—¡Allí! ¡Creo que está allí!
La bella ucraniana se acercó a Buslenko.
—¿Se encuentra bien?
—Creo que se ha ganado una buena propina, camarera.
Buslenko sonrió con amargura y miró el cuerpo del hombre que había apuñalado y a quien ella había disparado un par de veces. Hubiera querido llevarse al menos a un prisionero vivo para interrogarlo y consideraba que el tiro de gracia de la bella ucraniana había sido innecesario, pero, teniendo en cuenta que acababa de salvarlo de ser asesinado salvajemente como un cerdo de granja, se ahorró el comentario.
El comandante de la Spetsnatz entró desde la sala contigua. Al igual que Buslenko, Peotr Samolyuk era agente de la Sokil Falcon.
—Está despejado.
—¿Qué quiere decir con «despejado»? Estaba ahí —dijo Buslenko—. Vigilando. Lo sé.
Peotr Samolyuk encogió sus hombros blindados de negro.
—Pues ahora no hay nadie.
—¿Está seguro de que era él? —preguntó la bella ucraniana.
—Nuestro maldito objetivo principal estaba ahí, he podido sentir su presencia. Y él es el único motivo por el que hemos venido. La información que teníamos de que estaría con este grupo era de lo más sólido. Pero lo de él… —Buslenko frunció el ceño e hizo un gesto hacia donde yacía el cuerpo del ruso con la cicatriz en la cabeza. De la herida del cráneo había surgido un halo carmesí oscuro—. Que él esté aquí no tiene ningún sentido… ¿Qué hacía aquí Dmitry Kotkin?
—Forma parte de la organización. ¿Por qué no debería estar aquí?
—La organización correcta, el bando equivocado. Él es un hombre de Molokov. —Buslenko seguía mirando a la pared de cristal ahumado—. Y no era Molokov quien estaba ahí, tras el cristal, vigilando. Era el mismísimo capo Vasyl Vitrenko. Algún asunto importante le ha hecho volver, o no se habría arriesgado. Hasta Kotkin es demasiado mayor para ir reclutando a matones. Había alcanzado un nivel en el que cada vez era menos visible.
—Lo único que puedo decir es que tenemos este lugar cercado por un cordón más tenso que las cuerdas de una guitarra. Quien sea que crea que estaba aquí no puede haber escapado. —La bella ucraniana siguió la mirada de Buslenko hasta la sala anexa—. Siempre podía ser un tiro aproximado, Taras. La información que teníamos era contradictoria. Los informes nos decían que Vitrenko había regresado a Ucrania, pero otra información igual de sólida nos decía que seguía en Alemania.
—En fin —dijo Buslenko, volviéndose a mirar a la bella capitana Olga Sarapenko de la milicia policial de Kiev, que con tanta convicción había hecho de camarera del club nocturno—. Es lo que mi abuela siempre decía del demonio: tiene la virtud de estar en dos lugares distintos al mismo tiempo.
Fabel esperaba a que le escoltaran hasta el despacho del Kriminaldirektor Van Heiden mientras pensaba en que pronto se convertiría en otra persona. Y en que todos, excepto Susanne, parecían hacer todo lo posible para convencerle de lo contrario.
Pensó que tal vez Van Heiden estaba a punto de hacer otro intento.
El motivo principal que tenía Fabel para renunciar a su cargo en la Polizei de Hamburgo era huir de la muerte. Toda su carrera como policía se había basado en la violenta irrupción de la misma en su vida. De joven, Fabel no se había planteado nunca ser policía; con la absoluta certeza de la juventud, Fabel había planificado toda su trayectoria como historiador. Pero entonces la muerte, bajo su forma más repentina y violenta, se abrió paso, espontáneamente, metiéndose de lleno en su camino. Todo ocurrió cuando Fabel era todavía estudiante en la Universität Hamburg. Llevaba unas pocas semanas saliendo con Hanna Dorn, la hija de su profesor de historia, cuando la muchacha fue elegida al azar por un psicópata como su siguiente víctima. Sabía que Hanna Dorn, por derecho propio, no habría dejado una huella demasiado grande en su vida; de no ser por el trauma de su muerte, haría mucho tiempo que su recuerdo se habría desvanecido de su consciencia. Sin duda habrían tenido una relación de una temporada: habrían compartido fiestas, habrían salido a comer cuando se lo hubieran podido permitir, se habrían reunido con amigos, pero cada vez que Fabel la recordaba sabía que no habrían estado juntos y que Hanna Dorn se habría alejado hasta una distancia considerable en sus recuerdos, y sería un nombre que deberían apuntarle para recordarlo. No fue la presencia de Hanna lo que marcó a Fabel para siempre, sino su repentina ausencia.
Fabel pasó de intentar entender la muerte de Hanna a intentar entender la muerte de desconocidos. Llegó a saber muchos nombres, muchas caras de muertos. Como jefe de la Mordkommission de la Polizei de Hamburgo, Jan Fabel había dedicado su carrera a conocer a gente que ya no era capaz de conocerle a él. Se había convertido en un maestro en el arte de reconstruir vidas y personalidades que se habían perdido para el resto de la gente; en el arte de desandar los pasos de las víctimas de asesinatos y de comprender las mentes de quienes habían cometido el crimen.
Lo que había preservado la cordura de Fabel había sido el hecho de que, a lo largo de su carrera, siempre se había preocupado de mantener la muerte a cierta distancia.
Nunca se había mostrado totalmente distanciado —su empatía por las víctimas era lo que le otorgaba ese ojo crítico—, pero desde el asesinato de Hanna siempre había intentado evitar que la muerte se le acercara demasiado. Pero los últimos tres casos lo habían cambiado todo: había muerto un agente, otro había quedado gravemente herido y con secuelas mentales, y en dos ocasiones más había visto a su equipo en situaciones de grave peligro.
Era el momento de irse. Un encuentro casual con un antiguo compañero de colegio terminó en una propuesta de trabajo; más que un empleo era un pasaporte hacia la vida normal, fuera lo que fuese eso: una puerta abierta a convertirse en otra persona.
Para Fabel había sido una decisión monumental, y ahora todos trataban de sacársela de la cabeza. Excepto Susanne. Ella lo veía como algo más que un cambio en la vida profesional de Fabel: era la oportunidad de cambiar la base de su relación.
Con grandes reticencias, los superiores de Fabel accedieron a que dejara la Mordkommission de la Polizei de Hamburgo cuando acabara el caso de «el Peluquero de Hamburgo». Había sido ese asunto, añadido a otras tres investigaciones de asesinos en serie emprendidas por él, lo que llevó a Fabel a la decisión definitiva de dejarlo. Decidió que había un límite en el horror y el miedo que uno es capaz de experimentar, un límite a la capacidad de presenciar cómo mentes abyectas, corruptas y enfermas se abren ante uno, antes de empezar a volverte poco a poco como aquello que has estado persiguiendo.
El Kriminaldirektor Horst van Heiden era el jefe de Fabel al trente de la Policía Criminal de Hamburgo, la división de detectives de la Polizei de Hamburgo. Fabel estaba sorprendido por la insistencia de Van Heiden para que no dimitiera, pues ambos eran, en muchos aspectos, caracteres opuestos. Van Heiden era el típico agente de policía de carrera con un largo historial en la rama uniformada de las fuerzas.
Fabel seguía considerándose un detective accidental, un
outsider
, y le gustaba pensar que tenía pocas contemplaciones hacia las formalidades de su cargo.
Cuando entró en el despacho del Kriminaldirektor había un hombre alto y delgado, con el pelo prematuramente gris, a quien Fabel no reconoció y que le esperaba junto a Van Heiden.
—Fabel… permítame que le presente a Herr Wagner, del BKA…
Fabel estrechó la mano del agente. El BKA era el Bundeskriminalamt —Agencia Federal contra el Crimen—, el cuerpo encargado de hacer cumplir la ley que abarcaba toda la República Federal. Fabel había trabajado con ellos en distintas ocasiones, pero no le habían presentado nunca a Wagner. Tal vez esa reunión no fuese un intento más de Van Heiden para convencer a Fabel de que se quedara en la Mordkommission. Sin embargo, la esperanza de Fabel se desvaneció con la primera frase de su jefe.
—No voy a andar con rodeos, Fabel —dijo Van Heiden, mientras le hacía un gesto para que se sentara—. Ya sabe cómo me siento ante su decisión de dejar la Policía de Hamburgo. Preferiría que se trasladara a otro departamento antes que perderle del todo.
—Le agradezco su postura, Herr Kriminaldirektor, pero la decisión está tomada. —Fabel no trató de disimular la fatiga de su voz—. Y, con todos mis respetos, ya hemos hablado de este tema…
Van Heiden se tensó.
—No le he hecho llamar tan sólo para repetirme, Fabel. Herr Wagner y yo queremos discutir con usted un asunto específico.
—Con todos mis respetos —intervino Wagner—, no estoy de acuerdo con Herr Van Heiden en que una buena alternativa a su marcha de la Policía podría ser su traslado a otro departamento. Sé que ha resuelto usted con éxito cuatro casos de asesinatos en serie en estos últimos años.
—Depende de lo que entienda usted por «éxito» —dijo Fabel—. He perdido a un agente y tengo a otra tan traumatizada que sigue de baja indefinida.
—¿Cómo está Frau Klee? —preguntó Van Heiden.
—María es fuerte —dijo Fabel—, muy fuerte. Supongo que, de alguna manera, ése ha sido su problema. Intentó resolver sencillamente lo que le había ocurrido, sin darse el tiempo necesario para curar sus heridas tanto físicas como las emocionales. Por esto ahora está hundida.
—Frau Klee resultó gravemente herida en el caso en el que Herr Fabel perdió a un agente. —Van Heiden sintió la necesidad de darle una explicación a Wagner.
—Y también murió un policía uniformado local —dijo Fabel.
—Sí… —Wagner frunció el ceño—. El caso Vitrenko. Créanme, las aventuras de nuestro amigo ucraniano me resultan perfectamente familiares. Vasyl Vitrenko es nuestro hombre más buscado.
—Para acabarlo de arreglar, María mantuvo… —Fabel trató de dar con la palabra adecuada— una relación, aunque sin saberlo, con el asesino de otro caso. Temo que todo esto le acabe pasando factura.
—Fabel —dijo Van Heiden con delicadeza—, lo de Frau Klee es algo más que un caso de pérdida de autoconfianza y estrés postraumático: ha sufrido un colapso total.
Todos sabemos que, de lo contrario, ella sería su sucesora en el cargo. Odio decir esto de una agente de la capacidad de Frau Klee, pero ahora mismo dudo mucho de que tenga un futuro en la Mordkommission.
—Creo que yo debería tener algo que decir en este asunto —dijo Fabel.
—Pero no podrá, Herr Hauptkommissar —dijo Van Heiden—. Cuando Frau Klee regrese de la baja, usted ya se habrá marchado. Es su decisión, Fabel, no la mía. De todos modos, estoy seguro de que podremos encontrar un puesto adecuado para Frau Klee en otro lugar de la Policía de Hamburgo.
Fabel no dijo nada. Finalmente, Wagner rompió aquel silencio embarazoso.
—En fin, como le decía, Herr Fabel, tiene usted un talento natural para los casos de asesinato complicados. Su último caso fue más bien… de alto nivel, cuando menos. Su fama llega ahora mucho más allá de Hamburgo. Le guste o no, se ha hecho usted un nombre dentro de la comunidad policial de toda Alemania como el investigador más experto y brillante de casos complicados de asesinatos múltiples.
—Sinceramente, no creo que tenga ninguna cualidad ni credenciales especiales —dijo Fabel—. Tiene más bien relación con la mala pata de haber tenido cuatro casos de asesinatos en serie en nuestra jurisdicción y el hecho de contar con un buen equipo detrás y haber tenido unas cuantas dosis de suerte.
—Todos sabemos que la suerte no ha tenido nada que ver, Fabel —dijo Van Heiden.
—Escúcheme, Herr Fabel —dijo Wagner—: hay cierto número de casos de asesinatos que surgen de vez en cuando en distintas partes de la República Federal que, por una u otra razón, son más complicados que el típico suceso normal y corriente.
—Los asesinatos en serie, quiere decir.
—No. Bueno, sí, pero no exclusivamente. Todo cambia. Ahora nos encontramos de manera rutinaria ante todo tipo de casos complejos: asesinatos con algún aspecto añadido… político, relacionado con el crimen organizado, asesinatos profesionales, ese tipo de cosas. Y también casos en los que el ámbito geográfico del crimen excede los límites de un solo estado federal y el ámbito de operaciones de una única fuerza policial. Un asesino contratado en Bremen puede estar trabajando para un gánster en Leipzig, por ejemplo. O nos podemos encontrar ante un asesino en serie que utiliza la red de autopistas para matar por toda la República Federal. O, sencillamente, podría darse un caso tan complejo o fuera de lo común que las fuerzas locales no tuvieran marco de referencia para su investigación.
—¿Y qué tiene todo esto que ver conmigo?
—Bueno, como ya sabe, el procedimiento habitual en los casos que atañen a la República Federal es que el fiscal del estado federal en el que tuvo lugar el primer crimen se encarga del caso y el BKA hace de coordinador entre las fuerzas que intervienen en la investigación. Pero vivimos en un mundo mucho más complicado, no son sólo los negocios lo que se está globalizando. Internet representa un recurso a nivel mundial para los delincuentes sexuales y el crimen organizado no conoce fronteras, y mucho menos si se trata de límites federales.
—El BKA quiere montar una unidad especial para tratar con este tipo de delitos —prosiguió Van Heiden—. Una superbrigada de homicidios, por decirlo de alguna manera. Y quieren que se ponga usted al frente de la misma.
—Seguiría usted trabajando desde la sede del Polizeipräsidium de Hamburgo —explicó Wagner—, y seguiría ocupándose de los casos locales como ha hecho durante los últimos quince años, pero se le facilitaría personal y recursos adicionales para organizar la unidad especial. Siempre que hubiera un caso que requiriera su preparación y perspectiva especiales se acudiría a su unidad.
—Me siento muy halagado, pero…
Van Heiden le cortó:
—Los halagos no tienen nada que ver. Ni se trata sólo de usted. Estamos hablando de una oportunidad para que la Policía de Hamburgo obtenga un reconocimiento a nivel europeo, incluso a nivel mundial, como centro de excelencia en investigación de homicidios, de una manera similar a la que el Instituto de Medicina Legal de Eppendorf es líder global en medicina forense.
—Pero seguramente esta unidad pertenecería al BKA.
—Usted seguiría siendo agente a tiempo completo en la Policía de Hamburgo, aunque tendría un aumento de sueldo de acuerdo con sus nuevas responsabilidades.