El Teorema (53 page)

Read El Teorema Online

Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

BOOK: El Teorema
2.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ella: Sí. Ésa es la razón por la que las partículas existen en todos los lugares posibles a la vez, porque representan simultáneamente todos los posibles futuros.

Caine: Pero eso entra en conflicto con la teoría del demonio de Laplace. Laplace cree que si uno lo sabe todo en el Ahora, entonces conoce todos los acontecimientos del pasado y todos los acontecimientos del futuro. Si la teoría de Laplace es correcta, el futuro está predeterminado, es singular, pero el futuro no es singular, es infinito.

Ella: Es verdad. La teoría de Laplace es incompleta. Es correcta en el pasado del Durante, pero no del todo en su futuro.

Caine: Ah. El demonio de Laplace lo sabe todo del pasado, porque el pasado es siempre singular, porque todas las posibilidades se extienden hacia delante. Pero el demonio de Laplace no conoce el futuro preciso porque hay más de uno. El demonio de Laplace lo sabe todo en los posibles futuros.

Ella: Sí. La naturaleza del futuro del Durante es probabilística. Dado que ves los múltiples Ahora perfectamente, ves todos los posibles futuros, y en consecuencia tus observaciones son infinitas. Dado que la realidad es un reflejo de la observación, escoges tu propia realidad, que surge de cada momento que se ramifica hacia delante porque eliges el momento que quieres observar.

Caine: Ya lo entiendo. Por eso no puedo ver el Instante con los ojos abiertos, porque cuando observo el universo, se queda fijo en el Ahora y elimina algunos de los posibles futuros.

Ella: Sí.

Caine: Pero ¿por qué yo? ¿Por qué soy el Demonio? ¿Por qué no otro?

Ella: Es sólo una cuestión de probabilidades, como la curva con forma de campana. Todos tienen algunas capacidades «demoniacas». La mayoría sólo tienen unas capacidades muy débiles. Algunos tienen capacidades muy grandes. Los hay que no tienen ninguna. Por lo tanto, unos pocos deben tenerlas todas. Esos pocos son los Demonios.

Caine: Si todos tienen algunas capacidades, ¿por qué no sé de nadie más que viaje por el Instante?

Ella: El Instante está atrapado en sus mentes inconscientes. Pueden verlo, pero no lo comprenden. Algunas veces existe como un eco.

Caine: ¿Cómo el déjá vu?

Ella: Sí. El déjá vu es un recuerdo de un posible futuro tal como se ve en el pasado del Durante. Las personas ven el camino que conduce a un posible futuro pero no lo siguen. Sin embargo, si lo siguen exactamente, el recuerdo aflora a la mente consciente; eso es el déjá vu.

Caine: ¿Así que todos tienen diferentes niveles de capacidad?

Ella: Sí, algunos un poco, otros mucho. Los débiles tienen poca o ninguna percepción. No pueden prever intuitivamente las consecuencias de sus acciones porque no ven los posibles futuros. Van por la vida como personas ciegas y estúpidas. Toman sus decisiones al azar y los resultados de sus decisiones son imprevisibles.

Los que tienen más capacidades ven mucho, aunque lo que ven está atrapado en sus inconscientes. Atribuyen sus buenas ideas a la «perspicacia», a la «intuición», o a una «sensación». En realidad, sus ideas provienen de los futuros que atisban en el Instante. En el Instante, todos tienen algún posible futuro, que es idílico, feliz.

Aquellos que tienen más capacidades buscan conseguir algunas de esas vidas idílicas imitando las decisiones de sus futuros yoes idílicos, observando los mismos acontecimientos que sus futuros yo. En consecuencia, sus decisiones son buenas, dado que sus mentes inconscientes sabe que son las decisiones «correctas» para conseguir uno de esos futuros felices.

Caine: Pero ¿hay algunos más como yo? ¿Otros… demonios?

Ella: Sí. También existen otros demonios en el Durante. Sócrates, Alejandro el Grande, Julio César, Juana de Arco, Moliere, Napoleón Bonaparte, Hermann von Helmholtz, Vincent van Gogh, Alfred Nobel. Todos son demonios.

Caine: Todos eran epilépticos… como yo. ¿Es eso lo que son los ataques?, ¿partes del Instante que sobrecargan las sinapsis?

Ella: Sí. La visión del Instante hace que los demonios sufran en el Durante.

Caine: ¿Qué se supone que debo hacer si estoy en el Durante?

Ella: Lo que desees. Tienes el poder de escoger tu propio futuro y al hacerlo, alteras el futuro de aquellos que te rodean.

Caine: ¿Cómo sé cuáles son las decisiones correctas? Todo está interconectado. Escoger algo que es bueno para mí puede perjudicar a otros.

Ella: Las decisiones no son buenas o malas. Las decisiones sencillamente son. Debes escoger aquello que consideres lo mejor.

Caine: ¿Cómo escojo?

Ella: Eso lo decides tú.

—¿Grimes, qué demonios está pasando?

—Lo siento, doctor Jimmy. Parece que ha habido un problema con uno de los interruptores.

—¡No me interesan los puñeteros detalles! —gritó Forsythe. Estaba casi histérico—. ¡Sólo quiero que soluciones el problema! ¿Crees que podrás hacerlo?

—Escuche, Jimmy —replicó Grimes—, estoy haciendo todo lo que puedo. Kirk fuera. —Grimes cortó la comunicación. Forsythe apretó los puños. Maldito imbécil. Tan pronto como se solucionara todo ese embrollo, se buscaría a otro técnico. Estaba harto de la incompetencia de Grimes.

Se volvió hacia el espejo y miró a la nada; tampoco oía nada excepto el ruido de su respiración entrecortada. La oscuridad era total en el espacio sin ventanas. El corazón comenzó a latirle, desbocado. No dejaba de parpadear, como si quisiera desprenderse de un velo oscuro, pero era inútil. No había ninguna diferencia entre mantener los ojos abiertos o cerrados.

De pronto, fue como si se le hubiese detenido el corazón. Demonios… el sujeto Beta. Los ganchos que le mantenían inmovilizados los párpados no servirían de nada mientras no hubiese luz… y el ordenador controlaba el suministro de las drogas. La falta de electricidad significaba que no recibiría los sedantes. El sujeto estaría despierto en menos de diez minutos. Su nuevo miedo eclipsó al anterior. Cogió el teléfono y marcó la extensión de Grimes.

—¡Tienes que encender las luces! —ordenó Forsythe.

—Vaya novedad —respondió Grimes sarcásticamente—. Ese era mi plan, ¿no lo sabía?

—Grimes, hablo en serio. No lo entiendes. Es imprescindible restablecer el suministro de electricidad inmediatamente.

—Escuche, doctor Jimmy, estoy trabajando todo lo rápido que puedo. Hablar con usted sólo me re-tra-sa. —Alargó la última palabra para recalcarla—. Ahora, a menos que tenga más noticias de última hora, le sugiero que me deje continuar con mi trabajo.

—¡Hazlo! —Forsythe colgó el teléfono de un manotazo. Le pareció que el corazón le estallaría en cualquier momento. Necesitaba hacer algo, pero ¿qué? Metió las manos sudorosas en los bolsillos de su bata blanca. Se dijo que lo mejor sería moverse mientras procuraba no hiperventilar. Dio tres pasos y se golpeó la rodilla contra un archivador—. ¡Mierda! —chilló y se frotó la articulación dolorida.

Buscó a tientas en la oscuridad hasta que encontró la silla y se sentó. Volvió a meter las manos en los bolsillos y entonces tocó un objeto largo y cilíndrico. Casi lo había olvidado. Sacó el objeto y movió el pequeño interruptor que había en un lado, y por un momento lo cegó la luz de la linterna.

Forsythe suspiró de alivio y su corazón redujo el ritmo. Dirigió el rayo de luz hacia el espejo, pero sólo le devolvió el reflejo, que arrojó unas sombras gigantes en la pared de atrás. No podía llegar hasta el sujeto de esa manera, pero si entraba en la habitación y lo alumbraba directamente a los ojos, bastaría para mantenerlo a raya hasta que se restableciera el suministro eléctrico.

El científico utilizó la linterna para llegar hasta la puerta. Hizo girar el pomo con la intención de abrirla pero la puerta no se abrió. No tenía sentido. Esa puerta nunca se cerraba desde el interior, la cerradura eléctrica sólo funcionaba… Dios mío… las cerraduras eléctricas. Comenzó a mover el pomo con desesperación, pero sabía que era inútil. Se movió para mirar su reflejo mientras se preguntaba qué estaría sucediendo al otro lado del espejo.

Comenzó a aporrear la puerta y a gritar.

Nava no tenía muy claro qué le impedía perder el conocimiento: el terrible dolor en el pie, los horribles pinchazos en la muñeca aplastada o el líquido espeso y caliente que le corría por el cuello. Levantó la mano para limpiarse la cabeza y la retiró bañada en sangre, pero afortunadamente no era la suya.

Apartó al hombre y le buscó el pulso. Nada. Respiró más tranquila. Consultó su reloj: 23.01. Dado que había eliminado a los siete mercenarios, no tenía que preocuparse de que sonara la alarma. Sin embargo, había otro plazo pendiente.

Grimes le había avisado de que después de interrumpir el suministro eléctrico, tardarían diez minutos en enviar a un equipo de seguridad al laboratorio subterráneo. En circunstancias normales, no le hubieran inquietado media docena de guardias de alquiler, pero tenía muy claro que en sus actuales condiciones físicas no podría enfrentarse a ellos por mucho que lo intentara.

Según la lectura del transmisor de pulsera, disponía de ocho minutos y quince segundos para rescatar a Caine.

Nava recogió la Sigsauer del muerto y la sopesó. Consiguió levantarse con un tremendo esfuerzo de voluntad. Apenas si podía cargar peso en el talón del pie izquierdo y el suelo estaba resbaladizo con tanta sangre. Se apoyó en la pared porque por un momento creyó que iba a perder el conocimiento. Sacudió la muñeca rota y el dolor actuó como el mejor de los estimulantes.

Sujetó la mochila con los dientes y buscó en uno de los bolsillos hasta dar con las gafas de visión nocturna. Luego se alejó por el pasillo lo más rápido que pudo.

Necesitaba encontrar a David antes de que fuese demasiado tarde.

Grimes soltó una risita mientras se quitaba los auriculares. Al doctor Jimmy se le había ido la olla. ¡Era fantástico! Lamentó no haber pensado en grabar la conversación con el científico. Podría haber utilizado las maldiciones del doctor Jimmy como efectos sonoros en su ordenador portátil. Hubiese sido cojonudo. Bueno, quizá la próxima vez. Siempre y cuando el doctor Jimmy no muriera de una embolia.

Todo había sido la mar de fácil. Seguía sin acabar de creerse el coraje y la inteligencia de David Caine. Cuando éste había descubierto dónde estaba instalado el micro en el apartamento pensó que era brillante, pero cuando se había sentado delante del micro y había explicado su plan… caray, para eso había que ser muy valiente.

Si Grimes no lo hubiese escuchado, Caine se hubiese encontrado metido en la mierda hasta las orejas. Todavía peor, si hubiese sido Forsythe en lugar de Grimes, entonces la amiga de Caine hubiese caído directamente en la trampa. Afortunadamente para David Caine, todo había funcionado a la perfección.

Grimes recordó el momento en que había visto la transmisión de la cámara de vigilancia instalada en el apartamento de Caine antes de que apareciera el equipo de Martin Crowe. Cuando vio moverse los labios de Caine, subió el volumen y se llevó la sorpresa de su vida.

«Este es un mensaje para Steven Grimes. Sé que me está escuchando y que Martin Crowe viene de camino para secuestrarme. En cuanto lo haga, necesitaré su ayuda para escapar. Por sus servicios, le pagaré un millón de dólares. Esto es lo que quiero que haga…»

Después, Caine le había explicado el plan de fuga. La idea de que Grimes cortara el suministro eléctrico había sido francamente genial. Luego le había dicho que llamara a Nava a un bar del East Village y le comunicara el plan. En cuanto Nava realizó la transferencia a la cuenta de Grimes en las islas Caimán, él le envió por correo electrónico los planos y los códigos de alarma. A continuación, le preparó una identificación falsa y el transmisor de pulsera modificado, que dejó enganchado en una de las ruedas del monovolumen de Forsythe. Era el dinero que menos le había costado ganar en toda su vida.

Rogaba que Caine pudiera escapar; Nava le había prometido otro medio millón si la operación tenía éxito. El trabajo eventual con el doctor Jimmy estaba resultando muchísimo más lucrativo de lo que había esperado.

El auricular de Grimes vibró.

—Aquí Grimes.

—¡Estoy encerrado! —chilló Forsythe.

—¿Eh? —exclamó Grimes, sorprendido de verdad.

—¡Digo que estoy encerrado! ¡Todas las cerraduras son electrónicas, maldito imbécil!

—Oh, es verdad. —Grimes contuvo la risa—. No se preocupe. Quédese sentado y no sufra. Restableceré el suministro eléctrico en unos minutos.

—¡No pienso quedarme sentado! ¡Envía a alguien para que me saque de aquí!

—Doctor Jimmy, ya le expliqué que ahora mismo estoy ocupado. ¿Además, adónde irá? No hay energía en toda la instalación.

—¡Necesito llegar al sujeto! —Si antes Forsythe rayaba en la histeria, ahora ya era preso de ella—. ¿Es que no lo comprendes, maldito imbécil? ¡Necesito llegar al sujeto o todo esto se irá a la mierda! ¡Envía a alguien inmediatamente… ahora mismo!

—Vale, vale. Tranquilo. Enviaré a alguien en un segundo…

—En un segundo, no. —La voz de Forsythe tenía ahora un tono de absoluta calma, algo que era mucho más inquietante—. Ahora, envía a alguien ahora.

—Eso está hecho. ¿Alguna cosa más?

Forsythe masculló algo ininteligible y colgó. Grimes se estremeció, poco dispuesto a admitir que lo había afectado el terror que expresaba la voz del científico. Por mucho que le gustara torturar al doctor Jimmy, quizá debería enviar a un guardia. Si perdía el trabajo no tendría todas aquellas oportunidades para aumentar sus ingresos.

Un momento, ¿en qué estaba pensando? No iba a arriesgar medio millón de dólares sólo porque el doctor Jimmy no tuviese su maldita luz de noche para espantar al coco. Entró en el sistema de comunicaciones, introdujo su código, escogió la opción apropiada y colgó. Si Forsythe lo despedía, pues vale.

Después de todo, podía permitirse el lujo de disfrutar de unas largas vacaciones.

Forsythe estaba seguro de que su corazón estaba a punto de fallarle en cualquier momento mientras la oscuridad se le hacía cada vez más opresiva. La luz de la linterna no bastaba para apaciguar su terror. ¿Por qué tardaban tanto? Habían pasado por lo menos cinco minutos desde que había llamado a Grimes, ¿no? Miró la esfera luminosa de su reloj. Habían pasado menos de noventa segundos. Aun así, un minuto y medio era más que suficiente para que un guardia recorriera los treinta metros que había hasta la sala de observación.

Other books

Seducing the Heiress by Olivia Drake
Revenge Wears Prada by Lauren Weisberger
A Valentine's Wish by Betsy St. Amant
Mexico City Noir by Paco Ignacio Taibo II
Someone Is Bleeding by Richard Matheson
Riptides (Lengths) by Campbell, Steph, Reinhardt, Liz
Power Play by Avon Gale
Metro by Stephen Romano