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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

El Teorema (17 page)

BOOK: El Teorema
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—Pero eso no tiene sentido —señaló Caine.

—Bienvenido a la física cuántica —dijo Doc, y masticó otra patata frita.

Pajarita finalmente se animó.

—Si realmente lo quieres desconcertar —le dijo a Doc como si Caine no estuviese allí—, háblale del gato de Schrödinger.

Caine levantó una mano.

—La verdad es que…

—Venga, sólo tardaré un minuto —le interrumpió Doc—. Te prometo que será rápido e indoloro.

—Muy bien —aceptó Caine—. Uno más.

Caine se había olvidado de lo divertido que era estarse sentado y hablar sin preocuparse por si el tipo a su lado se estaba echando un farol. Por segunda vez en el día, se permitió olvidarse de los problemas y disfrutar del momento. Resultaba agradable, aunque estuviesen hablando de física cuántica.

—A pesar de que Erwin Schrödinger fue uno de los padres de la física cuántica, se dio cuenta de lo ilógica que era, especialmente cuando se aplicaba al mundo real. Así que planteó un problema filosófico sobre su gato en el mismo momento en que Heisenberg estaba completando su principio de la indeterminación.

»Básicamente era algo así: imagina que tienes un átomo radiactivo que oscila entre dos estados: «excitado», durante el tiempo en que da una sobrecarga de energía, o «no excitado», durante el tiempo que está en reposo. La física cuántica nos dice que, mientras observamos, el átomo estará en uno u otro estado, pero mientras no lo observamos, está simultáneamente en los dos estados, de la misma manera que el fotón del ejemplo anterior estaba en dos lugares al mismo tiempo.

»E1 problema filosófico de Schrödinger es el siguiente: ¿qué pasaría si pones a un gato en una caja con una botella de gas cianuro, un átomo radiactivo y un martillo programado para que golpee cuando detecta energía? Si el átomo radiactivo se excita, entonces el martillo golpeará en la botella, que dejará escapar el gas y el gato morirá. Pero si el átomo radiactivo no está excitado, entonces el martillo permanecerá quieto y el gato vivirá.

»Sin embargo, hasta que no abres la caja y observas el átomo, éste no estará excitado ni no excitado, sino una combinación probabilística de los dos. Por lo tanto, la pregunta es: ¿qué le pasa al gato mientras la caja está cerrada?

Caine pensó en la respuesta durante unos segundos.

—Supongo… —Su voz se apagó y entonces sonrió—. Ah, ya lo tengo. Dado que el átomo está teóricamente en dos estados a la vez, entonces el gato está simultáneamente vivo y muerto hasta que abres la caja y observas el átomo, momento en que el gato entra definitivamente en un estado u otro.

—¿Lo ves? —Doc sonrió—. Y decías que no entendías la física cuántica.

—La cuestión, obviamente —intervino Pajarita, que ahora dirigió toda su atención a Caine—, es que si bien la mecánica cuántica es técnicamente correcta, es todavía mucho más ilógica de lo que parece cuando se intenta aplicar al mundo real.

—¿Estás diciendo que no crees en Heisenberg? —le preguntó Doc a Pajarita.

—¿Crees tú? —replicó el otro.

Doc se encogió de hombros.

—La mayoría de las veces, sólo creo aquello que veo con mis propios ojos. Todo lo demás es sólo teoría. —Luego miró de nuevo a Caine—. Lo siento, ibas a preguntarme algo antes de que nos desviáramos a esto.

Caine cogió una de las patatas fritas de Doc, de pronto avergonzado por tener que pedir ayuda, especialmente delante de un tercero.

—Verá, tengo un pequeño problema…

—Oh —dijo Doc, preocupado—. ¿De qué se trata?

—Tengo un pequeño problema de liquidez.

—Sabes que te daría de nuevo el trabajo de ayudante de cátedra, pero después de tus… problemas, el director del departamento no me lo permitiría. Al menos, en este semestre. Pero siempre está el año que viene.

—Sí, lo sé, sólo que mis necesidades monetarias son un poco más inmediatas. —Caine se sintió mortificado, y más aún porque el amigo de Doc no había tenido la cortesía de excusarse. Se limitaba a mirar a Caine como si oliera algo demasiado maduro. Caine hizo todo lo posible por no hacer caso del bioestadístico de la pajarita y siguió adelante—. Si tuviese algún proyecto de investigación privado para el que necesitara ayuda, aunque fuese un trabajo rutinario, lo haría. Estoy un tanto desesperado.

Doc contempló el techo durante un segundo, sumido en sus pensamientos. Cuando volvió a mirar a Caine, su expresión no era alentadora. Negó con la cabeza lentamente.

—Si hubiese alguna manera de ayudarte, lo haría. Pero ahora mismo no tengo nada.

Caine intentó no desmoronarse en la silla, pero le costó lo suyo.

—Lo siento —añadió Doc.

—No pasa nada —dijo Caine, aunque pensaba todo lo contrario—. Tenía que intentarlo. No se preocupe, ya se me ocurrirá alguna cosa.

Caine miró la mesa para no tener que mirar a los ojos de Doc. Pasó la última patata frita a través del plato para untarla en el ketchup que Doc había empleado en su ejemplo de la doble rendija. Mientras se llevaba la patata frita a la boca, una gota de ketchup cayó de la punta y se estrelló contra el plato y unas minúsculas líneas rojas se extendieron alrededor del punto de impacto.

Mientras Caine las observaba, notó que el tiempo se ralentizaba.


Las líneas rojas se ensanchan para llegar al borde del plato. La pequeña gota es ahora un charco rojo que crece, lleno de vida. Crece hasta convertirse en una masa que comienza a desbordarse, se extiende por la mesa y las gotas rojas se elevan por el aire.

(Una probabilidad del 92,8432%)

Vuelan en cámara lenta hacia los rostros de Doc y su colega, trazan líneas en sus frentes y mejillas, crean enormes manchas en sus camisas. Las gotas atraviesan las prendas y la piel. Ahora los dos doctores sangran, la sangre de un color rojo oscuro corre por sus rostros y mana de sus pechos.

(Una probabilidad del 96,1158%)

Caine se levanta, no puede respirar. La boca de Doc forma palabras, pero no se oye ningún sonido. Su garganta está llena de sangre, que brota por sus labios. Caine tiene la sensación de que ha desaparecido todo el oxígeno del local. Jadea, pero no hay nada, sólo vacío y un dolor intenso en su cabeza.

(Una probabilidad del 99,2743%)

Está ocurriendo. Otro ataque. Pero éste no se parece en nada a ninguno de los anteriores. Ha tenido otras alucinaciones visuales, pero nada como esto. Nada que se le parezca. Quisiera poder gritar, detener lo que está sucediendo pero no puede.

Todo se detiene.

Doc, su amigo, los otros clientes, están inmóviles como estatuas; la sangre flota en el aire como resplandecientes gotas de lluvia roja. Luego lentamente, las cosas comienzan a moverse. Pero hay algo que no está bien. Caine tarda un momento en darse cuenta de que todo se está moviendo hacia atrás.

(Una probabilidad del 98,3667%)

Las gotas rojas vuelven a su fuente. Las heridas se cierran y cicatrizan, pero no sin antes expulsar diminutos trozos de cristal, que pasan como proyectiles junto al rostro de Caine en su camino hacia la enorme ventana que ahora es un agujero en la pared.

(Una probabilidad del 94,7341 %)

Se mueven rápidamente mientras la parrilla retorcida de un camión aparece de la nada y comienza a salir del restaurante por encima de la mesa. El camión desaparece; los diminutos trozos de cristal se unen como las piezas de un gigantesco rompecabezas y se funden para recrear la ventana.


Caine jadeó.

Doc y su amigo estaban como antes: intactos, enteros. Caine miró su plato y el charco de sangre había desaparecido, reemplazado por una pequeña gota de ketchup. Abrió la boca en un gesto de sorpresa y la patata frita escapó de sus dedos para acabar en el suelo.

—¿David, David? —Era Doc. Su habitual expresión burlona había sido reemplazada por otra de preocupación—. ¿Estás bien?

—¿Eh? —replicó Caine. Sacudió la cabeza como quien se despierta de una siesta—. ¿Qué ha pasado?

Sangre… tanta sangre.

—Te has quedado en blanco durante unos segundos. —Doc miró a Caine.

Caine parpadeó rápidamente y sostuvo la mirada de Doc, pero lo único que veía era la sangre que corría por su rostro. Lentamente, Caine extendió una mano temblorosa. Doc no se movió. Caine se preparó, a la espera del contacto húmedo, pegajoso e inconfundible de la sangre. Pero cuando sus dedos temblorosos tocaron el rostro de Doc, sólo notó el roce de la barba. La sangre había desaparecido.

—¿Rain Man? —dijo Doc, esta vez con un tono suave, como si tuviese miedo de despertar a un tigre dormido. De pronto, Caine lo comprendió. El camión. El camión había atravesado la ventana y los había matado a todos. ¿Los había? No, no los había. Todo estaba muy mezclado, hecho un lío en su cabeza. No había, lo haría. El camión atravesaría la ventana. La única pregunta era saber si ellos aún estarían sentados allí cuando lo hiciera.


(Una probabilidad del 94,7341 %)


—Tenemos que marcharnos —susurró Caine con voz ronca.

—¿A qué te refieres? —preguntó Doc.

—El camión… la sangre —respondió Caine, consciente de que sonaba ininteligible—. Vamos a morir a menos que nos marchemos.

—Vale, David, claro —dijo Doc, con el tono de voz que las personas emplean con los perturbados—. Espera a que pague la cuenta y nos iremos. ¿Vale?

Caine negó con la cabeza lentamente.

—No. No vale. ¡Tenemos que irnos ahora! —exclamó Caine, y su voz subió de tono, a sabiendas (ésa era la palabra correcta, ¿no?) a sabiendas; porque él sabía, de alguna manera sabía que había una probabilidad del 94,7341 por ciento de que sólo les quedaran diez segundos más de vida.

—Creo que necesita respirar a fondo y relajarse —opinó Pajarita, y frunció la nariz—. Está montando una escena.

Caine cerró los ojos e intentó pensar. Todo era tan confuso… absolutamente desquiciado. ¿Estaba sufriendo un episodio esquizofrénico? Parecía del todo real, pero era así como Jasper había dicho que sería. Sin embargo, el grito en su cerebro le decía que en esos momentos le quedaban menos de cinco segundos. En una fracción de segundo Caine decidió lo que haría. Abrió los ojos y se levantó.

Quedaban cuatro segundos.

Tendió las manos y cogió a los viejos profesores, cada uno por un brazo. Los obligó a levantarse.

Tres segundos.

Caine retrocedió y chocó con alguien…


Es una camarera, se llama Helen Bogarty, vive en el quinto piso de un edificio sin ascensor en la calle Trece, ha decidido adoptar a una niña china.


… y arrastró a Doc y a su amigo con él.

Dos.

—¡Eh! —gritó la camarera mientras cuatro tazas de café se hacían añicos contra el suelo. A Caine no le importó. Después del accidente, tampoco le importaría a ella.

—¡Abajo! —gritó Caine, y los hizo caer a todos.

Uno.

Se oyó un estruendo ensordecedor, los trozos de metal y cristal volaban por el aire como metralla. Caine no lo vio porque tenía los ojos cerrados, pero lo sabía. Veía la escena en su mente como si fuera una película que hubiese visto un millón de veces. Los miles —19.483 para ser exactos— de trozos de cristal en el aire, la parrilla del Chevrolet Silverado Z71 que asomaba por el agujero, la mesa aplastada debajo de las ruedas, destrozada cuando el camión atravesó la ventana después de cruzar la acera.

Entonces todo cambió. Era diferente. Los trozos de cristal volaron en trayectorias diferentes, sin tocar la carne blanda en la que se habían hundido antes… pero no era antes. Era ahora. Pero no este ahora. Otro ahora. Un ahora que hubiese podido suceder, pero que no había sucedido.

Fue entonces cuando Caine perdió el conocimiento. De haber estado consciente durante aquel primer instante de inconsciencia, lo hubiese comprendido todo. Pero no lo estaba, así que no sintió nada, y eso no estuvo mal, por el momento.

Humo.

Fue lo primero que Caine advirtió mientras recuperaba la conciencia. El humo le quemaba los pulmones, le ardía en los ojos. Notaba el calor a su alrededor. Entonces Caine notó que alguien lo arrastraba entre lo que quedaba del restaurante. Notaba la luz a través de los párpados cerrados; el aire fresco y puro, mientras su salvador lo dejaba en el suelo.

Respiró con precaución y se tranquilizó al descubrir que podía respirar con normalidad. Caine tosió y se llenó los pulmones con el aire fresco.

—¿David, estás bien?

Caine miró con los ojos entrecerrados a la silueta inclinada sobre él. Era Doc.

—Sí, eso creo. —Doc le ofreció la mano y lo ayudó a sentarse. Caine miró en derredor. No vio a Pajarita por ninguna parte—. ¿Dónde…?

—Estoy bien. —El amigo de Doc apareció en su campo visual—. Gracias a usted.

—¿Qué? —A Caine le daba vueltas la cabeza.

—Si no nos hubieses hecho salir de ahí, el camión nos hubiese matado. —El profesor inclinó la cabeza hacia un lado y bajó la voz—. ¿Cómo lo supiste?

Caine lo miró; el profesor tenía los cabellos desordenados y su chaqueta de un corte impecable se veía muy chamuscada. Caine no sabía qué decir. Cerró los ojos mientras intentaba recordar. Las imágenes que acudían a su mente eran un embrollo, destellos que se unían como un pésimo vídeo musical. Ketchup. Sangre. Cristales. Camión. Muerte.

—No lo sé —respondió Caine. De pronto le entraron ganas de vomitar. Se levantó tambaleante. Cuando oyó el ulular de las sirenas, decidió que lo mejor sería no estar allí cuando la policía comenzara a hacer preguntas—. Tengo que irme. —Se volvió pero no había dado ni un paso cuando notó que le sujetaban el brazo.

—David, creo que deberíamos hablar de lo que acaba de ocurrir —dijo Pajarita.

Caine miró los ojos del hombre y no le gustó lo que vio.

—No ha pasado nada. Sólo vi el camión por el rabillo del ojo. Eso es todo. Ahora suélteme. —Lentamente, Pajarita le soltó el brazo, pero la mirada no cambió. Caine se volvió hacia Doc—. Ya le llamaré. —Luego se despidió de Pajarita—. Adiós, profesor.

:—David, olvídese de las formalidades y llámeme por mi nombre. Me llamo Peter.

Caine no se molestó en responder. Se marchó sin más.

Caine no sabía cuánto tiempo llevaba errando por la ciudad. Caminaba por calles y avenidas, según la dirección que le marcaban los semáforos. Mientras caminaba, los hechos del restaurante se repetían en su mente una y otra vez.

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