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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El templo de Istar (8 page)

BOOK: El templo de Istar
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—La taberna queda cerrada a partir de este momento —anunció el semielfo con resolución.

Se produjo un revuelo de protestas entre el gentío, contrarrestadas por unos aplausos en la esquina opuesta. Los clientes allí reunidos creyeron entender que el héroe de la Lanza los invitaba a una ronda de bebidas.

—Hablo en serio —insistió Tanis con firme ademán, sobreponiéndose a abucheos y vítores. Cuando se restableció la calma añadió—: Os agradezco la cálida acogida que me habéis dispensado, no sabría explicaros lo que significa para mí regresar a casa. No obstante, mis compañeros y yo deseamos estar solos. Os ruego pues que os vayáis…

Se alzó un murmullo de comprensión acompañado de algunos palmoteos de buena voluntad, y sólo unos pocos esbozaron mordaces comentarios a tenor de que «cuanto más rango ostenta el caballero tanto más centellea la armadura en sus ojos», un viejo refrán de los tiempos en que la población se mofaba de los Caballeros Solámnicos. Tras dejar a Tika al cuidado de Dezra, Riverwind recorrió la sala a fin de hostigar a varios rezagados, que creían que la orden de Tanis no les incumbía a ellos. El semielfo montaba guardia junto a Caramon, quien exhalaba sonoros ronquidos en el suelo, y de ese modo impedía que alguien lo pisoteara al salir atropelladamente. Intercambió miradas con el hombre de las Llanuras cada vez que pasaba a su lado, pero no hallaron ocasión de hablar hasta que se hubo vaciado el local.

Otik Sandeth se apostó en el umbral, desde donde daba las gracias a todos por su presencia y les aseguraba que la posada se abriría la noche siguiente a la hora habitual. En cuanto se hubieron marchado los últimos clientes, Tanis avanzó hacia el retirado propietario, incómodo y avergonzado, pero antes de que le ofreciera sus excusas éste se apresuró a susurrarle:

—Me alegro de que hayas vuelto. Atrancad los accesos cuando termine la reunión. —Tenía la mano del semielfo estrechada entre las suyas, y aún la apretó más al lanzar a Tika una furtiva mirada y recomendar al héroe, como si quisiera conspirar con él—: Si ves que la muchacha sustrae una pequeña cantidad de dinero de la caja, no te preocupes. Sé que lo repondrá, así que finjo no advertirlo—. Desvió entonces los ojos hacia el yaciente Caramon y la tristeza invadió sus facciones—. Estoy convencido de que puedes ayudarle.

Tras concluir su discurso el anciano se despidió con una inclinación de cabeza y se dejó engullir por la negrura, apoyado en su bastón.

«¡Ayudarle! —se desesperó Tanis—. ¡Y pensar que yo he acudido a la posada buscando su auxilio!» El guerrero emitió un ronquido más estentóreo de lo corriente, se incorporó sobresaltado, eructó una bocanada de efluvios alcohólicos y se zambulló de nuevo en su sopor. Tanis consultó en silencio a Riverwind y meneó la cabeza, presa del desencanto.

Crysania, que se había mantenido al margen de la situación, dedicó a Caramon una mirada entre reprobatoria y piadosa.

—Pobre hombre —comentó sin alzar la voz, con el Medallón de Paladine refulgiendo a la luz de las velas—. Quizá yo…

—No hay nada que puedas hacer por él —se opuso Tika llena de amargura—. No necesita que le curen, sólo está ebrio. ¡Ha pillado una tremenda borrachera, eso es todo!

La sacerdotisa quedó perpleja ante una respuesta tan desabrida pero Tanis, al imaginar que su réplica podía crear un serio conflicto, decidió no darle tiempo a reaccionar.

—Creo que entre los dos podremos transportarlo a su cama —sugirió a Riverwind después de examinar a Caramon.

—Dejadle donde está —lo atajó Tika, enjugándose las lágrimas con el repulgo de su mandil—. Ha dormido muchas noches en el suelo de la taberna, una más no le hará daño. Quería contártelo, de verdad —dijo al semielfo—. Si no lo hice fue porque abrigaba la esperanza de que se obrase un milagro. Verás, se excitó sobremanera al recibir tu mensaje y, durante un tiempo, recuperó la serenidad. Era casi el Caramon de nuestras aventuras, el que yo amé, y supuse que un encuentro contigo lo cambiaría definitivamente. Ése fue el motivo de que te dejara venir. Lo siento —se disculpó, y hundió la cabeza en su pecho.

Tanis se erguía aún al lado del guerrero, indeciso y petrificado.

—No entiendo nada. ¿Desde cuándo…?

—¡Con lo que me habría gustado asistir a tu casamiento! —suspiró la joven pelirroja sin cesar de formar nudos en los pliegues del delantal—. Pero no podía llevarle en un estado tan lamentable. —Prorrumpió de nuevo en sollozos, y Dezra la rodeó con sus brazos.

—Vamos, siéntate e intenta tranquilizarte —la confortó, conduciéndola hasta un banco de trabajado respaldo.

La posadera obedeció, pues las piernas apenas la sostenían, y siguió sumida en su crisis, ajena a cuanto sucedía a su alrededor.

—Imitemos a Tika y tomemos asiento —propuso el semielfo—, todos debemos recobrar la compostura—. Al descubrir que el enano gully los espiaba desde detrás del mostrador, le encargó—: Sírvenos un barril pequeño de cerveza con varias jarras, vino para la sacerdotisa Crysania y una fuente de patatas especiadas…

Hizo una pausa ya que el hombrecillo lo contemplaba anonadado, colgando su labio inferior en una muestra inequívoca de su incapacidad de asimilar tantas instrucciones. Dezra, consciente de las limitaciones de su compañero, esbozó una sonrisa y ofreció:

—Yo traeré lo que pides, Tanis. Si se ocupa Raf de organizarlo acabarás bebiendo patatas en un barril.

—Yo lo haré —protestó indignado el enano.

—Será mejor que te lleves los desperdicios —le aconsejó, paciente, la muchacha.

—Yo ser muy bueno atendiendo mesas —persistió él desconsolado mientras se encaminaba al exterior, propinando puntapiés a las patas de las sillas para desquitarse de tan horrible agravio.

—Vuestros aposentos se encuentran en el ala nueva de la posada —masculló Tika, todavía trastornada—. Os los mostraré.

—No hay prisa, los encontraremos nosotros mismos —contestó Riverwind en actitud severa pero, al cruzarse sus pupilas con las de la joven, prendió en sus ojos la llama de la más tierna compasión—. No te muevas de tu asiento y habla con Tanis, no podrá quedarse mucho tiempo.

—¡Maldita sea, había olvidado que el mozo debe aguardarme fuera con el caballo de refresco! —exclamó el semielfo, poniéndose en pie.

—Iré a avisarle de la pequeña demora —resolvió el hombre de las Llanuras.

—No te molestes, puedo hacerlo yo mismo. Tardaré tan sólo unos minutos.

—Amigo mío, eres tú quien me hace un favor si me permites ayudarte —le susurró Riverwind al pasar por su lado—. Necesito respirar el aire nocturno. Después lo trasladaré a su habitación si no se ha repuesto —concluyó, a la vez que señalaba a Caramon con un ademán de cabeza.

Tanis volvió a sentarse y, aliviado, se apoyó en el respaldo. Estaba frente a Tika, que permanecía en el banco adosado al muro. Crysania se instaló junto al semielfo aunque, a intervalos, dirigía furtivas y perplejas miradas al abultado cuerpo del guerrero ebrio.

El barbudo compañero comenzó a hablar a su amiga de temas insustanciales, que hilvanaba con la mayor soltura posible, hasta conseguir que ella irguiese la espalda e incluso sonriera. Cuando Dezra se acercó con las bebidas Tika parecía más relajada, si bien pervivían en su faz los vestigios de su angustia. Observó Tanis que Crysania apenas probaba el vino y, en lugar de tomar parte en la conversación, se mantenía inmóvil en su asiento con aquel insondable surco dibujado en la frente. Sabía que debía explicar a la sacerdotisa los acontecimientos, pero antes alguien tendría que relatárselos a él.

—¿Cuándo…? —se aventuró al fin a inquirir, temeroso de haberse precipitado.

—¿Cuándo se desató la pesadilla? —terminó Tika en su lugar—. Unos seis meses después de la reapertura de «El Ultimo Hogar». ¡Fue tan feliz hasta entonces! La ciudad estaba destruida, y el invierno había sido muy duro para los sobrevivientes. En su mayoría se hallaban próximos a la inanición, despojados de todos sus bienes y recursos por los draconianos y goblins, e incluso algunos se habían visto obligados a abandonar sus ruinosas viviendas y acomodarse en cualquier refugio que encontrasen, fuera éste una choza o una cueva natural. Las hordas enemigas saquearon Solace antes de nuestra llegada, de modo que nos topamos con un revoltijo de escombros que sólo los más animosos aprovechaban en la incipiente reconstrucción de sus casas. Recibieron a Caramon como un héroe, pues los poetas habían propagado con sus versos la noticia de la derrota de la Reina de la Oscuridad por todo el territorio.

Hizo un alto, conmovida por su propia historia. El orgullo que ahora evocaba se tradujo en sendos lagrimones, que jalonaron sus mejillas. Al poco rato continuó:

—¡Era tan dichoso en aquella época, Tanis! Los habitantes de Solace lo necesitaban, y no le importaba trabajar día y noche. Talaba árboles, cargaba haces de leña desde las montañas, erigía casas con los troncos que él mismo transportaba y hasta hizo de herrero, ya que Theros no estaba entre nosotros. Lo cierto es que no poseía una gran habilidad en este último menester —confesó esbozando una nostálgica sonrisa—, pero a nadie parecía inquietarle. Le satisfacía confeccionar cualquier tipo de instrumentos, herraduras o ruedas de carro, y los lugareños aceptaban todo cuanto podía proporcionarles. Fue un año espléndido: nos casamos y él olvidó por completo, o al menos así lo creímos quienes lo rodeábamos, a… a…

Tragó saliva, incapaz de pronunciar el fatídico nombre. Tanis, que sobrentendió a quién se refería, le dio unas palmadas en la mano y la joven, tras beber en silencio unos sorbos de vino, se sintió con ánimos de proseguir.

—El año pasado, en primavera, se operó un cambio brusco en su talante. Algo grave le ocurrió, ignoro qué fue exactamente, si bien estoy convencida de que guardaba relación con… —Una vez más calló, y meneó la cabeza—. La ciudad vivía un momento de prosperidad. Un forjador que estuvo cautivo en Pax Tharkas se mudó a Solace y se ocupó del establecimiento que hasta entonces regentara Caramon, privándole de esta distracción. Aún quedaban casas por edificar, pero todos se habían instalado de un modo u otro y no había prisa. Y, para colmo de males, yo me puse al frente de la posada. —Se encogió de hombros antes de conjeturar—: Me temo que, después de tanto ajetreo, mi pobre esposo no sabía qué hacer con su tiempo.

—Nadie precisaba su ayuda —colaboró el semielfo apesadumbrado.

—Ni siquiera yo —admitió Tika, tragando aire y enjugándose los ojos—. Quizá su derrumbamiento fuera culpa mía…

—No —la atajó Tanis como si le prohibiera la mera mención de esta posibilidad. Sus pensamientos, y sus recuerdos, se perdieron en las brumas de un triste pasado—. Todos conocemos al responsable de su desgracia.

—Sea como fuere intenté ayudarle, a pesar de mis múltiples obligaciones, sugiriéndole mil tareas a las que podía dedicar sus horas de ocio —explicó Tika con hondo pesar—. Y se esforzó, me consta que hizo cuanto estuvo en su mano. Rastreó a varios draconianos renegados a petición del alguacil, y se convirtió en guardián bajo contrato de los viajeros que se internaban en la azarosa senda de Haven. Sin embargo, pronto me di cuenta de que nadie alquilaba sus servicios por segunda vez. —Su voz se hundió ahora en un susurro quejumbroso—. A finales de invierno regresó al pueblo uno de los grupos que debía proteger, arrastrándolo en unas parihuelas… ¡Se había emborrachado, y fueron ellos quienes tuvieron que cuidar de su maltrecho cuerpo! Desde entonces no ha hecho más que dormir, atiborrarse de comida o deambular en compañía de mercenarios de dudosa procedencia por los alrededores de «El Abrevadero», ese mugriento local que se yergue en el otro extremo del pueblo.

Mientras deseaba para sus adentros haber contado con la presencia de Laurana para aconsejar a su amiga, Tanis intentó adivinar lo que ella habría sugerido:

—Quizás un hijo sería la solución.

—Quedé embarazada el verano pasado —le reveló Tika, apoyada la cabeza en la palma abierta—. Pero perdí la criatura. Caramon ni siquiera se enteró, y desde esa época hemos dormido en habitaciones separadas.

Tanis se ruborizó y se agitó en su asiento, sin atinar más que a acariciar la mano de la muchacha con un nudo en la garganta.

—Hace un instante has insinuado que la metamorfosis de Caramon se debe a alguien o algo en concreto —indagó, más para cambiar de tema que para constatar lo que ya sabía.

Tika se estremeció y, tras sorber otro trago de mosto sin adivinar que el semielfo ya conocía la respuesta, aclaró:

—Se propagaron ciertos rumores, oscuros por supuesto, acerca del mago al que tú y yo tuvimos por compañero de andanzas. —Se obstinaba en no pronunciar su nombre, como si fuera un presagio de terribles hecatombes—. Caramon decidió escribirle en secreto, Tanis. Descubrí la carta y me tomé la libertad de leerla; me destrozó el corazón. No contenía una sola palabra de reproche, respiraba amor por los cuatro costados. Le suplicaba que viniera a vivir con nosotros para, de ese modo, liberarse de las artes arcanas que le atraen hacia la negrura.

—¿Y qué ocurrió? —inquirió de nuevo el semielfo.

—Un emisario le devolvió el mensaje sin abrir. Ese vil personaje no se tomó ni siquiera la molestia de romper el lacre. Se limitó a escribir en el exterior del pergamino: «No tengo hermanos. No conozco a nadie llamado Caramon.» Y firmaba: Raistlin.

—¡Raistlin! —Era la voz de Crysania, quien clavó su mirada en Tika como si reparara en ella por vez primera. Sus ojos plomizos denotaban un creciente asombro mientras iban de la joven pelirroja a Tanis y de este último al enorme guerrero, que yacía en el suelo, convulsionándose en su embriaguez semiconsciente—. ¿Éste es Caramon Majere, el hermano gemelo del que tanto hablabas? Lo cierto es que no he atado cabos hasta ahora. Y según tú, semielfo, este hombre ha de guiarme a…

—Lo lamento, Hija Venerable de Paladine —se disculpó él visiblemente turbado—. Ignoraba los sucesos que Tika acaba de relatarnos.

—Pero Raistlin es una criatura tan inteligente, tan poderosa, que no cabe imaginar que comparta su sangre con ese desecho. ¡Y pensar que, por añadidura, son gemelos! Raistlin —persistía en cantar sus alabanzas— rebosa sensibilidad, ejerce un control absoluto sobre sí mismo y sus seguidores. Es un perfeccionista, mientras que a esta ruina patética —hizo un gesto hacia el infeliz guerrero— sólo se la puede tildar de, de… No niego que merezca nuestras oraciones y nuestra piedad…

—Tu «inteligente y sensible perfeccionista» desempeñó un papel muy importante en la decadencia de «la ruina patética» que se ha desplomado ante nuestros ojos, respetable sacerdotisa —replicó Tanis con un timbre ácido, si bien cuidó de reprimir la cólera.

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