El tesoro del templo (28 page)

Read El tesoro del templo Online

Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

BOOK: El tesoro del templo
5.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

Yo estaba preparado, pues sentía al Señor en el fuego que ardía, y pensé: «Surge, surge, oh Señor, revístete de poder, brazo del Señor, surge como en los días de antaño, de las generaciones de otras épocas.
¿No eres Tú quien ha prendido el fuego en esta sala?»

Así decía la Regla: los malvados serán expulsados cuando el mal sea erradicado; y cuando el humo se eleve, entonces la justicia, como un sol, se revelará a la faz del mundo, y el conocimiento llenará el mundo y la perversión cesará. Y yo, que aún experimentaba la felicidad que excede los límites de la pasión, sin saber qué hacer, salí en la confusión y escapé. Corrí hasta perder el aliento en la noche, llevado por las letras que aumentaban mi impulso.

,
guímel
, tercera letra del alfabeto, símbolo de la beneficencia y de la misericordia.
,
mem
, cuyo valor numérico es 40, como los cuarenta años que pasaron los hebreos en el desierto antes de encontrar la Tierra prometida. Y
,
sámej
. Su forma redonda evoca la rueda del destino, en movimiento constante.

OCTAVO PERGAMINO
El pergamino de la Desaparición

La mujer se esconde en los rincones secretos.

La mujer permanece en las plazas de las ciudades.

La mujer espera en las puertas de la ciudad.

La mujer no teme nada,

lo mira todo.

Sus ojos impúdicos observan

al hombre sabio para seducirlo,

al hombre fuerte para debilitarlo,

a los jueces para que dejen de impartir la justicia,

a los hombres de bien para hacerlos malvados,

a los hombres rectos para que se desvíen,

a los hombres modestos para que falten

y se alejen de la justicia

y se llenen de vanidad

lejos de la voluntad del Bien,

a todos los hombres, para que se hundan en el abismo,

al Hijo del Hombre, para que se pierda.

Pergaminos de Qumrán,

Artificios de la mujer.

Desperté de mi desesperación y vi, en el fondo de mi memoria, un recuerdo totalmente olvidado que me invadió con tanta fuerza que me fue imposible resistir la risa, una risa formidable. Tenía tres años y mi padre me llamaba: «Ary», y me hablaba del león que es fuerte en el combate.

Abrí los ojos. Me encontraba en un campo, en medio de ninguna parte. A mi alrededor todo daba vueltas; estaba caído en el suelo, sin saber quién era, ni dónde estaba, ni a qué siglo había ido a parar, ni qué edad tenía. Sobre mí gravitaban miradas temerosas. Eran campesinos, que me miraban como si hubieran visto un muerto. Tumbado boca abajo con la cabeza humillada, la barbilla sobre el pecho, los ojos en blanco, tumbado como si estuviera en una nube, sentí una vibración interior que venía al mismo tiempo de fuera y de dentro de mí. Sé que se produjeron otras cosas, pero no me acuerdo de ellas, y no consigo encontrarlas en mi memoria.

Como un viajero fatigado después de un largo camino, me levanté lentamente, oyendo una música infinita que sonaba sólo para mí. Un águila pasó sobre mi cabeza, desplegando sus alas muy arriba en el cielo. Sólo entonces recordé lo que había pasado la víspera: estaba prisionero en medio de una asamblea de templarios, y en el preciso momento en que el Comendador puso su sable sobre mi garganta, dispuesto a darme muerte, el fuego prendió en la sala y yo pude escapar.

En ese momento, todo parecía vacío y apagado, sorprendentemente tranquilo, como después de un sueño, como si el mundo de la víspera se hubiera volatilizado. Decidí regresar prudentemente a la iglesia de Tomar, para buscar a Jane en el lugar donde la había dejado.

Cuando llegué, ya no había nadie. Desde una cabina telefónica llamé a nuestro hotel; me dijeron que Jane había estado allí unas horas antes, pero que se había marchado sin precisar adónde. Volví al hotel. Pedí la llave de su habitación, y encontré sus cosas desparramadas. Entre ellas estaba mi chal de oración, que desplegué con delicadeza: el Pergamino de Plata seguía allí; sin duda ella lo había escondido antes de irse, como yo mismo había hecho la víspera. Me senté y la esperé hasta altas horas de la noche. Por fin, de madrugada, me dormí, agotado por el cansancio y la inquietud.

Al despertar, no me quedaba ninguna duda: había sido raptada. Pero ¿a quién llamar? ¿A la policía portuguesa, la francesa, la estadounidense o la israelí? A mi alrededor, todo vacilaba. No sabía quién era el profesor Ericson, ya no sabía quién era quién, ni Josef Koskka, ni lo que quería, ni quién era Jane, ni lo que cada uno de ellos escondía en su corazón.

Tuve la tentación de llamar a Shimon, pero algo me retuvo. Tenía miedo de poner a Jane en peligro. Para calmar mi espíritu, intenté recapitular, recordar todos los acontecimientos ocurridos desde que dejé las cuevas, reunirlos, darles un sentido. Para ello, tenía que concentrarme, poner el mundo entre paréntesis hasta encontrar la voz profunda de la verdad.

Abrí el Pergamino de Plata y, sin leerlo, contemplé sus letras.

Vi la letra c, que corresponde a la letra
,
kaf
, que evoca la palma de la mano, el cumplimiento de un esfuerzo producido con la intención de domar las fuerzas de la naturaleza. Esa letra estaba trazada en la frente del profesor Ericson, inmolado sobre un altar según el sacrificio ritual del Día del Juicio. Era masón, y al mismo tiempo jefe de una sociedad secreta, brazo armado de la cofradía masónica, que habíamos descubierto que aún existía: la Orden del Temple. Con su Gran Maestre Josef Koskka querían reconstruir el Templo, lo que haría posible pasar de lo visible a lo invisible, o, dicho de otro modo, encontrar a Dios. La misión de Ericson era encontrar el tesoro del Templo, en el que estaban incluidos todos sus objetos rituales, como las cenizas de la Vaca Roja, que permiten la purificación necesaria para el Día del Juicio. Para ello, había sido ayudado por su hija Ruth Rothberg y el esposo de ésta, Aarón, que formaban parte del movimiento hasídico. Su misión era investigar el emplazamiento del Templo para localizar con exactitud su centro más sagrado y secreto: el sanctasanctórum, donde tenía lugar el encuentro con Dios. Los arquitectos, los constructores, eran los masones, cuyo poder financiero y político les permitiría obtener los fondos necesarios para la reconstrucción del Templo.

Sí, se trataba exactamente de eso. El papel de cada uno me resultaba ahora perfectamente claro. Las piezas del puzle encajaban: los samaritanos tenían las cenizas de la Vaca Roja, los hasidim sabían dónde había que construir el Templo, los masones podían reconstruirlo y los templarios tenían que aportar el tesoro de los objetos rituales. Pero el tesoro ya no estaba en los lugares descritos por el Pergamino de Cobre. Su nueva localización se encontraba en el Pergamino de Plata, escrito en la Edad Media por un clérigo. ¿Cómo había llegado el rollo a poder de los samaritanos? ¿Había encontrado Ericson el tesoro del Templo leyendo el Pergamino de Plata? Si lo había encontrado, ¿qué había hecho con el tesoro? ¿Por qué se interesaba por Melquisedec, el Sumo Sacerdote que oficiaba en los últimos tiempos? Volví a pensar en la letra
,
kaf
, la dominación de las fuerzas de la naturaleza ¿Qué fuerza había intentado dominar Ericson?

Luego contemplé la letra
n
.
N
, o
,
nun
, letra de la justicia y de la retribución.
Nun
, sobre la frente de Shimon Delam. ¿Por qué me había empujado a este caso amenazándome con revelar la existencia de los esenios? ¿Qué esperaba de mí? ¿Que ejerciera el papel de señuelo para atraer a los Asesinos?

Luego vino la
l
, o
,
lamed
, letra del aprendizaje y de la enseñanza. La de mi padre, David Cohen. ¿Qué intentaba enseñarme? ¿Qué quería que ignorase? ¿Por qué, durante todos esos años, mi padre me había escondido su relación con los que se separaron de sus hermanos para ir al desierto, en un deseo de fidelidad absoluta hacia el mundo revelado? ¿Cómo había podido vivir en Jerusalén, entre las murallas de una ciudad que tenía la obligación de ser tan sagrada como un campamento del desierto, donde habría debido residir la presencia divina y donde todos ridiculizaban su santidad? ¿Cómo coexistir en esa ciudad con los que no se purificaban, si era esenio? ¿Cómo compartir el techo con los que uncían juntos a animales de especies distintas, con los que mezclaban el lino y la lana en sus ropas, con los que sembraban semillas diferentes en los mismos campos? ¿Cómo él, el Cohen, había podido vivir con los que no tenían ningún escrúpulo respecto del contacto con los muertos, o pensaban que la sangre no transmite la impureza? ¿Cuál era su papel en esta historia, y por qué había venido a buscarme?

Other books

If the Dead Rise Not by Philip Kerr
The Last Cowboy Standing by Barbara Dunlop
The Bard of Blood by Bilal Siddiqi
Being Elizabeth by Barbara Taylor Bradford
Vampiris Sancti: The Elf by Katri Cardew
Beach Winds by Greene, Grace
Summer Camp Adventure by Marsha Hubler
I Still Do by Christie Ridgway