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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El trono de diamante (55 page)

BOOK: El trono de diamante
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El rostro de Martel se ensombreció ligeramente, y Sparhawk percibió el reprimido intento de zafarse de su mano.

—Oh, sí —admitió Martel con voz levemente afligida—. Creo que sí.

—¡Cuán grandes son los designios de Dios! —exultó Arasham.

—Sí —convino Martel, que se posó a su vez la mano en el hombro—, maravillosos.

La idea se había fraguado lentamente, en parte debido a la sorpresa que le había producido ver de nuevo a Martel. De pronto, todo comenzó a encajar, y Sparhawk se alegró de que Martel se encontrara presente.

—Ahora, Su Santidad, permitid que os exprese lo que resta del mensaje de Su Majestad —dijo.

—Por supuesto, hijo. Mi atención está pendiente de vuestras palabras.

—Su Majestad me ordena que os suplique que le concedáis tiempo para poner en orden sus tropas antes de que arremetáis contra la venal Iglesia establecida en Rendor. Él debe obrar con mucha precaución al movilizar sus fuerzas, a causa de la omnipresente vigilancia a que lo someten los espías de la jerarquía de Chyrellos. Pese a desear fervientemente prestaros su ayuda, dado el enorme poder de la Iglesia, ha de reunir un ejército de tal magnitud que le permita acabar con los eclesiásticos de Deira al primer ataque, para evitar que se recuperen y concentren sus iras en él. Su propuesta consiste en que si vos emprendéis vuestra campaña en el sur al tiempo que él se rebela en el norte, la Iglesia quedará confundida, sin saber qué frente atacar. De este modo, si actuáis con rapidez, podéis aprovechar la ventaja de la turbación y ganar una victoria tras otra, lo cual abatirá y desmoralizará a las fuerzas de la Iglesia. Finalmente, podréis marchar triunfalmente hacia Chyrellos.

—¡Dios lo quiera! —exclamó Arasham tras ponerse en pie y comenzar a blandir su cuerno de carnero como si de un arma se tratara.

Sparhawk levantó una mano.

—Pero —previno—, este gran designio, que únicamente puede habernos insuflado el propio Dios, únicamente tiene posibilidades de realizarse con éxito si vos y Su Majestad atacáis simultáneamente.

—Advierto perfectamente la importancia de ese detalle. La voz de Dios también me ha aconsejado esa estrategia.

—No albergaba duda al respecto. —Sparhawk adoptó una expresión de extrema sutileza—. Hemos de tener presente —continuó— que la Iglesia es maliciosa como una serpiente y que ha apostado vigías en todos los lugares. A pesar de nuestros denodados esfuerzos por mantener el plan en secreto, quizá lo descubra. Observad que su principal recurso ha consistido siempre en la mentira.

—Lo había notado —admitió Arasham.

—Podría suceder que, una vez que haya averiguado nuestras intenciones, trate de engañarnos. Seguramente, decidirá enviaros falsos mensajeros que declaren que Su Majestad está dispuesta para la lucha cuando todavía no ha llegado el momento oportuno. Con esta estratagema, la Iglesia burlaría nuestras intenciones y os derrotaría a vos y a vuestros discípulos.

—Tenéis razón —concedió Arasham mientras arrugaba el entrecejo—. Pero ¿cómo podemos precavernos contra sus acciones?

Sparhawk fingió meditar sobre la cuestión y, luego, chasqueó súbitamente los dedos.

—Tengo una idea —exclamó—. ¿Existe una manera más efectiva de confundir las perversas artimañas de la Iglesia que la fuerza de una palabra, una palabra que sólo conoceríamos vos y yo y el rey Obler de Deira? Así podríais discernir si un mensaje es verdadero. Si acudiera alguien a vuestra presencia para informaros de que ha llegado la hora y fuera incapaz de repetir esa contraseña, significaría que ese hombre constituiría una serpiente enviada por la Iglesia para mentiros, y vos deberíais tratarlo de acuerdo con su condición.

Arasham reflexionó sobre la propuesta.

—Vaya, sí —balbuceó finalmente—. Creo que realmente lograríamos frenar el ardid de la Iglesia. Pero ¿qué palabra puede permanecer tan oculta en nuestros corazones que nadie sea capaz de encontrarla?

Sparhawk miró de soslayo a Martel, cuyo rostro presentaba repentinas señales de ira.

—Debe ser una palabra imbuida de poder —declaró, a la vez que escrutaba el techo de la tienda como si se hallara sumergido en profundos pensamientos.

La trama ideada resultaba transparente, incluso infantil, pero configuraba el enredo idóneo para atraer la atención del senil Arasham, y, por otra parte, le proporcionaba la maravillosa oportunidad de aventajar a Martel, como recuerdo de viejos tiempos.

Sephrenia lanzó un suspiro y alzó resignada la mirada. Sparhawk se sintió algo avergonzado de sí mismo en aquel instante. Observó a Arasham, el cual se inclinaba ansioso hacia adelante, masticando el vacío con su boca desdentada al tiempo que agitaba su larga barba.

—Por supuesto, aceptaré sin cuestionarlo vuestro compromiso de guardar el secreto —anunció Sparhawk con fingida humildad—. No obstante, yo debo jurar por mi vida que la palabra que voy a confiaros con el más impenetrable de los secretos no saldrá de mis labios hasta que la divulgue el rey Obler en Acie, la capital de su reino.

—Yo también os otorgo mi juramento, noble amigo Sparhawk —gritó el anciano en un éxtasis de entusiasmo—. La tortura no lograría arrancarla de mis labios. —Efectuó un intento de adoptar un porte mayestático.

—Vuestras palabras me honran, Su Santidad —replicó Sparhawk con una profunda reverencia al estilo rendoriano. Entonces se aproximó a su decrépito interlocutor, se inclinó y musitó—: Ramshorn. —Percibió en ese instante que Arasham desprendía un olor bastante desagradable.

—¡Una palabra perfecta! —gritó Arasham. Después rodeó a Sparhawk con sus escuálidos brazos y lo besó sonoramente en plena boca.

Martel, demudado de furor, había intentado acercarse lo bastante para captarla; sin embargo, Sephrenia se interpuso delante de él y le impidió avanzar. Sus ojos despedían chispas y hubo de realizar evidentes esfuerzos para contener el impulso de empujarla a un lado.

Con la barbilla erguida, la mujer lo miró fijamente.

—¿Qué deseáis? —preguntó.

Tras murmurar algo ininteligible, Martel caminó altivamente hacia el otro extremo de la tienda, donde permaneció, mientras la impotencia lo corroía.

Arasham todavía se mantenía aferrado al cuello de Sparhawk.

—Mi querido hijo y libertador —exclamó, con sus legañosos ojos llenos de lágrimas—, no hay duda de que el mismísimo Dios os ha enviado hasta mí. Ahora no podremos ser abatidos. Dios apoya nuestra causa. Haremos que los malvados tiemblen ante nosotros.

—En efecto —asintió Sparhawk, al tiempo que se zafaba suavemente de los brazos del anciano.

—Una precaución, venerable —dijo astutamente Martel, pese a la rabia que aún hacía empalidecer su rostro—. Sparhawk es sólo un humano y, por consiguiente, mortal. El mundo está plagado de acechanzas. ¿No sería más razonable…?

—¿Acechanzas? —lo interrumpió sin darle tregua Sparhawk—. ¿Qué se ha hecho de vuestra fe, Martel? Ésta es la voluntad de Dios, no la mía. Él no permitirá que perezca hasta que le haya rendido este servicio, por lo que me protegerá y aumentará mi coraje ante el peligro. Está escrito en mi destino que debo realizar esta tarea, y Dios proveerá los medios para que pueda llevarla felizmente a cabo.

—¡Alabado sea Dios! —exclamó en éxtasis Arasham a modo de colofón.

En aquel momento el muchacho de mirada esquiva trajo los melones y la conversación derivó hacia temas más generales. Arasham pronunció sin orden ni concierto otra diatriba contra la Iglesia mientras Martel miraba iracundo a Sparhawk. Éste concentraba su atención en el melón, cuyo sabor resultaba sorprendentemente delicioso. No obstante, el que todo se hubiera desarrollado de un modo tan sencillo lo inquietaba ligeramente. Martel era demasiado inteligente, demasiado sinuoso para ser burlado tan fácilmente. Observó apreciativamente al hombre de cabello blanco a quien había profesado un odio constante a lo largo de tantos años. Su semblante reflejaba el desconcierto y la frustración, características de su personalidad en extremo atípicas. El Martel que había conocido en su juventud nunca hubiera revelado tales emociones. Sparhawk comenzó a sentirse menos seguro de sí.

—Acabo de concebir una idea, Su Santidad —declaró—. El tiempo representa un factor decisivo en nuestros planes y es de vital importancia que mi hermana y yo regresemos enseguida a Deira para avisar a Su Majestad de que todo se halla dispuesto en Rendor y para hacerle partícipe de esa palabra que ambos mantenemos guardada en nuestros corazones. Desde luego, disponemos de magníficos caballos, pero una embarcación veloz nos trasladaría por río hasta Jiroch con una ventaja de varios días. Tal vez vos o uno de vuestros discípulos conozcáis en Dabour a algún respetable propietario cuyo barco pudiéramos alquilar.

Arasham parpadeó vagamente.

—¿Un barco? —balbuceó.

Sparhawk percibió un leve movimiento y luego observó que Sephrenia movía el brazo, fingiendo arreglarse la manga del vestido. Instantáneamente, comprendió que no se había limitado al papel de mero espectador.

—¿Alquilar, hijo mío? —bramó Arasham—. No lo permitiré. Dispongo de un espléndido bajel para mi uso particular. Ordenaré que os acompañen varios hombres armados y que un regimiento, no, una legión, patrullen las riberas del río de manera que podáis llegar sano y salvo a Jiroch.

—Hágase vuestra voluntad, Su Santidad —aceptó Sparhawk. Entonces miró a Martel con una beatífica sonrisa—. No os asombréis de lo que oís, querido hermano —indicó—. Realmente esta sabiduría y esta generosidad sólo pueden provenir de Dios.

—Sí —repuso sombríamente Martel—. Estoy convencido de que estáis en lo cierto.

—Debemos actuar con premura, santo Arasham —se apresuró a decir Sparhawk mientras se ponía en pie—. Hemos dejado nuestros caballos y pertenencias al cuidado de un sirviente en una casa de las afueras de la ciudad. Mi hermana y yo iremos a buscarlos y regresaremos dentro de una hora.

—Haced lo que estiméis necesario, hijo mío —replicó impaciente Arasham—. Por mi parte, daré instrucciones a mis discípulos para que preparen la embarcación y recluten los soldados para que podáis emprender vuestro viaje por río.

—Permitidme que os conduzca hasta la salida del recinto, querido hermano —ofreció Martel, con las mandíbulas apretadas.

—Gustosamente, hermano mío —respondió Sparhawk—. Vuestra compañía siempre deja mi corazón henchido de gozo.

—Volved directamente, Martel —indicó Arasham—. Debemos comentar este maravilloso giro en los acontecimientos y agradecer a Dios su bondad al haberlo propiciado.

—Sí, Su Santidad —contestó Martel con una reverencia—. Regresaré inmediatamente.

—Nos veremos dentro de una hora, Sparhawk —lo despidió Arasham.

—Dentro de una hora —confirmó Sparhawk antes de efectuar una profunda reverencia—. Vamos pues, Martel —agregó, al tiempo que azotaba nuevamente el hombro del renegado pandion con su mano.

—Naturalmente. —Martel se sobresaltó al acusar una vez más con aprensión el aparente gesto de camaradería de Sparhawk.

Una vez fuera del pabellón, Martel se volvió hacia Sparhawk con el semblante demudado de rabia.

—¿Qué os proponéis? —preguntó furioso.

—Hoy vuestro ánimo está inquieto, ¿no es cierto, viejo amigo?

—¿Qué tramáis, Sparhawk? —gruñó Martel mientras recorría con la vista la multitud congregada, para cerciorarse de que nadie los escuchaba.

—Obstaculizar vuestro camino, Martel —replicó Sparhawk—. Arasham permanecerá sentado ahí hasta quedarse petrificado en espera de que alguien le repita la palabra secreta. Casi me atrevo a garantizaros que los caballeros de la Iglesia se encontrarán en Chyrellos cuando llegue el momento de elegir al nuevo archiprelado, puesto que en Rendor no se producirá ningún alboroto que requiera su presencia para ser aplacado.

—Muy inteligente, Sparhawk.

—Me alegro de que lo aprobéis.

—Debo sumar esta deuda a mi lista de agravios —espetó Martel.

—Poseéis plena libertad para reclamar una reparación —indicó Sparhawk—. Me complacerá en gran medida responder a vuestro reto. —Luego tomó del brazo a Sephrenia y se marchó.

—¿Habéis perdido completamente el juicio, Sparhawk? —le preguntó ésta cuando ya no podía oírlos el furibundo Martel.

—No lo creo —respondió Sparhawk—. Además, los dementes nunca son conscientes de su estado, ¿verdad?

—¿Qué pretendíais exactamente? ¿Os dais cuenta de las numerosas ocasiones en que he tenido que intervenir para allanaros el camino?

—He reparado en ello. Yo solo no hubiera podido cumplir mi objetivo.

—¿Vais a dejar de sonreír de ese modo y explicarme qué sentido tenía toda esa representación?

—Martel habría deducido sin gran esfuerzo el motivo de nuestra visita a Arasham —manifestó—. He tenido que entretenerlo con otras cuestiones para evitar que advirtiera que hemos descubierto un posible antídoto para el veneno. Aunque peque de modestia, la treta ha surtido el efecto esperado.

—Si habíais planeado esto anticipadamente, ¿por qué no me lo habéis comunicado antes de entrar en la tienda?

—¿Cómo iba a planearlo, Sephrenia? Ni siquiera sabía que Martel se encontraba dentro hasta que lo he visto.

—¿Queréis decir que…? —Abrió desmesuradamente los ojos.

Sparhawk asintió con la cabeza.

—Lo improvisé sobre la marcha —confesó.

—Oh, Sparhawk —exclamó molesta la mujer—, contáis con recursos suficientes para actuar de otra manera.

—Resultaba lo más conveniente, dadas las circunstancias —replicó Sparhawk, encogiéndose de hombros.

—¿Por qué habéis golpeado varias veces en el hombro a Martel de ese modo?

—Cuando tenía quince años se rompió un hueso en ese lugar, con lo que la zona le ha quedado especialmente sensibilizada.

—Os habéis comportado cruelmente —lo acusó.

—También él se ensañó en aquella emboscada acaecida en el callejón de Cippria diez años antes. Vayamos a buscar a Kurik y a Flauta. Creo que ya hemos cumplido nuestro cometido aquí, en Dabour.

El medio de transporte proporcionado por Arasham era una barcaza. En aquellos momentos aparecía flanqueada por remeros y atestada de celosos guerreros armados con espadas y jabalinas de popa a proa. Martel se les había adelantado y permanecía solo sobre los muelles, a cierta distancia de los discípulos de fiero semblante que se encontraban en tierra, mientras Sparhawk, Sephrenia, Kurik y Flauta embarcaban. El pelo blanco del renegado relucía bajo la luz de las estrellas y su rostro no se había recobrado de la palidez.

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