es humano.

—Pero...

—Es un demonio.

Ce'Nedra dejó escapar una exclamación de asombro.

—Tenemos que intervenir —le dijo Polgara a Belgarath—. Debemos detenerlos.

—¿Cómo podemos detenerlos? —preguntó Velvet, perpleja—. Si la mujer ya está pariendo... —Se interrumpió y abrió los brazos en un gesto de impotencia.

—Es probable que tengamos que matarla —dijo Polgara con amargura—, e incluso así no es seguro que podamos evitar este monstruoso nacimiento. Tal vez tengamos que ayudar a nacer a este demonio y luego ahogarlo.

—¡No! —exclamó Ce'Nedra—. ¡Es sólo un recién nacido! No puedes matarlo.

—Es otra clase de recién nacido, Ce'Nedra. Es mitad humano y mitad demonio. Es una criatura de este mundo y un engendro del otro. Si se le permite vivir, nadie podrá hacerlo desaparecer y será una eterna amenaza para la humanidad.

—¡Garion! —gritó Ce'Nedra—. ¡No puedes permitir que lo haga!

—Polgara tiene razón, Ce'Nedra —dijo Belgarath—. No podemos dejar que esa criatura sobreviva.

—¿Cuántos karands hay reunidos allí? —preguntó Seda.

—Fuera del templo hay media docena —respondió Polgara—, pero es probable que haya más en el interior.

—Sean los que sean, tendremos que deshacernos de ellos —dijo el hombrecillo—. Esperan el nacimiento de alguien a quien consideran un dios y lo defenderán hasta la muerte.

—De acuerdo —dijo Garion con tristeza—, hagámoslo.

—¿Vas a consentir una cosa así? —exclamó Ce'Nedra.

—No me gusta mucho —admitió él—, pero creo que no tenemos otra opción. —Miró a Polgara—. ¿No hay ninguna posibilidad de devolverlo al sitio de donde ha venido? —le preguntó.

—Ninguna —respondió ésta con firmeza—. Si nace, este mundo será su hogar. No fue convocado por un mago y por lo tanto no tiene amo. Dentro de dos años se convertirá en un peligro inimaginable para la humanidad. Es imprescindible que lo destruyamos.

—¿Podrás hacerlo, Pol? —preguntó Belgarath.

—No tengo otra opción, padre —respondió ella—. Tengo que hacerlo.

—De acuerdo, entonces —le dijo el anciano a los demás—. Tenemos que llevar a Pol al interior del templo y eso significa enfrentarse con los karands.

Seda sacó su daga de una bota.

—Debería haberla afilado —murmuró mientras miraba con tristeza la cuchilla dentada.

—¿Quieres que te deje una de las mías, Kheldar? —preguntó Velvet.

—No, Liselle, gracias —respondió él—, tengo un par de repuesto.

El hombrecillo volvió a guardar la daga en la bota y sacó otra de la parte posterior de su cinturón y una tercera del cuello.

Durnik desató el hacha de la silla del caballo.

—¿Es imprescindible que lo hagas, Pol? —preguntó.

—Sí, Durnik, me temo que sí.

—De acuerdo —suspiró—, será mejor que acabemos cuanto antes.

Se dirigieron al templo muy despacio para no alertar a los fanáticos. Los karands estaban sentados alrededor de un gran tronco hueco, golpeándolo con palos al unísono. Estaban vestidos con chaquetas de pieles teñidas y polainas de tela de saco con cordones cruzados. Llevaban largas barbas y el cabello sucio y enmarañado. Tenían dibujos grotescos en la cara, sus ojos estaban vidriosos y la expresión relajada.

—Yo iré al frente —murmuró Garion.

—Y supongo que nos anunciarás con un grito de guerra —murmuró Seda.

—No soy un asesino, Seda —respondió Garion en voz baja—. Uno o dos estarán lo bastante cuerdos como para huir, y eso significa que tendremos que matar a algunos menos.

—Como quieras, pero esperar cordura de los karands es totalmente irracional.

Garion echó un rápido vistazo al claro. El templo de madera estaba construido con troncos semipodridos, hundidos en un extremo y coronados por una hilera de mohosas calaveras que parecían mirarlos con las cuencas vacías de sus ojos. Frente al edificio, el suelo era de tierra apisonada, y junto a los hombres que tocaban el tambor, había una hoguera humeante.

—Intenta no acercarte a ese humo —le advirtió Seda en voz baja—. Si lo inhalas, comenzarás a ver cosas extrañas.

Garion asintió con un gesto y miró a su alrededor.

—¿Estáis todos listos? —preguntó en un murmullo. Los demás asintieron en silencio—. De acuerdo —dijo, y hundió los talones en los flancos de Chretienne—. ¡Arrojad las armas! —les gritó a los asombrados karands.

En lugar de obedecer, los karands cambiaron los palos por hachas, lanzas y espadas, y se pusieron a gritar frenéticamente con todas sus fuerzas.

—¿Lo ves? —dijo Seda.

Garion apretó los dientes y atacó con la espada en alto. Mientras avanzaba como un rayo entre los hombres vestidos de pieles, vio que otros cuatro salían del templo.

Sin embargo, a pesar de esos refuerzos, aquellos hombres no eran rivales dignos de Garion y sus amigos. Dos sucumbieron al primer envite de la espada de Puño de Hierro y otro, que intentó atacar al rey de Riva por la espalda con la lanza, cayó desnucado por el hacha de Durnik. Sadi esquivó un golpe de espada sacudiendo la capa y luego, con un movimiento casi delicado, hundió su daga envenenada en la garganta del espadachín. Toth arrojó a dos hombres al suelo con su pesada maza y se oyó un crujido de huesos rotos. Los gritos desafiantes de los karands se convirtieron en aullidos de impotencia. Seda se dejó caer del caballo, rodó con la agilidad digna de un acróbata y apuñaló a un fanático con una de sus dagas mientras clavaba la otra en el pecho de un gordinflón que blandía con torpeza un hacha. Chretienne pisoteó a un karand hasta hundirlo en la tierra y luego giró con tal rapidez que Garion estuvo a punto de caerse de la silla.

El único fanático que quedaba en pie estaba en la puerta del rústico templo. Era mucho más viejo que sus compañeros y su cara estaba tan llena de tatuajes que parecía una máscara grotesca. Su única arma era un palo coronado por una calavera, que agitaba en el aire mientras entonaba un ensalmo. Sin embargo, Velvet le arrojó un cuchillo con un movimiento disimulado y el karand se interrumpió de forma súbita, miró con asombro la empuñadura del cuchillo que le salía del pecho y cayó lentamente hacia atrás.

Hubo un breve silencio, interrumpido sólo por los lamentos de los dos hombres que Toth había herido, pero de pronto se oyó un desgarrador grito de mujer.

Garion desmontó dando un salto por encima del cuerpo tendido en el portal y entró en la sala grande y llena de humo del templo.

Una mujer semidesnuda estaba acostada sobre el rústico altar, situado contra la pared. La habían atado a él con los brazos y las piernas abiertas, parcialmente tapada con una manta mugrienta. Tenía la cara desfigurada por el dolor y el abdomen increíblemente hinchado. Volvió a gritar y luego habló entre sollozos:

—¡Nahaz! ¡Magrash Klat Gichak! ¡Nahaz!

—Yo me ocuparé de esto, Garion —dijo Polgara con firmeza a su espalda—. Espera fuera con los demás.

—¿Había alguien más? —le preguntó Seda al joven cuando salió.

—Sólo la mujer. Tía Pol está con ella.

Garion se dio cuenta de que temblaba violentamente.

—¿En qué idioma hablaba? —preguntó Sadi, mientras limpiaba con cuidado su daga envenenada.

—En el lenguaje de los demonios —respondió Belgarath—. Llamaba al padre de la criatura.

—¿Nahaz? —preguntó Garion, atónito.

—Ella cree que fue Nahaz —respondió el anciano—. Podría estar equivocada..., o tal vez no.

En el interior del templo la mujer volvió a gritar.

—¿Hay algún herido? —preguntó Durnik.

—Ellos —respondió Seda mientras señalaba a los karands caídos.

El hombrecillo se agachó y hundió varias veces los cuchillos en la tierra para quitarles la sangre.

—Kheldar —dijo Velvet con una voz extrañamente suave—, ¿me traerías mi cuchillo?

Garion alzó la vista y vio que estaba pálida y le temblaban las manos. Se dio cuenta de que la joven drasniana no era tan dura como él creía.

—Por supuesto, Liselle —respondió Seda con naturalidad. Era evidente que el hombrecillo comprendía la causa de su pesar. Se puso de pie, se dirigió a la puerta del templo y sacó el cuchillo del pecho del mago. Luego lo limpió con cuidado y se lo entregó—. ¿Por qué no vuelves con Ce'Nedra? —preguntó.

—Gracias, Kheldar —respondió ella, y se alejó con su caballo.

—Sólo es una niña —le dijo Seda a Garion como si tuviera que defenderla—. Aunque es muy eficiente —añadió con orgullo.

—Sí, muy eficiente —asintió Garion. Miró los cuerpos tendidos en el suelo del claro y sugirió—: ¿Por qué no escondemos los cadáveres detrás del templo? Este lugar ya es bastante feo sin esta decoración siniestra.

BOOK: El señor de los demonios
9.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Something Like This (Secrets) by Eileen Cruz Coleman
Lessons for Laura by Savage, Mia
Nexus by Ophelia Bell
Hard and Fast by Erin McCarthy
Chimera by Celina Grace
The Darkroom of Damocles by Willem Frederik Hermans
After Class by Morris, Ella
Continuance by Carmichael, Kerry