—Muy abundantes, sir…
—Sparhawk —le informó el pandion.
—¿El paladín de la reina de Elenia? —Lycien pareció sorprendido—. Había oído que habíais regresado de vuestro exilio en Rendor; pero, habéis viajado bastante lejos desde entonces, ¿no? ¿No deberíais hallaros en Cimmura para tratar de desbaratar los intentos del primado Annias para desbancar del poder a vuestra señora?
—Estáis bien informado, mi señor —afirmó Sparhawk.
—Cuento con numerosos agentes comerciales —indicó Lycien, encogiéndose de hombros—. Esos contactos provocaron mi caída en desgracia ante los ojos de la familia —agregó, con un guiño dirigido a Bevier—. Mis delegados y los patrones de mis barcos se enteran de muchas noticias mientras cierran los tratos.
—Me da la impresión de que no profesáis gran simpatía por el primado de Cimmura, mi señor.
—Ese hombre es un canalla.
—Coincidimos plenamente con vos —convino Kalten.
—Perfecto, mi señor —agregó Sparhawk—. Estamos empeñados en contrarrestar la creciente influencia de Annias. Si nuestras acciones llegan a buen término, podremos acabar con él. Os explicaría más abiertamente la situación si no constituyera un peligro para vos conocer demasiados detalles.
—Me honráis, sir Sparhawk —repuso Lycien—. Decidme, ¿en qué puedo ayudaros?
—Tres de nosotros debemos viajar a Cippria —contestó Sparhawk—. Por motivos relacionados con vuestra propia seguridad, sería preferible que embarcáramos con un capitán independiente en lugar de en uno de vuestros buques. Si pudierais indicarnos uno de estos capitanes y entregarnos una discreta carta de presentación, nosotros nos encargaríamos del resto.
—Sparhawk —exclamó de pronto Kurik, al tiempo que recorría la estancia con la mirada—, ¿dónde está Talen?
—Pensaba que venía detrás de nosotros cuando hemos entrado —respondió el caballero mientras mostraba una viva reacción.
—Yo también lo creía.
—Berit, id a buscarlo —le encargó Sparhawk.
—Ahora mismo, mi señor —repuso el novicio con premura.
—¿Algún contratiempo? —inquirió Lycien.
—Un díscolo chiquillo, primo —le explicó Bevier—. Por lo que he observado, se le debe mantener bajo constante vigilancia.
—Berit lo encontrará —afirmó riendo Kalten—. He depositado una gran confianza en ese joven. Posiblemente Talen regresará con unos cuantos chichones y contusiones, pero estoy convencido de que le resultarán muy educativos.
—Bien, si este imprevisto está controlado —sugirió Lycien—, ¿por qué no aviso al personal de la cocina? Seguramente todos estáis hambrientos. Entretanto, ¿qué os parece un poco de vino? —Adoptó una piadosa expresión que, sin duda, era fingida—. Sé que los caballeros de la Iglesia son abstemios; sin embargo, según me han dicho, un traguito de vino favorece la digestión.
—También ha llegado a mis oídos la misma opinión —acordó Kalten.
—¿Podría persuadiros de que encarguéis una taza de té y un poco de leche para la niña, mi señor? —preguntó Sephrenia—. No creo que el vino nos sentara bien.
—Desde luego, señora —replicó jovialmente Lycien—. Perdonadme por no reparar antes en ese detalle.
A media tarde Berit regresó arrastrando a Talen.
—Lo he encontrado cerca del puerto —informó el novicio mientras sujetaba todavía con firmeza al muchacho por el cuello de la túnica—. Lo he registrado cuidadosamente. Aún no había tenido tiempo de robar a nadie.
—Sólo quería contemplar el mar —protestó el chiquillo—. Nunca lo había visto.
Kurik comenzó a desabrocharse con aire amenazador el ancho cinturón de cuero que llevaba.
—Eh, aguardad un momento, Kurik —exclamó Talen, al tiempo que trataba de zafarse de las garras de Berit—. No os propondréis lo que me imagino, ¿verdad?
—Lo vas a comprobar.
—He conseguido información —se apresuró a argumentar Talen—. Si me azotáis, no se la contaré a nadie. —Miró suplicante a Sparhawk—. Es importante —agregó—. Haced que vuelva a ponerse la correa y os diré lo que he averiguado.
—Está bien, Kurik —intercedió Sparhawk—. Dejadlo… por ahora. —Entonces dirigió una severa mirada al muchacho—. Será mejor que traigas noticias interesantes —lo amenazó.
—Os lo aseguro, Sparhawk. Creedme.
—Relátalas.
—Cuando bajaba por esta calle, pues, como he dicho antes, quería ver el puerto y los barcos, al pasar delante de una vinatería vi salir a un hombre.
—Asombroso —bromeó Kalten—. ¿De veras frecuentan las vinaterías las gentes de Madel?
—Los dos conocéis a ese hombre: era Krager, el tipo al que seguíais en Cimmura. Se dirigió a una destartalada posada que está cerca de los muelles. Si lo deseáis, os puedo conducir al lugar.
—Vuelve a ponerte la correa, Kurik —ordenó Sparhawk.
—¿Disponemos de tiempo para acercarnos hasta allí? —preguntó Kalten.
—Creo que deberíamos permitírnoslo. Martel ya se ha interpuesto en nuestro camino en un par de ocasiones. Si fue Annias quien envenenó a Ehlana, tratará por todos los medios a su alcance de evitar que encontremos un antídoto. En consecuencia, lo más probable es que Martel intente llegar a Cippria antes que yo. Si conseguimos agarrar a Krager, haremos que confiese cuáles son sus planes.
—Os acompañaremos —se ofreció el impaciente Tynian—. Nos ahorraremos dificultades si neutralizamos a los agentes que ha enviado Annias a Madel.
—No estimo que sea aconsejable —rechazó Sparhawk después de reflexionar unos instantes—. Martel y sus secuaces nos conocen a Kalten y a mí, pero no al resto de vosotros. Si nosotros no logramos dar con él, vosotros deberéis recorrer toda la ciudad hasta encontrarlo, lo que os resultará más sencillo si él desconoce vuestro aspecto.
—Vuestro razonamiento tiene cierta lógica —concedió Ulath.
—A veces pensáis demasiado, Sparhawk —le reprochó Tynian, profundamente decepcionado.
—Constituye una de sus particularidades —le confesó Kalten.
—¿Llamarán demasiado la atención nuestras capas en las calles de Madel, mi señor? —preguntó Sparhawk al marqués.
—Nos hallamos en una ciudad portuaria, por lo que es visitada por gente de todos los lugares del mundo —respondió Lycien con un gesto negativo—. Un par más de extranjeros no levantarán sospechas.
—Estupendo —exclamó Sparhawk, y comenzó a caminar hacia la puerta seguido de Kalten y Talen—. Si no hay contratiempos, no tardaremos en volver —informó.
Se dirigieron a pie a la ciudad. Madel estaba situada en un estuario y los aromas que acarreaba la brisa tierra adentro estaban fuertemente impregnados de olor a mar. Las calles, angostas y sinuosas, se tornaban más ruinosas a medida que se aproximaban a la zona portuaria.
—¿Queda muy alejada la posada? —inquirió Kalten.
—No demasiado —aseveró el muchacho.
—¿Has tenido ocasión de echar una ojeada por los alrededores después de que Krager entrara? —preguntó Sparhawk al muchacho.
—No. Cuando me disponía a inspeccionar el lugar, Berit me atrapó.
—¿Por qué no lo haces ahora? Si Kalten y yo nos dirigimos a la puerta principal y, por azar, Krager está a la expectativa, saldrá por la puerta trasera antes de que hayamos entrado en el edificio. Ve a comprobar si existe otro acceso a la posada.
—De acuerdo —dijo Talen, con los ojos chispeantes de excitación; después se escabulló calle abajo.
—Es un buen chaval —apreció Kalten—, a pesar de sus malas costumbres. —Arrugó el entrecejo—. ¿Por qué imaginas que esta casa tiene una puerta trasera? —preguntó.
—Resulta habitual en todas las posadas, Kalten. Se utiliza en caso de incendio, además de otras aplicaciones eventuales.
—No me lo había planteado nunca.
De regreso, Talen corría con todas sus fuerzas. Unos diez hombres lo perseguían; Adus, en cabeza, rugía ininteligiblemente.
—¡Cuidado! —gritó Talen al pasar ante ellos.
Sparhawk y Kalten desenvainaron las espadas, las extrajeron de debajo de sus capas y dieron unos pasos para enfrentarse a los atacantes. Los hombres que conducía Adus vestían harapos y llevaban toda suerte de armas: espadas herrumbrosas, hachas y mazas.
—¡Matadlos! —bramó Adus, al tiempo que aminoraba ligeramente el paso y hacía una señal a sus secuaces.
La pelea no se alargó demasiado. Los agresores constituían una pandilla de ordinarios matones de los barrios bajos y no se hallaban a la altura de los dos avezados caballeros. Cuatro de ellos ya estaban abatidos antes de advertir que habían subestimado a sus víctimas. Cuando emprendieron la retirada, ya habían caído dos más.
Sparhawk saltó por encima de los cadáveres y avanzó hacia Adus. La bestia contuvo el primer asalto; luego agarró la empuñadura de la espada con ambas manos y la agitó en dirección a Sparhawk. Éste esquivó fácilmente su acometida y contraatacó con destreza para infligir profundos cortes y magulladuras en las costillas y en los hombros cubiertos de malla de su oponente. Tras un momento, Adus huyó a la carrera mientras se apretaba con una mano el costado ensangrentado.
—¿Por qué no lo has perseguido? —inquirió Kalten, jadeante tras el ascenso por la calleja; llevaba la espada moteada de sangre todavía en la mano.
—Porque las piernas de Adus son más veloces que las mías —contestó Sparhawk con un encogimiento de hombros—. Lo conozco desde hace años.
Talen reapareció casi sin resuello y contempló admirativamente los acuchillados y sangrientos cuerpos tendidos sobre el empedrado.
—Buen trabajo, mis señores —los felicitó.
—¿Qué ha pasado? —inquirió Sparhawk.
—Primero he pasado por delante de la posada —respondió Talen— y luego la he rodeado. Ese grandullón que acaba de escaparse estaba escondido con los otros en el callejón. Ha intentado atraparme, pero he logrado zafarme y después he escapado rápidamente.
—Has hecho bien —declaró Kalten.
—Salgamos de aquí —propuso Sparhawk, a la vez que envainaba la espada.
—¿Por qué no intentamos seguir a Adus? —quiso saber Kalten.
—Porque se dedican a tendernos trampas. Martel utiliza a Krager para conducirnos a donde desea. Seguramente por eso nos encontramos con él con tanta frecuencia.
—Eso significa que también conocen mi identidad —se sorprendió Talen.
—Probablemente —repuso Sparhawk—. Debieron de averiguar que trabajabas para mí en Cimmura, ¿recuerdas? Supongo que Krager adivinó que lo seguías y describió tu aspecto a Adus, quien, a pesar de ser un idiota integral, posee una vista muy agudizada. —Murmuró una blasfemia—. He infravalorado la inteligencia de Martel, y su juego comienza a cansarme.
—Ya era hora —musitó Kalten mientras tomaban la tortuosa calle.
Dabour
El aura purpúrea del crepúsculo descendía sobre las estrechas callejuelas de Madel y las estrellas comenzaban a poblar el firmamento. Sparhawk, Kalten y Talen recorrían los sinuosos tramos, cambiando frecuentemente de dirección e, incluso, en ocasiones, desandando el camino para despistar a los posibles espías apostados para seguir todos sus movimientos en la ciudad.
—¿No nos comportamos con excesiva prudencia? —preguntó Kalten al cabo de media hora.
—Prefiero no correr riesgos con Martel —respondió Sparhawk—. Lo considero capaz de empujar a la muerte a unas cuantas personas si atisba la mínima posibilidad de darnos caza. No me gustaría despertar a media noche y comprobar que la casa de Lycien está rodeada de mercenarios.
—Supongo que tienes razón.
Traspasaron sigilosamente la Puerta del Oeste al anochecer.
—Ocultémonos aquí —indicó Sparhawk al pasar junto a un bosquecillo unos metros más allá—. Esperaremos un rato para asegurarnos de que no nos sigue nadie.
Agazapados entre los susurrantes árboles, espiaron el camino de salida de la población. Un soñoliento pájaro exhaló un quejido entre los matorrales y luego se oyó el crujir de un carro de bueyes que rodaba en dirección a Madel.
—Resulta poco probable que alguien vaya a abandonar la ciudad cuando falta tan poco para que caiga la noche, ¿no te parece? —observó Kalten.
—Precisamente por ese motivo a cualquiera que lo haga lo moverá una intención concreta —repuso Sparhawk.
—Con la cual nosotros estamos relacionados, ¿no es así?
—Posiblemente.
Del lado de la muralla llegó un sonido, al que siguió el retumbar de pesadas cadenas chirriantes.
—Acaban de cerrar las puertas —susurró Talen.
—Nuestra espera se ha acabado —declaró Sparhawk, al tiempo que se levantaba—. Vamos.
Salieron de la espesura y continuaron su ruta. A ambos lados del camino surgía de la penumbra reinante la silueta amenazadora de grandes árboles, y matorrales de imprecisos contornos señalaban la presencia de campos cuyas lindes no se alcanzaban a ver. Talen, nervioso, caminaba pegado a los dos caballeros y lanzaba furtivas miradas en torno.
—¿Qué te pasa, muchacho? —le preguntó Kalten.
—Nunca había estado en el campo después de anochecer —explicó Talen—. ¿Siempre está tan oscuro?
—Claro, la noche es ausencia de luz —respondió, encogiéndose de hombros, el caballero.
—¿Por qué no se le ha ocurrido a nadie poner antorchas? —protestó Talen.
—¿Para qué? ¿Para que los conejos puedan ver mejor por dónde pasan?
La mansión de Lycien se hallaba envuelta en sombras, a excepción de una tea prendida junto a la puerta. Talen se mostró visiblemente aliviado cuando llegaron al patio.