El Último Don (30 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—¿Es que ha empeorado? —preguntó de pronto Dante.

Gíorgio se encogió de hombros

—No puede olvidar el pasado. Se aferra a unas viejas historias que ya tendría que haber olvídado. El Don siempre dice: El mundo es lo que es, y nosotros somos lo que somos. Es su dicho preferido. Pero ella no lo puede aceptar.

Giorgio le dio a Dante un cariñoso abrazo.

—Ahora vamos a olvidar esta pequeña conversación. No sabes lo que me fastidia tener que hacer estas cosas.

Como si el Don no le hubiera dado instrucciones expresas Cuando Dante se fue el lunes por la mañana, Giorgio informó al Don de toda la conversación. El Don lanzó un suspíro. Era un chico encantador. ¿Que habría ocurrido?

Giorgio sólo tenía una gran virtud. Decía lo que pensaba cuando realmente quería, incluso a su padre, al mismisno Don. Ha hablado demasiado con su madre. Y guarda rencor. Ambos permanecieron un buen rato en silencio.

—Y, cuando vuelva Pippi —preguntó por fín Giorgio, ¿que haremos con tu nieto?

—A pesar de todo creo que Pippi tendría que retirarse —contestó el Don. A Dante se le tiene que ofrecer la oportunidad al ser el primero, a fin de cuentas es un Clericuzio. Pippi será asesor del bruglione de su híjo en el Desre. En caso necesario, siempre podrá asesorar a Dante. No hay nadie más versado que él en esas cuestiones, tal como demostró con los Antadio, pero tendría que terminar sus años en paz

—El Martillo Eméríto —musitó Giorgio en tono sarcástico, pero el Don fingió no haber entendido la broma.

—Muy pronto tendrás que asumir mis responsabilidades —dijo a Giorgio; siempre he sostenido que el principio o el objetívo es el de que los Clericuzio ocupen un lugar sólido en la sociedad, y el de que la familia no muera por más dura que sea la elección.

Así se despidieron, pero Pippi tardó dos años en regresar de Cicilia; el asesinato de los Ballazzo se perdió en la niebla burocrática. Una niebla fabricada por los Clericuzio.

LIBRO V
LAS VEGAS - HOLLYWOOD - QUOGUE

Cross de Lena recibió a su hemana Claudia y a Skippy Deere en su suite ejecutiva de la última planta del hotel Xanadú. A Deere siempre le llamaba la atención la visible disparidad entre los dos hermanos. Claudia no era exactamente bonita pero sí muy atractiva; y Cross era convencionalmente guapo y poseía un cuerpo delgado pero atlético. Claudia tan naturalmente cordial, y Cross tan rígidamente afable y distante. Había una diferencia entre la cordialidad y la afabilidad, pensaba Deere. Lo uno se llevaba en los genes, y lo otro era adquirido.

Claudia y Deere se acomodaron en el sofá, y Cross se sentó delante de ellos. Claudia le explicó a su hermano la cuestión de Boz Skannet y después se inclinó hacia delante y dijo:

—Cross, te suplico que me escuches. Eso no es sólo un asunto de negocios. Athena es mi mejor amiga, y además una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Me ayudó cuando lo necesité. Y éste es el favor más importante que te pido en la vida. Ayuda a Athena a salir de este apuro y jamás te volveré a pedir nada. Se volvió hacia Skippy Deere y le dijo:

—Explícale a Cross el problema del dinero.

Deere siempre adoptaba una actitud ofensiva antes de pedir un favor.

—Llevo más de diez años siendo cliente de este hotel —le dijo a Cross, cómo es posible que nunca me hayáis ofrecido una de vuestras villas?

Cross soltó una carcajada.

—Siempre están ocupadas.

—Pues echa a alguien replicó Deere.

—Ya —dijo Cross. Cuando reciba una declaración de beneficios de una de tus películas, y cuando te vea apostar diez billetes de los grandes en el bacará.

—Yo soy su hermana y nunca he conseguido que me ofreciera una villa; —dijo Claudia.

—Déjate de tonterías, Skippy, y explica el problema del dinero.

Cuando Deere terminó, Cross repasó las notas que había tomado en un cuaderno de apuntes y dijo:

—A ver si lo entiendo. Tú y los estudios perdéis cincuenta millones de dólares en efectivo, más los doscientos millones de beneficios previstos si esta Athena no vuelve al trabajo. Y ella no quiere volver al trabajo porque tiene mucho miedo de un individuo llamado Boz Skannet. Vosotros lo podríais comprar, pero ella sigue empeñada en no volver al trabajo porque no cree que nadie puede parar a Skannet. ¿Eso es todo?

—Sí, —contestó Deere.. Le prometimos que estaría más protegida que el presidente de Estados Unidos mientras durara el rodaje de la película. Incluso ahora seguimos vigilando a ese Skannet, a ella la tenemos protegida las venticuatro horas del día, pero no quiere volver al trabajo.

—La verdad es que no veo dónde está el problema —dijo.

—El chico pertenece a una poderosa familia política de Tejas explicó Deere, y es un tipo francamente duro de pelar. He intentado que los de la agenciade seguridad lo acajonaran...

—¿Qué agencia de seguridad tenéis? —preguntó Cross.

—La Pacific Ocean —contestó Deere.

—¿Y por qué has venido a hablar conmigo?

—Porque tu hermana me dijo que tú nos podrías echar una mano —contestó Deere. La idea no fue mía.

—Claudia —dijo Cross mirando a su hermana, qué te hizo pensar que yo os podría echar una mano?

El rostro de Claudia se contrajo en una mueca de turbación.

—Te he visto resolver problemas muchas veces, Cross. Tienes una gran capacidad de persuasión y siempre se te ocurre alguna solución —contestó esbozando una ingenua sonrisa. Además eres mi hermano mayor y confío en ti.

Cross lanzó un suspiro.

—Las mismas bobadas de siempre —dijo.

Pero Deere se dio cuenta de que ambos hermanos se profesaban un profundo afecto.

Los tres permanecieron sentados un buen rato en silencio al final, Deere dijo:

—Cross, hemos venido aquí como último recurso. Pero si buscas otra inversión, tenemos un proyecto estupendo.

Cross miró a Claudia y después a Deere y dijo con aire pensativo:

—Skipgy, primero quiero conocer a esta Athena, y después es posible que pueda resolver todos vuestros problemas.

—Estupendo —dijo Claudia, lanzando un suspiro de alivio. Mañana podemos tomar un vuelo los tres —añadió, abrazando a su hermano.

—De acuerdo —dijo Deere.

Ya estaba tratando de encontrar algún medio para que Cross cargara con parte de sus pérdidas en la película Mesalina.

Al día siguiente, los tres se trasladarona a Los Ángeles. Claudia había llamado a Athena y la había convencido para que los recibiera, y después Deere se había puesto al teléfono. La conversación lo había reafirmado en la creencia de que Athena Aquitane no volvería a la película, y la idea lo había puesto furioso. Pero durante el vuelo se distrajo, intentando encontrar la manera de que Cross pusiera a su disposición una de sus malditas villas en su siguiente visita a Las Végas.

La Colonia Malibú, donde vivía Athena Aquitane, era una parte de la playa situada a unos cuarenta minutos al norte de Beverly Hills y Hollywood. La colonia tenía poco más de cien chalets, cada uno de ellos valorado entre tres y seis millones de dólares. A pesar de su aspecto anterior más bien algo destartalado, las casas estaban protegidas por una valla, y a veces tenían unas verjas muy ornamentadas.

Sólo se podía entrar en la Colonia a través de un camino particular vigilado por unos guardias de seguridad que ocupaban una espaciosa garita y que eran los encargados de controlar las barreras de acceso. El personal de seguridad comprobaba la identidad de todos los visitantes por medio del teléfono o de una lista de control. Los residentes disponían de unas pegatinas especiales para los vehículos, que se cambiaban cada semana. Cross pensó que aquellas medidas de seguridad eran un simple incordio y no resultaban demasiado eficaces.

Pero los hombres de la Pacific Ocean Security que vigilaban en casa de Athena, eso ya era otra cuestión. Iban armados y uniformados y daban la impresión de estar en muy buena forma física.

Entraron en la casa de Athena desde una acera paralela a la playa. La casa disponía de unas medidas adicionales de seguridad; controladas por la secretaria de Athena, quien les franqueó la entrada pulsando el botón del portero electrónico desde una casita de invitados adyacente. Había otros dos hombres uniformados de la Pacific Ocean, y otro junto a la puerta de la casa. Al pasar por delante de la casa de invitados, cruzaron un alargado jardín lleno de flores y limoneros que perfumaban la salobre brisa marina. Al final llegaron a la casa principal, orientada hacia el Pacífico.

Una menuda sirvienta hispanoamericana les abrió la puerta y los acompañó a través de una espaciosa cocina a una sala de estar, en la que el océano parecía filtrarse a través de unos grandes ventanales. La estancia estaba amueblada con sillones de mimbre, mesas de cristal y mullidos sofás de color verde mar. La sirvienta los condujo desde allí a una puerta acristalada que daba acceso a una larga y ancha terraza que miraba al océano, con sillas, mesas y una bicicleta, estaba tan reluciente como la plata. Más allá, la superficie verde azulada del océano daba la impresión de estar inclinada con respecto al cielo.

Al ver a Athena en la terraza, Cross de Lena sintió un sobresalto. Parecía mucho más guapa que en las películas, cosa insólita. Las películas no podían captar el colorido de su tez, la profundidad de sus ojos ni el matiz exacto del verde de sus iris. Su cuerpo se movía como el de una atleta, con una gracia física aparentemente espontánea. Un dorado cabello cuyo descuidado corte hubiera resultado feo en cualquier otra mujer, coronaba su espléndida belleza. Llevaba una sudadera de un azul verdoso que no ocultaba las formas de su cuerpo, como hubiera cabido esperar. Sus piernas eran muy largas en comparación con el tronco, iba descalza y no llevaba las uñas pintadas.

Pero lo que más impresionó a Cross fue la inteligente expresión del rostro, que era el mayor foco de atracción de su persona. Athena saludó a Skippy Deere con el acostumbrado beso en la mejilla, abrazó afectuosamente a Cláudia y estrechó la mano de Cross. Sus ojos eran del color del océano que tenía a su espalda.

—Claudia siempre me habla de usted —le dijo a Cross De su apuesto y misterioso hermano que es capaz de detener el movimiento de la Tierra cuando quiere.

Soltó una carcajada con toda naturalidad, no una carcajada de mujer asustada.

Cross experimentó una maravillosa sensación de deleite, no hay otra palabra para describirla. Su ronca voz gutural era un cautivador instrumento de música El océano la enmarcaba, acentuando sus bien dibujados pómulos, sus generosos labios rojos y la radiante inteligencia de su cara.

Por la mente de Cross pasó fugazmente una de las breves lecciones de Gronevelt: En este mundo, el dinero te podrá proteger de todo menos de una hermosa mujer.

Cross había conocido a muchas mujeres hermosas en Las Vegas, tantas como en Los Ángeles y Nueva York, pero en Las Vegas la belleza era una belleza aislada y sin apenas talento. Muchas de aquellas beldades habían fracasado en Hollywood.

En Hollywood la belleza se aliaba con el talento, y con menos frecuencia con la genialidad artística. Ambas ciudades atraían a mujeres hermosas de todo el mundo. Finalmente, estaban las actrices que alcanzaban el rango de estrellas cotizadas.

Eran las mujeres que aparte de la belleza y el talento poseían una ingenuidad infantil combinada con una gran dosis de valentía. La singularidad de su oficio podía elevarse a la categoría de forma artística, lo cual les otorgaba una innegable dignidad.

A pesar de que la belleza era algo habitual en las dos ciudades, sólo en Hoilywood surgían las diosas que se convertían en objeto de la adoración de todo el mundo. Y Athena Aquitane era una de aquellas singulares diosas.

—Claudia me comentó que era usted la mujer más guapa del mundo —le dijo fríamente Cross.

—¿Y qué le comentó sobre mi cerebro? —preguntó Athena, apoyándose en la barandilla de la terraza y extendiendo una pierna hacia atrás como si estuviera haciendo un ejercicio.

Lo que en otra mujer hubiera parecido afectado, en ella resultaba perfectamente natural. Y de hecho Athena se pasó toda lá entrevista haciendo ejercicios, inclinando el cuerpo hacia delante y hacia atrás o extendiendo una pierna sobre la barandilla mientras sus brazos subrayaban algunas de sus palabras.

—Athena —le dijo Claudia, tú nunca podrías imaginar que somos hermanos, ¿verdad?

—Jamás —dijo Skippy Deere. Athena los miró diciendo:

—Os parecéis mucho.

Cross comprendió que hablaba en serio.

—Ahora ya sabes por qué le tengo tanto cariño —le dijo Claudia a su hermano.

Athena interrumpió momentáneamente sus ejercicios y le dijo a Cross —Me han dicho que usted me puede ayudar, pero no veo cómo.

Cross hizo un esfuerzo por no mirarla y no contemplar el oro de su resplandeciente cabello rubio como el sol, contra el verde telón de fondo del mar.

—Se me da muy bien eso de convencer a la gente —dijo. ¿Es cierto que la única razón que le impide regresar al trabajo es su marido? es muy posible que yo le convenza de que acepte un trato.

—Yo no creo que Boz sea capaz de cumplir un trato —dijo Athena.

—Los estudios ya han intentado llegar a un acuerdo con Athena, eso no tiene por qué preocuparte —dijo Deere en un susurro. Te lo aseguro.

Pero por una extraña razón, ni él mismo se lo creyó. Estudió atentamente a los demás. Sabía hasta qué extremo Athena era capaz de impresionar a los hombres. Las actrices eran las mujeres más seductoras del mundo cuando querían. Pero Deére no detectó el menor cambio en Cross.

—Skippy no quiere aceptar que yo deje el cine —dijo Athena. Para él es muy importante.

—Y para ti no? —replicó Deere en tono irritado. Athena le dirigió una larga y fría mirada.

—Antes sí, pero conozco a Boz. Tengo que desaparecer, tengo que iniciar una nueva vida. Me las arreglaré en cualquier sitio añadió, mirándoles con una pícara sonrisa en los labios.

—Puedo llegar a un acuerdo con su marido —dijo Cross; y le garantizo que él lo cumplirá.

—Athena, —terció Deere en tono confiado, en el mundillo del cine hay centenares de casos como éste, de chiflados que acosan a las estrellas. Tenemos procedimientos infalibles. No hay el menor peligro.

Athena siguió con sus ejercicios. Una pierna se elevó increiblemente por encima de su cabeza.

—Tú no conoces a Boz —le dijo. Yo sí.

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