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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

El Teorema (16 page)

BOOK: El Teorema
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Doc unió las manos lentamente. Se volvió para embolsarse los billetes que estaban sobre la mesa y después palmeó a Mark en la espalda.

—Gracias por el dinero, señor Davis. Ya puede sentarse.

—Un momento —protestó Mark.

—¿Qué pasa?

—Sólo porque su colega diga que estoy equivocado no quiere decir sea verdad.

—Ah, un incrédulo. ¿Me está diciendo que no cree en la teoría de las probabilidades?

—No al cien por cien —replicó Mark con una expresión burlona.

—¡Blasfemia! —gritó Doc y levantó las manos como un predicador—, ¡Hermanos y hermanas, tenemos a un incrédulo en nuestro seno! ¡Ayudadme a salvar el alma de este hombre! Que se levanten todos los que nacieron en enero.

Se levantaron cuatro estudiantes.

—Digan la fecha de su cumpleaños, empezando por atrás.

Ninguno cumplía años el mismo día. La sonrisa de Mark aumentó. Doc se limitó a encogerse de hombros.

—Si yo estuviese en su lugar borraría esa sonrisa de la cara. Dentro de un segundo parecerá la de un tonto. —Doc miró a la clase y continuó—: Muy bien, enero, pueden sentarse. Febrero de pie y a contar.

Esta vez se levantaron cinco alumnos. Una vez más, ninguno cumplía años el mismo día. Obtuvo los mismos resultados con marzo, abril, mayo y junio. Mark estaba cada vez más ufano. Hasta que le llegó el turno a julio.

—3 de julio —dijo un larguirucho estudiante de ingeniería.

—12 de julio —dijo otro, alto, con el pelo al rape.

—¡Eh, yo también! ¡12 de julio! —exclamó una pequeña muchacha asiática con una camiseta de color rosa.

Doc sonrió de oreja a oreja, abrió los brazos y se inclinó como un artista en el escenario.

—Caso cerrado.

Mark hizo una mueca y se sentó.

—Muy bien, ¿cuál es la moraleja del cuento? Primero, cuanto mayor es la muestra, mayor la probabilidad. En otras palabras, con las suficientes observaciones, cualquier cosa puede suceder, no importa lo improbable que sea. Si tenemos una clase de, digamos, diez personas, quizá Mark no se iría a su casa como un perdedor, porque las probabilidades de que dos personas tenga el mismo día de cumpleaños sería de… Rain Man, ayúdame.

Caine cerró los ojos durante unos segundos, y luego los abrió de nuevo:

—Sólo de un 12 por ciento.

—Correcto. —Doc sonrió—. ¿Por dónde iba? Ah sí, la segunda moraleja del cuento. —Doc miró directamente a Mark—. La teoría de las probabilidades nunca miente. Creed en ellas, porque es el único y verdadero Dios.

Doc se inclinó de nuevo pero menos y algunos de los alumnos llegaron a aplaudir. Él estaba radiante.

—Muy bien ahora repasaremos la lección.

Caine lo interpretó como la señal para que volviera a su asiento. Mientras caminaba por el pasillo, se sintió invadido por la alegría. Lo había conseguido. Aunque las dos espadas de Damocles llamadas «epilepsia» y «Vitaly Nikolaev» aún pendían sobre su cabeza, durante aquel momento, no le importaban. Durante unos minutos, había dado una clase. Por primera vez en casi dieciocho meses, Caine creyó súbitamente que quizá podría recuperar su vida. De haberlo sabido antes, no hubiera esperado tanto para entrar en las pruebas clínicas del doctor Kumar.

Doc acabó la clase al cabo de cuarenta y cinco minutos.

—Pueden marcharse. Nos veremos de nuevo el miércoles. Quizá si somos afortunados, el señor Caine considere conveniente sumarse a nosotros una vez más.

Aunque la mayoría de los estudiantes abandonaron el aula apresuradamente, Caine esperó mientras unos pocos empollones rodeaban a Doc para hacerle preguntas sobre la lección. En cuanto se marcharon todos, Caine se acercó a su viejo mentor.

—Es un placer verte de nuevo, Caine. —Doc le dio una palmada en el hombro—. Creo que deberíamos llevar nuestro espectáculo de gira.

—No tengo muy claro que la gente esté dispuesta a pagar para verlo.

—¿Bromeas? Acaban de hacerlo cincuenta y ocho estudiantes, que están pagando 14.000 dólares cada uno por cuatro cursos. Eso hacen…

Caine parpadeó.

—Ciento treinta y cuatro dólares con sesenta y dos centavos por estudiante y clase.

—¡Exacto!

—Genial —dijo Caine—. Entonces, mi parte por la clase de hoy es de tres mil novecientos cuatro dólares. ¿Podría darme un cheque?

El camión blanco con las letras mayúsculas de color azul y naranja apagó el motor al otro lado de la calle, delante mismo de Sam's Diner. El camión de FedEx era uno de los cuarenta que había comprado una empresa tapadera de la Agencia Nacional de Seguridad. Sin embargo, excepto por el exterior, el vehículo se parecía muy poco a los otros camiones de la empresa de transportes; estaba equipado con un motor mucho más potente y con los más modernos equipos de vigilancia electrónica.

Ninguno de los tres ocupantes del camión llevaba identificación alguna, excepto por unas placas falsas en los uniformes robados. Steven Grimes era el jefe del equipo. Era uno de los principales expertos en vigilancia del país, aunque no encajaba mucho en su papel con aquel grasiento pelo negro y aquella palidez enfermiza.

Cuando estaba en el centro de vigilancia, se sentaba en una gran butaca de cuero, desde donde veía diez monitores y tenía acceso a cinco teclados. Pero sobre el terreno, las cosas se reducían; sólo tenía tres pantallas, dos teclados y un taburete de metal atornillado al suelo. Sin embargo era en el camión donde disfrutaba, porque en el fondo Grimes era un adicto al trabajo sobre el terreno.

Por encima de todo lo demás, le encantaba mirar. Cuando se trataba de mirar, Grimes era el mirón por excelencia. A pesar de no tener una titulación, era un genio de la electrónica, y gracias a tener a un padre delincuente, un experto ladrón. Esas dos habilidades le habían permitido construir microcámaras caseras e instalarlas allí donde consideraba conveniente, algo que comenzó haciendo en el vestuario de las chicas, en el instituto. Después de que lo expulsaran de allí, Grimes decidió que quería ser un mirón profesional, así que presentó una solicitud de ingreso a la ANS. Se la rechazaron prácticamente en el acto, pero fue capaz de hacerles cambiar de opinión cuando se coló en la red de la agencia y escribió una nota personal al director de Criptografía, que le aparecía en pantalla cada vez que se conectaba.

A Grimes lo contrataron al día siguiente y los ocho años posteriores fueron el paraíso del mirón. Le dieron su propio laboratorio de electrónica y un presupuesto que rayaba el infinito para comprar juguetes de espías. La única cosa que no le gustaba de su trabajo era todo el papeleo burocrático y su jefe, el doctor James Forsythe. Forsythe —o, como a Grimes le gustaba llamarlo, doctor Jimmy— era un enorme grano en el culo, peor que todos aquellos burros del Ejército.

Hasta hacía poco habían mantenido una relación beneficiosa para ambos aunque bastante áspera. Pero eso había sido antes de que Grimes lo perdiera todo gracias a un soplo en la Bolsa que le dio Forsythe. De no haber sido por el doctor Jimmy, Grimes aún tendría más de 200.000 dólares en el banco. En cambio, dos meses antes Grimes lo había invertido todo en Philotech, porque el doctor Jimmy le dijo que el senador Daniels patrocinaba una importante ley de defensa que garantizaría a la empresa un multimillonario contrato gubernamental.

Cuando la noticia se hizo pública al cabo de unas semanas, las acciones subieron como la espuma, desde la cotización de 20,24 dólares la acción que mantenía desde hacía cincuenta y dos semanas a 101,50. En lugar de recoger beneficios, Grimes invirtió el doble, dado que sabía que el contrato del gobierno triplicaba las expectativas de Wall Street. Estaba destinado a hacer una fortuna, hasta que Daniels amaneció muerto y todo se fue al demonio. Sin Daniels se acabó la ley de defensa y cualquier con-trato para Philotech, y todo aquello ocurrió antes de que el escándalo contable apareciera en las primeras planas.

En la primera hora de negocio, las acciones perdieron el noventa y ocho por ciento de su valor y Grimes se quedó en la ruina. Todo su paquete de acciones no valía ya ni diez mil dólares. Pero ¿había compartido Forsythe su desgracia? De ninguna manera. El capullo había vendido justo cuando las acciones alcanzaron los tres dígitos y se había forrado.

No había nada que Grimes pudiera hacer. Peor todavía, seguir con Forsythe era la única oportunidad que tenía de ganar dinero; así que allí estaba, a la disposición de su amo. En aquel momento sonó el móvil y apretó un botón. El MP3 que había estado escuchando fue reemplazado por la irritante voz del doctor Jimmy.

—¿Ya tienes audio? —preguntó Forsythe sin siquiera molestarse en saludarlo.

—No se me mee en los calzoncillos, doctor Jimmy —respondió Grimes y disfrutó con las risitas de los otros tipos del camión—. Augy está en eso. Lo tendremos dentro de un par de minutos.

—Bien —gruñó Forsythe—. En cuanto lo tengas pásamelos de inmediato por Ethernet.

El doctor Jimmy colgó y Grimes volvió a mirar el monitor, donde aparecía un viejo en un restaurante. Se preguntó qué tendría de importante el tal Tversky para que el doctor Jimmy quisiera que el equipo de Grimes vigilara al tipo mientras comía.

Capítulo 10

El restaurante favorito de Doc tenía un gran letrero luminoso encima de la puerta, que anunciaba las «HAMBURGUESAS Y SOPA MÁS FAMOSAS DEL MUNDO». Caine siempre había creído que era una combinación extraña, porque no recordaba haber comido nunca juntas las hamburguesas con sopa, pero servían una comida excelente. Mientras Doc lo ponía al corriente de los últimos artículos, Caine reunió el coraje para pedirle un empleo a su viejo profesor. Pero estaba nervioso. Había algo en Doc que parecía… raro. Le había metido una bronca de padre y muy señor mío a la camarera cuando se había equivocado con las bebidas. No era propio de él.

Caine se dijo que sólo era su imaginación, que buscaba excusas, y se obligó a preguntar. Por desgracia, antes de que pudiera plantearle la pregunta, entró un hombre que miró a Doc con una expresión expectante y éste lo invitó a acercarse con un gesto. El hombre era el opuesto físico del profesor, vestido muy elegante, con traje y chaleco gris, y una pajarita color burdeos. Caine lo reconoció como la persona que a veces hacía investigaciones con Doc, pero no recordaba su nombre.

—Recuerdas a David, ¿no? —le preguntó Doc al hombre, sin molestarse en presentarlo.

—Por supuesto, es un placer verlo —dijo el hombre. Estrechó la mano de Caine con la firmeza de una acelga y lo miró como si fuese un animal en el zoo.

—¿Qué te preocupa? —le preguntó Doc a su colega—. Pareces cabreado.

Pajarita se pasó una mano por el pelo y masculló:

—Tengo un mal día. He tenido una discusión con alguien sobre Heisenberg. Me ha dado dolor de cabeza.

—Cuéntamelo —dijo Doc, con una expresión pensativa—. Nunca he sido un fan de Heisenberg. ¿Tú qué, Rain Man?

«—¿Eh? —exclamó Caine, sorprendido de que Doc lo hubiese metido en la conversación—. Oh, no lo sé. Nunca he conseguido encontrarle el sentido a lo que decía.

—¿De verdad? —preguntó Doc, con los ojos brillantes—. ¿Qué no entiendes?

Caine se hubiera dado de bofetadas. Se había olvidado del insaciable apetito de Doc por explicar los fenómenos complejos. A lo largo de los años, Caine se había pasado horas atrapado en el despacho de Doc mientras el profesor hablaba poéticamente de todo, desde el Big Bang a la teoría del caos.

Caine miró a Pajarita en busca de ayuda, pero el hombre ya estaba muy ocupado con el menú, ajeno a la conversación.

—Creo que nunca entendí por qué los físicos creen que una partícula no tiene una posición singular sólo porque son incapaces de descubrir dónde está. No es probable que pueda estar en dos lugares al mismo tiempo.

—En cierta manera sí que puede —afirmó Doc, evidentemente feliz por haber llevado la conversación hacia un tema que le permitiera hacer una disertación—. Los físicos han utilizado el experimento de la doble rendija para demostrarlo.

—Vale, he picado —dijo Caine. Sabía que ya no había manera de parar a Doc, así que decidió que podría aprovechar para aprender algo—. ¿Qué es el experimento de la doble rendija?

—Imagina que proyectas una luz a través de una rendija en una hoja de papel sobre este plato. ¿Qué esperarías ver?

Caine se encogió de hombros.

—Una línea de luz, ¿no?

—Exactamente. —Doc extendió un poco de ketchup por en medio del plato vacío—. Los fotones de luz que pasan por la rendija impactarán en el plato y crearán una línea. —Hizo una pausa para beber un sorbo de agua—. Ahora, imagina que proyectas una luz a través de un trozo de papel con dos rendijas. ¿Qué verías?

—Dos líneas de luz.

—Error —dijo Doc—. Verías una serie de líneas borrosas y sombras, como éstas. —El profesor trazó más líneas con ketchup paralelas a la primera y luego las mezclo con una patata frita—. Si piensas en la luz como una onda, este dibujo no te sorprenderá, porque te puedes imaginar las diferentes ondas de luz que se interfieren las unas con las otras al otro lado del papel, en su camino hacia el plato, cosa que causa este confuso dibujo. Incluso si piensas en la luz como lo que es: una serie de partículas, también podrás explicar el dibujo, porque cada fotón tiene su propia frecuencia, así que también se interfieren los unos con los otros para crear el dibujo confuso en el plato.

—Vale, es explicable. ¿Qué es tan importante? —preguntó Caine.

Doc levantó un dedo para pedirle paciencia.

—Estoy a punto de llegar a eso. No hace mucho, unos físicos desarrollaron una fuente de luz que sólo emite un fotón a la vez y repitieron el experimento. ¿Adivinas qué pasó? Se encontraron con exactamente el mismo dibujo confuso en el otro lado.

Caine frunció el entrecejo.

—¿Cómo puede haber una interferencia en el otro lado si a través de la rendija sólo pasa un fotón a la vez? ¿Con qué interfiere?

—Cada fotón individual debe interferir consigo mismo al otro lado del papel porque pasan simultáneamente por las dos rendijas durante el experimento. —Doc sonrió ufanamente.

—¿Cómo?

—Porque un fotón, que antes se creía que era una partícula, también es una onda. Cuando sólo hay una rendija, actúa como una partícula, pero cuando hay dos, actúa como una onda. La razón es que el fotón tiene simultáneamente las propiedades de una partícula y una onda. Esto se llama dualidad partícula-onda. Esencialmente, toda la materia es dos cosas a la vez, con diferentes propiedades, en distintas localizaciones, todo al mismo tiempo, hasta que se mide.

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