El trono de diamante (41 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
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—¿Ha habido suerte? —inquirió Tynian, que apareció en ese momento en la entrada.

—Hemos tenido alguna sorpresa —respondió Sparhawk—. Entremos.

—Os avisé de que deberíais habernos permitido acompañaros —indicó acusadoramente el caballero alcione.

—La situación no ha presentado tanta gravedad —aseveró Kalten.

Los demás los aguardaban en la amplia estancia adonde los había conducido Lycien inicialmente. Sephrenia, tras ponerse en pie, observó atentamente las manchas de sangre que salpicaban las capas de los dos pandion.

—¿Estáis bien? —preguntó, con un tono de preocupación en la voz.

—Topamos con un grupo de deportistas —replicó jocosamente Kalten. Dirigió la vista a su capa—. Nos dejaron el recuerdo de su sangre.

—¿Qué ha sucedido? —dijo la mujer a Sparhawk.

—Adus nos ha tendido una emboscada en la posada —le explicó—. Lo acompañaba un grupo de matones. —Hizo una pausa para meditar—. Como sabéis, hemos encontrado a Krager con bastante frecuencia. —Comenzó a caminar arriba y abajo, con la vista fija pensativamente en el suelo—. Tal vez podríamos utilizar su estrategia. —Dirigió la mirada a Kalten—. ¿Por qué no te dejas ver en las calles de Madel? —sugirió—. No es necesario que te arriesgues, basta con que la gente se entere de que estás en la ciudad.

—¿Por qué no? —contestó Kalten con gesto indiferente.

—A los demás, Martel y sus secuaces no nos conocen; por tanto, podemos callejear detrás de Kalten sin llamar la atención. ¿Es ésa la idea? —preguntó Tynian.

Sparhawk asintió con un gesto.

—Si imaginan que Kalten va solo, podrían aventurarse a un ataque directo. Los juegos de Martel empiezan a hartarme, así que quizás, ha llegado el momento de comenzar a confundirlo por nuestra parte. —Miró al primo de Bevier—. ¿Cómo reaccionan las autoridades locales ante las reyertas callejeras? —preguntó.

—Debido a la condición portuaria de Madel —repuso Lycien con una carcajada—, se han acostumbrado a las inevitables peleas entre marineros. Los gobernantes no dedican gran atención a las riñas de poca monta, excepto para recoger los cadáveres, por supuesto. Deben atender a la salud pública.

—Bien. —Sparhawk contempló a sus amigos—. Aunque no logréis dar con Krager o con Adus, al menos podréis dividir la atención de Martel. Quizás así Sephrenia y yo consigamos embarcar inadvertidos. Preferiría no tener que vigilar constantemente a mis espaldas cuando estemos en Cippria.

—El único punto delicado consistirá en llegar al muelle sin ser vistos —dijo Katten.

—No será necesario ir hasta el puerto —indicó Lycien—. Poseo algunos almacenes junto al río a unas cuatro millas de aquí. Un buen número de capitanes independientes me entregan allí sus cargamentos; estoy convencido de que podréis pactar vuestro pasaje sin necesidad de atravesar la ciudad.

—Gracias, mi señor —dijo Sparhawk—. Nos habéis resuelto un problema.

—¿Cuándo tenéis intención de partir? —inquirió Tynian.

—No existen motivos para demorarnos.

—¿Mañana, entonces?

Sparhawk hizo un gesto afirmativo.

—Tengo que hablar con vos, Sparhawk —anunció Sephrenia—. ¿Os importaría acompañarme a mi habitación?

Ligeramente intrigado, el caballero salió de la estancia detrás de ella.

—¿Se trata de un asunto que no podemos tratar delante de los demás? —preguntó.

—Es mejor que no nos oigan discutir.

—¿Acaso vamos a hacerlo?

—Probablemente.

Abrió la puerta de la habitación y le hizo pasar. Flauta estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la cama. Sus oscuras cejas parecían casi unidas debido a la concentración que le exigía su ocupación: tejía una intrincada y compleja malla con hilo de lana. Levantó la vista, les sonrió y alargó las manos para mostrarles con orgullo su obra.

—Va a venir con nosotros —declaró Sephrenia.

—¡De ningún modo! —replicó secamente Sparhawk.

—Ya os he anticipado que podíamos sostener distintos pareceres.

—Es una idea absurda, Sephrenia.

—Todos cometemos actos ilógicos, querido —contestó con una sonrisa afectuosa.

—No hace falta que sonriáis —le espetó—. No vais a convencerme de esa manera.

—No os esforcéis, Sparhawk. La conocéis lo bastante como para saber que siempre cumple sus decisiones, y quiere acompañarnos a Rendor.

—Si puedo impedirlo, no lo permitiré.

—El punto central de la cuestión, Sparhawk, reside en que no podéis evitarlo. Estáis ante un fenómeno que sois incapaz de comprender. De todos modos, al final nos seguirá. ¿Por qué no cedéis airosamente?

—La elegancia es una de mis debilidades.

—Ya me había percatado.

—Bien. Sephrenia —dijo directamente—, ¿quién es esta niña? Vos la reconocisteis en cuanto la visteis por primera vez, ¿no es cierto?

—Desde luego.

—Para mí no resulta tan evidente. Sólo tiene seis años y vos habéis permanecido con los pandion durante varias generaciones. ¿Cómo podríais haberos encontrado con anterioridad?

—La lógica de los elenios siempre ensombrece la comprensión de lo intangible —repuso la estiria con un suspiro—. La pequeña y yo estamos emparentadas de un modo singular y nos conocemos mutuamente de un modo que vos no acertarías a captar.

—Gracias —dijo secamente el caballero.

—No menosprecio vuestra inteligencia, querido —puntualizó—, pero existe una parte de la vida de los estirios que no podéis aceptar porque no estáis preparados ni intelectualmente ni desde un punto de vista filosófico.

—De acuerdo, Sephrenia —concedió Sparhawk con el entrecejo fruncido y los ojos entornados en actitud pensativa—, permitidme poner a prueba esa lógica elenia que tanto os gusta denostar. Flauta es una niña de muy corta edad.

La pequeña le hizo una mueca.

—Apareció de repente en una región deshabitada cerca de la frontera de Arcium, lejos de cualquier tipo de habitáculo humano. Intentamos dejarla en aquel convento al sur de Darra, y, no sólo consiguió escapar, sino que nos adelantó considerablemente aunque avanzábamos al galope. Después, de un modo u otro, logró convencer a
Faran
de que le permitiera montar sobre su grupa, pese a que el caballo no se lo permite a nadie excepto a mí, a menos que yo se lo ordene. Cuando conoció a Dolmant, la faz del patriarca evidenciaba que había percibido algo insólito en ella. Por otra parte, vos imponéis vuestra autoridad con temple de sargento entre caballeros adultos; mas, sin embargo, cada vez que Flauta toma alguna decisión o desea ir a algún sitio, cedéis sin objeciones. ¿No os parece que todos estos detalles la caracterizan como a una niña fuera de lo común?

—Sois vos quien ejercita la lógica. No tengo ninguna intención de interferir en su desarrollo.

—Bien, veamos entonces adónde nos conduce esta línea de pensamiento. He conocido a numerosos estirios y, aparte de vos y de otros magos, resultan bastante primitivos y cortos de entendederas. Por supuesto, no trato de ofenderos en absoluto.

—Por supuesto —repitió la mujer, con expresión divertida.

—Dado que hemos establecido que Flauta no es una niña normal, ¿qué conclusión podemos extraer?

—¿Cuál es vuestra opinión, Sparhawk?

—Que nos hallamos ante un ser especial. Entre los estirios, tal afirmación puede tener un único significado: es una criatura conectada con la magia. De otra manera no podrían explicarse sus particularidades.

—Excelente, Sparhawk —lo felicitó irónicamente Sephrenia mientras aplaudía.

—No obstante, sólo es una niña. Es imposible que haya tenido tiempo para aprender los secretos.

—Algunos elegidos nacen con ese saber. Además, es mayor de lo que aparenta.

—¿Cuántos años tiene?

—Sabéis bien que no os lo voy a confesar. El conocimiento del momento exacto del nacimiento de una persona puede constituir una poderosa arma en manos de un enemigo.

Un perturbador pensamiento acudió a la mente de Sparhawk.

—Os preparáis para la hora de vuestra muerte, ¿no es así, Sephrenia? Si no cumplimos con éxito nuestra empresa, los doce pandion que participaron en el conjuro de la sala del trono morirán uno tras otro y después pereceréis también vos. Intentáis aleccionar a Flauta para que os suceda en vuestro cometido.

—Magnífica ocurrencia, querido Sparhawk —declaró divertida la estiria—. Dada vuestra mentalidad elenia, me sorprende que hayáis llegado a esa conclusión.

—Últimamente habéis adquirido un hábito bastante molesto, ¿sabéis? No tratéis de confundirme con misterios y dejad de hablarme como si fuera un chiquillo sólo porque soy un elenio.

—Me esforzaré en no olvidarlo. ¿Accedéis a que venga con nosotros, entonces?

—¿Dispongo de otra opción?

—En realidad, no.

Al día siguiente se levantaron al alba y se reunieron en el patio, empapado de rocío, al que daba la fachada principal de la casa de Lycien. El sol, al filtrar su luz entre los árboles, proyectaba las peculiares sombras azuladas propias de la aurora.

—Os enviaré noticias periódicamente —prometió Sparhawk a quienes iban a permanecer en Madel.

—Ten cuidado en esa región sureña, Sparhawk —aconsejó Kalten.

—Siempre tomo precauciones —replicó Sparhawk, al tiempo que subía a lomos de
Faran
.

—Buen viaje, sir Sparhawk —le deseó Bevier.

—Gracias, Bevier. —Sparhawk posó la mirada sobre los restantes caballeros—. No os mostréis tan taciturnos, caballeros —les dijo—. Con un poco de suerte, regresaremos pronto. —Volvió a centrar la vista en Kalten—. Si te encuentras con Martel, dale recuerdos de mi parte.

—¿Te parece bien un hachazo en plena cara? —contestó Kalten.

El marqués Lycien montó un caballo y comenzó a cabalgar hacia el camino. La mañana era fresca, aunque no gélida. Sparhawk pensó que la primavera se aproximaba. Movió los hombros ligeramente. El sobrio jubón de comerciante que le había prestado Lycien no acababa de ajustarse a su cuerpo; en algunos lugares le apretaba y en otros le iba demasiado holgado.

—Nos desviaremos allí —informó Lycien—. Hay un sendero entre los bosques que conduce a mi embarcadero y a la pequeña población que se ha formado a su alrededor. ¿Queréis que me encargue de vuestros caballos después de que zarpéis?

—No, mi señor —respondió Sephrenia—. Creo que nos los llevaremos a Rendor. Realmente, ignoramos lo que puede acaecernos allí. Tendríamos que alquilar monturas, y ya he tenido la ocasión de comprobar la naturaleza de lo que consideran un buen caballo en Cippria.

Lo que Lycien había denominado modestamente «pequeña población» se transformó ante su vista en un pueblo de notables dimensiones, provisto de astilleros, casas, posadas y tabernas. Había una docena de bajeles atracados en los muelles, y multitud de estibadores trajinaban en las cubiertas.

—Advierto que tenéis buenas ideas, mi señor —comentó Sparhawk mientras avanzaban hacia el río a través de una fangosa calle.

—Me han ido bastante bien los negocios —respondió Lycien, sonriendo humildemente—. Además, los beneficios de las tarifas de amarre me permiten amortiguar holgadamente el costo de las instalaciones. —Miró en torno a sí—. ¿Por qué no entramos en aquella taberna, sir Sparhawk? —señaló—. La mayoría de los capitanes independientes la frecuentan.

—De acuerdo —aceptó Sparhawk.

—Os presentaré como dom Cluff —anunció Lycien mientras descendía del caballo—. Admito que es un nombre un tanto anodino, pero en ello radica su interés. He observado que los marinos son muy locuaces. Sin embargo, no son muy selectivos al escoger su auditorio. Supongo que preferiréis mantener vuestros asuntos en un plano confidencial.

—Admiro vuestra perspicacia, mi señor —replicó Sparhawk tras desmontar a su vez—. Me demoraré poco tiempo —informó a Kurik y a Sephrenia.

—¿No fueron ésas las mismas palabras que pronunciasteis la última vez que os dirigisteis hacia Rendor? —preguntó Kurik.

—No existen motivos para pensar que esta vez pasarán diez años.

Lycien lo introdujo en una taberna portuaria de ambiente singularmente sosegado. Tenía el techo bajo y oscuras y pesadas vigas decoradas con linternas de barco. Cerca de la puerta un amplio ventanal permitía la entrada a los dorados rayos de sol de la mañana, que arrancaban destellos de la paja fresca esparcida por el suelo. Varios hombres de mediana edad y aspecto adinerado se encontraban sentados junto a la ventana, alrededor de una mesa llena de rebosantes jarras de cerveza. Levantaron la mirada al acercarse el marqués.

—Mi señor —lo saludó respetuosamente uno de ellos.

—Caballeros —dijo Lycien—, éste es dom Cluff, un conocido mío que me ha solicitado ser presentado.

Todos los presentes observaron inquisitivamente a Sparhawk.

—Tengo un pequeño problema, señores —comenzó a hablar Sparhawk—. ¿Me permitís compartir vuestra mesa?

—Tomad asiento —le invitó uno de los capitanes, un hombre de recia constitución y rizados cabellos surcados de canas.

—Yo debo retirarme, señores —se despidió Lycien—. Tengo que atender un asunto. —Inclinó levemente la cabeza, se volvió y salió del establecimiento.

—Probablemente quiere indagar si hay alguna manera de aumentar las tarifas de amarre —apuntó irónicamente uno de los marinos.

—Me llamo Sorgi —se presentó el capitán de pelo rizado—. ¿Cuál es ese problema que habéis mencionado, dom Cluff?

—Bueno —empezó Sparhawk tras una tosecita de fingido embarazo—, todo empezó hace unos meses. Oí hablar de una dama que vive en un lugar no demasiado distante. —A medida que desarrollaba su relato lo embellecía—. Su padre es viejo y muy rico, por lo que dicha dama, sin duda, heredará una considerable fortuna. Una de mis preocupaciones constantes ha consistido en que poseo unos gustos un tanto refinados que mi bolsa no me permite satisfacer. Se me ocurrió pensar que solventaría ese obstáculo si me desposaba con una mujer acaudalada.

—Un buen razonamiento —aprobó el capitán Sorgi—. En mi opinión, constituye el único motivo sensato que puede conducir al matrimonio.

—Estoy totalmente de acuerdo —replicó Sparhawk—. En consecuencia, le escribí una carta simulando que teníamos amigos comunes, y, para mi sorpresa, la dama me respondió con cierto grado de entusiasmo. Progresivamente nuestras misivas adquirieron un cariz más íntimo, y finalmente me invitó a visitarla. Aumenté la cifra de mis deudas con el sastre y me dirigí a la casa de su padre con el ánimo exaltado y flameantes ropajes recién estrenados.

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